martes, 12 de abril de 2016

La Ascensión al Gólgota (4)



<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 11/04/93>
<PAGINA>: LA OTRA PALABRA
<TITULO>: La ascensión al Gólgota (4)
<SUBTITULO>: Crucifixión
<AUTOR>: Alfiar
<ILUSTRACION 1>: "Oración en el huerto" El Greco (1605).
<SUMARIO 1>: En la Cruz se sacrifica aquello con lo que Adán y Lucifer se identificaron, la ilusión de la forma.
<SUMARIO 2>: Mientras los deseos existan, no es posible enfrentar de forma impersonal los conflictos humanos. Hay que renunciar a ellos en la cruz.
<CUERPO DEL TEXTO>:
La crucifixión es el misterio esencial del cristianismo. Este, ha hecho de ella el motivo de un acto personal. En realidad, representa un gran acontecimiento cósmico.
(...)
Jesús, simbolizó, a través de los acontecimientos de su vida y para todas las humanidades, cual era la manera de alcanzar la plena estatura humana. Abandonó la creencia infantil de que cada uno es el centro de un universo solícito que nos adora.
El hombre que ha alcanzado su plena estatura humana ya no retiene las cosas que usa, porque cambian y se desvanecen. Las usa, no aferrándose a ellas, sino comprendiéndolas con Amor. Subir a la cruz es un acto de desprendimiento, de renuncia, ya no hay ningún ego personal que defender. Hace falta tener la estatura de un Hombre para hacerlo.
La Cruz es un símbolo tan antiguo como la propia Humanidad. Personifica la inmolación del Espíritu en la Materia, a fin de que la Vida pueda vivir.
En la cruz se sacrifica la identificación con el aspecto "forma", con aquello que Adán y Lucifer se identificaron. Esa identificación fue la causa de que la muerte surgiera en la conciencia. Hoy, la Humanidad comienza a estar, hasta lo más profundo de su ser, cansada de tanta muerte. Lo que aún presenciamos son los últimos estertores de esa dinámica y de esta toma de conciencia.
Mientras quede un ser humano identificado con el plano material, el Cristo Cósmico seguirá crucificado en la "cruz de la materia". Cristo enseña que hay que subir a esa cruz para poder vivir como "dioses" ("Dioses sois").
Durante mucho tiempo me he preguntado por qué el cristianismo ha hecho tanto hincapié en el sacrificio de la sangre de Cristo y en su relación con la idea de pecado. Parece haber dos motivos: la herencia arcaica de una idea de sacrificio y perdón por la sangre, y el sentimiento de culpabilidad del hombre occidental respecto a su divinidad interna que influye en su conciencia.
Esto es algo corriente. No hace aún muchas semanas encontré a una persona profundamente angustiada. Tenía graves conflictos de culpabilidad por haber renegado de Dios en el pasado. Los eventos que la vida ponía ante él cada día no encajaban con la visión que la Iglesia le había dado de Dios.
Es porque "lo religioso" o "espiritual" no es algo que uno se pone o se quita, en forma artificial, sobre los hombros, impunemente. Es una realidad psíquica arraigada en lo más profundo de nuestro inconsciente. Tal vez, el hombre occidental aún no ha comprendido el verdadero significado de lo que como nivel de conciencia sintifica Cristo (Ungido). Por ello, pecado y sacrificio han suplantado a Amor y Servicio; y, tal vez por lo mismo, el cristianismo sólo ha formado a hombres tristes, cansados, en conflicto con su propia cultura, con la idea de la muerte y con la conciencia de pecado. El Jesús-Cristo clavado en la cruz, su sacrificio para redimirnos del pecado y la propia cruz como elemento de tortura y muerte han desviado nuestra atención de lo que El quiso mostrarnos.
El mensaje desde el plano simbólico y psíquico fue: lo "inferior" debe morir (transmutarse), para que lo "superior" pueda manifestarse y el Alma resucite de la tumba de la materia.
El pasado, los hombres se salvaban de la ira de los dioses por el sacrificio de animales y la ofrenda de frutos de la tierra. Después lo hicieron sacrificando algo más valioso: al propio ser humano. Más tarde, sacrificaron al Hijo del propio Dios. Hoy, comenzamos a comprender que la salvación procede del Cristo Vivo (un estado de conciencia despierta) y resucitado que mora, como potencial, en el interior de cada uno de nosotros.
El mensaje de Cristo fue que, esa Presencia puede ser liberada en nosotros, únicamente por el sacrificio de nuestra "naturaleza inferior". Esto es lo que proclamó en la cruz.
¿A qué pecado se refiere Jesús?
El significado de la palabra pecado es oscuro. Por un lado parece significar "errar el blanco"; por otro, significa "el que es", "el que existe". ¡Qué cercano al "Yo Soy el Yo Soy"! Atanasio decía que "los hombres se apartaron de Dios cuando comenzaron a reparar en si mismos." Y Agustín de Hipona identificaba el pecado con el amor propio. Esto nos lleva a pensar que pecado es la separación en la conciencia del Yo Esencial y la identificación con un falso yo. Esta es la idea clave de la Cábala.
El problema del pecado es entonces el problema de la dualidad esencial del hombre que, por el "sacrificio", se sintetiza de nuevo en la Unidad.
Cuando el hombre, antes de despertar de su naturaleza dual, yerra el blanco de su Centro Divino, ¿hemos de considerarlo pecador? Jesús-Cristo (el hombre ungido en su realeza), desde la cruz, dice que no, pues pecado es una acción errada por falta de luz y conocimiento. Allí donde estos no existen, somos ignorantes y dignos de perdón. Pero desde el momento en que un hombre conoce que está constituido por dos naturalezas en una sola forma material, es decir, que el es Dios y Hombre, entonces la responsabilidad crece y el pecado se hace posible.
Transgredir significa cruzar una frontera, violar una ley fundamental de la Vida; y cuando somos ignorante de las Leyes de la Vida, pagamos un precio. Así aprendemos a no pecar; pero, en tanto que ignorantes, el Cosmos nos perdona.
El mandamiento dado al hombre es establecer una relación correcta con los otros seres humanos. Errar en este objetivo es insistir en la separatividad. Según como manejemos nuestros problemas cotidianos, demostraremos nuestra ignorancia o nuestro conocimiento de las Leyes Divinas; nuestra divinidad o nuestro falso yo.
La tarea del hombre en la vida debe consistir en expresar esta Divinidad a través de un vivir inofensivo, un servicio activo para con nuestros semejantes, un vigilante cuidado de nuestras palabras y actos a fin de no dañar a uno de estos pequeños que aún son ignorantes, un compartir las necesidades del mundo y un desempeñar la parte que a cada partícula creada le corresponde en el Plan del Hacedor de Estrellas.
Jesús venció el Mal porque no erró el blanco de su propio Centro Divino, porque no conoció la separatividad. Cumplió la voluntad del Padre y nos dejó una sencilla regla: el que quiera hacer la Voluntad de Dios, conocerá la Doctrina de Dios. La sencillez de éste mensaje es desconcertante, ya que sólo implica que la Voluntad de Dios se haga en cada ser humano. Occidente ha vivido la crucifixión como una tragedia, cuando la verdadera tragedia está en nuestro fracaso en reconocer su auténtico significado.
La visión de que su mensaje no iba a ser comprendido, las interpretaciones distorsionadas que de él se iban a hacer, fue lo que le llevó a la agonía de Getsemaní. Su misión era mostrar que el hombre podía tener Vida más abundante, y la cruz señalaba la línea de demarcación entre el reino de los hombres y el Reino de los Cielos. La cruz era la frontera. Y la frontera debía ser disuelta en sí mismo, cumpliendo la Voluntad del Padre.
Podremos comprender esa agonía si pensamos en el sufrimiento que nos produce el fallo de aquellos en los que confiamos, en los momentos en que más necesitamos de su comprensión.
Los discípulos más íntimos y queridos por Jesús le abandonan, se duermen ajenos a su agonía mental. Ya Prometeo prefiguró este conflicto: la lucha que tiene lugar en la mente de un hombre, entre su anhelo de comprender y la necesidad de los afectos inmediatos, condicionados por la buena voluntad y el apoyo de sus semejantes.
Mientras esos deseos existan -deseos por la felicidad de los seres queridos, el alivio de sus enfermedades, la solución de sus problemas, la desaparición del espejismo de sus mentes-, no es posible enfrentar en forma absolutamente impersonal los conflictos humanos. No se podrá comprender cual es la raíz del sueño interno.
Este conflicto parece ser la roca en la que zozobramos y zozobran las mentes enfocadas espiritualmente. Este conflicto fue el que dio origen a la agonía de Getsemaní, hallando alivio, únicamente, en la comprensión de ser Hijo de Dios y de su hermandad con los hombres.
Una vez que se hubo desprendido de éste último sentimiento de necesidad de y amor a y por los demás, subió a la cruz; y, desde esa posición de poder, pronunció siete palabras relacionadas con el Reino. Aunque los cristianos han dado a esas palabras una significación individual en relación a quienes supuestamente se dirigen, su significado es más amplio y profundo, al hacer referencia a representaciones simbólicas de arquetipos colectivos.
La 1ª Palabra de poder fue "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen".
El Hijo de Dios pide al Padre que perdone a los que le crucifican. Dos hechos sobresalen aquí y ambos carecen de una significación literal, por ello han de ser interpretados simbólicamente: su insistencia en la paternidad de Dios y el hecho de que la ignorancia, aún siendo productora de daño, no hace culpable al hombre y, por tanto, no merece castigo. Aquí, pecado e ignorancia son sinónimos; aunque sólo puede ser reconocida como tal por los que saben y no son ignorantes.
Con esta palabra se nos dice dos cosas: que Dios es nuestro Padre, al que podemos llegar por el Camino y la Puerta que El nos muestra; a lo que añade que el perdón es el resultado al que se llega por el proceso de la vida, pues equilibra, restituye y alienta esa actividad desde la cual el hombre ya no es ignorante, alcanzando el nivel de perdonar al que aún lo es.
La 2ª Palabra: "¡Señor, acuérdate de mí cuando estés en Tu Reino!".
Es dicha en su primera parte por el ladrón de la derecha, a lo que Jesús responde: "De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso".
En la primera palabra hace referencia a la ignorancia y a la debilidad del prójimo que requiere perdón y que está simbolizada por el ladrón de la izquierda. En la segunda palabra hace referencia a la pureza y a la liberación simbolizadas en el ladrón de la derecha.
Los dos ladrones son los Opuestos Esenciales que el Cristo Central unifica. Para la Esencia Crística son ladrones que roban la energía necesaria para llegar el Centro. Mantienen en movimiento la rueda de la existencia personal. Uno trabaja para el otro. Son Yin y Yang.
Una vieja leyenda cuenta que al crear al hombre, Dios ordenó a los espíritus de los planetas que trabajasen para el hombre.
- ¿Qué tenemos que hacer? -, preguntaron.
Dios los separó según su naturaleza y les dijo:
- Vosotros, los que he situado a la derecha del hombre, intentaran llevarlo al Paraíso; y vosotros, los que he situado a la izquierda del hombre, intentaran llevarlo al Infierno. Para cumplir con vuestra misión podéis recurrir a cualquier medio, siempre que los espíritus de la derecha actúen sobre los actos del hombre, su naturaleza activa y consciente, y los de la izquierda lo hagan sobre lo que actúa por sí mismo, su naturaleza pasiva e inconsciente.
Luego, son nuestros actos conscientes los que nos liberan. Actos que, simbolizados en el ladrón de la derecha, ascenderán con la Conciencia Crística al Paraíso.
De pie, en un nivel más bajo, estaban los dos seres que más amaba Jesús. Y desde su posición de poder en la cruz, les dice la
3ª Palabra: "Mujer, he ahí a tu hijo. Hijo, he ahí a tu madre."
¿Qué significan estas palabras?
Juan representa a la personalidad integrada, consciente, que está más cerca de Cristo y cuya naturaleza comienza a ser impregnada de Amor Divino, el que es característica esencial del Alma.
María es el aspecto Materia de la Naturaleza; el ser que ama y nutre al Cristo oculto en su seno y que le da a Luz en Belén.
Con esa palabra, Cristo enlaza los dos opuestos, porque lo que dice realmente es:
A Juan: ¡Hijo! Reconoce a la que debe darte a Luz en Belén, advierte cual es la realidad que cobija y protege la Vida Crística.
A María: ¡Mujer! Reconoce en él a la personalidad individuada y desarrollada, a la que, palpitante y latente, darás a Luz. Aceptaos porque sois la misma cosa.
Dice el evangelista que a partir de este momento, hubo tinieblas en la faz de la Tierra durante tres horas. Desde esta tiniebla Cristo pronunció su
4ª Palabra. Exclama: "¡Dios Mío, Dios Mío! ¿Por qué me has desamparado?"
De nuevo la cifra tres: tres cruces, tres días, tres horas. Cada uno de los tres aspectos de la naturaleza personal y humana que ha ascendido, en su máxima capacidad de realización, a ese lugar elevado, con el consecuente sufrimiento, son los que pronuncian la palabra.
Si en la Transfiguración la personalidad y el Alma se habían fusionado para funcionar como Alma, ahora ha llegado el momento en que lo hagan la persona-Alma, el Hijo de Dios, con el Padre.
En esas tres horas de oscuridad, el Hijo de Dios, la persona y el Alma, descubren, bruscamente, que todo lo conseguido hasta ese instante, sólo es el comienzo de una expansión de conciencia mayor. Lo mismo que la persona ha tenido que renunciar a su control para ponerse al servicio del Alma, esta debe renunciar a ese sentimiento de seguridad y control que le da el saberse Hijo de Dios, para ponerse al servicio de la Voluntad del propio Dios.
Fue esta experiencia, esta comprensión de Jesús-Cristo, la que le abrió la última puerta hacia el Corazón del Padre. La experiencia suponía la renuncia del Alma a ser el centro de la vida espiritual como algo estable y eterno.
A esta oscura noche del Alma que los cristianos llaman crucifixión, en Oriente se le llama Renunciación. Hasta el momento en que el hombre no sienta esa soledad absoluta que le aparta, no sólo de sus amigos, sino de su familia, posesiones, orgullo, ilusiones de existencia, no habrá llegado al núcleo de su ser, a su verdadero Yo Soy.
La vida nos va preparando para esta soledad final a través de hacernos experimentar períodos de total negación. Abandonado de todos, incomprendido por todos, crucificado por sus semejantes, sólo con la conciencia de ser el Divino Hijo de Dios, de ser Alma, se entra en la oscuridad total de la renuncia última: la dolorosa muerte del yo individuado que se reconoce Hijo de Dios, la dolorosa entrega del Alma a una Voluntad Mayor.
En esa tiniebla conocemos a Dios.
La 5ª Palabra: "¡Tengo sed!".
Ha sido mal interpretada al dársele un sentido físico. Esta sed del que ha hecho hasta el sacrificio de su Alma, es la sed por las almas de los hombres que obliga, a Cristo o a Buda, a mantener abierta la puerta. Es la redención, el compromiso de servicio que comparte con todo el género humano que aún se siente separado del Padre.
Solamente cuando seamos capaces de pronunciar estas palabras de poder, comprenderemos lo que es Dios y su Amor; lo que es la Vida y su propósito. Y compartiremos la sed de aquellos que aguardan, a la derecha del Padre, a que toda la Humanidad alcance su Centro (y hablo simbólicamente).
De pronto, irrumpe en la conciencia la maravilla de lo conseguido. Por ello puede decir:
"¡Todo está realizado!", su 6ª Palabra.
Había realizado lo que había venido a hacer en esa encarnación. La puerta del Reino estaba abierta; el límite entre el Mundo y el Reino de los Cielos había quedado definido. Sólo quedaba que, a medida que la ignorancia desapareciera del mundo, los demás hombres siguieran sus pasos.
Nada quedaba ya por hacer. Por lo que entrega su Alma al Padre:
7ª Palabra: "¡Padre! En tus manos encomiendo mi Alma".
Esta 7ª Palabra comienza de la misma manera que la primera: llamando al Padre. Y he aquí "que el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo", dice Mateo. Un templo que es el propio hombre que ha ascendido a la cruz, y en el que el canal que une lo humano y lo divino queda abierto por esa rasgadura vertical. A su través, las energías superiores pudieron exteriorizarse sin obstáculo en el mundo inferior. Con esta rasgadura el Padre da reconocimiento a lo realizado por el Hijo: Dios y el Hombre, rotas las barreras, vuelven a estar unidos.
El camino recorrido por Jesús para acceder al Gólgota, nos revela dos cosas de su misión: poner la primera piedra en el mundo, para materializar en él el Reino de los Cielos, y mostrarnos lo que significaba el Amor. Por ello, hizo de su vida un símbolo, un arquetipo de transformación de energía psíquica y espiritual, y enseñó que este camino de transformación es un camino de servicio inteligente y consciente, un camino que conduce a un reino de servidores, ya que el que pone su ser bajo la Voluntad del Padre es un servidor.
"El que quiera hacerse grande entre vosotros, será vuestro servidor. El que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos". (Marcos 10, 43-45)

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