La Singladura de Occidente
Capítulo 45
Capítulo 45
Las sociedades históricas
Como
señala E. Morin, el paso de las sociedades arcaicas a las sociedades históricas
supuso una auténtica metamorfosis, aunque el núcleo de aquella sociedad
permanece vigente en las sociedades históricas. Podría decirse que la sociedad
histórica comporta realidades nuevas llamadas: Estado, ciudad, agricultura,
clases sociales, instituciones religiosas… Es a partir de este momento cuando
al devenir humano se le ha llamado Historia. Dos elementos se configuran con la
aparición del Estado: el Imperio y la Ciudad.
(...)
El primero
surge a partir del enfrentamiento entre pequeños reinos cuya actividad
principal es la guerra, de la soberanía de uno de ellos sobre los otros y de la
extensión de sus conquistas. Podemos conocer sus proceso en Eurasia y América
precolombina. Así se constituyeron Egipto, Asiria, el Imperio Chino, el Imperio
Persa, el Romano, el Azteca y el Inca. Una de sus principales características
es que aglutina en su territorio a una inmensa población, centenares, miles e
incluso millones de individuos.
Por su
parte la Ciudad
es una Ciudad-Estado que, como el Imperio, dispone de clases sociales, recursos
agrícolas, colonias terrestres o marítimas y están gobernadas por reyes,
tiranos u oligarquías aristocráticas. Con el tiempo, estas Ciudades-Estado fueron
absorbidas por los Imperios o, como en el caso de Roma, una Ciudad-Estado que
se convirtió en Imperio.
El
elemento organizador de las sociedades histórica es precisamente el Estado; en
Europa, a partir del siglo XV, las sociedades se metamorfosean en naciones,
pero el Estado sigue siendo su núcleo organizador.
Dado que ni
en la ciencia política ni en las distintas concepciones de Estado (liberal o
marxista) no existe una noción que lo defina, Morin ha acuñado un término: “aparato”, al que define como:
“dispositivo de mando y control que capitaliza la información, forma programas, y por ello domina la energía material y humana; un aparato introduce su determinación en un medio amorfo o heterogéneo (y por ello el aparato de Estado puede controlar poblaciones muy diversas); en el sentido cibernético del término, sojuzga a un sistema sin experimentar su reacción, pero recibiendo información de él.” (Morin. “El Método 5 La Humanidad de la Humanidad. La identidad humana”. o.c.).
Todo Estado pervive por
el sojuzgamiento del medio en el que opera. Su autoridad “se introduce en la mente del individuo beneficiándose del principio de
inclusión que permite que todo sujete se integre en un Nosotros; inscribe sus
finalidades en el punto mismo de la autonomía del sujeto” (Morin). Aunque
el sujeto permanece relativamente autónomo al conservar competencias y
autonomía privada, siempre que obedezca al Estado. De esta manera el sujeto es
alienado bajo el imperio de la Ley
que regula el funcionamiento del Estado. Y aunque la inteligencia del sojuzgado
continua siendo, en una forma paradójica, libre, pudiendo incluso pensar en
rebelarse, la presión de la culpa a
hacerlo le incita a creer que trabaja para su Dios, su Patria, la Verdad o el Bien. Fue este
sujetamiento a través de la culpa el
que permitió abolir la esclavitud. Una parte de la rebelión de los sujetos
(ciudadanos) ante la crisis que nos afecta, es porque las barreras de la culpa se han debilitado. Basta analizar
las acusaciones de los que defienden la forma de Estado imperante contra los
que se “rebelan”.
Tanto antiguos como
modernos, los Estados han ejercido y ejercen un dominio despiadado tanto en el
interior de su ecumene, como fuera de
ella. Podríamos decir que poseen una personalidad arrogante, narcisista, dados
a los lujos desproporcionados, arbitrario respecto a las elite que lo controlan
que no dudan ejercer la tortura y el sojuzgamiento de las clase inferiores ante en menor atisbo de
protesta. Por todo ello, desde los antiguos Imperios ya desaparecidos (el único
que permanece aún vivo es el Chino) hasta los Estados modernos, eso que
llamamos Estado es la más formidable potencia de dominación, subyugación,
agresión y predación que jamás haya existido. Para los lectores que le
interesen profundizar en todo esto, les recomiendo leer el libro de Edgar Morin
anteriormente citado.
No he querido
considerar aquí ni el despotismo, ni la divinización de los jefes de Estado, ni
la idea un Estado “civilizado”, trasmisor de Democracia. Señalar solo que los Estados
llamados democráticos en lo interior,
fueron (y subrepticiamente aún lo siguen siendo), guerreros y opresores en lo exterior. Ejemplos recientes lo tenemos
en la Inglaterra
de las libertades cívicas y el habeas
corpus, en la Francia
y los EEUU de Norteamérica de los Derechos del Hombre, o en la actual Unión
Rusa que acaba de anexionarse Crimea.
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