La Singladura de Occidente
Capítulo 64
Capítulo 64
La guerra entre los opuestos
Cualquier frontera, ya sea cerrada o abierta, da lugar a dos ilusiones:
si es cerrada, a un dentro y a un fuera; si es lineal, a un este y un oeste o a
un norte y un sur. Cuando estudiamos Geografía se nos explica que esos son
puntos referenciales, convenciones, pero que no tienen existencia real. ¿Por
qué entonces las demarcaciones que nosotros ponemos en nuestra realidad y
percepción personal si imaginamos que son reales? Tales fronteras son
ficticias, así como los opuestos que estas generan. No existen en la Realidad, solo en nuestra
imaginación.
(...)
Una leyenda egipcia cuenta que cuando el dios Thot entregó los
jeroglíficos a los hombres, el Dios Ptah le reprendió por haberles entregado un
arma terrible que les llevaría a evadir la realidad y quedar prendidos de las
palabras. La embriaguez que los nombres produjeron en Adán, y que le llevaron
hasta el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal,
se ha prolongado hasta nosotros. Pero Adán tuvo que pagar un alto precio por
ello: al reconocer la diferencia de los opuestos y trazar una demarcación, su
mundo paradisiaco, sin fronteras, quedo destruido y el Árbol de la Vida quedó fuera de su
alcance, en el Más Allá. A la vez, el mundo de los opuestos se revolvió contra
él y le acosó, y todo el espectro de los opuestos cayó sobre la humanidad
futura.
Adán comprendió también otra cosa: nombrar, delimitar una frontera,
significa también tener que luchar en una guerra interminable. Cuanto más
perseguimos aquello que consideramos el Bien,
tanto más nos desazonará el Mal;
cuanto más éxito buscamos, mayor será
nuestro miedo a fracasar; cuanto más valor asignemos a algo, más nos
obsesionará su pérdida. La mayoría de
nuestros problemas son las fronteras que hemos establecido y los opuestos que
estas han generado. Mientras los materialistas
se empeñan en reducir el Espíritu a la Materia; los idealistas
se empeñan en lo contrario; mientras los monistas
especulan en como reducir la pluralidad a la unidad, los pluralistas se afanan en querer explicar la unidad como pluralidad.
Ante tanto problema de presuntas realidades duales, nuestras soluciones
intentando eliminar uno de los opuestos se muestran ineficaces. Ningún extremo
dominará jamás al otro ya que la frontera
marcada no es real. Nos ofuscamos
intentando manipular los opuestos, pero jamás se nos ocurre cuestionar la frontera como tal; y como nos empeñamos
que esta es real, imaginamos con terquedad que los opuestos no se pueden
reconciliar. Entonces soñamos con que algún día, en un futuro imaginado, uno
derrotará al otro y nuestros problemas se solucionaran.
La solución estriba en comprender que lo que consideramos opuestos solo
son aspectos complementarios de una única realidad. Que los opuestos son
inseparables, es algo que nos resulta muy difícil, si no imposible, de creer.
Es cierto que en la
Naturaleza podemos observar una infinitud de líneas y
superficies que parecen demarcar fronteras: la línea de costa entre la tierra y
el mar, el contorno de las hojas, la piel de los animales, la membrana de las
células… Pero esas líneas no representan una separación. Lo podríamos representar
con el canto de la moneda de la que
hablábamos en un artículo anterior. Algo por donde lo aparentemente opuesto
queda vinculado. Solo nuestra ceguera, nuestra falta de comprensión de la
realidad, ve en la línea separación.
Las fronteras y sus opuestos se concretan y materializan cuando
comenzamos a asignarles palabras y nombres. Al no ver que los opuestos no son
más que dos nombres diferentes para un único proceso, nos imaginamos que son
dos procesos diferentes y enfrentados. Nuestros problemas vitales tienen su
asiento en la ilusión de que es posible separar y aislar los opuestos y en la
creencia que así debe hacerse.
La solución a este problema estriba en renunciar a las fronteras, a las
líneas que trazamos para delimitar las cosas. Una guerra entre opuestos es un
síntoma de que estamos tomando como real una línea que separa un aquí y un allá,
y si queremos curar el síntoma deberemos ir hasta la raíz del problema:
nuestras fronteras son ilusiones.
¿Qué pasa entonces con las Ciencias y con nuestros saberes establecidos
sobre demarcaciones? Si me duele el estómago no se trata de que tenga que
renunciar a la medicina; tampoco tengo por qué renunciar a los logros de la industria
o la técnica… No se trata de eso, pues renunciar
a algo también es un opuesto a aceptar.
De lo que se trata es de desertar de la ilusión que de estas fronteras depende
nuestra felicidad. Cuando comprendemos que los opuestos son uno, la discordia
se disuelve y el Árbol de la Vida, que quedó en el
Paraíso custodiado por un Ángel, vuelve a aparecer ante nosotros mostrándonos
el eterno e incansable fluir de la
Vida.
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