<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 08/08/1993>
<PAGINA>: LA OTRA PALABRA
<TITULO>: El camino de la soledad.
<SUBTITULO>: Al otro lado del Paraíso.
<AUTOR>: Alfiar
<SUMARIO>: Para desarrollar las facultades adquiridas en la matriz, necesitamos "nacer" a un medio nuevo. Necesitamos salir del Paraíso.
<CUERPO DEL TEXTO>:
En el siglo II de la
Era Cristiana, vivió en Siria un anacoreta llamado Filoxenos.
Predicaba que para encontrar la propia identidad era necesario estar solo.
¿Han pensado alguna vez que solo la soledad hace que nos experimentemos
a nosotros mismos como individuos? ¿Hemos tomado conciencia de que vivimos
encerrados en un vientre social, en
una matriz colectiva? ¿Alguien ha
comprobado que en ese claustro no tenemos identidad, sino tan sólo vida
indiferenciada? ¿Y no es acaso, porque hemos identificado con esa matriz
colectiva nuestra verdadera identidad, por lo que caemos en el engaño y le
pedimos que nos proteja? ¿Nos hemos dado cuenta de que la protección que
exigimos a la matriz social se debe, en última instancia, al temor de sentirnos
solos, al miedo a la soledad?
(...)
Para curarnos del miedo, la matriz social se arroga el poder -un poder
que nosotros le damos-, de procurarnos satisfacción. Para conseguir ese
objetivo aumenta nuestras necesidades. Pero, ¿habéis observado como a más
necesidades del hombre, más poder y control para la matriz colectiva?
¿Cómo funciona esto? Podríamos preguntarnos.
En una forma muy sencilla: la sociedad, la matriz colectiva, trata de configurarnos y conformarnos según su
idea de felicidad. Lo hace ofreciéndonos una imagen irresistible de nosotros
mismos. Incluso nos ofrece la imagen de que somos libres.
A la vez que nos presenta imágenes fantásticas de nosotros mismos, procura
que no quede en nosotros el menor asomo de duda consciente. En la práctica,
esto es tan convincente, que uno puede no darse cuenta de que algo pueda ser de
otra manera. Así que entramos, desde que nacemos, en un ciclo cuyo final es la
desesperación.
Filoxenos, allá en su época, decía:
"el niño en
gestación, es perfecto y está perfectamente constituido en su naturaleza, con
todos sus sentidos y miembros; pero no puede usarlos en sus funciones
naturales, porque el vientre no puede satisfacerlos ni desarrollarlos para su
uso."
Si entendemos el proceso biológico de lo que significa nacer, y
Filoxenos lo expone en forma clara y contundente, podremos entender el otro
proceso, el espiritual, y lo que en él significa "nacer de nuevo". Necesitamos, para poder desarrollar facultades
adquiridas en la matriz, de un medio
más amplio que el que la matriz constituía. Necesitamos nacer. Y por ello, y sólo por ello, fuimos expulsados del Paraíso.
El mito del Árbol nos dice que un nuevo órgano de comprensión nos fue legado:
la conciencia del Bien y del Mal. Pero ese órgano, esa facultad que era
completa y perfecta en su mismidad, allá en la matriz-Paraíso, tenía que ser
desarrollado, tenía que crecer en la conciencia.
Hay, pues, un tiempo en el que hemos de estar en gestación; pero
también hay un tiempo en el que debemos nacer; un tiempo en el que debemos ser
arrojados del Paraíso. Invirtiendo la imagen y desarrollado ese órgano en el acá de la vida, hemos de nacer de nuevo
en el allá de lo humano, que es lo
sobrehumano de la vida espiritual. Y este segundo nacimiento, que se desarrolla
en una biología distinta, una biología del espíritu, es un nacimiento
espiritual con él y por él que adquiriremos, en el ejercicio de un nuevo reino
de la Naturaleza
-ese que en los relatos es llamado Reino
de los Cielos-, nuestra identidad madura.
Nacer por segunda vez es aprender a pensar por uno mismo; es aprender
a que no tenemos por qué seguir siendo guiados por la necesidad, ni por los
sistemas instituidos para crear necesidades artificiales. Esto se llama desnudarse. Y nos guste o no, este
proceso de nacer por segunda vez, pasa por el destierro, el desprecio, el
exilio, la soledad. Solo el que se atreve a estar sólo, puede llegar a ver que
el vacío y la soledad -aquello que la matriz colectiva teme y condena-, son las
condiciones necesarias para el encuentro con la verdad de lo que somos.
Lo que se ve en ese desierto es lo ilusorio del miedo a la muerte y lo
ilusorio de la necesidad de satisfacción social. Cuando nos atrevemos a
mirarnos de frente, la angustia, aunque no siempre queda vencida, es al menos
aceptada y comprendida. Es en el corazón de esa angustia donde, los que no
hacen de la soledad un problema, sino que la aceptan como parte de su ser,
encuentran la paz y la verdad.
El solitario que sabe la
soledad, no es el que se va solo al desierto, sino el que acepta su ser sólo y,
a partir de ahí, se da a todos los hombres. En este sentido imita a Jesús,
abandonado de todos, incluso del Padre. Podría decirse que la única sensación
auténticamente humana que tuvo la
Divinidad encarnada, fue precisamente la de la angustia
provocada por la soledad.
La Tradición nos ha presentado la
experiencia de soledad como una experiencia de muerte y locura. La muerte iniciática es eso: una
experiencia de soledad límite. Son las palabras de Filoxenos:
"También tu sal al
desierto, sin llevar contigo nada del mundo y el Espíritu Santo irá contigo."
El problema es que este salir
al desierto ha sido interpretado literalmente y ha dado origen en diversas
épocas, incluso en la nuestra, a un éxodo a los desiertos postizos de nuestra
geografía cultural. Cuando comenzamos a penetrar en nuestro propio desierto
descubrimos que el problema no está en la ciudad, sino en nosotros mismos. Que
el problema es nuestra propia estructura emocional: ese cordón umbilical hecho
de sentimientos y emociones, y que nos mantiene ligados simbióticamente a la
placenta con la que la matriz colectiva alimenta nuestras necesidades
emocionales.
Cortar ese cordón, anular la fuente de suministro emocional colectivo,
es entrar en la soledad. Buscar una nueva realidad es sentir esa soledad. Aquel
que no tiene necesidad, porque se satisface de la emoción colectiva, de
responder a sus pulsiones internas con respuestas originales que no están en la
sociedad, es incapaz de sentir la soledad.
Pero el que siente las pulsiones internas y comienza a caminar en
busca de respuestas, tarde o temprano dice:
¡Qué sólo estoy, Señor!
¡Qué sólo y que rendido
de andar a la ventura
buscando mi camino!
En todos los mesones
he dormido,
en mesones de amor
y en mesones malditos,
sin encontrar jamás
mi albergue decisivo.
...................
Y ahora estoy aquí,
sólo
en este pueblo de Ávila
escondido,
pensando
que no está aquí mi
sitio,
que no está aquí
tampoco
mi albergue decisivo.
León Felipe
Esto que dice el poeta, no lo dice con pesar ni amargura; lo dice
aceptándolo, aunque sea doloroso y pesado, aunque no se pueda más. De lo que se
está rendido es de andar. Más este andar es una ventura, un ir hacia algo presentido. No es una a-ventura, en la que el prefijo
negativo "a", introduce la incertidumbre y el desconocimiento, no
sólo de por donde se anda, sino hacia donde se anda.
Este andar es una búsqueda; porque en algún lugar tiene que haber una
respuesta a nuestras pulsiones internas. Primero uno busca fuera de sí: en los mesones
de amor y en los mesones malditos.
Se duerme en todos los mesones... El puro andar agota, cansa y a la vez enseña
que en ninguno de esos mesones encontraremos la respuesta. Rendidos y agostados
por eso que se llama la vida, uno
termina escondiéndose en un pueblo de Ávila cualquiera. Otro desierto, otro
aislamiento extremo donde tampoco está la respuesta.
¿Dónde encontraremos la respuesta? Lo veremos la próxima semana.
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