<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 04/07/1993>
<PAGINA>: LA OTRA PALABRA
<TITULO>: El Proceso de Individuación
<SUBTITULO>: Llegar a ser Si-Mismo
<AUTOR>: Alfiar
<ILUSTRACIONES>: Imagenes pintadas por una paciente de C. G. Jung
<SUMARIO>: La pareja que uno elige toma la imagen del caracter sexual de la propia alma.
<SUMARIO>: El alumbramiento del "Si-mismo" requiere de la concentración del Yo personal en el "centro", en el lugar de la transformación.
<CUERPO DEL TEXTO>:
Individuación fue un término acuñado
por C. G. Jung para describir como crece un ser humano desde su lado
psicológico. Este crecimiento abarca dos grandes etapas que, condicionadas y
complementaria, son opuestas entre si.
(...)
La 1ª, que abarca la primera mitad de la vida - esotéricamente hasta los 40 años-, tiene como tarea la iniciación en la realidad externa. Se cierra con un yo persdonal firme y centro de una personalidad fuerte, integrada y madura. Su objetivo es adaptar y situar al hombre en el mundo.La 2ª, lleva a una iniciación en la realidad interna, a un profundo conocimiento del Si-mismo, y a una reflexión sobre los rasgos del Ser que hasta entonces habían permanecido inconscientes. Su objetivo es establecer una relación consciente entre el hombre y la estructura del mundo, telúrica y cósmica, que lleva dentro.
Determinados arquetipos (símbolos) son los indicadores del proceso. La
forma de estos símbolos varía de un individuo a otro, de una cultura a otra.
"El método es tan sólo el camino y la dirección que uno sigue, pero el como de la conducta no deja de ser siempre expresión fiel del ser del individuo" (C. G. Jung)
La primera etapa del Proceso de Individuación conduce a la experiencia
de la SOMBRA, nuestra otra parte, nuestro hermano
tenebroso, invisible, aunque inseparable, para nosotros. Esta figura
arquetípica adquiere múltiples personificaciones según culturas y tipos
psicológicos. Ursula Le Guin, en "El
Mago de Terramar", nos describe lo que es un encuentro con la Sombra.
El desarrollo de la Sombra es paralelo al
desarrollo del “yo”. Toda Luz
proyecta una Sombra. Cualidades que el “yo
personal” no necesita, o de las que no puede hacer uso, son apartadas o
reprimidas de forma que dejan de tener cabida en la vida consciente del
individuo.
La Sombra está en el umbral de
lo maternal, de lo masculino. Es lo opuesto a nuestro yo consciente. Junto a la
masa oscura de ese material vivencial, que a lo largo de la vida nunca o apenas
ha sido admitida, se nos enfrenta, para que la reconozcamos y abracemos como
tal, permitiéndonos alcanzar las profundidades creadoras del inconsciente. Es
el dragón de las leyendas.
La confrontación con la
Sombra requiere de
una conciencia crítica y despiadada del propio ser. A causa de los mecanismos
de proyección, todo lo que no es consciente, tendemos a transferirlo fuera de
nosotros, pasando a ser el otro el
culpable. Romper esa transferencia es un cáliz amargo que hay que beber, pues
sólo reconociendo su realidad como parte de nosotros mismos, podremos resolver
los múltiples pares de opuestos que conflictuan en nuestra psique.
El siguiente paso se caracteriza por el encuentro con la Imagen del Alma, a la
que Jung llama ánima para el hombre
y ánimus para la mujer. Esta imagen
simbólica corresponde a la parte sexual complementaria de la psique. Nos
muestra como es, en nosotros, el sedimento de la experiencia y de la relación
del sexo contrario. Representa -en el dicho popular "Todo hombre lleva en sí su Eva"-, la imagen del otro sexo que,
interiorizada, llevamos como individuos y como especie.
Según la ley psíquica todo lo latente, lo inanimado, lo
indiferenciado, se proyecta en la psique; también todo lo que se halla en el
inconsciente; por lo tanto, también la
Eva del hombre y
el Adán de la mujer.
En este sentido, uno vive su propio fondo sexual contrario. La pareja
que uno elige toma la imagen del carácter sexual de la propia alma. Sus rostros
aparecen en sueños y fantasías, o son proyectadas en la realidad externa. La
condición de nuestra ánima o ánimus es el barómetro de nuestra situación
psíquica. Es una imagen fundamental para alcanzar el conocimiento de Si-mismo.
La multiplicidad de sus formas hace que no tenga un carácter unívoco:
dulce doncella, diosa, bruja, ángel, demonio, mendigo, prostituta, compañero...
Los cuentos de hadas están llenos de esta imagen: la Kunmdry de Parsifal, la Andrómeda de Perseo, la Beatriz de Dante son
imágenes del ánima.
Dice C. G. Jung que la primera portadora de nuestra Imagen del Alma
"es la madre, después las mujeres
que excitan el sentimiento del hombre en sentido positivo o negativo".
Por ello el desligamiento de la madre es uno de los problemas más importantes y
delicados de la evolución de la personalidad. En las sociedades arcaicas, los
ritos de iniciación en la pubertad, permitían al joven poder renunciar a la
protección de la madre. En nuestra cultura este rito se ha perdido, y la parte
anímica femenina del joven, se halla tan profundamente sumida en el
inconsciente que, a veces, desempeña un papel funesto, haciendo que un hombre
se case con la peor de sus debilidades.
La Imagen del Alma nos muestra
cual es la condición de la persona.
Si la persona es intelectual, su ánima tenderá a ser sentimental. La persona se corresponde a la actitud
externa del sujeto; la imagen del alma,
a la actitud interna. La persona es
la función mediadora entre el Yo y el mundo externo; la Imagen del Alma lo es entre el Yo y el mundo
interno. Cuanto más identificadas están persona e imagen, más se hunde la Imagen del Alma en la oscuridad. De ahí que
"el ánima se proyecte y el héroe es
dominado por la mujer". El hombre dominado por su ánima corre el
peligro de perder su persona y caer
en la feminidad; lo contrario ocurre en la mujer dominada por su ánimus.
La Imagen del Alma se va
transformando conforme el Proceso de Individuación se desarrolla. El ánima no es sólo el peligroso tentador
del instinto que acecha en la oscuridad del inconsciente y que alcanza su
expresión formal en la serpiente, es
también la conductora sabia y luminosa del hombre que le lleva al encuentro de
Si-mismo.
Cuando se hace consciente lo contrario sexual de la propia alma, uno
dispone de si mismo y de sus emociones y afectos. Esto significa independencia
real; aunque también significa soledad, la soledad del hombre interiormente
liberado. Ya no le perturba el otro sexo porque ha conocido sus rasgos
esenciales en la profundidad de la propia alma. Un hombre o una mujer así no
pueden enamorarse, pues son
incapaces de perderse en el otro; pero si serán capaces de amar profundamente,
con una entrega consciente, ya que su soledad no le aleja del mundo. Tan sólo
crea la distancia exacta con él.
Solucionar el conflicto con la Imagen del Alma es tarea de la madurez. Una
vez que la imagen es conocida, cesa de actuar desde el inconsciente; nos
permite diferenciarla e incluirla en una actitud consciente.
Cuando los peligros del encuentro con la Imagen del Alma se han
salvado, ascienden del inconsciente nuevos arquetipos que obligan a nuevos
trabajos. El inconsciente es pura naturaleza desprovista de propósito, aunque
parece poseer una capacidad potencial de dirección y una organización interna
invisible para nosotros, así como un saber a donde va latente.
No es fruto del azar que después de la relación con la imagen del alma,
el siguiente fruto sea la aparición del arquetipo de La
Aantigua Sabiduría, la personificación del Principio
Espiritual. En la mujer es la
Magna Mater, la Madre Tierra, que
representa la fría y objetiva verdad de la Naturaleza.
Su propósito parece ser el de iluminar los pliegues más ocultos del
Ser, allí donde se encuentran lo masculino
o femenino primordial: el principio espiritual en el hombre y el principio material en la mujer. Se
trata de entrar en esa relación hasta llegar a la imagen primigenia según la
cual el hombre fue formado. Esotéricamente y psicológicamente, el hombre es
espíritu hecho materia y la mujer es materia impregnada de espíritu.
El arquetipo de la Antigua Sabiduría y el de la Magna Mater posee una
gran profusión de formas de manifestarse, todas ellas impregnadas de
fascinación. La figura del Zaratustra de Nietzche es una de esas formas. Jung
las llama personalidades-maná porque
ejercen una acción sobre los demás. El trabajo sobre este arquetipo significa
para el hombre la verdadera emancipación del padre y para la mujer de la madre,
y con ello la primera sensación de verdadera individualidad.
Dice Jung que sólo cuando el hombre ha llegado a este grado puede, en
el verdadero sentido de la palabra, "comenzar
la obediencia espiritual debida a Dios". Sólo entonces, cuando su
conciencia ya no lucha para no caer
en la inflación, las fuerzas que han sido activadas en él por los conocimientos
aportados por la Sabiduría,
se hallan realmente a su disposición. Lo están porque ha aprendido a diferenciarse
de ellas humildemente.
Llegados a este punto ya no se está lejos del objetivo. La parte
oscura se ha hecho consciente. Lo sexual contrario se ha diferenciado en
nosotros. Nuestra relación con el espíritu y la naturaleza primitiva se han
puesto en claro. La doble fisonomía del alma es conocida. El orgullo del
espíritu ha sido suprimido. Se ha penetrado profundamente en las capas del
inconsciente y mucho de su contenido ha ascendido a la luz, a la vez que se ha
aprendido a orientarse en su mundo primitivo. Nuestra conciencia, portadora de
nuestra individualidad, ha sido contrapuesta al inconsciente, que es portador
de nuestra participación psíquica en lo general colectivo.
El camino estuvo lleno de crisis, porque el fluir de lo inconsciente
en la esfera de la conciencia, disminuye la fuerza conductora de la conciencia,
dando lugar a un estado alterado del equilibrio psíquico, que necesita
reequilibrarse en otro nivel, una vez que la psique colectiva ha puesto su
riqueza, el tesoro escondido, a nuestra disposición.
A la imagen arquetípica que, gracias a la confrontación, conduce a la
unión de los dos sistemas psíquicos parciales -la conciencia y el
inconsciente-, a través de un punto central común -el Yo-, Jung la llama Si-Mismo. Marca la última estación del
camino de individuación.
Sólo cuando este punto central ha sido encontrado e integrado, puede
hablarse de un hombre completo; sólo entonces el hombre habrá resuelto el
problema de las dos realidades, externa e interna, de su estructura psíquica y
cuya solución feliz sólo alcanza el hombre realizado.
El alumbramiento del "Si-mismo"
significa, para la personalidad consciente, una traslación del centro psíquico
que hasta ese momento poseía, y, como consecuencia de ello, una nueva actitud
ante la vida y una nueva concepción de la misma; una transformación en el
sentido más literal de la palabra. Para que la transformación ocurra es
imprescindible la absoluta concentración del yo personal en el
"centro", en el lugar de la transformación.
El Si-mismo es una magnitud
superior al Yo consciente. Incluye no sólo la parte consciente de la psique,
sino también la inconsciente y, por ello, "es la personalidad total
que también somos nosotros"(Jung). Por ello mismo, el único contenido
del Si-mismo que conocemos es el Yo. "El Yo individualizado se percibe así mismo como objeto de un sujeto
desconocido y superior".
Todo intento de decir algo sobre el contenido del Si-mismo tropieza
con los límites de nuestra capacidad de conocimiento. El Si-mismo únicamente podemos vivirlo.
Nada hay tan difícil para el hombre como alcanzar ese conocimiento de "conocerse a uno mismo tal y como se es por
naturaleza, en oposición a lo que uno quisiera ser".
Llegar a ser Si-mismo es,
pues, y ante todo, el camino del hallazgo del sentido, de la formación del carácter,
de alcanzar una concepción del mundo, porque conciencia superior supone concepción del mundo. Todo aumento de
experiencia y conocimiento significa un paso más en la evolución de esa
concepción del mundo. "El hombre
cuya Sol aún gira alrededor de la
Tierra es un hombre diferente del hombre cuya Tierra es
satélite del Sol" (Jung).
El arquetipo de la unión de los contrarios -la Coincidentia Oppositorum-, es el Símbolo de la “Coniutio” (conjunción de
los opuestos). En él, se representan los sistemas parciales de la psique
conjugados en un plano superior, situados sobre ellos, con el Si-mismo. Todos los símbolos del
proceso son portadores de función
trascendente, es decir, de la conjunción de los diferentes pares de
contrarios de la psique en una síntesis superior.
El símbolo de la conjunción aparece cuando en el curso de la evolución
espiritual, lo intrapsíquico "es
experimentado tan real, tan efectiva y, psicológicamente, con un carácter de
realidad análogo a la del mundo exterior" (Jung). Con este símbolo, el
equilibrio entre el yo y el inconsciente queda manifestado. Todas las culturas
conocen estas representaciones simbólicas. Son llamadas Mandalas, o Círculos Mágicos.
El proceso de individuación de la psique investigado por la psicología
de C. G. Jung en el hombre occidental, es el "análogo natural de las iniciaciones llevadas a cabo artificialmente".
Las vías de iniciación religiosa de otras culturas son también ejemplo de ello,
así como las formas del yoga budista y tántrico, los ejercicios espirituales de
San Ignacio, o la
Alquimia. Aunque cada uno lleva el sello del hombre y de la
cultura a la que éste pertenece.
El análisis realizado en esta serie de artículos, me lleva a pensar
que la transformación del hombre occidental está en la capacidad que este pueda
tener para pedir auxilio a las fuerzas creadoras del inconsciente y del
interior de nuestra alma. Pero, dice Jung que "esta transformación sólo puede comenzar en el individuo",
porque un individuo así transformado ya no se reconocerá como "imagen y semejanza ética de Dios, sino, de
una parte, individuo reflexivo, y de otra, individuo volitivo reflexivo, y no
un orgulloso superhombre".
Hoy más que nunca, la responsabilidad y la misión de la cultura radica
en el individuo que intenta llevar su "yo personal"
a ser Si-mismo para poder aportar,
frente al Tú, esa tolerancia y
bondad que sólo poseen los que han investigado y vivido conscientemente sus más
oscuras simas; frente a lo colectivo, la responsabilidad del que conoce los
deberes de todo lo individual por la experiencia personal de su totalidad
psíquica.
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