<PUBLICADO
EN LA GACETA DE
CANARIAS EL 11/04/93>
<PAGINA>: LA
OTRA PALABRA
<TITULO>: La ascensión al Gólgota (4)
<SUBTITULO>: Crucifixión
<AUTOR>: Alfiar
<ILUSTRACION 1>: "Oración en el huerto" El Greco (1605).
<SUMARIO 1>: En la Cruz
se sacrifica aquello con lo que Adán y Lucifer se identificaron, la ilusión de
la forma.
<SUMARIO 2>: Mientras los deseos existan, no es posible enfrentar de forma
impersonal los conflictos humanos. Hay que renunciar a ellos en la cruz.
<CUERPO DEL TEXTO>:
La crucifixión es el misterio esencial del
cristianismo. Este, ha hecho de ella el motivo de un acto personal. En
realidad, representa un gran acontecimiento cósmico.
(...)
Jesús, simbolizó, a través de los
acontecimientos de su vida y para todas las humanidades, cual era la manera de
alcanzar la plena estatura humana. Abandonó la creencia infantil de que cada
uno es el centro de un universo solícito que nos adora.
El hombre que ha alcanzado su plena estatura
humana ya no retiene las cosas que usa, porque cambian y se desvanecen. Las
usa, no aferrándose a ellas, sino comprendiéndolas con Amor. Subir a la cruz es
un acto de desprendimiento, de renuncia, ya no hay ningún ego personal que defender. Hace falta tener la estatura de un
Hombre para hacerlo.
La
Cruz es un
símbolo tan antiguo como la propia Humanidad. Personifica la inmolación del
Espíritu en la Materia,
a fin de que la Vida
pueda vivir.
En la cruz se sacrifica la identificación con
el aspecto "forma", con aquello que
Adán y Lucifer se identificaron. Esa identificación fue la causa de que la
muerte surgiera en la conciencia. Hoy, la Humanidad comienza a estar, hasta lo más profundo
de su ser, cansada de tanta muerte. Lo que aún presenciamos son los últimos
estertores de esa dinámica y de esta toma de conciencia.
Mientras quede un ser humano identificado con
el plano material, el Cristo Cósmico seguirá crucificado en la "cruz de la
materia". Cristo enseña que hay que subir a esa cruz para poder vivir como
"dioses" ("Dioses sois").
Durante mucho tiempo me he preguntado por qué
el cristianismo ha hecho tanto hincapié en el sacrificio de la sangre de Cristo
y en su relación con la idea de pecado. Parece haber dos motivos: la herencia
arcaica de una idea de sacrificio y perdón por la sangre, y el sentimiento de
culpabilidad del hombre occidental respecto a su divinidad interna que influye
en su conciencia.
Esto es algo corriente. No hace aún muchas
semanas encontré a una persona profundamente angustiada. Tenía graves
conflictos de culpabilidad por haber renegado de Dios en el pasado. Los eventos
que la vida ponía ante él cada día no encajaban con la visión que la Iglesia le había dado de
Dios.
Es porque "lo religioso" o "espiritual" no es algo
que uno se pone o se quita, en forma artificial, sobre los hombros,
impunemente. Es una realidad psíquica arraigada en lo más profundo de nuestro
inconsciente. Tal vez, el hombre occidental aún no ha comprendido el verdadero
significado de lo que como nivel de conciencia sintifica Cristo (Ungido). Por ello, pecado y sacrificio han suplantado a Amor y
Servicio; y, tal vez por lo mismo, el cristianismo sólo ha formado a hombres
tristes, cansados, en conflicto con su propia cultura, con la idea de la muerte
y con la conciencia de pecado. El Jesús-Cristo clavado en la cruz, su sacrificio para
redimirnos del pecado y la propia cruz como elemento de tortura y muerte han
desviado nuestra atención de lo que El quiso mostrarnos.
El mensaje desde el plano simbólico y
psíquico fue: lo "inferior" debe morir (transmutarse), para que lo "superior" pueda
manifestarse y el Alma resucite de la tumba de la materia.
El pasado, los hombres se salvaban de la ira
de los dioses por el sacrificio de animales y la ofrenda de frutos de la
tierra. Después lo hicieron sacrificando algo más valioso: al propio ser
humano. Más tarde, sacrificaron al Hijo del propio Dios. Hoy, comenzamos a
comprender que la salvación procede
del Cristo Vivo (un estado de conciencia despierta) y resucitado que mora, como potencial, en el interior de cada uno de nosotros.
El mensaje de Cristo fue que, esa Presencia puede ser liberada en
nosotros, únicamente por el sacrificio de nuestra "naturaleza inferior". Esto es
lo que proclamó en la cruz.
¿A qué pecado se refiere Jesús?
El significado de la palabra pecado es oscuro. Por un lado parece
significar "errar el blanco"; por
otro, significa "el que es", "el que existe". ¡Qué cercano al "Yo Soy el Yo Soy"! Atanasio
decía que "los hombres se apartaron
de Dios cuando comenzaron a reparar en si mismos." Y Agustín de Hipona
identificaba el pecado con el amor propio. Esto nos lleva a pensar que pecado
es la separación en la conciencia del Yo
Esencial y la identificación con un falso yo. Esta es la idea clave de la Cábala.
El problema del pecado es entonces el
problema de la dualidad esencial del hombre que, por el "sacrificio", se
sintetiza de nuevo en la
Unidad.
Cuando el hombre, antes de despertar de su
naturaleza dual, yerra el blanco de su Centro Divino, ¿hemos de considerarlo
pecador? Jesús-Cristo (el hombre ungido en su realeza), desde la cruz, dice que no, pues pecado es una acción errada
por falta de luz y conocimiento. Allí donde estos no existen, somos ignorantes
y dignos de perdón. Pero desde el momento en que un hombre conoce que está constituido por dos naturalezas en una sola forma
material, es decir, que el es Dios y Hombre, entonces la responsabilidad crece
y el pecado se hace posible.
Transgredir significa cruzar una frontera,
violar una ley fundamental de la
Vida; y cuando somos ignorante de las Leyes de la Vida, pagamos un precio. Así
aprendemos a no pecar; pero, en tanto que ignorantes, el Cosmos nos perdona.
El mandamiento dado al hombre es establecer
una relación correcta con los otros seres humanos. Errar en este objetivo es
insistir en la separatividad. Según como manejemos nuestros problemas
cotidianos, demostraremos nuestra ignorancia o nuestro conocimiento de las
Leyes Divinas; nuestra divinidad o nuestro falso yo.
La tarea del hombre en la vida debe consistir
en expresar esta Divinidad a través de un vivir inofensivo, un servicio activo
para con nuestros semejantes, un vigilante cuidado de nuestras palabras y actos
a fin de no dañar a uno de estos pequeños
que aún son ignorantes, un compartir las necesidades del mundo y un desempeñar
la parte que a cada partícula creada le corresponde en el Plan del Hacedor de
Estrellas.
Jesús venció el Mal porque no erró el blanco
de su propio Centro Divino, porque no conoció la separatividad. Cumplió la
voluntad del Padre y nos dejó una sencilla regla: el que quiera hacer la
Voluntad de Dios, conocerá la Doctrina de Dios. La
sencillez de éste mensaje es desconcertante, ya que sólo implica que la Voluntad de Dios se haga en
cada ser humano. Occidente ha vivido la crucifixión como una tragedia, cuando
la verdadera tragedia está en nuestro fracaso en reconocer su auténtico
significado.
La visión de que su mensaje no iba a ser
comprendido, las interpretaciones distorsionadas que de él se iban a hacer, fue
lo que le llevó a la agonía de Getsemaní. Su misión era mostrar que el hombre
podía tener Vida más abundante, y la
cruz señalaba la línea de demarcación entre el reino de los hombres y el Reino
de los Cielos. La cruz era la frontera. Y la frontera debía ser disuelta en sí
mismo, cumpliendo la Voluntad
del Padre.
Podremos comprender esa agonía si pensamos en
el sufrimiento que nos produce el fallo de aquellos en los que confiamos, en los
momentos en que más necesitamos de su comprensión.
Los discípulos más íntimos y queridos por
Jesús le abandonan, se duermen ajenos a su agonía mental. Ya Prometeo prefiguró
este conflicto: la lucha que tiene lugar en la mente de un hombre, entre su
anhelo de comprender y la necesidad de los afectos inmediatos, condicionados
por la buena voluntad y el apoyo de sus semejantes.
Mientras esos deseos existan -deseos por la
felicidad de los seres queridos, el alivio de sus enfermedades, la solución de
sus problemas, la desaparición del espejismo de sus mentes-, no es posible
enfrentar en forma absolutamente impersonal los conflictos humanos. No se podrá
comprender cual es la raíz del sueño
interno.
Este conflicto parece ser la roca en la que
zozobramos y zozobran las mentes enfocadas espiritualmente. Este conflicto fue
el que dio origen a la agonía de Getsemaní, hallando alivio, únicamente, en la
comprensión de ser Hijo de Dios y de su hermandad con los hombres.
Una vez que se hubo desprendido de éste
último sentimiento de necesidad de y amor a y por los demás, subió a la cruz; y,
desde esa posición de poder, pronunció siete palabras relacionadas con el
Reino. Aunque los cristianos han dado a esas palabras una significación
individual en relación a quienes supuestamente se dirigen, su significado es
más amplio y profundo, al hacer referencia a representaciones simbólicas de
arquetipos colectivos.
La 1ª Palabra de poder fue "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen".
El Hijo de Dios pide al Padre que perdone a
los que le crucifican. Dos hechos sobresalen aquí y ambos carecen de una significación literal, por ello han de ser interpretados simbólicamente: su insistencia en la
paternidad de Dios y el hecho de que la ignorancia, aún siendo productora de
daño, no hace culpable al hombre y, por tanto, no merece castigo. Aquí, pecado
e ignorancia son sinónimos; aunque sólo puede ser reconocida como tal por los
que saben y no son ignorantes.
Con esta palabra se nos dice dos cosas: que
Dios es nuestro Padre, al que podemos llegar por el Camino y la Puerta que El nos muestra;
a lo que añade que el perdón es el resultado al que se llega por el proceso de
la vida, pues equilibra, restituye y alienta esa actividad desde la cual el
hombre ya no es ignorante, alcanzando el nivel de perdonar al que aún lo es.
La 2ª Palabra: "¡Señor, acuérdate de mí cuando estés en Tu Reino!".
Es dicha en su primera parte por el ladrón de
la derecha, a lo que Jesús responde: "De
cierto te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso".
En la primera palabra hace referencia a la
ignorancia y a la debilidad del prójimo que requiere perdón y que está
simbolizada por el ladrón de la izquierda. En la segunda palabra hace
referencia a la pureza y a la liberación simbolizadas en el ladrón de la
derecha.
Los dos ladrones son los Opuestos Esenciales
que el Cristo Central unifica. Para la Esencia Crística son ladrones que roban la
energía necesaria para llegar el Centro. Mantienen en movimiento la rueda de la
existencia personal. Uno trabaja para el otro. Son Yin y Yang.
Una vieja leyenda cuenta que al crear al
hombre, Dios ordenó a los espíritus de los planetas que trabajasen para el
hombre.
- ¿Qué
tenemos que hacer? -, preguntaron.
Dios los separó según su naturaleza y les
dijo:
- Vosotros, los que he
situado a la derecha del hombre, intentaran llevarlo al Paraíso; y vosotros,
los que he situado a la izquierda del hombre, intentaran llevarlo al Infierno.
Para cumplir con vuestra misión podéis recurrir a cualquier medio, siempre que
los espíritus de la derecha actúen sobre los actos del hombre, su naturaleza
activa y consciente, y los de la izquierda lo hagan sobre lo que actúa por sí
mismo, su naturaleza pasiva e inconsciente.
Luego, son nuestros actos conscientes los que
nos liberan. Actos que, simbolizados en el ladrón de la derecha, ascenderán con la Conciencia Crística
al Paraíso.
De pie, en un nivel más bajo, estaban los dos
seres que más amaba Jesús. Y desde su posición de poder en la cruz, les dice la
3ª Palabra: "Mujer, he ahí a tu hijo. Hijo, he ahí a tu madre."
¿Qué significan estas palabras?
Juan representa a la personalidad integrada, consciente, que está más cerca de Cristo
y cuya naturaleza comienza a ser impregnada de Amor Divino, el que es
característica esencial del Alma.
María es el aspecto Materia de la
Naturaleza; el ser que ama y nutre al Cristo oculto en su
seno y que le da a Luz en Belén.
Con esa palabra, Cristo enlaza los dos opuestos,
porque lo que dice realmente es:
A Juan: ¡Hijo! Reconoce a la que debe darte
a Luz en Belén, advierte cual es la realidad que cobija y protege la Vida Crística.
A María: ¡Mujer! Reconoce en él a la
personalidad individuada y desarrollada, a la que, palpitante y latente, darás
a Luz. Aceptaos porque sois la misma cosa.
Dice el evangelista que a partir de este
momento, hubo tinieblas en la faz de la Tierra durante tres horas. Desde esta tiniebla
Cristo pronunció su
4ª Palabra. Exclama: "¡Dios Mío, Dios Mío! ¿Por qué me has desamparado?"
De nuevo la cifra tres: tres cruces, tres
días, tres horas. Cada uno de los tres aspectos de la naturaleza personal y
humana que ha ascendido, en su máxima capacidad de realización, a ese lugar
elevado, con el consecuente sufrimiento, son los que pronuncian la palabra.
Si en la Transfiguración la
personalidad y el Alma se habían fusionado para funcionar como Alma, ahora ha
llegado el momento en que lo hagan la persona-Alma,
el Hijo de Dios, con el Padre.
En esas tres horas de oscuridad, el Hijo de
Dios, la persona y el Alma, descubren, bruscamente, que todo lo conseguido
hasta ese instante, sólo es el comienzo de una expansión de conciencia mayor.
Lo mismo que la persona ha tenido que renunciar a su control para ponerse al
servicio del Alma, esta debe renunciar a ese sentimiento de seguridad y control
que le da el saberse Hijo de Dios, para ponerse al servicio de la Voluntad del propio Dios.
Fue esta experiencia, esta comprensión de
Jesús-Cristo, la que le abrió la última puerta hacia el Corazón del Padre. La
experiencia suponía la renuncia del Alma a ser el centro de la vida espiritual
como algo estable y eterno.
A esta oscura noche del Alma que los
cristianos llaman crucifixión, en Oriente se le llama Renunciación. Hasta el momento en que el hombre no sienta esa
soledad absoluta que le aparta, no sólo de sus amigos, sino de su familia,
posesiones, orgullo, ilusiones de existencia, no habrá llegado al núcleo de su
ser, a su verdadero Yo Soy.
La vida nos va preparando para esta soledad
final a través de hacernos experimentar períodos de total negación. Abandonado
de todos, incomprendido por todos, crucificado por sus semejantes, sólo con la
conciencia de ser el Divino Hijo de Dios, de ser Alma, se entra en la oscuridad
total de la renuncia última: la dolorosa muerte del yo individuado que se
reconoce Hijo de Dios, la dolorosa entrega del Alma a una Voluntad Mayor.
En esa tiniebla conocemos a Dios.
La 5ª Palabra: "¡Tengo sed!".
Ha sido mal interpretada al dársele un
sentido físico. Esta sed del que ha hecho hasta el sacrificio de su Alma, es la
sed por las almas de los hombres que obliga, a Cristo o a Buda, a mantener
abierta la puerta. Es la redención, el compromiso de servicio que comparte con
todo el género humano que aún se siente separado del Padre.
Solamente cuando seamos capaces de pronunciar
estas palabras de poder, comprenderemos lo que es Dios y su Amor; lo que es la Vida y su propósito. Y
compartiremos la sed de aquellos que aguardan, a la derecha del Padre, a que
toda la Humanidad
alcance su Centro (y hablo simbólicamente).
De pronto, irrumpe en la conciencia la
maravilla de lo conseguido. Por ello puede decir:
"¡Todo está realizado!", su 6ª Palabra.
Había realizado lo que había venido a hacer
en esa encarnación. La puerta del Reino estaba abierta; el límite entre el
Mundo y el Reino de los Cielos había quedado definido. Sólo quedaba que, a
medida que la ignorancia desapareciera del mundo, los demás hombres siguieran
sus pasos.
Nada quedaba ya por hacer. Por lo que entrega
su Alma al Padre:
7ª Palabra: "¡Padre! En tus manos encomiendo mi Alma".
Esta 7ª Palabra comienza de la misma manera
que la primera: llamando al Padre. Y he aquí "que el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo", dice
Mateo. Un templo que es el propio hombre que ha ascendido a la cruz, y en el
que el canal que une lo humano y lo divino queda abierto por esa rasgadura
vertical. A su través, las energías superiores pudieron exteriorizarse sin
obstáculo en el mundo inferior. Con esta rasgadura el Padre da reconocimiento a
lo realizado por el Hijo: Dios y el Hombre, rotas las barreras, vuelven a estar
unidos.
El camino recorrido por Jesús para acceder al
Gólgota, nos revela dos cosas de su misión: poner la primera piedra en el mundo, para materializar en él el Reino de los
Cielos, y mostrarnos lo que significaba el Amor. Por ello, hizo de su vida un
símbolo, un arquetipo de transformación de energía psíquica y espiritual, y
enseñó que este camino de transformación es un camino de servicio inteligente
y consciente, un camino que conduce a un reino de servidores, ya que el que
pone su ser bajo la Voluntad
del Padre es un servidor.
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