<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 01/11/1992>
<PÁGINA>: LA OTRA PALABRA
<TÍTULO>: Dignidad.
<SUBTÍTULO>: La posición del hombre en el Universo
<AUTOR>: Alfiar
<SUMARIO>: "En nosotros un lugar fijo, en nosotros una voz más alta y más justa que la nuestra."
<CUERPO DEL TEXTO>:
El gran humanista y
cabalista florentino Pico de la
Mirándola, allá a finales del siglo XV, llamaba dignidad a la facultad de hacerse uno
con todos los hombres. Pero, señalaba que, para ello, era necesario amar.
(...)
Erich Fromm, en su
libro "El Arte de Amar"
nos dice que el verdadero amor implica cuidado hacia la otra persona, implica
respeto, la capacidad de ver a la otra persona, no como nosotros quisiéramos
que fuera, sino tal como es en su individualidad; implica conocer su realidad,
lo que entraña comunión, fusión, y que no importe, una vez más,
la opinión propia o ajena.
Por todo ello, este
amor no excluye a la razón, siempre que se entienda como tal esa facultad de la
mente que nos permite elaborar conclusiones, ideas, y desarrollar en nosotros la
capacidad de discernir, con la finalidad de hacer de nuestro amor, no un objeto
de juicio, sino un amor inteligente, un amor que sabe, conoce y ve cual es la
realidad del objeto de su amor.
De todo esto se
desprende que la dignidad no es lo
que imaginamos que es, sino algo que constituye toda una experiencia. Esta
experiencia no puede entrar en la conciencia, a no ser que sea percibida,
relacionada y ordenada a través de una marco de referencia, una concepción del
Cosmos, de la Vida
y del Hombre. Esta concepción ha de ser el resultado de una evolución o
progreso de la propia conciencia y, ambas, se modifican mutuamente. Por ello,
para muchos, supone un esfuerzo amar, lo mismo que supone un esfuerzo pensar,
sentir, saber o ser.
Es un esfuerzo, porque
para que cada uno de estos actos tenga sentido, el hombre tiene que haber
resuelto su propio engaño en forma tal que, cada uno de sus actos se
corresponda a una experiencia original, y dejen de ser modos o maneras de unión
con el otro, lo que hace y convierte a la persona en cosa.
Es un esfuerzo porque
supone la renuncia a un patrón de comportamiento heredado y la elección de otro
que cada uno tiene que crear para si mismo.
Es un esfuerzo porque
es la elección de la soledad como experiencia necesaria para llegar a ser.
A no ser que éste
esfuerzo se constituya en una completa experiencia, en un saber, gestado y parido desde la propia interioridad y, luego,
convertido en literal vivencia realizada en la vida cotidiana, el amor, la
esperanza, la dignidad, la alegría de vivir, la fe en el destino humano, la
devoción genuina a la existencia..., no tendrá sentido hablar de ello, pues
sólo serán objeto de teoría, mental o emocional.
Además, no hay que
meter tanto ruido con lo Numinoso. Sale al encuentro de todos: del fraile en
oración, del que se arrodilla, del pescador en el río al amanecer, de la mujer
en la cocina o del viejo que, sentado al sol del atardecer, se ocupa de vivir.
En algún momento de la vida, a todos nos llega nuestro Sinaí, nuestro Tabor o
nuestro Gólgota. Y se necesita de la dignidad para acceder a esas cumbres. No
hay ningún misterio en esto. Aunque no haya sido nada más que por unos
segundos, por una sola vez y distraídamente, todo el mundo ha sentido la Presencia de la Vida Suprema. Otra
cosa es lo que haya hecho luego con esa experiencia y como la haya justificado.
Desde hace milenios, la Filosofía Peremne viene repitiendo la
misma Verdad: en nosotros un lugar fijo,
en nosotros una voz más alta y más justa que la nuestra.
Estar separados de
ese lugar es estar alienados y sordos a esa voz.
"Con
frecuencia despierto en mi cuerpo a mí mismo. Me hago entonces exterior a las
cosas, interior a mí y percibo una gran belleza, participo de un mundo
superior. La vida que adquiero es la más alta. Me identifico con lo divino.
Resido en El."
Son palabras de Plotino
el grecorromano.
Palabras que carecen de
sentido en nuestro clima cultural; por eso, a algunos les sorprende ver que
muchos viajan a los viejos santuarios del mundo en busca de no saben muy bien
qué; o que a otros, les de por imitar lo que creyeron entender y marchen al
monte en las noches de luna llena, o se reúnan en los bosques y en aquellos
lugares donde la energía de la tierra se manifiesta con más fuerza, para
invocar la Luz o
la salud del planeta. Cierto que también existe lo contrario, pero hay que
aprender a discernir. Tal vez muchos lo hacen porque es la moda, la nueva era,
o porque les produce angustia quedarse solos, con esa angustia que los
especialistas no parecen saber aminorar.
Puede que el universo
de los determinismos no sea la última palabra, de ahí la angustiosa necesidad
que tiene tanta gente de buscar una respuesta a la pregunta: ¿y qué hago yo
aquí? Esa respuesta no se puede asumir sino es con dignidad, a través de la
alquimia de la soledad y el silencio, para que despierte en nosotros un átomo
de vida verdadera, digna e inteligente.
No sabría definirles lo
que es la dignidad, a lo mejor no
tiene definición. Lo que si se es lo que para mí no lo es. Les daré algunos
ejemplos:
- Una dama entra en un
estanco. Compra un sello y le dice a la estanquera: "¡Quítele el precio, es para un regalo!".
¿No lo ven? Lo
intentaré de nuevo.
- Un santo varón se
encuentra en el desierto con un león. Se arrodilla y reza: "¡Señor, haz un milagro. Inspira
sentimientos cristianos a esta fiera!". Y el milagro se produce. El
león se pone de rodillas, junta las zarpas y reza: "¡Señor, bendice este manjar que me voy a comer!".
- Vean esta historia
que cuentan sobre el propio Buda: un día se le acercó un hombre escuálido y le
dijo: "¡Señor!, después de muchos
años de martirios, ayunos y penitencias, he conseguido, por fin, caminar sobre
las aguas del río". Buda le miró sonriente y le dijo: "¡Qué lástima de tanto tiempo perdido,
habiendo barcas!".
Es evidente que la
dignidad y el amor inteligente no aparecen en los personajes de estas historias
que, por otra parte, muestran actitudes comunes de la vida cotidiana. Tal vez
sea el propio Pico de la Mirándola
el que mejor pueda decirnos que es la dignidad. En su libro "Oratio de Hominis Dignitatis"
(Palabras sobre la dignidad del hombre), nos explica que habiendo hecho Dios al
hombre a la hechura de una forma
indefinida, le colocó en el Centro
del Universo y le dijo:
"No
te di ningún puesto fijo, ni una faz propia, ni un oficio peculiar, ¡oh, Adán!,
para que el puesto, la imagen y los empleos que desees para ti, esos los tengas
y poseas por tu propia decisión y elección. Para los demás, una naturaleza encerrada
dentro de ciertas leyes que les hemos prescrito. Tu, no sometido a cauce
alguno, definirás tu naturaleza según tu arbitrio al que te entregaré. Te
colocaré en el centro del mundo para que gires la vista a tu alrededor y veas
todo lo que hay en este mundo. Ni celeste ni terrestre te hicimos, ni mortal ni
inmortal, para que tu mismo, como verdadero escultor de tu naturaleza, más a tu
gusto y honra, te forjes la forma que prefieras para ti. Podrás degenerar a lo
inferior, con los brutos; podrás elevarte al nivel de las cosas divinas, pero
será por tu propia decisión."
Nadie ha pintado al
hombre así, antes de Pico de la
Mirándola: sólo, libre, erguido en el centro del mundo,
siendo el artífice de si mismo y de su propio destino. Y, precisamente es ahí,
en ese centro, en esa semilla que el hombre es y que contiene todas las
potencialidades del Universo, donde reside la dignidad. Para mí es eso, ser ese hombre que se forja así mismo y
nada más.
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