lunes, 22 de mayo de 2017

La Singladura de Occidente 62

La Singladura de Occidente
Capítulo 62
Divididos por la mitad (V)
 
Lo que la Antigüedad nos dice (entiendo por Antigüedad todo el Saber acumulado por la Humanidad a lo largo de miles de años y que la Ciencia desprecia por considerarlo antiguo y obsoleto, al encontrarse expresado en otro lenguaje -simbólico y mítico-, y que se niega a considerar) es que el ser humano es algo más que su entorno, pues posee un atisbo de otra cosa, cierta energía, que le permite ser más inteligente que la Vida en cuyo seno se encuentra.
No es difícil percibir que tenemos una superficie que se roza con la superficie de la Vida, y que entre esas dos superficies discurre nuestra propia vida, y que ese discurrir lo hace entre y por los opuestos. En nuestro caso hemos de comprender además que no solo tenemos una superficie física, sino que también tenemos una superficie psicológica.
La realidad es que nunca nos preocupamos por nuestra superficie psicológica, suponiendo que pensemos en ella; para la mayoría solo es esa atracción que se deja llevar por lo que acontece, por las opiniones de los otros, por lo que escuchamos, por lo que leemos…, por el qué dirán. Las tradiciones antiguas dicen que si es así estamos muertos. Porque a menos que uno sienta que se está viviendo la vida, se está muerto, pues no existe tensión entre las dos superficies, la superficie de la vida y nuestra propia superficie. Estar vivos es sentir la tensión que se genera entre ambas. Tiene que ver con la Termodinámica y la Entropía. La vida fluye por nosotros cuando nuestra temperatura es más alta que la temperatura de la vida.
Nuestra superficie, ya sea física o psicológica, intelectual o emocional, nos separa de la vida exterior en la que estamos inmersos. Todas las cosas tienen una forma particular cuya superficie las separa de aquello dentro de la cual viven. Pero el hombre dispone, además de su superpie física, de otra superpie, algo que, al menos apartentemente, no poseen las formas de la naturaleza: una superficie psicológica. Los griegos dirían que dispone de una psique. Por ello el hombre es el único ser de la naturaleza que parece disponer de un destino físico y de un destino psicológico. Y, ambos, son opuestos, aunque complementarios.
Debemos darnos cuenta de un hecho: vivimos en este planeta entre opuestos. Debemos comprender que cuando se está en un opuesto (siempre estamos en alguno), no solemos tener conciencia del otro, y viceversa. El problema es que no podemos escapar de los opuestos, a menos que sepamos como hacerlo y, desde luego, no es aniquilando uno de ellos. Es necesario, primero, ver ambos lados de uno mismo, y es preciso ver la forma en que un lado ayuda al otro. Esto requiere de un pensamiento doble, de una conciencia doble. Requiere tener plena conciencia de sí, no solo de nuestro lado externo, sino también de nuestro lado interno.
¿Qué significa esto? Significa que hemos de conocernos y luego nada en exceso.
¿Qué significa exceso? Significa que oscilamos demasiado a la derecha y luego demasiado a la izquierda en el movimiento de nuestro péndulo interno. Nada es más penoso que la bondad excesiva, o nada es más irritante que la intransigencia excesiva. Todas nuestras formas de vanidad y de orgullo, nos permiten creer que solo hacemos el bien y que por ello debemos ser merecedores de admiración y recompensa. Pero nuestro equilibrio, el caminar con las dos piernas, nada tiene que ver con el orgullo, la vanidad, o la admiración, ni siquiera con la necesidad inconsciente que tenemos de estas cosas.
El Evangelio (aclaro que para mí solo es una historia mítica) dice:  Bienaventurados los pobres de espíritu”. Ser pobre de espíritu, en el lenguaje simbólico de mito, significa “no identificarse con uno mismo, con lo que uno cree que es”. Un aforismo sufí dice: “Toda vida verdadera es la paz y la armonía de los contrarios. La muerte se debe a la guerra que existe entre ellos.


Para los griegos, cuando un opuesto pasaba los límites del otro, se decía que existía un estado de Injusticia. La Justicia o Rectitud se consideraba como un estado de equilibrio (La Justicia sostiene una balanza equilibrada en su mano, y desde luego no es ciega, pero si consciente de la polaridad representada por los dos platillos de la balanza). El Hombre Justo, en casi todas las tradiciones, es el Hombre Recto, el hombre que está en equilibrio entre los opuestos y no sobre ninguno de ello. La diosa egipcia Maat, que representaba el orden equilibrado, tenía por símbolo una pluma de ave, por ello se encontraba presente cuando el alma (el Ka) del difunto era pesada ante Osiris. La pluma, en un platillo de la balanza; en el otro, el Ka. Ambos debían permanecer en equilibrio. Un hombre así, un hombre justo, nada tiene que ver con los caprichos de sus deseos, de sus emociones o de sus impulsos instintivos, que oscilan entre los opuestos, eternamente, incansablemente, como el Yin y el Yang.

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