domingo, 18 de diciembre de 2016

La Singladura de Occidente 51

La Singladura de Occidente
Capítulo 51
La postura racionalista.
 
Schroedinger decía: “El sabio no tiene que preocuparse por las aplicaciones que los políticos saquen de sus descubrimientos. Yo no trabajo para un fin utilitario, sino por simple amor a la investigación. Esto no deja de ser una mala postura. Esta es también la postura de cualquier historiador, arqueólogo o antropólogo. Todos se guardan muy bien de suponer una finalidad en los acontecimientos que observan y describen: cualquier cosa que sea el objeto de su observación procede siempre de unaa causa a un efecto que ignora y no existe ningún otro camino posible.
(...)

Pero, en este planteamiento hay un problema: una causa que entraña una importante consecuencia. Desde el punto de vista de la energía, ninguna causa puede producir un efecto sin una gasto energético y, éste gasto impide el retorno al estado anterior. Ello hace que las informaciones recogidas por el observador científico presenten necesariamente los fenómenos bajo un aspecto irreversible (Principio de Carnot: “en una transformación cíclica-monotermal puede haber trabajo consumido y calor producido, pero no a la inversa.”). En conclusión: fuera de un circuito monotermal, este calor producido será siempre emitido de un cuerpo más caliente a otro más frío, donde será inutilizable. Por otra parte, se puede convenir que el principio teórico de la conservación de la energía, “la energía en un sistema aislado se conserva cambiando de forma jamás se verifica. Ya que toda transformación (de energía eléctrica a energía química o cinética, por ejemplo) va acompañada de un calentamiento de la porción del circuito donde se efectúa la transformación (Efecto Joule), y la producción de esta energía térmica irrecuperable corresponde efectivamente a una pérdida de energía…, fenómeno irreversible. De hecho, una cierta parte de energía se degrada cambiando de forma: se convierte en calor, y este calor jamás volverá a convertirse en energía, por lo menos integralmente. ¿Pero quién ha dicho que la Vida, el Universo, una en el otro, son sistemas aislados?
Ya Rudolf Clasius determinó que “todas las transformaciones de energía no son posibles, sino solo algunas de ellas y en ciertas circunstancias”. En Física se da el nombre de entropía a la medición de este grado de irreversibilidad del fenómeno, y constata que “en un sistema dado, la entropía total solo puede crecer y nunca disminuir.” Así que la Ciencia solo estudia los vestigios de las destrucciones (ruinas) dejados en el “orden de la naturaleza” por los acontecimientos anteriores a su propia observación. A veces, sin confesarlo explícitamente, el científico postula la existencia de un Origen al que llama Big-Ban, cuyas observaciones no le revelan más que una creciente degradación porque considera que el Universo es un sistema aislado. Y si hoy admite que algo se pierde, desde ese Origen que niega al Pensamiento Mítico, continua creyendo que nada se Crea.
El punto de vista del historiador, el arqueólogo o el antropólogo no difiere de esta idea. También constata en los siglos pasados solamente caminos catastróficos: las civilizaciones se derrumban, las culturas se extinguen, llegando, igualmente, a la conclusión que todo se deteriora y termina en la nada. Solo varía el tiempo del proceso: siglos para las naciones, milenios para las razas, millones de años para la Humanidad. Pero como el físico, que no puede comprender ese Origen que siempre se le escapa, el historiador tampoco puede comprender como nacen las razas, las civilizaciones, las lenguas, las culturas, ya que sus observaciones jamás le dan la clave de estas primaveras, hundidas en periodos que juzga míticos y legendarios y que renuncia a conocer. Esta es la causa de que la Historia que se enseña, de siempre la impresión de ser una crónica fallida.
¿No habría que considerar esta desesperación racionalista algo irracional al no apoyarse en prueba alguna? Solo sabemos que ninguna información racional puede llegarnos de lo real a no ser que esté sometida a esta ley. Convendría entonces preguntarse si la información da cuenta de todo lo real, o si la sumisión del observador a la flecha del tiempo pasado-futuro no entraña para él, necesariamente, una visión entrópica del Universo; es decir: si el culpable es ese Origen que niega, o lo es la Ciencia racional, comparable al niño que rompe todo lo que toca y se excusa diciendo: ¡Yo no he sido!
Hasta hace no mucho tiempo, la razón no había podido demostrar una no-entropía (neguentropía) paralela a la degradación observada; bien porque esta neguentropía no existía, bien porque el razonamiento causal no se prestaba a su demostración. Esto plantea dos cuestiones: 1) ¿Podemos identificar la flecha pasado-futuro con la entropía universal que dice constatar? 2) ¿Se constataría igualmente la entropía fuera de esta flecha del tiempo?
A la primera cuestión, el espíritu racionalista, desde hace casi trescientos años, no ha dejado de contestar negativamente. Se ha convertido en acto de fe que la representación no puede ser destructora de la situación, o que la información es el factor del estado de organización. Esto era lo que creían los enciclopedistas. Respecto a la segunda cuestión, la mayoría de los descubrimientos científicos parecen atestiguar que existe el fluir efectivo de una neguentropía obtenida racionalmente a la que llaman Progreso. Aunque esto solo ha sido una ilusión, una fe en la que aún cree el hombre corriente. Nuestros padres se ufanaban al proclamar que la razón era la responsable de los hallazgos científicos que convertirían nuestra vida en un Paraíso; pero la evidencia demuestra que ningún invento ha tenido como origen directo una idea racional, habiendo intervenido en ella el error y el azar. Claude Bernard confesaba la importancia del influjo del azar en la investigación científica. Y esto es neguentropía, pues ello retroalimenta el proceso.

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