domingo, 3 de septiembre de 2017

La Singladura de Occidente 68

La Singladura de Occidente
Capítulo 68
Consumir III
 
En nuestra cultura, ante la gravedad de la situación en la que nos encontramos, se habla de “renuncia”; la necesidad de renunciar a ciertas cosas: renunciar al progreso ilimitado; renunciar a los gases contaminantes; renunciar al consumo descontrolado, etc. ¿Alguien ha pensado que para “renunciar” a algo es necesario tener el “Ser” de un renunciante? Para recorrer el Camino del Darhma hay que tener el ser que se corresponde a esa acción, para trabajar con una cámara de cine o televisión, hay que tener el ser de un cámara, de lo contrario nunca será un verdadero cámara. No basta con estar cualificado profesionalmente por una institución académica o institución, no importa el grado que sea. Esto es así en todos los campos: “tener el ser de…”
¿Y como se consigue eso?
(...)

Desapegándonos de los deseos, para lo cual necesitamos tener “comprensión inteligente” de cual es la naturaleza del deseo. No se trata de negarlo, ni reprimirlo; se trata de “comprenderlo”. Cuando se comprende la naturaleza del deseo, sea cual fuere el deseo -ya sea el deseo de ser amado, el deseo de riqueza, el deseos de ser inmortal-, éste desaparece.
Comprensión” también significa cambio y crecimiento como “ser humano”. Nadie puede hacer lo que sea para conseguir algo sin que la “ley de acción y reacción”, que afecta a la energía de la acción del “hacer”, nos pase factura tarde o temprano. Mientras el “hombre no realizado”, el hombre “dormido” actúa contra la naturaleza, vive en la dualidad, en la lucha con los opuestos, en la duda y el sufrimiento; el “Hombre Realizado” o “despierto” se sitúa, a través de su “comprensión”, por encima de la naturaleza porque es uno con ella en una relación consciente. Ya no es arrastrado por el caudal de sus deseos con los que se identifica.
Esto no es teoría, sino la descripción de una experiencia vivida por muchos. El “camino” comienza con la aparición, en el seno de los deseos contradictorios de nuestros miedos, preferencias y rechazos, de un “sujeto” responsable y autor de acciones conscientes. Un “hacedor”. Por supuesto, esto no es más que una etapa en el camino de “hacer una tarta”.El “sujeto” que empieza a ser conciente de su acto cuando comienza el camino, aún se considera que es “algo”, que tiene un deber que cumplir o una responsabilidad que expresar. Por ello, aún se encuentra sometido a la necesidad de “actuar”; aún no ha comprendido que ese sentimiento de responsabilidad solo es una ilusión. “¿Quién te crees que eres?” Le espeta el lenguaje popular. Aún nos consideramos según la imagen que tenemos de nosotros mismos. Un Hombre Realizado en la plenitud de su ser ya no actúa a título de un “yo personal”.
El “camino” es el recorrido que va de la duda a la convicción de que él Es el Ser; en cambio, el “deseo” no duda, sino que se arroja impulsivo a su consecución. Erich Fromm, en ese maravilloso libro que es “¿Tener o Ser?”, nos plantea, ya desde el principio, cual ha sido el “deseo” de nuestra Civilización Occidental en los últimos doscientos años: el “deseo de un Progreso  Ilimitado”.
“El progreso industrial, que sustituyó la energía animal y humana  por la energía mecánica y después por la nuclear, y que sustituyó la mente humana por la computadora, nos hizo creer que nos encontrábamos a punto de lograr una producción ilimitada y, por consiguiente, un consumo ilimitado; que la técnica nos haría omnipotentes; que la ciencia nos volvería omniscientes. Estábamos en el camino de volvernos dioses, seres supremos que podríamos crear un segundo mundo, usando el mundo natural tan solo como bloques de construcción para nuestra nueva creación” (o.c. p. 21)
No son muchos los que se han preguntado por qué fracasó esa gran promesa. La mayoría aún cree en ella y esperan con fe el milagro, aceptando a cambio la manipulación. También son muy pocos los que saben que esa Gran Promesa se hizo bajo dos premisas psicológica: la finalidad de nuestra existencia es alcanzar la felicidad; y que el egoísmo y la avaricia son necesarios para fomentar la armonía y la paz.
Ambas premisas, claramente contradictorias, respondían a necesidades económicas. No olvidemos que el capitalismo del siglo XX se basó en el “consumo” de bienes y en el uso de “servicios” a gran escala, pero también en el trabajo rutinario del resto de la población.
La primera premisa es todo un fiasco: ahora somos profundamente infelices, solitarios, angustiados, deprimidos, enfermos, destructivos y dependientes. E. Fromm señala que se ha llevado a cabo un experimento social para responder a la pregunta: “el placer (como experiencia pasiva opuesta al amor, el bienestar y la alegría activos) ¿puede ser una respuesta satisfactoria al problema de la existencia humana?”. Evidentemente la respuesta es NO.
Respecto a la segunda premisa, satisfacer el egoísmo individual ¿produce armonía? David Ricardo, una de los grandes economistas clásicos, ya había dicho que no. El egoísmo no se relaciona solo con la conducta, sino sobre todo con el carácter: “deseo todo para mí” y “soy cuanto más tengo”. El deseo nunca queda satisfecho.
En la sociedad medieval la “conducta económica” estaba determinada por principios éticos. Para la Escolática, “precio” y “propiedad privada” se encontraban integradas en una teología moral. Tomás de Aquino impuso el concepto de “precio justo”. A partir de la  segunda mitad del siglo XVIII y a lo largo del siglo XIX, se produjo un giro radical; y no lo hizo la aristocracia, sino la burguesía. La conducta económica se separó de la ética y de los valores humanos. Su “maquinaria” se convirtió en una entidad autónoma, independiente de las necesidades naturales humanas. La máquina funcionaba sola  obedeciendo sus propias leyes. Que los obreros sufrían, que pequeñas empresas aún artesanales quebrasen, nada de eso importaba. Todo era por el bien y el desarrollo de las empresas mayores, algo que debía aceptarse como resultado de una inventada “ley natural” y de la supervivencia del más apto. Para adaptar la “máquina económica” a una Ley Superior se la relacionó con la “selección natural” de Darwin. La pregunta ya no era: ¿Qué es bueno para el hombre? Sino: ¿Qué es lo mejor para el desarrollo de la economía?
Para ocultar lo exacerbado de este conflicto se manipuló nuestra psicología y se controló nuestra voluntad de la forma más drástica, haciéndonos creer que lo que era bueno para la “máquina económica” era bueno para nosotros. Aún se añadió una premisa subsidiaria: la “máquina económica” nos necesitaba a nosotros, los seres humanos. Por otra parte, nos hicieron creer que “egoísmo” y “avaricia” se encontraban en nuestros genes, por lo que eran algo innato a nuestra naturaleza humana, mientras se nos inculcaba la idea de que nuestra enemiga, no era la “máquina”, sino la naturaleza. Por ello debíamos aunarnos para conquistarla y transformarla. Esta idea, tomada como verdad científica, nos vuelve ciegos al hecho de que los recursos naturales son “finitos”.
De este boceto podemos extraer dos argumentos: el primero es que los rasgos de carácter que ha engendrado en el ser humano este sistema socioeconómico, “son patógenenos” y terminan por enfermar al individuo y a la sociedad. El segundo argumento es preguntarnos si un nuevo tipo de sociedad es posible. A esto contesta E. Fromm lo siguiente:
“…una nueva sociedad es posible solo si, en el preseco de desarrollarla, también se forma un nuevo ser humano, o en términos más modestos, si ocurre un cambio fundamental en la estructura del carácter del Hombre contemporáneo.” (o.c., p. 27).

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