<ARTÍCULO PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 18/07/1993>
<PÁGINA>: LA OTRA PALABRA.
<TÍTULO>: ¿Existe un remedio para la angustia?
<SUBTÍTULO>: Imaginación, Conocimiento y Amor
<AUTOR>: Alfiar
<ILUSTRACIÓN>: La amenaza del conformismo.
<SUMARIO>: Somos humanos porque un medio social humano nos ha desarrollado como tales a través del lenguaje.
<CUERPO DEL TEXTO>:
Si existe un remedio para la angustia, no creo que sea un tratamiento
mental. Yo tengo fe en uno, que surgió de mi propia experiencia para resolver
mi propia angustia. Se llama Conocimiento,
es decir, Conciencia. A este conocimiento le añado la frase de Pascal: "Y si nuestra vista no alcanza más lejos,
que nuestra imaginación vaya más allá". En este ir más allá, algunos se liberan de la
angustia. (...)
Hay una bella historia a este respecto: había un monje que se
permitía, en contra de las enseñanzas de su maestro, plantear cuestiones
cosmológicas. Con el fin de saber donde terminaba el mundo, se puso a
interrogar a los dioses de los sucesivos cielos. Finalmente, el Gran Brahma en
persona se le manifestó y el monje le preguntó a él también donde terminaba el
mundo. El Gran Brahma tomó al monje del brazo apartándolo de la mirada de los
otros dioses y le dijo:
"Esos
dioses, servidores míos, se consideran capaces de verlo todo, comprenderlo todo
y hacerlo todo. Es por ello que no te he respondido ante ellos. Pero a decir
verdad, ignoro donde acaba el mundo."
Hay que dejar siempre un espacio a la imaginación.
La Biología nos dice que el individuo
está constituido por una matriz biológica. Cada especie posee la suya, y sus
caracteres estructurales le son dados en el nacimiento.
Para el hombre, esta naturaleza biológica, no sólo es humana, sino que
resume toda la adquisición genética de la especie desde las primeras formas
vivas, toda la experiencia adquirida en el curso de la evolución. Pero en si
misma no es gran cosa; todo dependerá de lo que a partir del nacimiento se
escriba en ella.
El problema es que no escribimos nada original.
La existencia de niños ferales
(niños lobos) nos demuestra que esa matriz biológica humana, separada de su
medio social, es incapaz de dar un hombre. Es incapaz de reinventar la
experiencia humana desde su origen; experiencia que se fue transmitiendo a
través de las generaciones, precisamente por medio del lenguaje.
Cada recién nacido aprende de los otros hombres esta experiencia
acumulada. El niño lobo permanece en su matriz biológica, pero lo que se
inscribe en ella es el comportamiento social del lobo. Recuperado a los 6 o 7
años, no podrá convertírsele nunca en un hombre, ya que su matriz biológica,
inutilizada en los primeros años de su vida, queda definitivamente atrofiada.
Lo que la convierte en un ser humano es su contacto con el mundo, pero
un mundo visto a través del prisma de la propia humanidad y de lo que esta
inscribe en ella.
Desde esta perspectiva, somos humanos porque un medio social humano
nos ha desarrollado como tales. Pero, somos
los otros, la
Naturaleza, en nuestra estructura biológica, mezcla insondable
de todo el determinismo genético desde los orígenes. Somos también y, sobre
todo, los otros a partir de nuestros primeros contactos con el mundo social y
cultural humano que nos rodea.
Desde el nacimiento, el sistema nervioso interioriza un capital de
información sobre el que otro sistema de asociaciones establece nuevas
relaciones. Todas las actividades nerviosas que resultan de estas relaciones
poblarán las partes más antiguas de nuestro cerebro, el que compartimos con los
reptiles y con los mamíferos. Ellas serán la base de nuestra afectividad.
Grabadas en nuestro sistema límbico, convertidas en inconscientes, tienen pocas
posibilidades de ser puestas en cuestión. Construyen la base de nuestros
comportamientos; desde ellas emitimos nuestros juicios de valor. Forman la
trama profunda de nuestra personalidad.
Sea cual sea el medio social en que nazca un niño y le rodee en los
primeros años de su existencia, lo que organiza su aprendizaje de la vida
social será, esencialmente, las pulsiones básicas que la evolución biológica ha
inscrito en su estructura genética.
Aunque pueda llegar a tener conciencia de que el mundo de sus
semejantes es alienante, y pueda sufrir de lo que él llama su falta de libertad a causa de la existencia de los otros, no
tiene conciencia del hecho de que esa pretendida falta de libertad, de que esa
sumisión a los otros, es decir, a los mecanismos afectivos, proviene del
funcionamiento de la parte más inconsciente de su sistema nervioso. Lo que
llama libertad, el seguir sus pulsiones, no es otra cosa que el determinismo
inconsciente de su cerebro prehumano.
Esta posibilidad choca con la demanda inconsciente del cerebro
prehumano de los otros, que a su vez buscan lo que también ellos llaman su
libertad. Nuestra pulsiones instintivas nos acucian, el medio social pone
límites a esas pulsiones con otro condicionamientos, mandamientos religiosos o
leyes morales y éticas, de los que queremos huir, pues nos impiden ser
nosotros. Al ser inconscientes de lo que nos determina biológicamente, cuando
nos desprendemos de lo social para seguir esos impulsos, caemos en un determinismo
más profundo e inconsciente, en ese lugar en el que todos somos Naturaleza.
La matriz biológica humana está, pues, engranada por el ruido de lo
otros, conflictuada entre el determinismo social y un determinismo biológico
inconsciente, el de la vida afectiva. Inconsciente de esas pulsiones básicas
que no se expresan en un lenguaje lógico matemático y que solo se revelan bajo
la forma vasomotriz y neurovegetativa de las emociones, el hombre sufre de sus
alienaciones sociales, queriendo liberar aquellas que le unen a lo prehumano y
que subyacen en su propia estructura.
Un hecho se hace evidente. En nosotros nada nos pertenece, nada es
nosotros. Todo es los otros, todo es de los otros. Todo a excepción del producto de nuestra imaginación. Este
producto, estructura nueva, no tendrá sitio en el entorno social y a menudo
será rechazado por él. En esta estructura nueva, tenemos la posibilidad de ser
libres. Pero esa libertad es básicamente soledad.
Hay dos maneras de construir el yo frente a los otros:
Una, inconsciente, lo construye desde el sistema instintivo y el
régimen de prohibiciones paternales y sociales. Este régimen, tiende a crear
automatismos para controlar la afectividad instintiva. Su finalidad es la
supervivencia y protección del grupo social. Es la influencia de las morales,
de las leyes, de los prejuicios, del sentido común, de todo lo que hace la
honestidad. En este sentido, el hombre honesto no puede elegir, ya que no podría vivir en sociedad sin obedecer estas
reglas. Lo que el llama su elección, no es más que su sumisión a estos
automatismos que controlan sus pulsiones básicas, socialmente consideradas como
Mal.
La otra, surgirá el día en que dejemos de creer en esa libertad
demandada por nuestros impulsos instintivos y seamos conscientes del mecanismo
biológico de nuestro comportamiento; ese lugar en nosotros donde,
biológicamente, todos somos iguales. Y ese día en el que descubramos las leyes
que nos atan todavía a nuestro pasado prehumano, podremos comportarnos como
individuos, sabiendo que en ese pasado prehumano somos los otros. Sólo
entonces, la imaginación creadora (el cortex orbito frontal), despegada
lentamente como una mariposa de su crisálida (el sistema límbico y del tronco
cerebral), podrá expresarse de manera diferente. Ese día franquearemos una
nueva etapa evolutiva.
Si alguna vez llega el tiempo en que cada hombre, sabiendo lo que le
ata a la materia, conociendo las reglas que ordenan su comportamiento social,
puede independizarse de esos determinismos, es decir, utilizarlos
conscientemente para superarlos, en lugar de someterse a ellos
inconscientemente, encallándose en ellos, si ese tiempo llega, es posible,
entonces, que podamos decir que se ha realizado una mutación de la Humanidad.
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