<PÁGINA>: LA OTRA PALABRA
<TÍTULO>: ¿Qué es el "Yo"?
<SUBTITULO>: Ventura y desventura de un "yo" moderno.
<AUTOR>: Alfiar
<SUMARIO>: Surgido de la Vida, el Yo es algo vivo que cambia cualitativamente y aumenta su complejidad.
<CUERPO DEL TEXTO>:
Jack London en su novela "Antes
de Adán", nos relata las pesadillas que tiene un hombre moderno y
civilizado al experimentar en él otras vidas acaecidas en tiempos
prehistóricos. El protagonista se resiste a aceptar la evidencia de que él es
el resultado de un proceso evolutivo.
(...)
Como hombre moderno y civilizado que es, le cuesta admitir que no ha
podido eliminar de su vida y de su naturaleza al salvaje que vivió en los
albores de la humanidad.
Una vez que la pesadilla ha terminado, el protagonista concluye:
- "Yo, el yo moderno, no recordaba nada más de
aquel salvaje que ahora soy yo y que vivió en la prehistoria".
Junto con otras, hay en la novela de Jack London una idea poco
conocida y, tal vez por ello, muchos de los que andan en este camino de
búsqueda y realización espiritual, no saben muy bien a que atenerse respecto a
esa cosa llamada yo. Es la idea de
que esa realidad llamada yo es el
resultado de un proceso evolutivo.
Cuando un hombre pinta un cuadro, fabrica una mesa, construye un
edificio, charla con su vecino o hace el amor con su pareja, lo hace desde una
estructura psíquica llamada yo.
Lo que este hombre seguramente desconoce es que entre el mundo externo
a él y el organismo vivo que es él, la
Vida , desde el más remoto pasado de su origen, ha ido
construyendo "algo" que ha hecho
posible en él el nacimiento de la autoconciencia y, con ello, la posibilidad de
decir yo.
Este salto evolutivo ha permitido al hombre, hasta cierto punto,
desprenderse de los condicionamientos instintivos de la vida prehumana, pasando
a depender, en lo que a su supervivencia se refiere, de su propia acción.
Acción que el mismo dirige desde esa estructura psíquica llamada yo. Con ello, ha abierto ante él todo un mundo
nuevo de posibilidades y experiencias.
La vida pre-humana organiza la supervivencia de las especies a través
de mecanismos instintivos inscritos en los códigos genéticos, regulando con
ello las relaciones entre los individuos y el medio, y entre los individuos
entre sí. En cambio, el hombre, con el fin de organizar la multiplicidad de su
experiencia, creó -o la Vida
creó en él-, una herramienta, que se desarrolló a lo largo de un proceso de
integración y de síntesis en la evolución homínida, a la que llamamos yo.
Sólo porque yo tengo conciencia puedo conocer que un paraguas me
resguarda de la lluvia o que el Sol, además de calentarme y darme la vida, se
la da igualmente a toda la
Tierra. Para el hombre no hay conciencia sin el yo y, para
ambos, en la mente humana hay símbolos lingüísticos y no lingüísticos.
Con el fin de hacer uso de las impresiones y experiencias adquiridas
en sus relaciones con el medio, con otros yoes y consigo mismo, el hombre
necesita recordarlas; es decir, tiene que poseer una reserva psíquica de
recuerdos sobre los que basar sus futuras acciones. Este archivo es la memoria
cerebral.
Como esta memoria no es heredada genéticamente, el hombre debe
aprender y, a la vez, ser consciente de ese aprendizaje. El inicio de este
aprendizaje lo realiza el hombre siendo niño y dando nombre a las cosas. Es lo
que hizo Adán cuando Dios le situó ante el mundo para que lo nombrara. Con ello
las conocemos y podemos pensarlas y usarlas, porque la conciencia que el hombre
posee del mundo queda representada en los símbolos del lenguaje; símbolos que
se corresponden a la realidad exterior a él, a otros como él y a si mismo.
Algunos de estos símbolos -los signos lingüísticos-, se organizan en
una estructura llamada código lingüístico. Otros son imágenes de la propia
energía psíquica y de su funcionamiento. Pero todos ellos son en su conjunto
verdaderos transformadores de energía del acontecer psíquico. Jung decía que:
"los
símbolos no son forjados conscientemente, sino que son producidos por el inconsciente
por la vía de la llamada revelación o intuición."
El contenido de un símbolo jamás puede expresarse racionalmente en forma
completa. Procede de una realidad que sólo puede ser expresada en forma de
símbolo y que comprende algo que no es expresable totalmente por el lenguaje,
por el instrumento de la razón.
A consecuencia de todo esto, la propia mente, su expresión en la percepción
consciente y los símbolos apropiados para percibir y conocer, constituyen el
vehículo para que el hombre pueda procesar la información que sensorialmente le
llega procedente del medio en que actúa y del interior de sí mismo.
De esta manera, la Vida
y el proceso evolutivo y complejizador de la vida ha interpuesto, entre el
hombre como ser biológico y el mundo que le rodea, una creación original de carácter
simbólico llamada Lenguaje. Presidiendo esta estructura, se halla otra, llamada
yo.
Este yo, que ha evolucionado como si fuera un tejido psicológico, es
el responsable de la aparición de la cultura y del desarrollo psico-social del
hombre. Simultáneamente, el propio yo se ha visto modificado en el proceso de
su evolución por sus propias creaciones.
¿Qué es, pues, esa cosa llamada yo
y que los buscadores espirituales, influenciados por ideas procedentes de otros
ámbitos culturales, quieren eliminar?
En principio, es una realidad y capacidad psicológica, a través de la
cual la persona actúa física, emocional y mentalmente. A su través se realizan
los procesos de pensamiento, sentimiento y comportamiento con los que el hombre
establece sus relaciones, adaptaciones o divergencias en el medio en que se
desenvuelve. Como algo que ha brotado de la propia Vida, el yo también es algo
vivo que ha cambiado y cambia cualitativamente, aumentando su complejidad a
medida que se desarrolla la historia cultural del hombre.
Su origen fue colectivo-individual,
surgió de un estado indiferenciado de conciencia, devino en un yo individual a
través de un proceso cultural producto de la historia de la vida de cada
persona particular. Su proyección parece ir hacia un yo individual-colectivo consciente.
A causa de ser un recién nacido, evolutivamente hablando, este yo no
es aún una estructura unificada en su yoidad. Se encuentra matizado, coloreado
e influenciado por los impulsos biológicos de la vida prehumana de la que
procede y cuya información aún subyace en sus genes y en su sistema nervioso
regulado por el Complejo R y el Sistema Límbico.
A cada impulso procedente de esta información genética, que ha
regulado el comportamiento de las especies a lo largo de la Evolución en respuesta a
la territorialidad, a la supervivencia, a la procreación y a los sentimientos
maternales protectores, el yo ha reaccionado identificando la conciencia con
esos impulsos y con sus resultados. De esta manera el yo se encuentra
fragmentado en una legión de yoes que proceden de las identificaciones que la
conciencia realiza con los mecanismos de los procesos físicos, emocionales y
mentales de la realidad humana.
El yo al no tener
conciencia de los procesos que, procedentes de la vida condicionada del
individuo, actúan en forma inconsciente, se identifica con esos procesos y a
cada uno de ello dice yo.
Cuando el Yoga de Patanjali expresa su renuncia al yo, y le hace
decir: Yo no soy estas emociones, ni estos pensamientos mecánicos, ni estas
voliciones e impulsos inconscientes, ni esas cosas que proceden de las
estructuras arcaicas de la Vida
y que aún fluyen por el hombre, lo que intenta es romper la identificación, a
fin de que ese centro de la conciencia llamado yo se desarrolle y pueda llegar
a ser Si-Mismo.
Son estos falsos yoes procedentes de la identificación los que hay que
poner bajo yugo, son las fuerzas que configuran al Dragón personal, puestas al
servicio de un Yo realizado,
plenamente individuado y, por ello mismo, Uno con toda la Creación.
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