<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 12/12/1993>
<PAGINA>: LA OTRA PALABRA
<TITULO>: Musicosofía, una nueva manera de escuchar música.
<SUBTITULO>: La música como vía de realización espiritual.
<AUTOR>: Alfiar
<SUMARIO>: No es la música la que lleva a la meditación, sino la escucha meditativa de la música la que lleva al conocimiento de lo que somos en nuestro interior.
<CUERPO DEL TEXTO>:
La semana pasada les anuncié la celebración un curso de Musicosofía.
Hoy me gustaría comentar, a pesar de lo poco que conozco de ella, como es la
visión y el método que el musicólogo rumano George Balan ha creado para
escuchar la música en forma consciente y no emotiva.
"La
música -dice
G. Balan-, es la forma de pensamiento más elevada que hay sobre
la Tierra",
puesto que "su sustancia no se origina en el mundo de los sentidos
físicos, sino en el mundo que nuestro ojo y oído interiores nos revelan".
(...)
Esta sustancia de la que se
hace la música "tiene sus raíces en un reino
de más allá, esto es, en la eternidad." Por ello, "lo
que percibimos como expresión emocional, sólo es la vestidura engañosa de un
mensaje supraemocional."
Los que practican la musicosofía señalan que cuando se vive la música
a través de una escucha meditativa y consciente, ella misma nos desvela un
mensaje que no procede del compositor, sino de una fuente más elevada. La razón
de ser de la música, no es la ser cantada o tocada, sino la de ser comprendida.
El mensaje que transmite no se revela a la pasividad
interior, sino al conocimiento activo.
"Dejar que la música descubra lo que oculta por
una escucha consciente y transmutar ese conocimiento en fuerza espiritual", nos dice G. Balan
sobre el objetivo de la
Musicosofía.
Escuchar con fervor y concentración, hacerlo en forma repetida,
paciente y lúcida, solo un fragmento de música y permitir que este fragmento
encienda en nosotros un fuego interno que obligue, por nuestra escucha, al
Hacedor de la Música
a contestarnos. Captar la respuesta y llenarnos de fuerza interior. Este es el
método y el propósito.
Una respuesta emocional a la música que se escucha es la alarma de que
existe algo, oculto en nuestra sombra,
que tenemos que descubrir para completarnos. G. Balan considera un prejuicio
muy corriente el separar pensamiento y vida afectiva.
"El
santuario de la música -dice- sólo se abre a quien se acerca a ella con
una actitud digna. Y esta dignidad no es otra cosa que el pensamiento que desea
con ardor descubrir el secreto de los sonidos".
Hace un par de meses asistí a una charla de Musicosofía en la que se
realizó una experiencia de escucha meditativa. Por tres veces escuchamos una
pequeña melodía de una sinfonía de Mendelssohn. Después de la primera audición,
se pidió a los asistentes que opinaran sobre lo que habían creído comprender.
Todos expresaron una maravillosa relación emocional que les había provocado un estado especial. Cómo generalmente yo
no suelo vincularme demasiado emocionalmente a las cosas, percibí algo
distinto, pero me callé.
En la segunda repetición se nos señaló que nos olvidáramos de nuestras
sensaciones e involucráramos nuestro pensamiento en la escucha tratando de
descubrir de qué partes se componía el argumento de la melodía, y de que manera
se establecía el diálogo entre los personajes del argumento. No era algo que
tuviera que ver con la escucha de la partitura tal como se estudia en un
Conservatorio. El resultado fue descubrir que la melodía estaba estructurada en
dos elementos perfectamente definidos que repetían un ritmo de ascensión y
caída en sus dos fases. Uno de los personajes lo representaba el violín que con
su vibrante nota expresaba su anhelo de escapar de su situación, aunque sus
intentos de huída eran impedidos por otras voces representadas por los otros
instrumentos.
Había algo conocido por mi en aquella secuencia, pero no lograba
descubrir que era, como si aquella melodía hubiera despertado la memoria
dormida de un recuerdo pasado.
Volvimos a escucharla una tercera vez y volvimos a guardar silencio
interior. Sentía la necesidad de descubrir que relación tenía la estructura de
aquel fragmento de música con el recuerdo dormido que en mi provocaba. La nota
se elevaba y caía..., volvía a elevarse en un impulso más fuerte, parecía que
ahora podría quedar libre, allí, suspendida en el límite de su altitud, pero
los demás personajes del drama íntimo se reorganizaban y, en un rugido
ensordecedor, envolvían a la nota solitaria arrastrándola de nuevo a la
profundidad.
¡De pronto lo vi! La estructura de la melodía era un mecanismo anímico
que se correspondía con el mecanismo del ritmo de la depresión tal como yo la
había padecido hacía algunos años. Todo estaba allí en aquel trozo de música.
Entendí igualmente lo que significaba escuchar la música de aquella manera.
Cada melodía podía corresponderse a un estado de alma. Por el conocimiento de
la melodía podíamos conocer y
profundizar nuestro interior.
A través de aquella sencilla charla y de la pequeña práctica que la
acompañó, pude entender que al escuchar la música de aquella forma, las fuerzas
creativas que se encierran en cada uno de nosotros, se ponen en movimiento al
concentrarnos y entrar en diálogo con el espíritu de los sonidos. Ese diálogo
nos lleva a su conocimiento. Ello exige por nuestra parte de un duro esfuerzo,
del que extraeremos fuerza y sabiduría sobre nosotros mismos.
No es la música la que lleva a la meditación, es la escucha meditativa
de la música la que lleva al conocimiento de aquello que somos en nuestro
interior y que está al otro lado de nuestras imágenes visuales y emocionales.
Se requiere de un trabajo activo, de una apertura del alma a los sonidos que
nos hablan. No es ¿qué siento?, sino ¿de qué habla esta música?. Luego el
esfuerzo de formular verbalmente aquello que ha sido conocido.
"En
una sala de conciertos -dice G. Balan-, las reacciones oscilan
entre el adormecimiento (aburrimiento) y el clamor (histeria): comportamientos
emocionales que nada tienen que ver con el verdadero objetivo de la música, es
decir, revelar un mensaje capaz de elevar la vibración del alma, a la que escuchas
porque has comprendido lo que esos sonidos dicen."
Para Balan la escucha
consciente de la música es un camino espiritual, porque la conciencia de la
esencia de la música despierta al maestro espiritual que duerme en nuestra
propia alma. Un maestro que no predica, que guarda un misterioso silencio y que
sólo responde cuando el discípulo, después de una atenta escucha, le interroga.
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