domingo, 17 de mayo de 2015

El Centro del Mundo 13

La Singladura de Occidente

Capítulo 13
El Centro del Mundo

De nuestra cultura se ha dicho que es la menos antropocéntrica de las culturas. Eso es algo que le debemos a la Ciencia por habernos mostrado que el ser humano, como máquina biológica, no es diferente a las demás criaturas, ya que todos somos un combinado de moléculas, o que la Tierra es solamente una errante mota de polvo en el espacio infinito.
En cambio, para el hombre premoderno era normal el sentirse el centro de la realidad y situar a su cultura en el centro del mundo. Para los griegos, ese centro del mundo era Delfos; para los Incas, era el Quzco o Qosco; el monte Fuji para los japoneses; el Kailas para los tibetanos, la Meca para los árabes, Jerusalén o Roma para los cristianos. Cuando los hombres de esas culturas caminaban por el mundo, la Tierra basculaba sobre dichos centros. Hasta los mapas que intentaban representar al mundo eran trazados teniendo como punto de origen esos centros.
Por su parte, la Crítica Científica, ha dicho que los orígenes de nuestra cultura, incluso que las culturas foráneas a la nuestra, son inmaduras y arrogantes. En cambio, Alce Negro señala que perder el Círculo Sagrado es dejar de ser un ser humano. Nuestra cultura está ciega a la comprensión de que el centro de la realidad está en todas partes; de que cada persona tiene su propia verdad en la medida en que es honesta consigo misma; de que cada ser humano tiene su propio camino, un camino que ha de hacerse al andar, sintiéndose centro de si mismo y, por lo tanto, centro del mundo.
Este es mi camino, ¿dónde está el vuestro?”. Así hablaba el Zaratustra de Nieztsche a quienes le preguntaban por "el camino" y por "la verdad". Y es que el camino no existe, existen los seres humanos, y cada uno ha de estar centrado en si mismo. Es cierto que no hay un centro del mundo como proclama la Ciencia porque, en realidad, lo que hay son múltiples centros. Del mismo modo que necesitamos agua, vitaminas y amor, también necesitamos sentirnos arraigados en nuestro cuerpo y en nuestro entorno: necesitamos sentirnos el centro de nuestro propio mundo. Sólo así, con los pies firmes en un suelo estable y centrado, podremos apreciar en cada "tú" un mundo con su propio centro y su propio camino. Sin esta sensación de ser centro, perdemos toda orientación, toda estabilidad; caminamos errantes, como náufragos sin rumbo. Cuando estamos centrados en nosotros mismos, ya no necesitamos crear un mundo artificial donde todo tenga que estar bajo control para poder sentirnos seguros. La Voluntad de Poder y el Narcisismo, surgieron para compensar nuestro desarraigo y nuestra angustia.
Cuánto más dominemos a la Naturaleza y más la sometamos a nuestro control, más grande se hará la crisis y lo imprevisible terminará derrotándonos. Cuanto más burocraticemos el mundo, más anónimos nos sentiremos. Cuanto más nos llenemos de "objetos", más vacíos de significado estaremos. El vengativo afán de dominar el mundo es, a corto plazo, fascinante; a medio plazo, estéril y, a largo plazo, es un suicidio.
Necesitamos recuperar nuestro arraigo, un centro propio, un círculo sagrado. Pero no podemos volver atrás. No podemos volver al sistema de Ptolomeo, ni a la cultura cheroqui o tibetana. No podemos regresar al narcisismo infantil, ni al culto matriarcal de la Gran Madre, ni a las formas de vida de las culturas premodernas, por mucho que algunos lo intenten. No se puede volver atrás. No se puede regresar al Paraíso. Un ángel con una espada de fuego nos lo impide, cuando de un solo tajo cortó el ciclo del eterno retorno, lo estiró extendiendo con ello el tiempo, y nos dejó, a la vez, sin pasado y sin futuro. Sólo podemos hacer una cosa: podemos dar el primer paso para reconciliarnos con el mundo; también podemos rehabilitar nuestro cuerpo, sobre todo para que se adapte de nuevo a los ciclos de la Naturaleza.
Nuestra cultura desarraigada dice que "tenemos" un cuerpo, de la misma manera que un jinete tiene un caballo, o un conductor tiene un coche: "mi cuerpo", "mi caballo", "mi coche"; es algo que no forma parte de nuestro "yo". Estamos identificados con nuestra cabeza y vemos el resto del cuerpo como algo que está ahí abajo, que a veces se porta bien y otras nos da problemas; es decir, lo vemos como un objeto que hay que cuidar porque en alguna forma dependemos de él. Y puede ocurrir que, quien "tiene" un cuerpo, como el que tiene un coche, quiera adornarlo y aumentar su fulgor y su potencia, para así mejor venderlo en el mercado de la personalidad, pero sin llegar a sentirlo como parte de su ser.
Esta preocupación del cuerpo como un objeto al servicio del "yo" (identificado con la mente), la expresaba Descartes, para quien el cuerpo era una simple máquina, una suma de minúsculos relojes. Y esta visión, con ligeras variantes, es la visión que tiene la Ciencia y la que tenemos nosotros en la actualidad. Solo los poetas no se dejaron convencer. Sabían que la rima brota del cuerpo y que las palabras nacen de los dedos de la mano, después de haber pasado por las cuerdas vocales. “La energía es deleite eterno (...) y viene del cuerpo”, escribía Willian Blake. Mientras que para D. H. Lawrence “Es el cuerpo el que siente verdadera hambre, verdadera sed, verdadero goce en el sol o en la nieve, verdadero placer en el olor de las rosas [...] Todas las emociones pertenecen al cuerpo y, la mente, lo único que hace, es reconocerlas.”
Deberíamos plantearnos una pregunta muy personal: ¿"Tenemos" un cuerpo, o "somos" un cuerpo? Si solo lo tenemos, éste puede ser objeto de uso, pero si lo somos, “ese precioso cuerpo humano” que decía el Buda, no cabe duda que ese cuerpo es nuestro centro.


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