lunes, 26 de enero de 2015

La singladura de Occidente 08

LA SIMGLADURA DE OCCIDENTE

Capítulo 8

"Pienso, luego soy"
La piedra angular del paradigma mecanicista de la Edad Moderna, lo pone Descartes en su "Discurso del Método". Somos, porque pensamos, nos dice, y para convertirnos en dueños de la Naturaleza nos aconseja que desconfiemos de nuestro cuerpo, del mundo, de nuestros sentidos y que nos aferremos solamente a la razón. Sediento de verdad absoluta, cogió el mundo y lo rebanó en dos mitades o sustancias independientes: la Mente, capaz de clasificar, controlar y dominar a la Naturaleza, y el Cuerpo, del hombre o de la Naturaleza, que arrojó a la basura. En él, su desarraigo llegó a ser tal que cuando miraba a la calle por la ventana, se preguntaba “¿qué es lo que veo desde la ventana, sino sombreros y abrigos que acaso cubren máquinas automáticas?” Como Fausto, Descartes oscilaba entre la esquizofrenia y el narcisismo.
(...)

En 1687, Newton termina de formar la nueva imagen del Mundo Moderno con sus "Principa matemáticas". El no está de acuerdo con ese universo inerte, mecánico y desacralizado de Descartes, él ve en la Ley de la Gravedad algo divino, y se pregunta como los elementos de la materia inanimada pueden atraerse como los amantes; incluso su principal preocupación era la magia y la alquimia (algo que también nos ha sido escamoteado de sus biografías escolares y académicas). Huérfano desde pequeño, con un fuerte sentimiento de abandono e incomprensión, y de cuya ansiedad ante el mundo brotaba su afán de conocerlo con precisión matemática, comprendió que a la pujante conciencia capitalista solo le interesaba un universo inerte donde todo fuera cuantificable. Así, sus aplicaciones matemáticas harán que el universo de Descartes esté regido por leyes incuestionables y encuadradas en un espacio y un tiempo abstracto y uniforme. Tres siglos más tarde, un poeta nicaragüense diría: “el tiempo es hambre y el espacio es frío”  (Neruda). Después de todo, los grandes hombres también son el resultado de sus circunstancias.
A pesar de todo, hoy aún podemos descubrir que la Naturaleza no se ha dejado esclavizar porque, cada vez con más insistencia, como decía Foucault, “el loco tiene la palabra”. Hemos llegado a un punto en que comenzamos a preguntarnos quien es el culpable de que el loco enloquezca o se suicide, dado de que ambas cosas suceden cada vez en mayor número. Hoy, las Luces de la Razón, también nos permiten ver sus sombras.
En el prefacio de su libro “Las Palabras y las Cosas”, Foucault nos habla de un texto de Borges en el que se cita una cierta enciclopedia china donde se encuentra escrito que “los animales se dividen en a/ pertenecientes al Emperador, b/ embalsamados, c/ amaestrados, d/ lechones, e/ sirenas, f/ fabulosos, g/perros sueltos, h/ incluidos en esta clasificación, i/ que se agitan como locos, j/ innumerables, k/ dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, l/ etcétera, m/ que acaban de romper el jarrón, n/que de lejos parecen moscas”. Dice Borges en dicho relato: "(...)notoriamente no hay clasificación del universo que no sea arbitraria y conjetural. La razón es muy simple: no sabemos qué cosa es el universo". Señala Foucault que lo asombroso de esta taxonomía es lo fascinante que resulta ese otro pensamiento que se encuentra en el límite del nuestro; pero, sobre todo, la imposibilidad de poder pensar esto. ¿Por qué nos es imposible pensarlo? “Borges no añade ninguna figura al atlas de lo imposible; no hace brotar en parte alguna el relámpago del encuentro poético; solo esquiva la más discreta y la más imperiosa de las necesidades; sustrae el emplazamiento, el suelo mudo donde los seres pueden yuxtaponerse. Desaparición que queda enmascarada o, mejor dicho, irrisoriamente indicada por la serie alfabética de nuestro alfabeto, que sirve supuestamente de hilo conductor (el único visible) a la enumeración de una enciclopedia china… Lo que se ha quitado es, en una palabra, la célebre `mesa de disección…”
 Lo que señala a nuestra cultura es precisamente una serie de escisiones: escisión en la cultura en general, provocando la escisión Oriente/Occidente; escisión de la vida social, originando la dualidad razón/sin-razón; escisión de la vida psíquica, estableciendo una dualidad entre vida despierta/vida onírica; escisión de la “vida jubilosa del deseo”, que ha desembocado en la terrible dualidad normalidad sexual/aberración sexual; la escisión de la vida religiosa, creando la dualidad sagrado/profano; y, por último, la escisión de nuestra biografía individual, provocando la dualidad infancia/madurez. Estas dualidades, señaladas por Foucault, pueden parecernos extravagantes, pero son una muestra de la inhibición que ejerce nuestra cultura sobre un elemento de estas dualidades a los que encierra en el dominio de la enajenación mental.
En nuestro mundo, ya no se canta a la Vida o se reza al Gran Espíritu por habernos otorgado el don de vivir. Tampoco se dan las gracias a las estrellas y a la Luna, que nos alumbran cuando el sol se acuesta. Ni nuestros padres nos enseñan ya que todas las cosas de este mundo tienen alma y espíritu: que el cielo tiene espíritu, lo mismo que las nubes; que el Sol y la Luna tienen espíritu; así como también los animales, los árboles, la hierba, el agua, las piedras, todo... El mundo, la naturaleza, junto con nosotros y los seres que lo pueblan, hemos dejado de ser sagrados. Se que, para la racionalidad, “sagrado tiene una connotación negativa. Pero yo uso este concepto en el sentido de “respeto, ya que todo lo sagrado, es decir, toda la Vida, merece ser respetada.
Estela celca llamada Aberlemno IV
En la Antigüedad, el mundo estaba cubierto de signos que era necesario descifrar para que se nos revelaran sus semejanzas y afinidades. De ahí que “conocer” fuera interpretar, pasar de la señal visible a lo que se dice a través de ella y que, sin ella, todo permanecería mudo, adormecido entre las cosas. En este tesoro que nos ha transmitido la Antigüedad, el lenguaje vale como signo de las cosas. Por ello, como señala Foucault “no existe diferencia alguna entre estas marcas visible que Dios ha depositado sobre la superficie de la  tierra, a fin de hacernos conocer sus secretos interiores, y las palabras legible que la escritura y los sabios de la Antigüedad, iluminados por la luz divina, han depositado en los libros salvados por la tradición”. Dicho de otra manera, entre los signos y las palabras no existe la diferencia entre la pura y simple observación y la autoridad aceptada, o de lo pretendidamente verificable y la Tradición, ya que por todas partes encontramos el mismo juego mágico entre el signo y lo similar, formando, para el que sabe leer de este modo, un texto único.


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