domingo, 23 de octubre de 2016

La Singladura de Occidente 47

La Singladura de Occidente
Capítulo 47

Un poco de historia de la Historia.


El desarrollo tecnológico apoyado por la Ciencia ha permitido que los Estados modernos dispongan de megamáquinas para llevar su voluntad de poder sobre todo el planeta, que ha sido y es sojuzgadoel los dos últimos siglos por el imperialismo de Occidente. Y ante tal sojuzgamiento algunos se rebelan, aunque dichos intentos de liberación caen generalmente bajo la predicción de Víctor Hugo: “En el oprimido de ayer, el opresor de mañana”. Esto no significa que no pueda encontrarse piedad y compasión.
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Y si a través de esta serie de artículos de La Singladura de Occidente, hago más hincapié en el aspecto oscuro de nuestra civilización, que la Historia oficial envía al inconsciente de la cultura, es porque en el contraste de los polos, oscuridad y claridad, del desarrollo de la Civilización Occidental, es donde únicamente podemos apreciar el nivel de conciencia alcanzado y el que aún nos falta para hacer de este planeta un mundo humano.
La Historia nos permite ver, si sabemos contemplarla en sus dos caras, la forma caótica en que se han desplegado las potencialidades del hombre. La emergencia de nuestras potencialidades racionales, técnicas, económicas, espirituales, lúdicas, artísticas y poéticas, son inseparables de toda una corriente de demencia y desmesura que han llevado a la humanidad a la Violencia (con mayúsculas) a través de conquistas, destrucciones y masacres. Se podría asegurar que la cara oscura del homo sapiens es el homo demens. Es decir, como acertadamente señala Morin, somos un homo sapiens-demens en nuestras totalidad. Y, precisamente, esta realidad dual de hombre es la que ha sido escamoteada de la los manuales de Historia.
La Historia, por otra parte, aunque lo pretende, no es Ciencia, solo interpretación de datos presumiblemente objetivos. Por la época en que termine la carrera (1968), entonces la carrera se llamaba Filosofía y Letras, donde se estudiaban dos años comunes a todas las especialidades de Humanidades y luego tres de especialidad -yo elegí la especialidad de Historia que englobaba la Historia, el Arte y la Geografía, lo que nos permitía tener una visión bastante completa del desarrollo humano dentro de su hábitat geográfico. Hoy este estudio se encuentra tan fragmentado en múltiples especialidades que aunque los licenciados actuales posean un gran conocimiento de un aspecto concreto de la Historia, el Arte o la Geografía, carecen, y he podido comprobarlo a lo largo de mis años de docencia, de una comprensión global de lo que ha sido el desarrollo humano desde sus orígenes.
Decía que, por aquella época, aún se estudiaba una historia tradicional llena del ruido y el fragor de las batallas y la grandeza de los personajes. Aun conservo el “Compendio de Historia Universal” de Pérez Bustamante, que iba por su decimocuarta edición, catedrático de la Universidad de Madrid y miembro de la Real Academia de la Historia, que supuso un martirio para nosotros, pues en sus 552 páginas no había otra cosa de la Historia que nombres, fechas y batallas.
También, por aquella época comenzó a aparecer una historia cuyo punto de incidencia era el evento, pero no fue capaz de ver en él sino la espuma que provocaba la ola del tiempo. El problema es que para la visón científica el evento es inesperado, aleatorio. Aún así el evento impregnó las ciencias físicas, biológicas e históricas. Los eventos habían provocado la caída y el surgimiento de los Estados y las civilizaciones, así como sus cambios; eran algo inesperado por ser un acontecimiento considerado natural. Una erupción del Vesubio termino con Pompeya; la revelación de Mahoma puso en movimiento la maquinaria de conquista de un simple pueblo de pastores del desierto…; en 1281 un tifón aniquiló una flota china de 3.500 barcos que hubiera invadido Japón; otra tempestad aniquiló la Armada Invencible. Miles o cientos de miles de seísmos eventuales y de todo tipo impulsaron e impulsan el devenir de la Historia. Aparecen de pronto, en el interior de los Estados, conspiraciones que invierten las situaciones de poder, asesinatos de reyes o presidentes, golpes de estado militares o revolucionarios… Todos ellos son eventos que, aunque lógicamente improbables, no han dejado de marcar el discurrir del desarrollo humano.
La Historia se convirtió entonces en una sucesión de eventos improbables, ya que la probabilidad, que podemos definirla como la posibilidad más verosímil, no es lo que en realidad acontece. No era probable que un ejercito de 100.000 hombres mandado por el rey persa Darío, fuera derrotado en Maratón por solo 10.000 atenienses; no era probable que dos bandas de conquistadores extremeños con un puñado de hombres conquisten los dos imperios más grandes que había en el continente americano a comienzos del siglo XVI; no era probable que en 1914 un clandestino y pequeño grupo bolchevique derrocara el Imperio zarista tan solo tres años después. Son solo ejemplos.
Mientras los historiadores tradicionales reconocían el papel de los individuos (grandes hombres) en la Historia, la nueva historia de los eventos, no reconocía más que las fuerzas anónimas actuando en procesos deterministas. El marxismo convirtió a las figuras históricas en meros peleles de las clases sociales en lucha y de los procesos económicos. Es cierto que se producen iniciativas individuales, no solo en el campo de la política o militar, sino también en el de los fundadores de religiones (Buda, Cristo, Moisés, Mahoma…), o en campo de la filosofía, las artes o las ciencias, pero todos estos individuos solo representa desviaciones de lo que debería ser la tendencia probable.
El proceso de hominización, la aparición de la agricultura, el surgimiento de los primeros estados-nación, el surgimiento de la burguesía en el centro del sistema feudal, el desarrollo del capitalismo… son desviaciones de lo que debiera haber sido probable. Así que nuestro proceso histórico está causado por una serie de desviaciones de lo que con toda probabilidad debió de ser. Lo lógico, en 1968, es haber hecho caso a la alerta ecológica, pero al ignorarla, nos desviamos hacia la catástrofe.

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