La Singladura de Occidente
Capítulo 16
El Padre Sol y la Madre Tierra
Es un
problema de psicología, no de razón. Necesitamos un centro estable para vivir
en el mundo, para orientarnos en él, de la misma manera que necesitamos un
idioma para describirlo. Si entre las estrellas que vemos de noche hay otras
civilizaciones, lo normal es que cada una sitúe en su planeta el centro del Universo. No hay en esto
ninguna contradicción: lo mismo que el japonés no contradice al euskera, ni el
catalán al lakota. Reconocer la diversidad de centros es como reconocer la
diversidad de idiomas; no reconocer ningún centro es como estar mudo; y
expresar que nuestro centro es el único, es estar alienado. Pitágoras decía que
Dios era un círculo que está en todas partes y su centro en ninguna.
(...)
Desde la Tierra, el Sol es una
estrella como las demás. Pero dado que su calor fecunda la vida en la Tierra, es nuestro Padre; lo mismo que la Tierra es nuestra Madre, porque de sus átomos y moléculas
estamos hechos. ¿Desde dónde se ve eso? Preguntan los que asumen las verdades
absolutas. Para un hombre centrado en si mismo y en la Tierra, el Padre Sol es
quien nos alumbra y calienta, el que con su energía anima toda la Naturaleza, el que hace
crecer las cosechas y el que marca la pauta de las estaciones. En cambio, los
otros soles, las estrellas, como decía Neruda, “tiritan, azules, a lo lejos”.
Fue
impresionante ver la imagen de la
Tierra desde la
Luna. ¡Tan Hermosa! Esa imagen no nos dijo solo que la Tierra giraba alrededor del
Sol, sino que nos reveló nuestra interdependencia, nos dijo que la Tierra estaba viva, y que
esa vida vivía con el fulgor de su agua, de sus bosques, de sus nubes..., y que
allí dentro, allá abajo, vivíamos nosotros, que nuestro hogar estaba "dentro", un hogar que solo desde dentro podía ser apreciado. Sólo el
suelo que pisamos caracteriza lo real para nuestra percepción, pues no vivimos
más allá de su atmósfera, sino que caminamos sobre la piel de nuestra Madre, bajo el Cielo, desde donde nos
protege nuestro Padre el Sol.
Ya es hora
de que el hombre regrese a su hogar en Gaia. Solo así podremos reconciliar los
conocimientos astronómicos con la experiencia humana, la verdad de la Ciencia con la verdad del Sentido Común y con la verdad de los
poetas. ¡Qué los sentidos nos muestran un universo y que la Razón otro distinto no es a
causa de una esquizofrenia cósmica! Pero si volvemos a situar a la Tierra en nuestro "centro", haciendo que ella misma
sea "centro", se romperá el
muro que hemos levantado entre nuestra mente y nuestro cuerpo y podremos
explicar los fenómenos celestes sin repudiar el testimonio de los sentidos. Podremos
sentirnos realmente arraigados en una Tierra estable que vuelve a ser nuestro
hogar.
Podríamos
preguntarnos, ¿cómo sería entonces la singladura de la Nave de Occidente hacia
Ítaca? ¿Cómo sería la Tierra
si nos reconciliamos con nosotros mismos y por lo tanto con ella? Es imposible
saberlo. No hay nada que garantice la reconciliación, una reconciliación que
piden cientos de millones de miradas vacías o desesperadas, de voces silenciosas
o silenciadas, de gentes que nada dicen o nada callan; una reconciliación que
pide tanto la náufraga arrogancia como el inexplicable dolor.
Quizás, si
somos capaces de abrirnos y dialogar con la Naturaleza, oigamos que
también, esa apertura, la pide la
Tierra y la
Vida. El polluelo que somos intenta romper el cascarón que es
esa red de artificialidad que constriñe este mundo. Si logramos romperla, podremos
volar libremente, pues la Vida,
como el río, sabe fluir por si misma cuando nada obstruye su curso. Una
sociedad que fluya con la Vida
necesita una nueva voluntad que reemplace a la Voluntad de Poder y unos nuevos valores que la
orienten. De nada servirán otros Diez Mandamientos. Los valores de un mundo
digno no pueden imponerse, han de brotar en forma espontánea desde la
conciencia de cada uno de nosotros. Como decía Erich Fromm: “sólo
podrá crearse una nueva sociedad si ocurre un cambio profundo en el corazón humano.”
Hemos de
pasar del "Tener" al
"Ser"; del buscar la
felicidad en el poseer y controlar, autorrealizarnos en el compartir y
colaborar, pasando de la angustia a la serenidad, de la Voluntad de Poder a la reconciliación con la Vida, del Laberinto donde nos
espera el Minotauro a Ítaca. La clave de los nuevos valores está en sentirnos
unidos al Universo, a la
Naturaleza, a los demás seres humanos, superando los muros
que nos aíslan. La No-Violencia de Gandhi
expresaba esta conciencia de unidad con las siguientes palabras: “El
océano se compone de gotas de agua, cada gota es una entidad y es al mismo
tiempo una parte del todo; el "uno" y los "muchos". En este
océano de vida, todos nosotros somos pequeñas gotas. Mi doctrina implica que
debo identificarme con la vida, con todo lo viviente.”
Cuando nos
sentimos unidos a la Vida,
la reverencia por la vida brota espontáneamente. También significa hermandad
entre todos los seres humanos, pues sin ella no podrá haber cooperación,
solidaridad y responsabilidad. Esa es la matriz
de la No-Violencia. No-Violencia no es quedarse con los brazos
cruzados mientras el mundo se desmorona, sino el esfuerzo por reducir la
violencia real por medios no violentos. La No-Violencia
requiere "mahatma",
grandeza de alma.
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