domingo, 3 de mayo de 2015

De nobis ipsis loquemun


<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 18/10/1992>
<PÁGINA>: LA OTRA PALABRA
<TÍTULO>: "De nobis ipsis loquemus"
<SUBTÍTULO>: Hablemos de nosotros mismos.
<AUTOR>: Alfiar
<ILUSTRACION>: "Niño geopolítico observando el nacimiento del hombre nuevo". Dalí (1943).
<SUMARIOS>: Cualquier método es bueno si nos permite ser tolerantes con nuestros prójimos y actuar sin prejuicios.
<CUERPO DEL TEXTO>:

Niño geopolíco observando el nacimiento del hombre nuevo. Dalí, (1943)

Cuando Kant, allá en el siglo XVIII formulaba su "Crítica de la Razón Pura", inicia su discurso con estas palabras: "DE NOBIS IPSIS SILEMUS = Guardemos silencio acerca de nosotros mismos."
Este silencio que impone la crítica no es el silencio del que hablan los místicos, sino el que se refiere a la identidad de ese sujeto trascendente que todos, en el fondo, creemos ser.
(...)

¿Qué pasaría si, desoyendo la recomendación kantiana, levantáramos el velo de la prohibición y habláramos de nosotros mismos? De hecho eso es lo que ocurre con todos aquellos que, desoyendo a Kant, del que seguramente nada saben, han comenzado, y no sólo ahora, a hablar de si mismos, de sus experiencias, de lo que les acontece, de lo que ven, sienten o escuchan, para escándalo y pavor de esas otras conciencias que se denominan así mismas científicas, racionales y con sentido común.
¿Cuántos de los que hablan que hay que ser científicos han meditado y reflexionado profundamente sobre lo que es la Ciencia y en qué se fundamenta su método? ¿Cuántos han investigado en su propia realidad psíquica y mental, qué lugar ocupa en ella eso que llaman razón o sentido común, y como trabaja? No me refiero a un conocimiento teórico y libresco, sino a la aplicación de ese conocimiento a la experiencia de su propia realidad mental y racional. ¿Cuántos han indagado qué es lo que se esconde detrás de eso que llaman sentido común?
Los hombres de nuestra cultura solemos tener miedo de descubrir nuestro propio "sujeto trascendente". Cuando algo de él se manifiesta, lo ocultamos, no queremos contemplarlo y nos tranquilizamos a nosotros mismos diciendo que hemos tenido una alucinación, que estábamos cansados, y le buscamos todas las explicaciones que creemos que son lógicas y racionales. Cuando escuchamos las manifestaciones del "sujeto trascendente" de los demás, les decimos que están locos, que ven visiones o que son unos ignorantes. ¿Qué hubiera pensado de esta actitud un humanista y racionalista como Erasmo de Roterdan que, allá a finales del siglo XV, escribió un "Elogio a la Locura"? O, más recientemente, un Foucoult, cuando investiga la arqueología de el Saber.
El silencio al que el "sujeto trascendente" fue sometido por Kant, parece deberse a que su discurso no parecía encajar muy bien con aquello que los hombres del siglo XVIII creían que era la razón. Y en forma simple, con sentido común, procedieron a desembarazarse de él. La matriz social adoptó este sistema como norma y, ahora, nos da miedo, después de tantos años de reclusión, mirarle cuando se manifiesta. Para evadirnos de ese miedo inconsciente, nos ocultamos, como lo hacen los niños, detrás de impresionantes palabras llamadas Ciencia, Razón, científico, legadas por nuestra cultura reciente.
Nietzche, que si dejó hablar a su sujeto trascendente y por ello habló de si mismo, dijo cosas como estas:
"¿Deseas hermano ir a la soledad? ¿deseas hallar el camino que conduce a ti mismo? Aguarda uno momento y escúchame: quien busca, se pierde fácilmente. Toda soledad es culpable, dice la voz de la manada. Y tu perteneciste a la manada por largo tiempo. La voz de la manada seguirá sonando en tu interior. Y si dices: ` yo no comparto vuestra conciencia´, entonces será un tormento y una agonía."   Así hablaba Zaratustra
Es un tormento y una agonía porque, a parte de la angustia inherente a la propia búsqueda, a sentirse sólo en lo referente a ese nuevo saber o conocimiento de si mismo, la manada, o la matriz social, se defenderá de él diciendo: ayer, "¡Eres un hereje, un brujo al que hay que quemar!"; hoy, "¡Eres un loco, un alienado al que hay que curar o encerrar!". Ayer y hoy, lo hacen recurriendo a una presunta autoridad a la que antes se llamaba Religión y hoy Ciencia.
Pero las gentes que no saben nada de qué va esta historia, pero que si experimentan en alguna manera su "sujeto trascendente", y oyen su voz, o le ven, no entienden por qué son acusados con apelativos tan nefandos e infamantes, y se preguntan: ¿por qué la Ciencia no se ocupa de estas cosas? O acuden a los que ellos creen expertos en el tema, para que les expliquen lo que experimentaron, vieron, escucharon o sintieron. Solo unos pocos intentan descubrirlo por si mismos, y acuden a esas "escuelas" llamadas iniciáticas, esotéricas, que parecen detentar un cierto conocimiento sobre esa realidad.
Cómo se hace evidente, cada día más, mucha gente, no importa la clase social, ni el grado de instrucción académica que posean, se han puesto a hablar de sí mismos. Algunos, incluso pretenden hacerlo científicamente. Esto me parece ingenuo, y no hay sentido peyorativo en esa afirmación. Pero, ¿por qué creen que Kant excluyó este sujeto trascendente y lo relegó a la más profunda y oscura mazmorra de nuestra estructura existencial y cultural, recomendándonos guardar silencio sobre él? ¿Por qué hay que buscar una explicación racional y científica a la experiencia que se expresa en este discurso? El "sujeto trascendente", por exclusión, no es racional ni científico. De que no lo fuera se encargaron los pensadores e investigadores de la naturaleza desde el siglo XVII, que inventaron la Ciencia para explorar la realidad natural que había quedado después de la separación.
¿Por qué entonces pedirle a la Ciencia que nos explique lo que no puede explicarnos, es decir, a nosotros mismos, nuestros sueños, fantasías, imágenes, visiones y experiencias?
La Ciencia, desde su propia configuración, sólo pude abarcar esa parte de realidad que ella ha considerado como tal, y no puede ir más allá de sus propios límites sin ponerse así misma en peligro. Está limitada por su propio lenguaje y su método. Ello no quiere decir que algunos de sus más grandes representantes no hayan escuchado su propia voz interior. Tal vez por ello fueron grandes.
¿Por qué pelearse, insultarse o agredirse mutuamente, o en forma unilateral? ¿Por qué no ser tolerantes? ¿Por qué actuar desde el prejuicio, esa mentira que nos hacemos a nosotros mismos, imaginando que conocemos lo que realmente no conocemos?
¡Seamos "espíritus sanos", como querían ser los hombres de la Ilustración! Demostremos que hemos aprendido algo y que el saber, no importa de donde venga, de la Ciencia o de la Interioridad, no tienen por que ser incompatible con otra vision de las cosas. Cualquier método es bueno si nos permite ser tolerantes con nuestros prójimos, actuar sin prejuicios, ser más sabios y, sobre todo, más felices.
Todos podríamos ver el fluir de la Vida, aunque algunos parece haber cerrado las ventanas y, de tanto tiempo cerradas, ahora no saben abrirlas. Es bueno que cada uno tenga su propia vivencia de la vida, aunque a veces no la pueda comunicar por ser inconmensurable o suene a locura.
El sentimiento de soledad surge, no porque uno no tenga nadie a su alrededor, sino porque se conocen cosas de las que otros, en principio, nade parecen saber. Luego está el presentimiento de algo incognoscible que nos llena en forma impersonal y numinosa. ¡Quién no ha experimentado este misterio se ha perdido algo importante!
Alguien preguntó una vez a un rabí que si antiguamente había hombres que veían a Dios, ¿por qué hoy no los había? A lo que el rabí contestó: porque hoy no hay hombres que puedan humillarse tanto.
Hay que humillarse para sacar agua del torrente de la Vida. Humillarse no es arrastrarse. La humillación de la que hablo es una disposición de la conciencia: exige la cabeza alta, la mente libre y el corazón abierto. Es una actitud de entrega a la Vida. Si dejáramos que la vida fluya por nosotros libremente, volveríamos a ver a Dios o lo que quiera que esta palabra oculte.
Todas las noches, un santo varón esparcía migas de pan sobre la hierba.
- Es para Dios -, decía.
- No. Será para los pájaros -. Se le contestaba. A lo que el respondía:
- Bueno, pero Dios las comparte con ellos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario