domingo, 26 de julio de 2015

La Singladura de Occidente. 16

La Singladura de Occidente
Capítulo 16

El Padre Sol y la Madre Tierra

 
Es un problema de psicología, no de razón. Necesitamos un centro estable para vivir en el mundo, para orientarnos en él, de la misma manera que necesitamos un idioma para describirlo. Si entre las estrellas que vemos de noche hay otras civilizaciones, lo normal es que cada una sitúe en su planeta el centro del Universo. No hay en esto ninguna contradicción: lo mismo que el japonés no contradice al euskera, ni el catalán al lakota. Reconocer la diversidad de centros es como reconocer la diversidad de idiomas; no reconocer ningún centro es como estar mudo; y expresar que nuestro centro es el único, es estar alienado. Pitágoras decía que Dios era un círculo que está en todas partes y su centro en ninguna.
(...)


Desde la Tierra, el Sol es una estrella como las demás. Pero dado que su calor fecunda la vida en la Tierra, es nuestro Padre; lo mismo que la Tierra es nuestra Madre, porque de sus átomos y moléculas estamos hechos. ¿Desde dónde se ve eso? Preguntan los que asumen las verdades absolutas. Para un hombre centrado en si mismo y en la Tierra, el Padre Sol es quien nos alumbra y calienta, el que con su energía anima toda la Naturaleza, el que hace crecer las cosechas y el que marca la pauta de las estaciones. En cambio, los otros soles, las estrellas, como decía Neruda, “tiritan, azules, a lo lejos”.
Fue impresionante ver la imagen de la Tierra desde la Luna. ¡Tan Hermosa! Esa imagen no nos dijo solo que la Tierra giraba alrededor del Sol, sino que nos reveló nuestra interdependencia, nos dijo que la Tierra estaba viva, y que esa vida vivía con el fulgor de su agua, de sus bosques, de sus nubes..., y que allí dentro, allá abajo, vivíamos nosotros, que nuestro hogar estaba "dentro", un hogar que solo desde dentro podía ser apreciado. Sólo el suelo que pisamos caracteriza lo real para nuestra percepción, pues no vivimos más allá de su atmósfera, sino que caminamos sobre la piel de nuestra Madre, bajo el Cielo, desde donde nos protege nuestro Padre el Sol.

Ya es hora de que el hombre regrese a su hogar en Gaia. Solo así podremos reconciliar los conocimientos astronómicos con la experiencia humana, la verdad de la Ciencia con la verdad del Sentido Común y con la verdad de los poetas. ¡Qué los sentidos nos muestran un universo y que la Razón otro distinto no es a causa de una esquizofrenia cósmica! Pero si volvemos a situar a la Tierra en nuestro "centro", haciendo que ella misma sea "centro", se romperá el muro que hemos levantado entre nuestra mente y nuestro cuerpo y podremos explicar los fenómenos celestes sin repudiar el testimonio de los sentidos. Podremos sentirnos realmente arraigados en una Tierra estable que vuelve a ser nuestro hogar.
Podríamos preguntarnos, ¿cómo sería entonces la singladura de la Nave de Occidente hacia Ítaca? ¿Cómo sería la Tierra si nos reconciliamos con nosotros mismos y por lo tanto con ella? Es imposible saberlo. No hay nada que garantice la reconciliación, una reconciliación que piden cientos de millones de miradas vacías o desesperadas, de voces silenciosas o silenciadas, de gentes que nada dicen o nada callan; una reconciliación que pide tanto la náufraga arrogancia como el inexplicable dolor.

Quizás, si somos capaces de abrirnos y dialogar con la Naturaleza, oigamos que también, esa apertura, la pide la Tierra y la Vida. El polluelo que somos intenta romper el cascarón que es esa red de artificialidad que constriñe este mundo. Si logramos romperla, podremos volar libremente, pues la Vida, como el río, sabe fluir por si misma cuando nada obstruye su curso. Una sociedad que fluya con la Vida necesita una nueva voluntad que reemplace a la Voluntad de Poder y unos nuevos valores que la orienten. De nada servirán otros Diez Mandamientos. Los valores de un mundo digno no pueden imponerse, han de brotar en forma espontánea desde la conciencia de cada uno de nosotros. Como decía Erich Fromm: “sólo podrá crearse una nueva sociedad si ocurre un cambio profundo en el corazón humano.”

Hemos de pasar del "Tener" al "Ser"; del buscar la felicidad en el poseer y controlar, autorrealizarnos en el compartir y colaborar, pasando de la angustia a la serenidad, de la Voluntad de Poder a la reconciliación con la Vida, del Laberinto donde nos espera el Minotauro a Ítaca. La clave de los nuevos valores está en sentirnos unidos al Universo, a la Naturaleza, a los demás seres humanos, superando los muros que nos aíslan. La No-Violencia de Gandhi expresaba esta conciencia de unidad con las siguientes palabras: “El océano se compone de gotas de agua, cada gota es una entidad y es al mismo tiempo una parte del todo; el "uno" y los "muchos". En este océano de vida, todos nosotros somos pequeñas gotas. Mi doctrina implica que debo identificarme con la vida, con todo lo viviente.”
Cuando nos sentimos unidos a la Vida, la reverencia por la vida brota espontáneamente. También significa hermandad entre todos los seres humanos, pues sin ella no podrá haber cooperación, solidaridad y responsabilidad. Esa es la matriz de la No-Violencia. No-Violencia no es quedarse con los brazos cruzados mientras el mundo se desmorona, sino el esfuerzo por reducir la violencia real por medios no violentos. La No-Violencia requiere "mahatma", grandeza de alma.


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