lunes, 17 de octubre de 2016

¿Existe un remedio para la angustia?


<ARTÍCULO PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 18/07/1993>
<PÁGINA>: LA OTRA PALABRA.
<TÍTULO>: ¿Existe un remedio para la angustia?
<SUBTÍTULO>: Imaginación, Conocimiento y Amor
<AUTOR>: Alfiar
<ILUSTRACIÓN>: La amenaza del conformismo.
<SUMARIO>: Somos humanos porque un medio social humano nos ha desarrollado como tales a través del lenguaje.
<CUERPO DEL TEXTO>:


Si existe un remedio para la angustia, no creo que sea un tratamiento mental. Yo tengo fe en uno, que surgió de mi propia experiencia para resolver mi propia angustia. Se llama Conocimiento, es decir, Conciencia. A este conocimiento le añado la frase de Pascal: "Y si nuestra vista no alcanza más lejos, que nuestra imaginación vaya más allá". En este ir más allá, algunos se liberan de la angustia. (...)
Hay una bella historia a este respecto: había un monje que se permitía, en contra de las enseñanzas de su maestro, plantear cuestiones cosmológicas. Con el fin de saber donde terminaba el mundo, se puso a interrogar a los dioses de los sucesivos cielos. Finalmente, el Gran Brahma en persona se le manifestó y el monje le preguntó a él también donde terminaba el mundo. El Gran Brahma tomó al monje del brazo apartándolo de la mirada de los otros dioses y le dijo:
"Esos dioses, servidores míos, se consideran capaces de verlo todo, comprenderlo todo y hacerlo todo. Es por ello que no te he respondido ante ellos. Pero a decir verdad, ignoro donde acaba el mundo."
Hay que dejar siempre un espacio a la imaginación.
La Biología nos dice que el individuo está constituido por una matriz biológica. Cada especie posee la suya, y sus caracteres estructurales le son dados en el nacimiento.
Para el hombre, esta naturaleza biológica, no sólo es humana, sino que resume toda la adquisición genética de la especie desde las primeras formas vivas, toda la experiencia adquirida en el curso de la evolución. Pero en si misma no es gran cosa; todo dependerá de lo que a partir del nacimiento se escriba en ella.
El problema es que no escribimos nada original.
La existencia de niños ferales (niños lobos) nos demuestra que esa matriz biológica humana, separada de su medio social, es incapaz de dar un hombre. Es incapaz de reinventar la experiencia humana desde su origen; experiencia que se fue transmitiendo a través de las generaciones, precisamente por medio del lenguaje.
Cada recién nacido aprende de los otros hombres esta experiencia acumulada. El niño lobo permanece en su matriz biológica, pero lo que se inscribe en ella es el comportamiento social del lobo. Recuperado a los 6 o 7 años, no podrá convertírsele nunca en un hombre, ya que su matriz biológica, inutilizada en los primeros años de su vida, queda definitivamente atrofiada.
Lo que la convierte en un ser humano es su contacto con el mundo, pero un mundo visto a través del prisma de la propia humanidad y de lo que esta inscribe en ella.
Desde esta perspectiva, somos humanos porque un medio social humano nos ha desarrollado como tales. Pero, somos los otros, la Naturaleza, en nuestra estructura biológica, mezcla insondable de todo el determinismo genético desde los orígenes. Somos también y, sobre todo, los otros a partir de nuestros primeros contactos con el mundo social y cultural humano que nos rodea.
Desde el nacimiento, el sistema nervioso interioriza un capital de información sobre el que otro sistema de asociaciones establece nuevas relaciones. Todas las actividades nerviosas que resultan de estas relaciones poblarán las partes más antiguas de nuestro cerebro, el que compartimos con los reptiles y con los mamíferos. Ellas serán la base de nuestra afectividad. Grabadas en nuestro sistema límbico, convertidas en inconscientes, tienen pocas posibilidades de ser puestas en cuestión. Construyen la base de nuestros comportamientos; desde ellas emitimos nuestros juicios de valor. Forman la trama profunda de nuestra personalidad.
Sea cual sea el medio social en que nazca un niño y le rodee en los primeros años de su existencia, lo que organiza su aprendizaje de la vida social será, esencialmente, las pulsiones básicas que la evolución biológica ha inscrito en su estructura genética.
Aunque pueda llegar a tener conciencia de que el mundo de sus semejantes es alienante, y pueda sufrir de lo que él llama su falta de libertad a causa de la existencia de los otros, no tiene conciencia del hecho de que esa pretendida falta de libertad, de que esa sumisión a los otros, es decir, a los mecanismos afectivos, proviene del funcionamiento de la parte más inconsciente de su sistema nervioso. Lo que llama libertad, el seguir sus pulsiones, no es otra cosa que el determinismo inconsciente de su cerebro prehumano.
Esta posibilidad choca con la demanda inconsciente del cerebro prehumano de los otros, que a su vez buscan lo que también ellos llaman su libertad. Nuestra pulsiones instintivas nos acucian, el medio social pone límites a esas pulsiones con otro condicionamientos, mandamientos religiosos o leyes morales y éticas, de los que queremos huir, pues nos impiden ser nosotros. Al ser inconscientes de lo que nos determina biológicamente, cuando nos desprendemos de lo social para seguir esos impulsos, caemos en un determinismo más profundo e inconsciente, en ese lugar en el que todos somos Naturaleza.
La matriz biológica humana está, pues, engranada por el ruido de lo otros, conflictuada entre el determinismo social y un determinismo biológico inconsciente, el de la vida afectiva. Inconsciente de esas pulsiones básicas que no se expresan en un lenguaje lógico matemático y que solo se revelan bajo la forma vasomotriz y neurovegetativa de las emociones, el hombre sufre de sus alienaciones sociales, queriendo liberar aquellas que le unen a lo prehumano y que subyacen en su propia estructura.
Un hecho se hace evidente. En nosotros nada nos pertenece, nada es nosotros. Todo es los otros, todo es de los otros. Todo a excepción del producto de nuestra imaginación. Este producto, estructura nueva, no tendrá sitio en el entorno social y a menudo será rechazado por él. En esta estructura nueva, tenemos la posibilidad de ser libres. Pero esa libertad es básicamente soledad.
Hay dos maneras de construir el yo frente a los otros:
Una, inconsciente, lo construye desde el sistema instintivo y el régimen de prohibiciones paternales y sociales. Este régimen, tiende a crear automatismos para controlar la afectividad instintiva. Su finalidad es la supervivencia y protección del grupo social. Es la influencia de las morales, de las leyes, de los prejuicios, del sentido común, de todo lo que hace la honestidad. En este sentido, el hombre honesto no puede elegir, ya que no podría vivir en sociedad sin obedecer estas reglas. Lo que el llama su elección, no es más que su sumisión a estos automatismos que controlan sus pulsiones básicas, socialmente consideradas como Mal.
La otra, surgirá el día en que dejemos de creer en esa libertad demandada por nuestros impulsos instintivos y seamos conscientes del mecanismo biológico de nuestro comportamiento; ese lugar en nosotros donde, biológicamente, todos somos iguales. Y ese día en el que descubramos las leyes que nos atan todavía a nuestro pasado prehumano, podremos comportarnos como individuos, sabiendo que en ese pasado prehumano somos los otros. Sólo entonces, la imaginación creadora (el cortex orbito frontal), despegada lentamente como una mariposa de su crisálida (el sistema límbico y del tronco cerebral), podrá expresarse de manera diferente. Ese día franquearemos una nueva etapa evolutiva.
Si alguna vez llega el tiempo en que cada hombre, sabiendo lo que le ata a la materia, conociendo las reglas que ordenan su comportamiento social, puede independizarse de esos determinismos, es decir, utilizarlos conscientemente para superarlos, en lugar de someterse a ellos inconscientemente, encallándose en ellos, si ese tiempo llega, es posible, entonces, que podamos decir que se ha realizado una mutación de la Humanidad.

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