domingo, 31 de julio de 2016

La Singladura de Occidente 41

La Singladura de Occidente
Capítulo 40

Lo que los Memes Naranja y Verde no quieren mostrar (2)
Para Edgar Morin, el 2º agujero negro de la educación y de la enseñanza es lo él llama “conocimiento pertinente”; porque no basta con cualquier conocimiento, es necesario que este sea pertinente. ¿Qué se quiere decir con esto?
(...)
Un conocimiento pertinente es aquel que es capaz de organizar la información contenida en el conocimiento. No por mucha información que se posea, ésta hace que el conocimiento que esta aporta sea válido. Veamos el ejemplo de la ciencia económica, con sus premios Nobel y su extremada sofisticación. A pesar de ello es una ciencia cuyo poder de predicción es muy bajo ya que al reducir todo a valores matemáticos y no tener en cuenta otro tipo de fenómenos no cuantificables (políticos, sociales, fenómenos de masas, que cambian los movimientos bursátiles, etc.), se encuentra aislada del resto de la realidad social y humana. Podría decirse que su conocimiento no es pertinente, ya que al ser solo una sofisticación, prescinde del contexto donde ese presunto saber debe ser aplicado. El significado completo de una palabra no se encuentra en su significación intrínseca, sino teniendo en cuenta también el contexto.
Para que un conocimiento sea pertinente ha de situar esa información en un contexto lo más global posible, geográfico, histórico… Por ejemplo, un contexto del conocimiento tecnológico debería ser el de la biosfera. Nuestros sistemas de enseñanza enseñan disciplinas cerradas en si mismas, lo que produce una atrofia de nuestra mente para situar o contextualizar cualquier conocimiento. Un conocimiento cualquiera es solo una parte  separado de un todo, aunque es la relación del todo y sus partes lo que es importante. Y esto es lo que no se enseña, que existe un bucle de retroalimentación entre las partes y el todo.
El 3º agujero negro lo constituye algo que sorprende que no sea siquiera considerado: nuestra propia condición humana. Cuando daba clases y conferencia, a veces, solía preguntar a los que me escuchaban, no todos lo hacían (al menos en clase): ¿Qué eran? Automática e inconscientemente ellos cambiaban el qué por el quién y me respondían con su nombre, profesión o actividad. ¿Qué nos hace no considerar lo que somos? Tal vez pensemos o digamos que somos un ser humano, pero ¿cuál es nuestro contexto?
Desde el siglo pasado, las modernas teorías cosmológicas (Big-Ban, universo en expansión etc.) nos proporcionan nuestro contexto: un universo en expansión (Morin dice que “tiene una aventura”) y una historia, y que a pesar de su inmensidad contiene a nuestro pequeño planeta el cual se incluye en una galaxia periférica a la que llamamos Vía Láctea (un nombre puramente mítico que se formó de la leche que manaba de los pechos de la diosa Galatea). Gracias a esta cosmología científica, como ya hicieron las antiguas cosmologías míticas, podemos contextualizarnos en el Universo. Y diga lo que diga la ciencia mecanicista, materialista y reduccionista, no solo somos hijos de la evolución de este pequeño planeta que es la Tierra, sino que también lo somos de la Diosa Galatea y de la Gran Madre egipcia Hator que simboliza a todo el Universo. Así que somos un ser humano que tiene conciencia (más o menos) de pertenecer al Universo, aunque se encuentre situado sobre la Tierra y en la vida que esta ha desarrollado.
Las distintas ciencias humanas son compartimentos estancos; no se comunican entre si, nuestra naturaleza biológica, social e individual carecen de comunicación, por ellos somos seres escindidos de todo lo que nos rodea. No basta con conocer lo inmediato, también es necesario tomar una distancia, y por suerte para nosotros nuestra cultura nos ha proporcionado esa distancia gracias a la cual podemos ver el Universo.
Nadie enseña que nos encontramos en ese universo y que nuestra condición humana adquiere su pleno significado cuando nos consideramos a nosotros mismos incluidos en él. Morin señala que el conocimiento de nuestra condición humana no se detiene en las ciencias físicas, biológicas o sociales. Nuestra vida esta llena de pasiones, emociones, sufrimientos, goces, relaciones… De estos aspectos de nuestra condición no habla la Ciencia, pero si lo hace la Literatura, la Poesía, el Cine o el Teatro. Lo ha hecho desde que apareció la escritura y tal vez ya lo hiciera en el largo periodo de la tradición oral. Cualquier novela de Tolstoi, Proust, Balzac; cualquier obra de teatro de Calderón, Lope o Shakespeare…; cualquier tragedia de Eurípides, Sófocles o Esquilo; nos proporcionan más información sobre los aspectos internos de nuestra naturaleza que toda nuestra ciencia reducida solo al conocimiento de nuestra realidad material.
La concepción que tiene la ciencia actual del ser humano es una concepción mutilada. No somos solo razón -y a veces es difícil verla-, porque lo que predomina es el delirio, lo lúdico, el goce, los impulsos emocionales… No solo somos un “homo econumicus”, sino que nos alimentamos de mitologías, de sueños, de los frutos de nuestra imaginación, como defendía William Blake. Nuestra naturaleza humana es el resultado de una tremenda complejidad, por ello, estudiarla, enseñarla, para llegar a comprenderla, solo es posible si somos capaces de religar todos nuestros conocimiento y disciplinas.
“¿Quién podría dudar de la presencia del espíritu? Renunciar a la ilusión que ve en el alma una <<sustancia>> inmaterial, no es negar su existencia, sino por el contrario comenzar a reconocer la complejidad, la riqueza, la insondable profundidad de la herencia, genética y cultural, así como la experiencia personal, consciente o no, que conjuntamente constituyen el ser que somos, único e irrecusable testimonio de uno mismo.” (Jacques-Lucien Monod -1910-1976-. Biólogo francés descubridor de sistema operón lac que controla la expresión de los genes en las bacterias y sugirió la existencia de moléculas de ARN mensajero que modifican la información codificada en el ADN y en las proteínas.)
La pregunta sería: ¿Por qué la mayoría de los científicos no quieren darse cuenta de que esta separación y parcelamiento del conocimiento, no solo afecta a “un conocimiento del conocimiento” (Morin), sino también a nuestras posibilidades de conocernos a nosotros mismos como seres humanos?


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