LA ENSEÑANZA ESOTÉRICA
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Para convertirnos en un “Espíritu sano”, no solo hemos de desprendernos de nuestros
prejuicios, nuestra intolerancia y nuestra violencia, sino que también hemos de
“aprender” a “comprender”, a desarrollar nuestra comprensión, además de nuestra
compasión y nuestro amor. Esta “comprensión”
nos proporcionará una nueva forma.
¿Qué es lo que quiero decir con “aprender a comprender?
(...)
A lo largo de nuestra evolución, individual y colectiva,
hemos ido pasando a través de diversas matrices. Por ejemplo, la matriz Naturaleza
(el mito la llama “Paraíso” o “Eden”), nos desarrolló hasta un cierto
punto; luego, esa “matriz paraíso”
nos expulsó de ella y nacimos a una nuevo espacio, una nueva matriz, una “matriz social”, con la finalidad de que
pudiéramos continuar nuestro desarrollo y evolución, ahora, por nuestro propio esfuerzo. Esta perfeccionamiento y
evolución significa el desarrollo en nosotros de ciertas características y
cualidades “interiores”, las cuales,
habitualmente, permanecen en estado embrionario o estado potencial, ya que no
pueden desarrollarse por si mismas, pues necesitan de nuestra intención y
voluntad consciente.
La experiencia demuestra que este nuevo desarrollo no es
posible si no se dan ciertas condiciones especiales y esfuerzos también
especiales; así como la ayuda por parte de aquellos que emprendieron este
trabajo con anterioridad y ya alcanzaron un grado más elevado de desarrollo,
pasando a integrar el “Círculo de la Humanidad Consciente”
(Hablaremos de este Círculo en otro momento).
Lo que la “Enseñanza
Esotérica” nos avisa es que sin este esfuerzo y sin esta ayuda nuestro
desarrollo no es posible, aunque la
Vida nos impulse a ello. ¿Han pensado que la Vida nos está impulsando a
que nos convirtamos en algo diferente
a lo que creemos ser, a que cambiemos nuestra forma de ser? Descubrir que es ser algo diferente a lo que creemos ser es una cuestión de esfuerzo
personal, y ese es el motivo de que tengamos que “aprender a comprender”. La tradición oculta en los relatos de los
Evangelios, al proceso de adquirir una nueva forma, lo llama “nacer por
segunda vez” o “volverse como niños”;
y de una forma más compleja señala que eso no se logrará “hasta que lo de dentro no sea como lo de fuera” (hasta que la “personalidad” no sea igual que la “esencia”). El problema se encuentra en
que aunque todos pueden convertirse en algo diferente, pues tienen la
potencialidad para ello, muchos NO LO
DESEAN. Y es preciso desearlo, desearlo conscientemente, desear ser
diferente, desearlo profundamente y por mucho tiempo. Todo dependerá de este DESEO, todo dependerá de lo que estemos
dispuestos a aprender para llegar a
“comprender”; también de lo que se
esté dispuesto a “dar” y a “sacrificar”. Sin estos requisitos
nuestra evolución se detiene.
Para llegar a ser
algo diferente a lo que ahora somos, primero tenemos que descubrir cual es
nuestra actual condición. No conocer lo que somos es el primer problema que
hemos de solucionar para ser algo diferente. Por ello, nuestra primera pregunta
ha de ser: ¿cuál es nuestra condición en el mundo? ¿Hasta que punto nos
conocemos? ¿Hasta qué profundidad somos conscientes, por ejemplo, de nuestros prejuicios -prejuicios sobre nosotros
mismos, sobre el hombre en general, sobre la Naturaleza e, incluso,
sobre eso que desconocemos y a lo que ha venido en llamarse Dios.
Este desconocimiento, esta ignorancia, es la que hace que creamos tener una serie de
cualidades que pertenecen al Ser y no a la personalidad. Por ejemplo: creemos
tener “conocimiento” de nosotros mismos;
creemos tener un “yo permanente”;
creemos tener “individualidad”; creemos
tener “unidad”; creemos tener “conciencia”; incluso creemos tener “voluntad”. En realidad, estas
cualidades aún no existen como algo permanente en nosotros, pues si las
tuviéramos “seríamos” algo
diferente, tendríamos una “forma”
diferente (más humana) y seríamos “espíritus
sanos”.
¿Sabemos cual es nuestra condición en el mundo?
En los Vedas se encuentra una bella parábola que nos lo
explica. Esta parábola aparece también en otras tradiciones, e incluso forma
parte de la enseñanza de ciertas escuelas esotéricas. Se la conoce como la “parábola del cochero, el caballo y el
carruaje”. Ella ilustra cual es nuestra posición en el mundo. En la
parábola, el “hombre” aparece así simbolizado
en su triple constitución o naturaleza: nuestra mente es el “cochero”; el “caballo” simboliza a nuestras emociones; y el “carruaje” representa nuestra cuerpo físico.
Pero esta realidad de nuestra triple naturaleza se
encuentra con un problema: el “cochero”,
la mente del hombre, está en la “Taberna”
(que simboliza el Mundo), gastando su “dinero”
(energía) en “embriagarse” con las
imágenes e ilusiones del Mundo y que en su estado de embriaguez toma como
reales. A causa de ello, el “caballo”
recibe escaso o nuco alimento, por lo que se encuentra famélico (nuestra
realidad emocional es la que tira de nosotros a través de sus impulsos y
deseos), y el “carruaje”, nuestro
cuerpo físico se encuentra también en mal estado (enfermedad).
Como les decía, esta parábola ilustra cual es nuestra
situación en el mundo, y este es el estado que hemos de conocer en primer lugar,
para poder llegar a su “comprensión”.
Profundizar en el significado de todos los elementos que constituyen la
parábola nos llevaría por derroteros distintos de los que ahora es mi intención,
así que solo haré un breve comentario. Lo primero que hemos de comprender es
que el hombre, tal como es ahora, está
dormido (de ahí que se hable de despertar) porque su “mente” está embriagada por lo que en su “sueño” él llama “realidad”;
y en ese estado de embriaguez “sueña”
que esa realidad que percibe a través de sus sentidos físicos es “la única realidad”. Las consecuencias
de esta embriaguez son un cuerpo
emocional (“caballo”) famélico y un
cuerpo físico (“carruaje”) enfermo y
deteriorado.
¿Habéis pensado alguna vez lo que es la “Taberna-Mundo”? ¿Y lo que es la “bebida” que embriaga al “cochero”? ¿Os habéis preguntado lo que
es la “ebriedad”? Aquello que nos
impide “pensar por nosotros mismos”
y tener alguna “idea” y alguna “comprensión” sobre nuestro estado.
Incluso, suponiendo que la “embriaguez”
permita tener algún pensamiento sobre como salir de esa situación, ¿cómo
“despertar” de la “ilusión” producida por la “ebriedad”?
Supongamos que nuestra mente, el “cochero”, puede “despertarse”
hasta cierto punto y puede atisbar lo que sucede; supongamos que esa chispita
de lucidez y comprensión (iluminación) nos permite darnos cuenta de nuestras “ilusiones” y pretendemos salir de esa
situación; supongamos igualmente, que nuestro “cochero” también percibe cual es la situación en la que se
encuentran sus emociones (el “caballo”)
y su cuerpo físico (el “carruaje”);
y por último supongamos que con una esfuerzo de voluntad conseguimos salir de
la “Taberna-Mundo”, que tendremos
que “ascender” al “pescante” (un lugar más elevado en
nosotros), pero que el “estribo” está roto; y que luego
tendremos que coger las “riendas”
(que ya ni siquiera existen) para poder dirigir, desde ese lugar “elevado”, al “caballo” cuando este tira del “carruaje”.
¿De verdad creen que podrán por si mismos hacer estas cosas? Uno no puede “despertar” por sí mismo. Necesitamos de
un DESPERTADOR.
Cuando llega la hora (esa hora llega para todos, aunque si
estamos muy embriagados, no
escucharemos el “despertador”) desde
el “Círculo de la Humanidad Consciente”
(despertador), nos llega un “sonido”
para que “despertemos”. Un “sonido” que suele ir acompañado por
algo brusco que sucede en nuestras vidas; un “sonido” que nos llena de inquietud, de insatisfacción y de
desasosiego. Ello nos impulsa, en el caso que hayamos abierto los ojos un
poquito, a buscar una respuesta, un significado, una “comprensión” de ese sonido que quiere despertarnos y que no sabemos
lo que es.
Por algún tiempo permanecemos solos, observamos un tanto
extrañados lo que nos sucede y lo que sucede a nuestro alrededor, aunque sin
saber realmente que es lo que sucede. Hasta que un día sentimos el impulso de
llamar a alguna “puerta” para
encontrar alguna respuesta que nos proporcione “comprensión” a lo que nos sucede. Generalmente la “puerta” es personal: un amigo, un
“gurú”, alguien que consideramos que puede proporcionarnos una explicación;
aunque a veces, esa puerta es una “puerta
grupal”: una nueva iglesia, un grupo que se reúne para trabajar internamente,
una organización filosófica o filantrópica, una orden esotérica, una escuela
iniciática, otra religión…
Ante esas puertas
ocurren distintas cosas, aunque lo más común es que se inicie un recorrido de
unas a otras. El recorrido variará según lo que uno busque, y lo que se desee
encontrar referente a nuestra inquietud. En este proceso, poco a poco, no importa
por qué medios, comienza a formarse un nuevo “significado” y una nueva “comprensión”
va emergiendo hasta nuestra conciencia. Y por ella se derrama nuestra insatisfacción
y encuentra cauce nuestra angustia. Durante bastante tiempo aún, nuestra “comprensión” es aún muy débil, aún no
tenemos bastante conciencia para
darnos cuenta que aún permanecemos dormidos o embriagados por nuestros deseos
de satisfacción material.
Aún así, a partir de ese breve destello de conciencia que
la “llamada del despertador” produjo
en nosotros, y en respuesta a ese “sonido”
que nos ha provisto de una nueva energía, ha ido surgiendo en nuestro interior
un nuevo deseo: el “deseo de hacer”.
¿Hacer qué? “Algo”, sin importar
mucho qué, “algo” que se configura
como una “misión”. Entonces nos
convertimos en “servidores” de esa
idea, de ese algo, de esa misión que hemos creído comprender y que hemos
elevado a la categoría de ideal. Y nos lanzamos, empujados por esa especie de
destino mesiánico, a convencer a los demás de la “bondad” de nuestra “idea”
y de las “ventajas” de nuestro
descubrimiento, sin haber profundizado en su “comprensión”. Entonces nos convertimos en “fanáticos” de ese ideal, de esa enseñanza que se interpreta “literalmente”. Este es un problema que
cada uno ha de resolver por si mismo, pues solo a él atañe.
Esta interpretación
literal es causada por esa falta de “comprensión”,
y porque aún permanecemos medio dormidos, aunque ahora soñamos que “despertamos” cuando en realidad aún no
hemos si quiera salido de la “Taberna-Mundo”.
Lo que debemos “comprender”,
ante ese nuestro primer impulso de “hacer”
o “servir” es algo que nuestro
estado de “ebriedad” no puede percibir;
que nuestra “persona” y el que
creemos nuestro yo personal, no es
el Ser que somos; incluso que nuestra “persona”
no puede “hacer”, pues para poder “hacer”
primero hay que Ser, Ser un Espíritu Sano. En esta “idea”
esta todo el “quid” de la cuestión.
Y si no lo descubrimos, por mucho que queramos “hacer” (meditar, ejercicios de respiración, ser maestros de Reiki,
hacernos macrobióticos, etc., etc.), con nosotros mismos y para los demás, la
insatisfacción, la angustia y el desánimo, volverán a anidar en nuestro corazón
al cabo de un cierto tiempo.
Lo que la “llamada
del despertador” exige de nosotros es que vallamos más allá de la Naturaleza, que
accedamos a otro nivel de conciencia (“subir
al pescante”) más incluyente y en el que tenga cabida más mundo, más
universo, comenzando por todos los seres humanos; que accedamos a otro nivel de
comprensión desde el que podamos recibir
las “ideas” que el Círculo de la Humanidad Consciente
trata de introducir en nuestras mentes a fin de que sanemos, permitiendo que
nuestra alma y nuestro espíritu se fusionen con nuestra
personalidad.
Si supiéramos leer en el Libro de la
Naturaleza, comprenderíamos cual es el problema. En la Naturaleza nadie “hace” nada. En ella todo “sucede”, y sucede porque los ciclos y leyes que la regulan hacen que las cosas sean así y no de otra
manera. El olvido y desconocimiento por nuestra parte de estos ciclos y leyes
son el motivo por el que nuestro planeta se encuentre en las condiciones en que
se encuentra.
Nuestro yo personal,
que es un producto de esa misma naturaleza, y se encuentra sometido a las mimas
leyes que ella, nada puede “hacer”.
Como en ella, en nosotros, “todo sucede”.
Y sucede de la misma manera que la lluvia, el granizo, o la nieve, cae debido a
que la temperatura, la presión y la humedad se han modificado en el atmósfera.
Nadie llueve, nieva o graniza; nadie hace nada para llover. Es algo que sucede
según las leyes atmosféricas. Por ello, entre las extrañas ilusiones que soñamos en
nuestro estado de embriaguez se
encuentra la ilusión de que “podemos
hacer”: podemos hacer “meditación”
(el dios Krhisna le dijo a Arjuna cuando éste le pidió que le enseñara a meditar:
“solo el alma medita, ese es su estado”),
podemos hacer “servicio”, podemos
hacer cursos y rituales para iluminarnos,
podemos hacer obras de caridad,
podemos hacer el bien al prójimo,
podemos hacer de personas comprensivas,
bondadosas y misericordiosas, podemos hace de hermanas de la caridad… En realidad, lo único que hacemos es
hacernos la puñeta unos a otros. Hasta que cambian las “condiciones atmosféricas” y un nuevo acontecer sucede de la misma
manera que se derrite la nieve bajo el calor del sol. La lluvia no llueve
porque quiere, la nieve no se derrite porque quiere, nuestro pretendido “hacer” no “hace” porque creamos hacer. Todo lo que acontece, todo lo que
sucede en la Naturaleza
(incluida nuestra naturaleza humana) ocurre como resultado de influencias
exteriores e interiores a nosotros y de las que no somos conscientes, y sobre
las cuales, en principio, no tenemos control, no tenemos poder.
El hombre, tal como somos, no hace, no sirve, no sana, porque el quiere. Todo ello sucede “mecánicamente”.
Y esta es una idea muy difícil de aceptar, ya que se encuentra soportada por
una de nuestras más fuertes ilusiones: la ilusión
de que somos el “Hombre”. Pero, ¿lo
somos realmente? ¿Somos en realidad el Hombre?
¿Cuál es el significado de ese sustantivo?
Las “ideas” que
conforman la “Tradición Esotérica” y
que proceden del “Círculo de la Humanidad
Consciente” dicen que somos “semillas” que han sido sembradas en la Tierra para que germinen y
den fruto, y que cuando alcancen la totalidad de su conciencia se convertirán
en el Ser que realmente somos.
Aunque la idea está expresada en una metáfora, esta encierra un desarrollo real.
Y como aún no lo somos, por ello, nadie comprende que lo que se hace de cierta
manera, bajo ese estado que nosotros consideramos “vigilia” pero que el “Conocimiento
Esotérico” considera “estar dormido”
(dormido en la conciencia), no podría haberse hecho de otra manera. Simplemente
ha sucedido, porque una ley está actuando. Podría decirse que los “aconteceres”
han seguido el único camino que podían seguir, según las “influencias” internas y externas que regulan todo acontecer. Al no
tener el suficiente conocimiento y la suficiente conciencia, nada podemos hacer
para cambiarlo, carecemos de poder para ello.
Aunque si hemos logrado comprender eso, aunque solo sea
como metáfora, podríamos también comprender el por qué, en respuesta a la “llamada del despertador” que acusó
nuestra insatisfacción y que nos hizo cambiar de dirección, quisimos hacerlo, “haciendo” lo que hacemos todos los
días, en el estado de conciencia dormida que nos caracteriza. Pensamos que ese
nuevo “movimiento” seguía
discurriendo por entre y con las ideas y pensamientos que mueven nuestro diario
y doliente vivir: ideas mecánicas,
regidas por las leyes que regulan la Naturaleza.
¿Podemos “hacer
algo entonces”? NADA. Esta respuesta
nos enfurece. Suena tajante. Hace que nuestro orgullo y vanidad se pongan en
tensión. Entonces echamos mano del “libre
albedrío” y decimos: “pues yo hago
lo que me da la real gana”, y si no sale como queremos, siempre tenemos a
alguien para culpabilizar. Aunque ese NADA
sería la respuesta que tendríamos que dar si fuéramos sinceros con nosotros
mismos y tomáramos conciencia de nuestra “nadidad”
la cual, nos llevaría a hasta ese punto de “humildad” que permite que el Espíritu entre en nosotros.
NADA tal como
somos. Tal como somos solo podemos hacer una cosa: cambiar nuestro estado de Ser, Eso es lo que nos pide la “llamada del despertador”. Creer otra
cosa es mentirnos a nosotros mismos.
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