domingo, 14 de junio de 2015

Dignidad


<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 01/11/1992>
<PÁGINA>: LA OTRA PALABRA 
<TÍTULO>: Dignidad. 
<SUBTÍTULO>: La posición del hombre en el Universo
<AUTOR>: Alfiar
<SUMARIO>: "En nosotros un lugar fijo, en nosotros una voz más alta y más justa que la nuestra."
<CUERPO DEL TEXTO>:


El gran humanista y cabalista florentino Pico de la Mirándola, allá a finales del siglo XV, llamaba dignidad a la facultad de hacerse uno con todos los hombres. Pero, señalaba que, para ello, era necesario amar.
(...)
Erich Fromm, en su libro "El Arte de Amar" nos dice que el verdadero amor implica cuidado hacia la otra persona, implica respeto, la capacidad de ver a la otra persona, no como nosotros quisiéramos que fuera, sino tal como es en su individualidad; implica conocer su realidad, lo que entraña comunión, fusión, y que no importe, una vez más, la opinión propia o ajena.
Por todo ello, este amor no excluye a la razón, siempre que se entienda como tal esa facultad de la mente que nos permite elaborar conclusiones, ideas, y desarrollar en nosotros la capacidad de discernir, con la finalidad de hacer de nuestro amor, no un objeto de juicio, sino un amor inteligente, un amor que sabe, conoce y ve cual es la realidad del objeto de su amor.
De todo esto se desprende que la dignidad no es lo que imaginamos que es, sino algo que constituye toda una experiencia. Esta experiencia no puede entrar en la conciencia, a no ser que sea percibida, relacionada y ordenada a través de una marco de referencia, una concepción del Cosmos, de la Vida y del Hombre. Esta concepción ha de ser el resultado de una evolución o progreso de la propia conciencia y, ambas, se modifican mutuamente. Por ello, para muchos, supone un esfuerzo amar, lo mismo que supone un esfuerzo pensar, sentir, saber o ser.
Es un esfuerzo, porque para que cada uno de estos actos tenga sentido, el hombre tiene que haber resuelto su propio engaño en forma tal que, cada uno de sus actos se corresponda a una experiencia original, y dejen de ser modos o maneras de unión con el otro, lo que hace y convierte a la persona en cosa.

Es un esfuerzo porque supone la renuncia a un patrón de comportamiento heredado y la elección de otro que cada uno tiene que crear para si mismo.
Es un esfuerzo porque es la elección de la soledad como experiencia necesaria para llegar a ser.
A no ser que éste esfuerzo se constituya en una completa experiencia, en un saber, gestado y parido desde la propia interioridad y, luego, convertido en literal vivencia realizada en la vida cotidiana, el amor, la esperanza, la dignidad, la alegría de vivir, la fe en el destino humano, la devoción genuina a la existencia..., no tendrá sentido hablar de ello, pues sólo serán objeto de teoría, mental o emocional.
Además, no hay que meter tanto ruido con lo Numinoso. Sale al encuentro de todos: del fraile en oración, del que se arrodilla, del pescador en el río al amanecer, de la mujer en la cocina o del viejo que, sentado al sol del atardecer, se ocupa de vivir. En algún momento de la vida, a todos nos llega nuestro Sinaí, nuestro Tabor o nuestro Gólgota. Y se necesita de la dignidad para acceder a esas cumbres. No hay ningún misterio en esto. Aunque no haya sido nada más que por unos segundos, por una sola vez y distraídamente, todo el mundo ha sentido la Presencia de la Vida Suprema. Otra cosa es lo que haya hecho luego con esa experiencia y como la haya justificado.
Desde hace milenios, la Filosofía Peremne viene repitiendo la misma Verdad: en nosotros un lugar fijo, en nosotros una voz más alta y más justa que la nuestra.
Estar separados de ese lugar es estar alienados y sordos a esa voz.


"Con frecuencia despierto en mi cuerpo a mí mismo. Me hago entonces exterior a las cosas, interior a mí y percibo una gran belleza, participo de un mundo superior. La vida que adquiero es la más alta. Me identifico con lo divino. Resido en El."
Son palabras de Plotino el grecorromano.
Palabras que carecen de sentido en nuestro clima cultural; por eso, a algunos les sorprende ver que muchos viajan a los viejos santuarios del mundo en busca de no saben muy bien qué; o que a otros, les de por imitar lo que creyeron entender y marchen al monte en las noches de luna llena, o se reúnan en los bosques y en aquellos lugares donde la energía de la tierra se manifiesta con más fuerza, para invocar la Luz o la salud del planeta. Cierto que también existe lo contrario, pero hay que aprender a discernir. Tal vez muchos lo hacen porque es la moda, la nueva era, o porque les produce angustia quedarse solos, con esa angustia que los especialistas no parecen saber aminorar.
Puede que el universo de los determinismos no sea la última palabra, de ahí la angustiosa necesidad que tiene tanta gente de buscar una respuesta a la pregunta: ¿y qué hago yo aquí? Esa respuesta no se puede asumir sino es con dignidad, a través de la alquimia de la soledad y el silencio, para que despierte en nosotros un átomo de vida verdadera, digna e inteligente.
No sabría definirles lo que es la dignidad, a lo mejor no tiene definición. Lo que si se es lo que para mí no lo es. Les daré algunos ejemplos:
- Una dama entra en un estanco. Compra un sello y le dice a la estanquera: "¡Quítele el precio, es para un regalo!".
¿No lo ven? Lo intentaré de nuevo.
- Un santo varón se encuentra en el desierto con un león. Se arrodilla y reza: "¡Señor, haz un milagro. Inspira sentimientos cristianos a esta fiera!". Y el milagro se produce. El león se pone de rodillas, junta las zarpas y reza: "¡Señor, bendice este manjar que me voy a comer!".
- Vean esta historia que cuentan sobre el propio Buda: un día se le acercó un hombre escuálido y le dijo: "¡Señor!, después de muchos años de martirios, ayunos y penitencias, he conseguido, por fin, caminar sobre las aguas del río". Buda le miró sonriente y le dijo: "¡Qué lástima de tanto tiempo perdido, habiendo barcas!".
Es evidente que la dignidad y el amor inteligente no aparecen en los personajes de estas historias que, por otra parte, muestran actitudes comunes de la vida cotidiana. Tal vez sea el propio Pico de la Mirándola el que mejor pueda decirnos que es la dignidad. En su libro "Oratio de Hominis Dignitatis" (Palabras sobre la dignidad del hombre), nos explica que habiendo hecho Dios al hombre a la hechura de una forma indefinida, le colocó en el Centro del Universo y le dijo:
"No te di ningún puesto fijo, ni una faz propia, ni un oficio peculiar, ¡oh, Adán!, para que el puesto, la imagen y los empleos que desees para ti, esos los tengas y poseas por tu propia decisión y elección. Para los demás, una naturaleza encerrada dentro de ciertas leyes que les hemos prescrito. Tu, no sometido a cauce alguno, definirás tu naturaleza según tu arbitrio al que te entregaré. Te colocaré en el centro del mundo para que gires la vista a tu alrededor y veas todo lo que hay en este mundo. Ni celeste ni terrestre te hicimos, ni mortal ni inmortal, para que tu mismo, como verdadero escultor de tu naturaleza, más a tu gusto y honra, te forjes la forma que prefieras para ti. Podrás degenerar a lo inferior, con los brutos; podrás elevarte al nivel de las cosas divinas, pero será por tu propia decisión."
Nadie ha pintado al hombre así, antes de Pico de la Mirándola: sólo, libre, erguido en el centro del mundo, siendo el artífice de si mismo y de su propio destino. Y, precisamente es ahí, en ese centro, en esa semilla que el hombre es y que contiene todas las potencialidades del Universo, donde reside la dignidad. Para mí es eso, ser ese hombre que se forja así mismo y nada más.

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