domingo, 28 de mayo de 2017

Música y misticismo


<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 14/11/1993>
<PAGINA>: LA OTRA PALABRA
<TITULO>: Música y misticismo
<SUBTÍTULO>: Reflexiones sobre un concierto de sitar
<AUTOR>: Alfiar
<SUMARIO>: El sitar, un instrumento musical adecuados para alcanzar el equilibrio interno y la elevación espiritual del alma y el cuerpo.
<ILUSTRACIÓN>: Fernado Díez
<CUERPO DEL TEXTO>:


       El pasado día 28 y 29 de Octubre, el Aula Libre de Orientalismo y Ecología, ALOE, organizó en el Salón de Actos de Caja Canarias, un doble acto cultural. Con él, pretende iniciar un proyecto cuyo nombre genérico es "Comprender: un paso hacia la felicidad".
El acto dio inició con unas palabras de Alejandro Togores, alma de ALOE, que hizo la presentación de ese controvertido personaje que es Fernando Sánchez Dragó; este, a su vez, era el presentador de Fernando Díez quien, al día siguiente, nos deleitaría con un exquisito concierto de sitar.
(...)
Alejandro, nos ofreció la primicia de un video sobre el propio Fernando Díez y su música. Las imágenes que presenciamos fueron hermosas y sugerentes de otros espacios de la realidad. En ellos, las sensibilidades de las imágenes creadas por Alejandro y de los sonidos del sitar de Fernando Díez, se mezclaba con la belleza natural de los rincones de Huelva, allá por los pagos perdidos de la Alcarria.
Ante un auditorio abarrotado, la conferencia de Fernando Sánchez Dragó versó, con el título de uno de sus libros, "El Camino del Corazón", sobre las aventuras y desventuras de tan ilustre castellano, que no manchego, por tierras de Asia. Su gran capacidad fabuladora y el poder evocador de su palabra hizo que pasáramos una primera parte de la velada sumergidos en lo que para él era su camino iniciático.
 Repitió anécdotas ya contadas en otras ocasiones y, como no podía menos de ser, tratándose de quien se trata, cuando llegó la hora de las preguntas, el Fernando Sánchez Dragó controvertido y polemista, hizo su aparición para enarbolar la bandera de cruzado contra el contubernio “judeo-comunista-capitalista de los norteamericanos anglo-cabrones”, como los causantes y únicos culpables de todos los males que aquejan a este enfermo, cansado, sufrido y moribundo planeta y al resto de los pueblos que sobre él habitan.
Sin comentarios, que podría haberlos y muchos. No es esa la labor de la Otra Palabra. Cada cual es libre de resolver a su manera los problemas de su Sombra y de proyectarla allí donde quiera, que la Vida se encarga con su sabio y duro consejo el enseñarnos por donde discurre el Camino del Corazón.
Al día siguiente, el 29 de Octubre, fue el concierto de Fernando Díez. Nace en Madrid un 3 de Agosto de 1944. A los 29 años siente la llamada de la India y un 1 de Abril de 1973 inicia la primera de sus varias etapas de aventurero y hippie, lo que le hace irse adentrando en una vida de asceta.
En la India conectó con un maestro de sitar. A fuerza de empeño y tesón consiguió que le hiciera su discípulo. De él aprendió a lo largo de siete años. A su vuelta a España, se traslada a Hueva, pueblecito de la provincia de Guadalajara, donde vive con su mujer y sus tres hijos. Periódicamente regresa al Ganges para continuar su trabajo de purificación. Prepara tres libros; dos, sobre sus experiencias en la India: "India, historia de una búsqueda" y "Varanasi junto al río"; el tercero es un ensayo práctico sobre la música titulado "Música mística y trabajo interior".
Fernando ha hecho del sitar, un instrumento mágico y sofisticado, el vínculo que le une a otra tradición y a una música sensible, femenina y emotiva que despierta evocaciones en lo más hondo de nuestra naturaleza.
El sitar está hecho de elementos naturales: una calabaza que sirve de caja de resonancia, recubierta de madera, y un largo traste con el que modular la pulsación. Tal vez por eso es el instrumento más adecuado para alcanzar el equilibrio interior de nuestra naturaleza.
Debido a ello, a su gran facilidad para unir cuerpo y alma, el aspecto femenino del ser, he pedido a la otra parte de mi mismo, a mi complementario femenino, que haga una reflexión sobre lo que fue para ella la audición del concierto de sitar.
REFLEXIONES SOBRE UN CONCIERTO DE SITAR.
Me pides que escriba unas palabras sobre lo que sentí oyendo el concierto del otro día. Y es tan difícil para mi el poder expresar en sonidos lo que aquél otro sonido despertó en mi alma, como intentar fotografiar el canto de un pájaro al amanecer.
No llevaba al concierto ninguna pretensión. No iba predispuesta a lanzarme de cabeza a un mundo de emociones ni de dulzuras. Ni tampoco a ejercer una crítica fría y razonada sobre lo que iba a acontecer. Simplemente, iba a escuchar.
Cerré mis ojos habiendo situado dentro de ellos la simplicidad del escenario: un paño blanco, un hombre de aspecto ascético sentado con una extraña postura en sus piernas, y, apoyado en ellas, el sitar. Vi la imagen, la retuve un segundo y la aparté de mi.
Empezaron a sonar las notas de una música extraña. Extraña, pero no ajena, porque algo dentro de mi, en algún perdido rincón, recordó aquél sonido, aquella fragancia de las notas. La música era extraña porque no respondía a los patrones conocidos por los que hemos aprendido a oírla.
Unas notas agudas marcaban el ritmo, un ritmo no acompasado, desigual en sus espacios, inquietante a veces por esta falta de espacios dentro de un tiempo. Pero este sonido dejaba de tener importancia al fijar la atención en el otro sonido acompañante. Ahí no hacia falta ni ritmo, ni espacio, ni regla alguna. La suavidad, la caricia de la nota al sonar, llenaba el aire de ondas redondas.
Era tan suave el quejido de la cuerda, tan casi audible, que flotaba entre la cuerda y el oído como una caricia de terciopelo. Ella contaba una historia, un canto de sentimiento, de amor, de quejido de amor. Repetía la frase, la volvía a cantar con acentos más tiernos, la deletreaba, se paraba, insistía en su voz, y volvía luego a proseguir el canto pasando a decir otra frase en donde la historia seguía su curso.
Hubo tres historias dentro del mismo canto, pues por tres veces las notas agudas que golpeaban el ritmo sufrieron transformaciones. La voz cambió, hubo más fuerza en su ritmo, los espacios encajaron en el tiempo, la mano derecha impuso un mundo concreto de forma sólida para que sirviera de base a la nueva historia que la mano izquierda iba a contar.
Y siguió el baile de las notas en una cascada de armonía que en ningún momento subió de tono ni perdió su dulzura. Las notas subían y bajaban, temblaban como gotas de agua a punto de desprenderse de los hilos invisibles de la luz. Y en ese temblor, las mil sugerencias de pensamientos sublimes, de silencios del alma, del sentir de las fibras más ocultas de aquellos corazones que escuchaban y temblaban en una vibración unida y acorde con el corazón del músico que al crear aquella maravilla, proyectaba en ella los estados sublimes de su conciencia.
El tiempo dejó de tener realidad. Las tres canciones quedaron en el aire tan fuertemente creadas, que los que oíamos fuimos incapaces de romperlas con el aplauso. La música estaba allí, viva, sólida, tan tenue como los hilos de una araña, pero tan deslumbrante como si el sol hubiera entrado de pronto inundándolo todo con sus rayos.
Fue un regalo para el alma poderlo escuchar. Fue un gozo para los sentidos perderse entre aquellas notas. Algo nuevo nació: un espacio armónico en donde una gota de pureza tomó refugio. Fue un compartir de almas, en donde el intercambio llegó a la reverencia, donde el don de los ángeles repartió la parte sublime que se encierra dentro del hombre a manos llenas. No hubo nada más simple ni más hermoso, ni más fragante, ni más puro: nos regaló una gota de agua con un arco iris dentro. Gracias, Fernando.

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