domingo, 17 de enero de 2016

Meditación de una "mascara" llamada Carnaval

<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 21/02/1993>
<PÁGINA>: LA OTRA PALABRA
<TÍTULO>: Meditación sobre una "máscara" llamada Carnaval
<SUBTITULO>: De este y del otro lado del espejo
<AUTOR>: Alfiar
<ILUSTRACION-1>: El Emperador Amarillo dijo: "cuando mi espíritu atraviese esa puerta y mis huesos regresen a la raíz de la que nacieron, ¿qué quedará de mí? CHUANG TZU
<ILUSTRACIÓN-2>: Don Carnal y Doña Cuaresma.
<SUMARIO-1>: El carnaval no es otra cosa que una escenificación ritualizada del Caos.
<SUMARIO-2>: En el carnaval nos quitamos la máscara social del Orden y nos ponemos la máscara de aquello que, psicológicamente, habíamos reprimido.
<CUERPO DEL TEXTO>:


Cuenta una antigua leyenda china, la leyenda del Emperador Amarillo, que más allá del mundo que conocemos, existe otro mundo en el que los Señores del Orden habían logrado desterrar a las manifestaciones del Caos..., o a casi todas; pues, tal vez, a este lado del espejo, aún quede un pequeño rescoldo. Si alguien lo encuentra y lo alimenta, llegará el tiempo en el que los Señores del Caos regresaran para desafiar, una vez más, a su antiguo enemigo el Orden.
(...)

Según la leyenda del Emperador Amarillo, hubo un tiempo en el que el mundo de los espejos y el mundo de los humanos no estaban separados. En ese tiempo, los seres especulares y los seres humanos eran diferentes en cuanto a su forma y color, pero convivían en armonía y era posible ir y venir a través de los espejos.
Aconteció que una noche, los seres especulares invadieron el mundo humano sin previo aviso y se produjo el Caos; los humanos advirtieron que los propios seres especulares eran el Caos. Formaban una fuerza poderosa y sólo se les pudo derrotar y hacerlos regresar a los espejos gracias a las artes mágicas del Emperador Amarillo. Para que permanecieran encerrados allí, el Emperador Amarillo urdió un hechizo que obligó a los seres caóticos a copiar mecánicamente los actos y la apariencia de los hombres, hasta tal punto que muchas veces no se sabe quienes son unos y quienes son otros.
La leyenda aclara que el hechizo del Emperador Amarillo era muy fuerte pero no eterno, por lo que llegaría el día en que el hechizo se debilitaría y las fuerzas turbulentas de los espejos comenzarían a agitarse.
Al principio del proceso, las diferencias entre las formas de los seres especulares y la de los seres humanos pasaría inadvertida, pero poco a poco se separarían pequeños gestos y los colores y las formas se transfigurarían, hasta que el encarcelado mundo del Caos se derramaría violentamente en el nuestro.
Tal vez ya esté aquí.
A lo largo de las edades, dos fuerzas opuestas y complementarias se han manifestado al hombre en diferentes formas: la Luz y la Sombra, el Bien y el Mal, D. Carnal y Dª Cuaresma, el Orden y el Caos. Las religiones y las tradiciones de los pueblos de la Tierra las personificaron en forma de deidades o principios filosóficos. Los Antiguos creían que las Fuerzas del Orden y el Caos formaban parte de una inestable tensión que originaba una armonía precaria. Creían que el Caos era algo inmenso y a la vez creativo.
En la Antigüedad, los mundos-espejos del Caos y el Orden vivían en precaria alianza, pero la Ciencia Moderna cambió todo eso. Con el Reduccionismo, se realizó un hechizo tan poderoso como el del Emperador Amarillo y durante siglos el mundo-espejo del Caos quedó suprimido. El hechizo reduccionista implicaba la simplista visión de que el Caos era tan sólo una complejidad más grande, y que algún día se lograrían descubrir sus leyes, con lo que dejaría de haber Caos.
El hechizo, aunque debilitándose poco a poco, persistió hasta la década de 1970, cuando las nuevas matemáticas y el ordenador de alta velocidad hicieron posible sondear el complejo interior de las ecuaciones no-lineales. En las ecuaciones lineales la solución de una ecuación permitía generalizaciones que conducían a otras soluciones. A través de las ecuaciones no-lineales y del estudio de extrañas figuras como los atractores, los fractales y los solitrones, los científicos pueden ilustrar el modo en que estalla, en la superficie del Orden, el Caos de un terremoto, o se precipita un infarto, o nace un pensamiento, una nube, una tormenta, la estructura de una galaxia, la creación de un poema, la propagación de un incendio forestal, el estallido de una guerra o el origen de la evolución de la vida.
La Ciencia del Caos y el cambio están dando forma a una nueva revolución en nuestra manera de ver el universo, al poder darle un contenido al término Totalidad. Así, el viejo hechizo del Emperador Amarillo se está debilitando y lo que acontece a nuestro alrededor parece el inicio de una nueva invasión del desorden y el Caos.
¿Es de veras una invasión?
Tal vez sólo sea el resurgir de la antigua noción de armonía entre el Orden y el Caos.
Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con lo que a todos nos agita en estos días, con los carnavales?
Pues tiene mucho que ver, porque el Carnaval no es otra cosa que una escenificación del Caos, una representación ritualizada por los Antiguos, en la que de alguna manera permanecía la conciencia de la interacción entre los dos mundos, el de la creación y el de la destrucción.
Es propio de nuestra cultura concebirse así misma evolucionando en el tiempo. Tal vez por ello, dedique parte de ese tiempo a descubrir cual es el origen de las cosas. Esta ley de causalidad que para nosotros se ha convertido en una ecuación lineal, no sólo en la Ciencia, sino también en lo social, lo político, lo económico y, sobre todo, lo psicológico y anímico, permanece como dimensión no-lineal, circular, en otras culturas. En ellas, no se busca el origen de las cosas, se participa de él, se le reactualiza periódicamente, haciéndole salir del Caos Primordial al que se vuelve cíclicamente por breves momentos antes de crear un nuevo orden. Esta vuelta ritual al Caos previo al Origen es el Carnaval.
Pero todas las culturas que se engloban en el término Antigüedad, participan en su saber de este conocimiento. El círculo que les permite volver cíclicamente al principio de las cosas, el Origen, la no-linealidad, no ha sido cortado y extendido en una secuencia lineal, dejando separados y opuestos los dos extremos de la distancia.
En cambio, para nosotros, que hemos roto el ciclo, la linealidad secuencial del tiempo psicológico, pues el otro sigue siendo cíclico, constituye la dinámica de nuestro saber, pretendiendo conocer lo que ocurre a lo largo de su recorrido.
Esta manera de conocer, aún teniendo sus virtudes, tiene graves consecuencias que afectan a nuestra manera de hacer. Al estar separados en nuestra conciencia, el Origen y la manifestación considerada como Fin, o bien se pierde el Origen y el Caos de donde este procede, porque hay que estar pidiéndole a la memoria un continuo esfuerzo para tenerlo siempre presente, o bien se intelectualiza, con lo que deja de ser algo vivo. La conciencia queda entonces atrapada en lo que se manifiesta como finalidad. Así el Carnaval queda desposeído de su realidad creadora originaria para convertirse en un fin en si mismo, en una diversión profana que enmascara al Caos en que sin saberlo se convierte.
¿Cómo se puede vivir, experimentar y gozar, participar, en un proceso de destrucción-creación si se carece de su significación originaria?
¡Haciéndolo como lo hace el hombre de nuestra cultura! En forma compulsiva, en forma no-original, sin conciencia de Origen.
En los antiguos rituales de renovación que eran las fiestas carnavalescas, las mascaradas representativas del Caos Originario, los participantes, no se sentían separados por ninguna distancia de aquello que festejaban. ¡No se sentían separados en sus conciencias! Incluso las máscaras con las que se cubrían, personificaciones del Caos, aún siendo un velo, una ilusión que ocultaba un rostro verdadero, no impedían ser a la vez reveladores de este rostro oculto.
Hasta tal punto hemos perdido la conciencia de estas cosas, que no percibimos como esta realidad se ha hecho inconsciente en nuestra naturaleza psíquica. En nuestros intentos de orden desnaturalizado y hechizado, nos hemos vuelto mecánicos y hemos perdido la conciencia de en que lado del espejo estamos. Al romperse el hechizo, el Caos surge a nuestro alrededor destruyendo nuestro mundo ordenado, y lo miramos aterrados sin comprender de donde ha surgido. Tampoco nos damos cuenta que lo hemos generado nosotros mismos, ya que dormía en nuestro inconsciente, al otro lado del espejo.
*   *   *
Representacion de Don Carnal y Doña Cuaresma
¿Qué acontece en el Carnaval?
Que nos cambiamos de máscara. Nos quitamos la máscara o las máscaras con las que habíamos simbolizado y representado en el Orden formalizado por las Instituciones, la Cultura y la Moral, y nos ponemos otra máscara que pretende representar lo opuesto o una cosa distinta a ese orden.
Imaginemos un personaje típico de nuestra cultura latina: al hombre-macho, el "hombre-hombre", el que lleva los pantalones y para el que lo femenino es objeto de desvalorización. Las caretas sociales de este personaje tan común son de muchas clases, desde las que representan al tipo puro, hasta el más desvaído, por aquello de la igualdad de los sexos, que trata de adaptarse a los tiempos. Esta es la careta que representa generalmente al hombre en nuestra cultura durante todo el año, sujeta con un pesado hechizo y haciendo grandes esfuerzos por mantenerla firme ante los demás.
¿Qué hace este personaje, representante del orden, si su hechizo se lo permite, porque puede ser tan férreo que no se lo permita, cuando surge la posibilidad de, aunque sea por tres días, liberar lo que estaba reprimido, es decir, lo femenino de su naturaleza?
Normalmente se quita su máscara social y se pone la de su opuesto complementario, que surge de la profundidad de si en forma esperpéntica. Y de esta manera, lo vemos en  el Carnaval disfrazado de chacha, de doncella paleta o de vaquera de la Finojosa, con sus trenzas, su peluca rubia, realzando en forma exagerada los atributos de la forma femenina, añadiendo a este disfraz un símbolo exclusivamente femenino, un bolso al hombro.
Como toda máscara y todo disfraz deja siempre ver de donde ha surgido la esperpéntica representación, la mascarita también nos deja ver sus atributos machistas: piernas peludas, espeso bigote y un vaso de “güisqui” en la mano, cuando no un puro en la boca.
La disolución del hechizo ha dejado surgir aquello que ha estado reprimido por largo tiempo: lo femenino de la naturaleza de todo ser. Ese aspecto no asumido y que en la represión se ha polarizado en el otro extremo de nuestra realidad anímica y, luego, proyectado al exterior como enemigo.
Dice Carl G. Jung que:
"... cuando se levantan las represiones personales aflora la psique colectiva inconsciente" y añade que "la represión de los rasgos e inclinaciones femeninas lleva a una acumulación de esas tendencias en el inconsciente". Y es que "en la medida que el mundo incita a identificarse con la máscara, el individuo queda liberado de los influjos de su interior."
Desde esta perspectiva, podríamos analizar cuales son los impulsos que se reprimen en nuestra cultura y que formas adopta esa represión en las mascaradas carnavalescas: máscaras de animales, de monstruos, de vampiros, de personajes que son en si mismos parodia de la vida real, bien por estar idealizados o por ser criticados. Cada disfraz, se tenga o no conciencia de ello, libera a través de ese disfraz una realidad anímica no asumida y reprimida en el inconsciente.
Este mecanismo de nuestro funcionamiento psíquico podemos contemplarlo también en la persona colectiva que son las instituciones, mantenedoras del Orden y controladoras del Caos social, al intentar organizar, a través de la escenificación de un motivo o tema carnavalesco -el Egipto Antiguo, los Romanos, los Extraterrestres, Disneylandia, el Cine, el Circo-, cual es la intención oculta e inconsciente que subyace en su acción. Se hace evidente por los temas que el pueblo es considerado como algo infantil al que hay que entretener con temas de evasión y ficción.
No es mi intención hacer un análisis del significado inconsciente de estas escenificaciones. Aunque si es cierto que, desde esta perspectiva, se podría hacer un diagnostico psicológico del estado de salud social de aquellas instituciones que intentan, a través de dar forma a un cierto tipo de orden social, de controlarlo y controlarnos.
Pero el tema es más profundo, va más allá de nuestras instituciones, afecta a nuestra cultura en general y se derrama por nuestra civilización. Observamos, sin comprender, como el orden que habíamos construido a lo largo de los últimos siglos se desmorona como algo esperpéntico y amorfo, a nuestro alrededor. La visión nos llena de terror y espanto cuando adquiere representación en las formas más negativas: violencia, engaños, corrupciones, drogas, destrucción, guerras, contaminación, enfermedad... Observamos este caótica carnaval como algo que hay que combatir.
En esta lucha contra esa parte de nosotros mismos que permanece en las sombras y que proyectamos al mundo como enemigo, no tenemos conciencia de que ese juego trágico de oposición entre lo externo y lo interno -representado en Job y Fausto como una apuesta de Dios- es en el fondo la energética del proceso de la Vida: esa tensión de opuestos indispensables para la autorregulación del equilibrio creador.
La Antigüedad viene diciendo desde siempre que el Orden y el Caos están en relación recíproca y que pueden conciliarse en una unidad de sentido mediadora que surge, voluntariamente o no, del individuo mismo, sea este personal o colectivo.
La Antigüedad dice que cada uno tiene el sentido de lo que debería y de lo que podría ser. Volver la espalda a este conocimiento, para nosotros todo lo más presentimiento, por querer mantener nuestra conciencia polarizada en un sólo extremo de la realidad al que llamamos verdad científica, moral, religiosa, política, económica, etc., representantes de unos órdenes de los infinitos órdenes posibles, significa, cuando el hechizo del Emperador Amarillo se rompe, extravío, enfermedad y destrucción. Caos en definitiva.
Un Carnaval sin conciencia de origen es un simulacro, una mascarada más, que sólo prolonga la burla de la sombra que nos mira desde el otro lado del espejo.




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