domingo, 11 de septiembre de 2016

La Singladura de Occidente 44

La Singladura de Occidente
Capítulo 44
Hablemos de la sociedad humana
 
Hablemos de la sociedad humana. Mientras una sociedad animal se organiza a partir de “intercomunicaciones entre los aparatos cerebrales de los individuos [y] estas intercomunicaciones forman una red intercerebral colectiva que deviene autoorganizadora”; la sociedad humanase autoorganiza y se autorregenera a partir de los intercambios y comunicaciones entre las mentes individuales. Esta sociedad, unidad compleja dotada cualidades emergentes, retroactúa sobre sus partes individuales proporcionándoles su cultura.” (Edgar Morin).
(...)

 Los especialistas han separado aquellas sociedades humanas que no poseen o no han poseído Estado, de aquellas que lo han constituido. Han llamado “arcaicas” [de “Arché”, “origen”, “principio”, “primordial”, por lo que nada tiene que ver con lo caduco o superado] a las primeras e “históricas” a las segundas.
Las sociedades arcaicas pueden reunir a centenares de miembros que viven de la caza y de la recolección, disponen de saberes y de técnicas para su supervivencia, obedecen reglas y normas de reparto y parentesco, creen en la magia y practican ritos y ceremonias intentando perpetuar la vida y vencer a la muerte; poseen una cultura en la que se inscribe el arte, la danza, las canciones y las celebraciones. En estas sociedades, la magia, el rito y el mito sacralizan la organización social. Las sociedades arcaicas se multiplicaron por todas partes, todas con rasgos comunes, pero todas diferentes. Durante milenios apenas experimentaron cambio, permanecían sin profundas contradicciones internas, sin excesivas inestabilidades. Pareciera que aquello que las había hecho emerger se hubiera ralentizado y se limitaran a discurrir lo más plácidamente posible en el fluir de la vida.
Hasta que un día, en algunos puntos de nuestro planeta -Oriente Medio, el Valle del Indo, China, México, Perú y el Valle del Nilo- surgieron sociedades de un nuevo tipo caracterizadas por una mayor población y una mayor extensión territorial, con una mayor complejización y una mayor diferenciación de las funciones internas por parte de los individuos que las componían, así como una mayor creatividad. Eran las sociedades históricas. Su novedad: ellas han sido las que han reprimido, desvastado y aniquilado, a lo largo del curso de su historia, a las sociedades arcaicas.
Pero como el universo tiene una estructura holárquica (cada elemento de este universo es a la vez todo y parte), el núcleo arcaico de las antiguas sociedades no ha desaparecido del todo, sino que se encuentra integrado en lo profundo de las sociedades históricas, ejerciendo aún su influencia en el mantenimiento y resurgimiento de la división social entre hombres y mujeres, en el establecimiento de niveles de edad, reglas, normas y prohibiciones respecto al sexo, y en el mito de la fraternidad.
La cultura emergió en el núcleo más arcaico y primigenio de las sociedades humanas. Su capital es inmenso. Por un lado, cognitivo y técnico; por otro, mitológico y ritual. Sí, también en nuestra cultura moderna. Este capital está constituido de memoria y organización y es poseedor de un lenguaje propio equiparable a la memoria genética que permite evocar, comunicar y transmitir ese capital de individuo a individuo, generación tras generación. Todo este patrimonio cultural no solo se inscribe en la memoria de los individuos (transmisión oral), sino en recipientes para guardar esta memoria (libros, bibliotecas, wikipedias, “nubes” invisibles a la mirada humana en el interior de una red informática equiparable a una red neuronal). Y aunque alguna sociedad particular haya desaparecido, su memoria, o una parte de ella, ha sobrevivido al ser recuperada y convertida en objeto de saber para los miembros de otras sociedades.
Toda cultura se cierra sobre su capital identitario, aquello que la identifica diferenciándola de otras, pero también se abre para integrar elementos externos y perfeccionarse, siempre que no constituyan un peligro para sus semblantes de identidad. Desde que cualquier individuo nace, lo hace en interior de una cultura. Es su herencia cultural y sus prescripciones y prohibiciones las que moldearán su carácter. Nos moldea y nos proporciona una forma que nos constriñe, pero que también nos permite la posibilidad de ampliación. “La cultura es en su principio la fuente generadora/regeneradora de la complejidad de las sociedades humanas. Integra a los individuos en la complejidad social y condiciona el desarrollo de su complejidad individual.” (E. Morin). Es como si fuera, si no es ella misma, la noosfera de la que hablaba Teilhard de Chardin. Emergió de lo humano y fue segregada de lo humano, siendo alimentada por los temores y aspiraciones de lo humano.
 Las sociedades no progresan porque aparezcan individuos geniales, sino porque sus culturas, emanadas de ellas mismas, les permiten autoorganizarse, autoperpetuarse y autorregenerarse, a partir de las normas, reglas, mitos y prohibiciones de esa cultura, todo lo cual contribuye a que se produzca la incorporación de los individuos a la sociedad, incluso a la normalización social de las actividades biológicas y sexuales. Podría decirse que los individuos forman la sociedad, la cual genera la cultura que a su vez retroalimenta a los individuos para continuar perpetuando la sociedad.
No vamos a entrar aquí en analizar las relaciones entre el individuo y la sociedad, mi pretensión es solamente mostrar cuales son las raíces de lo humano y, nos guste o no, cada ser humano es, en si mismo, una totalidad-sujeto egocéntrico y, a la vez, una partícula-elemento sociocéntrica. Un Yo y un Nosotros. Ambas cosas son inseparables. Y es por esto, cuando queremos trascender un nivel de realidad de conciencia, por lo que nos es tan difícil dar ese salto en el vacío y desprendernos de ella, aunque en realidad no desaparece, simplemente queda integrada en una nivel de conciencia más amplio e incluyente.
Puede que para muchos nuestra aventura cósmica les resulte incomprensible, tal vez porque no comprender la realidad vital de una simple célula. Una célula solo es un “campo”, cerrado para si misma y abierto hacia otro campo mayor. Cada elemento de la célula es igualmente un campo cerrado para si mismo, pero abierto hacia todos los elementos que componen: el “campo celular”. Dicho de otra manera, todo elemento de un campo es a su vez un "campo" incluido en otro campo, y cada “campo” incluye dentro de sí múltiples campos.
El "campo solar" proporciona vida a todos los elementos (células) que constituyen su campo. La Tierra solo es una célula del campo solar y nosotros solo una minúscula célula a lo largo de una diáspora del "campo galáctico". Y todo ese proceso no es simple azar. El hombre, surgido de esta aventura, tiene la posibilidad de formar, a través de su conciencia y su inteligencia, y a través de muchas más cosas, una “célula social”, un “campo humano colectivo”. El proceso de “hominización” aún no ha terminado. El paso siguiente es la humanización de la célula hombre, la creación de una “Humanidad” dentro del “campo planetario”. Como señala Morin: el “despegue de este proceso hacia la Humanidad” (y solo lo ve externamente). Este despegue ya ha pasado por distintas fases: el cerebro se ha conectado con la mano; ambos han posibilitado el lenguaje, lo que ha permitido el desarrollo de la mente, a partir de la cual se generó la cultura en cuyo seno se gestó la sociedad. Pero esto no es solo una progresión lineal, es un circuito cerrado en el que cada elemento retroalimenta a anterior y a los anteriores. Así, la mano retroalimenta al cerebro; el lenguaje retroalimenta a la mano y al Orebro; la mente retroalimenta al lenguaje que a su ves retroalimenta a lo anteriores; y lo mismo sucede con la cultura y la sociedad. Nada está separado de nada en el “campo”, la “individualidad” solo es aparente y el que nosotros la vemos así tal vez se deba a que “creemos” que nos encontramos separados de todo lo demás, incluso separados de aquello que es semejante a nosotros mismos, los demás seres humanos constituídos por diferentes niveles de conciencia, aunque todos proyectados hacia una conciencia cada vez más amplia e incluyente.
Representación de todos los niveles de conciencia surgidos hasta ahora.
Llevamos en el seno de nuestra singularidad no solo toda la humanidad, toda la vida, sino casi todo el cosmos, incluido su misterio que yace en el fondo de nuestros seres”. (E. Morin. “El Método 5. La Humanidad de la Humanidad”.)
Somos un producto, pero también somos productores.
 

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