domingo, 5 de marzo de 2017

El Poder de las lágrimas.


<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 26/09/1993>
<PAGINA>: LA OTRA PALABRA
<TITULO>: EL PODER DE LAS LÁGRIMAS.
<SUBTITULO>: Transmutación de nuestra realidad cotidiana.
<AUTOR>: Alfiar
<SUMARIO>: Las lágrimas son ese líquido acuoso que muere evaporándose después de dejar testimonio.
<ILUSTRACIÓN>: Hoy, triturada mi última lágrima, me he levantado a mí mismo hasta la altura de la conciencia y he alcanzado mi alma.
<CUERPO DEL TEXTO>:
Dice el Diccionario de los Símbolos que la lágrima es "una gota que muere evaporándose después de dejar testimonio"; y que por ello es el símbolo del dolor y la intercesión. A menudo, la lágrima es comparada con la perla y con la gota de ámbar. En la Mitología Griega, las lágrimas de las Heliades, hijas del Sol, se transforman en gotas de ámbar. Si nos fijamos en la definición de lágrimas, podremos descubrir cual es el secreto del llanto: Gotas que mueren evaporándose después de dejar testimonio.
(...)


La lágrima es ese líquido acuoso que segregan los ojos: los órganos de la visión y de la luz. Y el agua se evapora cuando se calienta por la acción del fuego. Pero esta gota de agua que es la lágrima, además de evaporarse por el fuego -una combustión que produce luz-, deja testimonio.
¡Qué maravilloso es este trabajo de desentrañar con la luz -aunque sea con la luz lunar-, los misterios que se encierran en las metáforas! ¡Conocerlos, tomar conciencia de ellos, y sobre todo, verlos reflejados, actuando en la experiencia de nuestra vida diaria!
¡Dejar testimonio!
¡¡HE AQUÍ A LA CONCIENCIA!!
Porque si mi llanto es mero lamento y queja, si es un llanto estéril, y por ello inútil, no deja huella. Y no la deja porque me resisto a que los avatares que me presenta el destino, aquellos que conforma mi vida, luchen su combate, entre la Luz y la Sombra que hay en mí, con la espada del llanto. Si esto es así, no hay conciencia.
Pero si soy sabio, si conozco que ese llanto -"partido en dos mitades", dirá otro poeta, Blás de Otero-, llanto inevitable, me lleva hacia la Luz; si tengo conciencia de por qué lloro -y lloro por lo que lucha en mí, por lo que muere y resucita en mí-, entonces, mis lágrimas dejan testimonio: una huella indeleble en el alma, una sabiduría transfigurada con la que se va aprendiendo a diferenciar que la luz reflejada, la Sombra, no es la verdadera luz.
Esta lágrima metamorfoseada en perla, en gota de ámbar, y que por esta transfiguración testimonia su valor, es el tesoro oculto por el que dice la parábola que hay que venderlo todo.
La perla es un símbolo lunar ligado al agua y a la mujer, a lo femenino esencial de nuestra naturaleza. Encerrada en su concha es el principio YIN del Universo: la feminidad creadora que nada tiene que ver con lo femenino biológico. Considerada místicamente, la perla es símbolo de la sublimación alquímica de los instintos, de la espiritualización de la materia y la transformación de los elementos, el término de la evolución en su polaridad femenina.
El ámbar, resina fósil de coníferas, es el símbolo del principio YANG del Universo. Fue Tales de Mileto el que descubrió en el 600 a.d.C. las propiedades magnéticas y eléctricas del ámbar amarillo, al que los griegos llamaban electrón, de donde deriva electricidad, luz. Aquí la Ciencia y la Metáfora se unifican de nuevo para indicar que el hilo psíquico que enlaza la energía individual con la energía universal es esa corriente eléctrica que produce luz.
En los mitos celtas hay un personaje llamado OGMIOS. Es representado en la forma de un anciano que arrastra tras de sí a un multitud de hombres a los que tiene atados por las orejas por medio de una cadena de ámbar. En Física, el campo eléctrico es inseparable del campo magnético, y es por ello que la luz atrae, como el Amor.
Así, en la semejanza y la correspondencia, estos cautivos enlazados a Ogmios por la cadena de ámbar que une sus orejas son la imagen que muestra la relación que existe entre la corriente espiritual que se establece entre todos aquellos que escuchan el sonido -la Palabra-, de la Enseñanza Espiritual. Cautivos que podrían huir a causa de la fragilidad de la cadena, pero que sin embargo prefieren seguir, consciente y voluntariamente, a su guía y maestro.
En otros contextos, a los héroes y santos se les suele atribuir un rostro de ámbar. Lo que viene a significar que un reflejo del Cielo se manifiesta en su persona. Hasta el mismo Apolo derrama lágrimas de ámbar cuando, desterrado del Olimpo, expulsado del Paraíso, marcha al país de los Hiperbóreos. Lágrimas que expresan el lazo sutil que aún le unen con el pasado, así como la nostalgia de ese pasado perdido.
Son muchas las referencias mitológicas que hacen del ámbar un símbolo de las esencias celestiales. Sólo he querido mostrar que la lágrima que deja testimonio está llena de un rico simbolismo, cuyo significado último está en la transmutación de la Sombra en Luz. Por ello dice el poeta:
"No hay en el mundo nada más grande
que mis lágrimas,
ese aceite que sale de mi cuerpo
al pasar por las piedras molineras
del sol y de la noche."
León Felipe
Si nos fijamos bien, entenderemos que las dos mitades de nuestra realidad, esas que son distintas y opuestas, pero de la misma naturaleza -la Luz y la Sombra-, son las piedras molineras de las que se extraen las lágrimas, ese aceite, fruto último del olivo, el árbol de la diosa Atenea, símbolo de prosperidad y de alegría, también de fraternidad, y con el que se unge a los elegidos y a los iluminados. Ese aceite es también el combustible que alimenta las lámparas que somos, el combustible de la Luz.
Y como hemos señalado, ese combustible, ese aceite, esa lágrima que deja testimonio, esa agua salada con la que el hombre tiene que lavar las heridas después de librar el combate, es segregada por un acto: la molienda. Así, cuando los eventos de nuestra vida y nuestra reacción a ellos, pasan por las piedras molineras, una sol y la otra noche -nuestra luz y nuestra sombra-, y son trituradas con nuestra cooperación, se obtiene ese provecho espiritual, ese aceite que es el combustible de la luz. Y la lágrima se transforma así en perla, en gota de ámbar, por la que quedamos enlazados a nuestra ascendencia celestial.
Cuando esos actos pasan por nuestras piedras molineras sin que segreguen conciencia, sin que dejen huella, se convierten en meros actos mecánicos que no aportan ningún provecho.
En otro momento hemos hablado de la profunda relación simbólica que existe entre el alma y la piedra. Y las piedras molineras, las piedras de moler, agujereadas por su centro, una plana y otra cónica, signos solares y lunares, luz y sombra, hacen referencia al ciclo de la liberación del alma por el proceso de muerte-renacimiento.
Por largo tiempo las ruedas de nuestros molinos internos trabajaron y trabajarán aún. Por largo tiempo trituraron todo aquello que era pesado, oscuro y estéril para convertirlo en combustible de la Luz. Pero un día, después de que hayan funcionado hasta gastarse, después de que el último evento de nuestra existencia terrenal haya sido triturado y ya no quede ningún combustible que transmutar, aparecerá la LUZ. Y, en ese momento, como dice el poeta: "las lágrimas alcanzarán el Sol".
Entonces, los ojos, esos órganos de la percepción sensible, esos canales de la luz, esas ventanas del alma -el derecho se refiere al Sol y el izquierdo a la Luna-, dejarán por fin de llorar.
Lo harán porque habremos recobrado el Paraíso, porque habremos unificado su visión en un tercer ojo espiritual -el ojo frontal de Shiva-, el Ojo del Corazón. Y ese día el hombre verá, verá la Luz. La verá porque él, el Hombre, será la Luz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario