domingo, 16 de julio de 2017

La Enseñanza Esotérica 00



LA ENSEÑANZA ESOTÉRICA

(00)
 
Es tanta y tan grande la ignorancia y el desconocimiento que las gentes tienen sobre lo que en el pasado fueron las Escuelas Inicíaticas y cuyas “Enseñanzas” se confunden con lo que hoy se llaman “mancias”, que he pensado que alguien debería decir algo para mostrar un átomo de verdad sobre ellas. Así que me he propuesto a escribir una serie de artículos para exponer lo que yo conozco sobre algunas. No voy a hablar sobre su historia ni sobre como han ido apareciendo a lo largo del tiempo, desde Egipto o Sumer, y seguramente antes si aceptamos que la Atlántida fue una civilización anterior al Diluvio (habría que preguntarse a cuál y que se entiende por tal), pues sobre ello existe una amplísima bibliografía que puede encontrarse en bibliotecas, Internet, etc., y que es asequible a quién quiera buscar sobre ellas. Lo que yo pretendo es hablar sobre lo que esas Escuelas enseñaban y por qué lo hacían, algo que nada tiene que ver con lo que los difamadores de turno arguyen.
(...)
Solo señalar, de entrada, que lo que esas Escuelas pretendían era enseñar, a aquellos seres humanos que se creyeran dispuestos para ello, a “pensar por ellos mismos” y no a través de los pensamiento de otros, pues en cada ser humano, no importa al nivel que sea, se encuentra depositada una fracción de la “Verdad” como “su verdad”. Esto es algo que no gusta a aquellos que quieren controlar a la “grey” desde el poder político o religioso, confabulados muchas veces, o desde cualquier otro poder. Alguien que es dueño de sus propios pensamientos y de “su verdad”, la suya, la que le hace sentirse “hombre”, aunque no sea la “verdad oficial”, no encaja en los criterios de control y dominio de los que pretenden esclavizar a los hombres imponiéndoles sus propias verdades, mostrándolas como verdades absolutas. Por ello, ya desde las antiguas civilizaciones, estas escuelas y estos “buscadores” de su propia verdad han sido perseguidos por papas, reyes, caudillos y dictadores de toda caterva.
Una de las acusaciones mas simples y vulgares que se les adjudica es que practican “ritos” e “iniciaciones”. ¿Cómo llamar entonces a lo que hacen -solo es un ejemplo-  los estudiantes de las universidades americanas al constituir sociedades, o “hermandades”, o “fraternidades”, de las que luego salen las elites que controlan los poderes económicos y políticos, en su mayoría constituidas por “blancos”?
Solamente, antes de explicar de que va todo esto, señalar que en el pasado, el contenido de esta “Enseñanza” era transmitido en forma oral, contenido que nunca salía de los centros donde se impartía y solamente se le proporcionada a aquellos que “después de llamar a la puerta”, solicitaban “libremente” su deseo de querer recibir dicha enseñanza. Aunque estos eran “otros tiempos” y, como en este Universo todo se encuentra en permanente cambio y transformación -nada hay que sea fijo para siempre-, también a la “Enseñanza Esotérica” y a las “Escuelas” que impartían dicha enseñanza les llegó el momento del cambio, aunque algunas aún deseen permanecer bajo los antiguos “velos”; por ello, se encuentran en procesos de decadencia y están en camino de desaparecer, como ya lo hicieron muchas de ellas.
Bien, ya que mi propósito no es confrontar nada, echaré mano de mis recursos de profesor de historia, que un día fui, y comenzaremos por los cimientos intentando averiguar cuales son los significados de estas cosas. Acabo de hacer mención a dos conceptos: “ritos” e “iniciaciones”. ¿Sabemos en realidad lo que estos conceptos significan y a qué se refieren esos significados? Veámoslo.
Un “rito” no es otra cosa que una “apertura”. Se trata de “abrir” un “pasaje” a “otro lu­gar”, a “otra dimensión”, de nuestra conciencia, que se encuentra fuera de donde nos encontramos habitualmente.
¿Dónde nos encontramos?
Nos encontramos en un mundo y en un tiempo (en una realidad) que ha sido llamada “profana” en una época histórica relativamente reciente. Etimológicamente, “pro-fano” significa “fuera del templo”; “pro-fanum”, en latín, “ante el, en el exterior del templo”. El “rito” es la “apertura” que lleva al “interior”, hacia aquella otra realidad que por su propia naturaleza se encuentra “cerrada” y es “secreta”.
Las Escuelas Iniciáticas se encuentran sustentadas sobre dos principios:
1) Un espacio “no-profano”, no exterior, en el que unas personas que han sido “iniciadas” (puestas en el “umbral” de un camino de conocimiento y desarrollo interior), se reúnen durante un determinado periodo de tiempo;
2) Este “tiempo”, tampoco es un tiempo “profano”, ya que a causa del “ritual” se ha separado del tiempo y del mundo “profano”. Dicha “apertura” permanecerá abierta hasta que terminen los “trabajos interiores” (en un espacio y un tiempo no profano), después de los cuales, otro ritual “cerrará” la “apertura” indicando que ese espacio y tiempo “sagrado” -un término para designar lo no-profano- ha concluido.
Rituales e iniciaciones solo pueden existir dentro de los límites de una percepción sincrónica del tiempo. Todo restablecimiento del tiempo diacrónico implica una regreso al mundo de fuera (exotérico).
El Dios Fanes
Hay dos palabras cuyas raíces y su parentesco nos “revelan” sobre qué estamos hablando. Son las palabras griegas  phaenosis” (manifestación), o “phainô” (hacer aparecer, manifestar, revelar) y la palabra latina “Fanum” (templo o lugar consagrado). Siendo el lugar o espacio consagrado aquel en que se encuentra la Luz. “Fanes”, el “Manifestado”, aquel que está en el tiempo, es el dios de la Luz entre los órficos.
Así que el “templo” es el lugar de la “fanía” (el lugar donde se manifiesta la luz interior), el lugar de la manifestación o revelación de los “secretos”. Por ello, este es el lugar donde se “hace” (“fa-cere”) el “ritual”. La raíz “Fa” de “Fa-nes” o “Fa-num” nos deja entrever que no es un lugar cualquiera. Ese lugar es un “espacio” y un “tiempo interior” (esotético), no-profano. A este lugar donde se manifiesta la Luz (del Conocimiento) se le llama “Logia”.
Así que las antiguas Sociedades Iniciáticas, mal llamadas secretas, se fundamentan, como el Cosmos Solar lo hace en dos Solsticios y dos Equinoccios, el cuatro pilares: la “iniciación”, el “ritual”, el “templo” (el exterior o profano es una proyección simbólica del interior o sagrado) y el “tiempo”.
Hagámonos una pregunta: ¿podemos improvisar un ritual?
Julian Huxley y otros, ya advirtieron la sorprendente analogía que existe entre el comportamiento ritual del hombre, que responde a necesidades, y los rituales de los animales en la naturaleza: rituales amorosos, rituales de ataque y defensa, rituales jerárquicos, rituales individuales y colectivos…  Konrad Lorenz, el “Evolución de la ritualización en los dominios de la biología y de la cultura” hace un amplio estudio sobre ello. La conclusión es que somos seres rituales.
Lo que se hace evidente es que un ritual no es algo que se improvisa, sino que responde a necesidades, a esquemas de impulsos ¿nerviosos?; aunque sobre todo responden a arquetipos que establecen las pautas de separación, de diferenciación, entre los grupos étnicos. Cada grupo, cada cultura, tiene sus rituales diferenciadores. Jung le decía a R. Wilhelm (el sinólogo que trajo el libro fundamental de la alquimia china, “El Secreto de la Flor de Oro”, a Occidente) que sería causa de dolor y sufrimiento psicológico que un occidental buscara la “luz” (iniciática) en un ritual chino o tibetano, por muy bello y sublime que este nos parezca. Los rituales responde a nuestras necesidades funcionales, emotivas, pasionales, o a un deseo de protección, que registran un cierto número de elementos que se adecuan a los pueblos y a las épocas.
Un ritual no se fabrica artificialmente, sino que se “impone” por si mismo a los hombres en algún momento dado, como si fuera una manifestación completamente funcional. Poco a poco, al paso del acontecer, las batallas, los siglos, las ruinas, las invasiones y migraciones, los rituales se realizan por si mismos en el hombre, y lo hacen de forma “secreta” a través de signos, gestos, palabras, que el tiempo convierte en códigos, los cuales permiten reconocernos como miembros de un mismo grupo, del mundo, de la naturaleza, del cosmos, como algo distinto y diferenciado. Esta diferenciación no tiene por qué tener una significación negativa; solo es el reconocimiento de un determinado tipo de comportamiento, no diferente a otros comportamientos sociales, tales como las relaciones entre empresas, o los niveles jerárquicos de, por ejemplo, una logia masónica. Todos son respuestas instintivas cuya finalidad los biólogos aún desconocen, pero que no son diferentes a los que establecen las relaciones en el comportamiento de los animales, desde la tarántula hasta el mono aullador o el chimpancé.
Y, ¿qué tiene que ver el “secreto” con estos rituales?
El “Zohar”, libro base de la Cábala hebrea dice: “el mundo no subsiste más que por el secreto”. Hace referencia a que ese “secreto” es una necesidad orgánica de nuestro ser. Podemos comprobar, a través de la Historia, como una sociedad que tendiera o a la que se le impusiera (lo corriente cuando se quiere destruirla) a una supresión de esta necesidad, con todo lo que ello comporta -jerarquía, orden, relaciones humanas altamente ritualizadas, etc.-, se vería abocada a la anarquía y a la desaparición. Es lo que hizo la Iglesia de Roma con los pueblos a los que cristianizó. Ocurre igual con cualquier organismo vivo, sea este microscópico o macroscópico, cuando en su “campo” se introduce una imposición o supresión equivalente, provocando que, por ejemplo, dos glóbulos rojos ya no reconozcan la “cortesía recíproca” de un “ritual químico” que establezca entre ellos una relación recíproca y ordenada.
Si ya tenemos una ligera idea de lo que es un “ritual”, pasemos a la “Iniciación”.
Iniciación significa “adquirir conciencia”.

Horus conduce a quien va a ser iniciado al lugar de la Iniciación.
La “personalidad”, eso que llamamos el “yo”, está integrada por numerosos elementos no coordinados entre sí y, a menudo, el flagrante contradicción, cuando no enfrentados entre ellos. Esto hace que la parte conciente de la personalidad se encuentre desorientada por “oscuras fuerzas” que provienen de la parte inconciente. En un gran número de personas, estos conflictos psicológicos conducen a estados neuróticos. Otras, eluden estas “angustias metafísicas” manteniéndose en un estado robotizado. Solamente una minoría de humanos puede enfrentarse al proyecto de resolver armónicamente el desorden del “yo”. Este proyecto se inicia cuando se entra en el “Sendero de la Iniciación”.
Si han llegado hasta el comienzo de ese sendero es porque “presienten”, que en el centro de todos esos elementos complejos y confusos de lo que llaman “yo”, se encuentra un “Ello” (por usar un término de la Psicología), un “Centro”, un “Corazón”, una “Rosa”, algo que el la India llaman “Atman” y que es una “chispa divina” (sea lo que fuere que esto signifique), un símbolo de algo que nuestra conciencia aún desconoce.
Ser “Iniciado” es tener la posibilidad de alcanzar ese “Ello”, es “despertar” ese “Corazón”, coger esa “Flor de Oro” como proclama la alquimia china. Todas estas metáforas deben ser transmutadas en un conocimiento conciente. No es un conocimiento intelectual, es un conocimiento experiencial. El dios Jano decía: “Yo no enseño, despierto”. ¿Qué significa entonces el “despertar”? Que se ha de “trabajar” solo. Al principio uno está ocupado en darse cuenta de lo complejo que es su “yo” mientras descubre que ni la razón, ni la voluntad, ni la erudición, le prestaran alguna ayuda. Solo le queda espacio para mirar de frente sus “sombras”, mientras se confronta con cada elemento de los que integran su “yo” en un combate interior (una “Yihad”, una “Guerra Santa”). También se combate contra “monstruos interiores”. A veces se gana, a veces se pierde. Cuando se vence, no es para “eliminar”, sino para integrar, para equilibrar. Victorias y derrotas se suceden, hasta que por fin de alcanza el “ello”. Entonces se produce una transmutación alquímica. Los “metales se convierten en oro”. Lo que se encontraba disperso se reordena y se jerarquiza, aunque mejor decir “holarquiza” (de “Holon”). El “yo” y el “Ello”, el “Rey” y la “Reina”, se matrimonian en una hierogamia sagrada y el estado “profano” se trasciende.
¿Qué significa esto?
El Iniciado se ha reconciliado consigo mismo. Esta reconciliación ha tenido lugar en torno a ese “centro” o Atman que habita en cada ser humano. Solo, en absoluta soledad, ha recorrido el camino, aunque no siempre ha combatido solo. “Agentes desconocidos” (vírgenes, guerreros, monstruos, sabios, dragones, ogros…, junto con círculos, triángulos, números…) le han acompañado (remito al proceso de individuación de Jung para que entiendan de que se trata). Los ha sentido a veces, pasaron desapercibidos otras. Se encontraban “más allá” de las premisas racionales.

El “camino iniciático” no está exento de riesgos y dificultades. Cualquier “sacudida” al “yo” sirve para poner en cuestión falsos valores. Se está tentado en abandonar. Hay sacudidas más fuertes, pero más sutiles, como engañarse y tomar un elemento del “yo” por el “Ello”; o cuando uno se introduce en caminos sin salida buscando “ventajas” secundarias, “poderes” de videncia, de curación, etc., en lugar de tener fija la mirada en la finalidad última.
¿Qué sucede al final del camino?
Se ES. Tu intuición te lo dice. Al igual que te dice que existe una “unión”, no ya entre todos los Iniciados, sino entre todos los seres. Una “unión” que no es “administrativa”, una unión que no es comunicable a los hombres dormidos, de ahí que permanezca “secreta”. Aunque no lo será siempre. Rimbbaud lo había intuido: “Mi Yo es un Otro”. Los antiguos mayas decían al saludar “In lak´ech” (“Yo soy otro tú”) a lo que se contestaba “Hala K´in” (“Tú eres otro yo”)
Al comienzo, se posee conciencia de un determinado nivel que se corresponde con la capacidad de “conocer” que posee cada mente, lo cual depende, a su vez, de múltiples factores que afectan al cuerpo, a las glándulas y al sistema nervioso, para poder recibir una mayor energía. Cuando se adquiere conciencia de un nivel superior, automáticamente se proyectan a nuestros cuerpos energías más elevadas y penetrantes que nos permiten alcanzar mayores conocimientos y significados.
Esto conlleva un peligro: si no hemos adecuado nuestra cuerpo físico para ser el receptor de esas frecuencias más elevadas, estas pueden destruir nuestro sistema nervioso si son dirigidas hacia los centros que se encuentran por debajo del diafragma. Por eso la adquisición de conciencia debe comenzar desde la armonización de los centros, desde abajo hacia arriba.
Pero antes hay que entender y comprenderalgo”: cuales son los dos lados de la realidad. Cómo los percibimos y cómo nos relacionamos con ellos.
Al contemplar la superficie de una hoja. ¿Qué se ve sobre su superficie blanca?
R. Nada.
¿Y qué puedo escribir o dibujar en ella?
R. Todo.
Entonces esa Nada puede contener dentro de sí al Todo. Y ese estado llamado  Nada” y el “Todo” forman una Unidad completa.
Aquello que forma parte de la Unidad solo se hace visible y reconocible cuando se separa de esta Unidad, se aísla, y deja de pertenecer a la Unidad.
Imaginemos que una hoja de trébol rojo emerge hacia la superficie de la hoja de papel blanco y se hace visible. Esa hoja verde de trébol ya se encontraba ahí, en el interior del blanco de la hoja de papel, pero nadie podía verla y reconocerla de forma “positiva” porque descansaba sobre fu forma “negativa”, una dentro de la otra. Las dos aspectos de la hoja de trébol, el “aspecto positivo” y el “aspecto negativo”, descansaban en ese Todo que es la Nada de la Hoja en blanco. La física del color (vibraciones) nos dice que Todos los colores se resuelven en el Blanco (Nada).
Consideremos ahora algo muy importante: si la hoja de trébol aparece en la superficie blanca con un color “rojo”, eso quiere decir que ha dejado en el “Todo” el “negativo” de su imagen invisible, o sea su forma de color complementario, en este caso el “verde”. Cualquier cosa que uno pueda ver, es perceptible solo porque se ha separado de su mitad complementaria, y esta se ha quedado oculta en lo “invisible”, en estado no manifestado. Solo podemos conocer algo a través de la comparación de sus dos caras separadas: la positiva y la negativa. Mientras estas dos caras descansan una dentro de la otra, fundidas en una unidad, no podemos percibir nada ni reconocer nada.
La Creación solo es perceptible porque lo “positivo” aparece separado de lo “negativo”; de este modo podremos compararlos entre sí. No existe ningún “conocimiento” mientras la Unidad no se divide en dos mitades, una no manifestada y otra, su reflejo, manifestada, de modo que ambas se hagan perceptibles mediante la comparación. Siempre que se manifiesta algo en el mundo del “conocimiento”, la parte complementaria se encuentra en lo no manifestado. Cuando “callas”, el lado positivo del “callar”, el “hablar”, se encuentra en lo no manifestado; y cuando “hablas”, el lado negativo del hablar, el “callar”, se encuentra en lo no manifestado. Cuando surge una montaña, un valle debe surgir como su parte negativa. Sin valle no existiría la montaña.
Nunca algo se podrá manifestar, ni se podrá hacer perceptible si, al mismo tiempo, lo opuesto complementario, no esté presente en lo no manifestado. Cuando algo “positivo” se manifiesta, lo “negativo” se encuentra no manifestado, y viceversa. Donde algo aparece, debe estar también su parte complementaria, aunque sea solo en estado no manifestado. El hecho de ser complementarios los ata el uno al otro eternamente.
Así, pues, esta separación es solo aparente, pues las dos mitades complementarias, aunque separadas y escindidas de la Unidad, del Todo, no se alejan ni pueden abandonar la una a la otra. Por consiguiente, la Unidad inseparable, se manifiesta siempre y en todas partes, pues incluso en esta aparente separación continúa actuando como la omnipresente fuerza de atracción establecida entre lo positivo y lo negativo. Ambos, positivo y negativo, se esfuerzan por volver a su estado original, la Unidad.

El Árbol de la Creación entre los Aztecas
La Creación, el mundo perceptible es, como un árbol: a la derecha tiene frutas positivas buenas y a la izquierda tiene frutas negativas malas. Pero ambos lados nacen del mismo tronco y de la misma Unidad.
Es solo por esta escisión que el bien y el mal, que no son Principios Absolutos, surgen de la unidad que no es ni buena ni mala, solo ES. Las cosas toman el carácter “bueno” o “malo” cuando nuestras bajas conciencias se posicionan en uno de los polos y se radicalizan en el. Solo por esta escisión es posible el conocimiento. En consecuencia, el mundo cognoscible está compuesto de cosas buenas y malas, de lo contrario no sería cognoscible, ni siquiera sería posible.
Toda la Creación es el Árbol de la Ciencia del Bien y el Mal, pero el Ser Uno no es una mitad escindida y separada de su propia Unidad; constituye una Unidad consigo mismo. Él es la “Nada”, ante la cual se levanta y se manifiesta el “Todo”; pero en Él, Nada y Todo constituye una Unidad no separada.
Creación significa: una mitad escindida de su Totalidad y cognoscible a través de la comparación con la mitad complementaria, que permanece en lo no manifestado. Esta es la causa de que nunca se pueda encontrar ni reconocer al Ser Uno, el Creador, en la “creación”, pues aunque es “no-nata”, no nacida, carece de una mitad complementaria con la que pueda ser comparada. No existe ninguna posibilidad de compararlo con algo y, por tanto, tampoco existe ninguna posibilidad de “conocerlo”. ¡Solo se puede llegar a serlo!
El Árbol de la Ciencia del Bien y el Mal es un Árbol de la Muerte (de lo perecedero) ya que está en continua transformación de las formas, y el Ser Uno que habita en él, es el Árbol de la Vida que vive en todo lo creado. Todos los seres vivos, todos los planetas y galaxias, el propio ser humano, son los frutos del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal y, si viven, es porque la savia del Árbol de la Vida fluye por sus venas, porque el Árbol de la Vida fluye en ellos, y en nosotros.
Salimos de la Unidad para entrar en la Multiplicidad y en la diferenciación y nos convertimos en una creación manifestada. Todo lo que nos rodea no son más que manifestaciones perceptibles, mitades “buenas” y mitades “malas”, de cada unidad manifestada.
Nuestra conciencia ha entrado en estos cuerpos haciéndose idéntica con ellos. Comimos de la “fruta” del Árbol. “Comer” significa “hacerse idéntico” a lo que se come, eres aquello que comes. Y al identificarse nuestra conciencia con nuestro cuerpo, hemos comido del Árbol de la Dualidad. Con ello hemos entrado en el reino de la Muerte, en el Reino de lo perecedero, la “manifestación”.
Nuestros cuerpos son la consecuencia y el resultado de una escisión, son solo la mitad visible del verdadero “Yo”. La otra mitad permanece en la parte no manifestada e inconsciente de nuestro ser. Es completamente imposible vivir la Unidad “físicamente”; es imposible hacer que también la mitad invisible e inconsciente de nuestro ser se convierta en visible y corpórea. El que la mitad visible de vuestro ser se haya hecho visible es porque, aparentemente, se ha separado de la mitad invisible y complementaria. Pero a través de la Iniciación se puede llegar a vivir en nuestro cuerpo la Unidad con la mitad complementaria y alcanzar un estado “consciente”, un estado de mayor conciencia.
La tendencia hacia esta reunificación se encuentra presente en todo lo que ha sido creado. Toda criatura viviente busca instintivamente su parte complementaria, por esos las manifestaciones positivas o masculinas buscan a las manifestaciones negativas o femeninas. Y viceversa. El problema es que esta parte complementaria la buscamos “fuera”, no “dentro”, no en nuestro interior. Esta tendencia de las dos fuerzas es magnética y la encontramos en la más profunda estructura de la materia; sin ella no existiría la materia. Todos estamos “construidos” a partir de estas fuerzas atractivas que nos impulsan hacia la Unidad. Esta Fuerza es la fuente de todas las fuerzas que existen en el Universo manifestado. La Naturaleza aprovecha esta tendencia, proyectándola en los cuerpos. Su expresión es la energía sexual.
Mientras busquemos nuestra mitad complementaria fuera de nosotros, en la realidad perceptible, nunca alcanzaremos la Unidad, pues nuestra mitad complementaria no se encuentra fuera, en lo manifestado, ilusoriamente separada de él, sino en nuestro propio interior, del que no somos conscientes.
Observarse a uno mismo es el Trabajo que lleva a la Unidad. Al hacerlo, podremos llevar a nuestra conciencia la parte inconsciente de nuestro verdadero YO. Esta unión que tiene lugar en nuestra conciencia, pone fin a nuestras ansias externas y nos conduce a comer los frutos unificadores del Árbol de la Vida. El Árbol de la Ciencia siempre tendrá dos lados que se manifiestan polarmente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario