La Singladura de Occidente
Capítulo 56
Capítulo 56
Las dos corrientes de nuestra globalización
Volvemos a Morin: “La prehistoria fue de hecho una primera
mundialización. Dispersó lo que la segunda, varios milenios después, iba a
religar” (“El Método 5”,
pg. 253).
(...)
Aunque hubo muchos intentos
anteriores, el comienzo de este religar se inicia en el Sigo XV. En la Europa Occidental aparece un
puñado de pequeñas naciones que van a desarrollar lo que se conoce como el
nacimiento de los Estados Modernos. La España de los Reyes Católicos fue la primera.
Estos nuevos Estados, apenas nacidos, se lanza a la aventura de explorar el
mundo conocido para conquistarlo.
Este proyecto de planetización, iniciado
por España y Portugal, se lleva a cabo a través de la violencia, la destrucción,
la esclavitud y la explotación de los recursos humanos y naturales de África,
Asia y América. No mucho tiempo después, Inglaterra y los Países Bajos también
se arrojan sobre el mundo con la intención de devorarlo. Este segundo intento
de globalización aún no ha terminado.
La segunda fase de este proceso
de globalización, llamado colonialismo, ocurre en el siglo XIX y lo llevan a
cabo Inglaterra, Holanda y Francia a las que luego se suman otras potencias
europeas. El siglo XX nos trae la aceleración de esta globalización general. En
1989 la palabra “globalización” ya ha
calado en las mentes de las gentes. Pero no olvidemos que todo comenzó en 1492
con Colón.
El dominio del mundo por
Occidente ha dado lugar a que pueblos, culturas, costumbres, técnicas, arte,
música, etc., etc., se encuentran mezclados por doquier en un mestizaje cada
vez más complejo, y ha originado que cada parte del planeta forme parte del
mundo; a la par que el mundo se ha ido introduciendo en cada una de sus partes.
Es como en un holograma donde cada punto del holograma contiene toda la
información de la totalidad de la que forma parte.
Gaia, en tanto que todo, se
encuentra cada vez más presente en cada individuo que puebla el planeta. Los
medios y redes de comunicación están volviendo a reconectar los fragmentos de
humanidad que, desde los homínidos, se habían dispersado por el mundo. Y,
aunque no en sus conciencias, si comienzan ya a configurar un proyecto llamado
Humanidad.
Pero he aquí que esta megamáquina
expansiva y dominadora, advierte de pronto que una fuerza antagónica tiende a
contrarrestarla y a desviarla de su proyecto. Surgida también, igualmente, de
nuestro pasado remoto, lleva en si un proyecto de mundialización.
Si el impulso reciente de
expansión y dominio lo hemos situado en 1492, el de esta segunda fuerza
contraria podemos situarlo en la figura de Bartolomé de las Casas y su defensa
de los indios durante las reuniones de la Controversia de Valladolid
de 1550-51. Esta fuerza desarrolla el impulso universal del humanismo europeo,
que se plasma, siglos después, en la Declaración de los Derechos del Hombre, en el
derecho de los pueblos a disponer por si mismos, en el valor universal de la Democracia, en las
Cumbres de la Tierra,
en la lucha y emancipación de las mujeres... La lista es larga.
Así se ha ido desarrollado otra
globalización, aún no muy evidente, pero que empuja con fuerza, que ha
terminado en llamarse, en el presente, antisistema.
Nos habla de una nueva ciudadanía a cuya defensa se dedican organizaciones como
Amnistia Internacional que denuncia
las torturas y atrocidades de los Estados; Survival
Internacional, que intenta defender a los pueblos amenazados de exterminio;
Greenpace, que intenta salvaguardar
la biosfera; Attacl, que intenta interrumpir
la especulación financiera internacional, así como cientos de asociaciones no
gubernamentales a lo largo y ancho del planeta.
Las corrientes dominantes de
explotación y dominio, están siendo contrarrestadas por contracorrientes que
reaccionan en sentido contrario a las imperantes en los Estados y los Imperios.
Contracorriente ecológica; rechazo a la invasión generalizada de lo
cuantitativo en detrimento de lo cualitativo; por ejemplo: la calidad de la
vida; resistencia a la primacía del consumo estandarizado; salvaguarda de las
identidades y cualidades culturales; emancipación frente a la tiranía del
dinero (aún en sus inicios); oposición a la vida prosaica y utilitaria;
reacción a toda forma de violencia…
Morin señala que todas estas
corrientes tenderán a intensificarse y a oponerse cada vez con más fuerza. La
globalización tecnoeconómica se encuentra institucionalizada y animada por el “pensamiento único”; la otra, se
encuentra en estos momentos llena de dificultades para dar forma a la
ciudadanía planetaria. Ambas globalizaciones, como los polos de un imán, son
inseparables. O encuentran un punto de equilibrio, o una destruirá a la otra. Y
la que gane, sea cual fuere, precisamente por estar polarizada, destruirá
también todo intento de crear una sociedad-mundo
llamada Humanidad.
Si existe un destino histórico (es solo una utopía), parece
haberse imbricado en un destino planetario. Puede que hayamos ido tan lejos que
nuestra singladura, como la de Ulises, que después de todo no hemos podido o no
hemos querido resolver ninguno de los problemas con los que nos hemos
enfrentado. La dinámica de la corriente es que los seres humanos seguiremos
siendo arrastrados y zarandeados por las corrientes que agitan el fluir de la Historia y del Universo y
sobre las cuales apenas sabemos nada y sobre las que carecemos de control. Si
la guerra, nuestra realidad endémica, es el testimonio de nuestra incapacidad
para regular la complejidad de nuestros problemas básicos, problemas que,
contra lo que se dice, no son problemas técnicos, no son problemas de eficacia y de ganancia. Son problemas de conciencia,
de consciencia planetaria.
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