<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL
02/08/1992>
<PÁGINA>: LA
OTRA PALABRA
<TITULO>: La taza vacía.
<SUBTÍTULO>: Símbolo del hombre desapegado.
<FIRMA>: Alfiar
<ILUSTRACION 1>: ¿Quién beberá el contenido de nuestra copa
personal cuando la vaciamos?
<SUMARIO>: Si de vez en cuando no nos vaciamos de lo
que nos llena, ¿cómo podremos llenarnos de lo nuevo que surge a nuestro paso?
<CUERPO DEL
TEXTO>:
Cuenta la historia que
Nan-in, un maestro Zen, recibió cierto día la visita de un erudito, profesor de
universidad, que acudía a él para informarse acerca del Zen. En maestro le
invitó a tomar té y después de realizada la ceremonia de preparación, lo
sirvió, colmando hasta el borde la taza de su huésped. Y en vez de detenerse,
continuó vertiendo té hasta que la taza rebosó. El erudito profesor, asombrado,
no pudo contenerse y exclamó:
(...)
- ¡Está ya llena! No
siga por favor.
Y el maestro Zen le
contestó:
- Como esta taza estás
tú, lleno hasta rebosar de tus propias opiniones. ¿Cómo podría enseñarte lo que
es el Zen, a menos que vaciaras primero tu taza?
Es cierto que a lo
largo de nuestro caminar nos hemos ido llenando de cosas, y se ha llenado tanto
el erudito y académico como el ignorante o el simple: de bienes, de riquezas,
de opiniones, de creencias, de ideas, de fes; incluso de felicidad, de
tristeza, de amabilidad, de odio, de bondad, de amor... Es decir, estamos
llenos. Tan llenos como la taza del Maestro Nan-in. Tan llenos que ya no cabe
nada más en nosotros, ya no hay en nosotros lugar para nuevas ideas, para
nuevos pensamientos, para nuevas realidades que nos permitan seguir recorriendo
el camino.
Porque, si de vez en
cuando, no nos vaciamos de algo de lo que nos llena, ¿cómo podríamos llenarnos
la mirada de los peces rojos que juegan en el estanque, o del juego de la
brisa, entre las hojas del sauce, al atardecer? ¿Cómo podríamos mirar la luz
que nos trae cada nuevo amanecer, si ya "creo" estar seguro de lo que es y de lo que no es? ¿Cómo puedo
captar o comprender una nueva idea, un nuevo pensamiento, seguramente necesario
a mi caminar, si ya estoy seguro de que conozco todas las ideas o de que no
necesito ninguna? ¿Cómo puedo seguir un camino de evolución espiritual, si ya creo saber cual es éste camino?
¿Y cuál es el camino?
¿El tuyo? ¿El mío? ¿El de aquél? ¿El del Buda? ¿El de Cristo? ¿El de Brahma?
¿El de Alá? ¿El Tao? ¿Cuál es mi camino?
Caminante, son tus
huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay
camino
se hace camino al
andar.
Al andar se hace
camino,
y al volver la vista
atrás
se ve la senda que
nunca
se ha de volver a
pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.
A.
Machado
¡Estelas en el mar!
¡Qué hermosa metáfora de la
Evolución del Espíritu en el Océano Divino! ¡Estelas que
levanta el viento!
¿Para que llamar
caminos
a los cursos del azar?
Todo el que camina anda
como Jesús, sobre el
mar.
Y si es así, si algo he
comprendido en éste mi caminar, aunque mi taza se llene con el reflejo del mar,
con el rocío del alba o con el llanto pálido de la luna, tendré que vaciarla,
de vez en cuando, para que el Viento -el Espíritu- que me empuja, me permita
deslizarme suavemente, dejando detrás de mí, solamente, estelas en la mar.
Porque ningún hombre podrá alcanzar las orillas de la verdadera comprensión, a
menos que se desprenda de todo lo que hay en el Cielo y en la Tierra.
¡Y qué difícil es esto!
A menos que seamos capaces de quedarnos vacíos, desnudos de todo aquello de lo
que nos hemos ido posesionando y guardando en nuestro interior, de todo aquello
que constituye nuestra riqueza
social, intelectual, incluso espiritual..., nada nuevo podrá entrar en
nosotros, ni siquiera aquello que nos viene de arriba, o de dentro, o
del fondo de ese mar, sobre el que nuestros pasos no dejan huella.
En cambio, nos pasamos
la vida haciendo cosas, acumulando riquezas: reuniéndonos, asistiendo a
conferencias, coleccionando cursos por los que llegar al Nirvana en unas
cuantas lecciones, reformando el mundo, cuando no salvándolo. Así creemos que
estamos yendo a algún sitio o que llegaremos a conseguir la felicidad.
Un discípulo le
preguntó a un Maestro:
- ¿Dónde está la Felicidad?
- La Felicidad es estar
quieto -respondió el Maestro-, y está en aquellos que han aprendido a estar
quietos en ellos mismos.
- ¿Y que es estar
quieto? - Volvió a preguntar el discípulo.
- Es dejar que cada
momento ponga en ti aquello que trae y dar a cada momento aquello que te pide.
Eso es estar quieto, dijo el Maestro.
- ¿Y cómo se consigue
eso? -volvió a preguntar el discípulo.
- Sólo cuando tu
corazón se armonice con tu cabeza y con tu cuerpo físico.
¡Estar quieto!
¡Armonizar la triple naturaleza de nuestra personalidad, para que nuestra taza
pueda quedar vacía y de ella pueda surgir la Sabiduría! ¡He aquí
nuestra tarea esencial! ¡Sed Vacíos!,
dice el Tao. "Ve y vende todo lo
que tienes...", dice Jesús.
No nos pasemos la vida
llenando nuestra taza. No nos aferremos a su contenido cuando está llena,
creyendo que aquello es nuestra riqueza. No olvidemos que estamos sólo de paso,
que sólo somos peregrinos que recorremos una Vía Láctea, un camino de las estrellas, y que este planeta es sólo
una escuela planetaria donde tenemos que aprender nuestra lección. Pero que una
vez aprendida, iremos a otra escuela, en algún otro lugar del Universo.
Mi profesión me ha
enseñado una ley fundamental del régimen interior de esta escuela planetaria
llamada Tierra: Nadie enseña nada a
nadie, es uno sólo el que aprende. Y aprender requiere de esfuerzo, es
decir, de energía: El Viento. El Viento que hace que detrás nuestro se levanten
estelas cuando recorremos el camino.
-¿Y los Maestros?
-preguntó el discípulo.
- Los Maestros no
enseñan. El verdadero Maestro es el que hace consciente en el discípulo aquello
que lleva en sí mismo, y no todos llevan lo mismo. Por ello enseña en el silencio de sus palabras y en el vacío de sus acciones. Ten lástima de
aquellos que esperan ver fuera de sí al Maestro que aún no ha nacido en su
corazón.
Hay para mí una verdad,
una certeza: no hay más verdad que la que está dentro de mí y que yo voy
descubriendo a cada instante. Entre el suelo que pisan mis pies y el viento que
sacude mi cabeza, ahí estoy yo. Y más allá de mi piel, no estoy yo. Están los otros, está el Cielo, las estrellas, la
galaxia, el Universo, todo aquello que he de convertir en mí-mismo.
¿Quienes son ese no-yo? ¿Cómo me relaciono con ellos?
¿Podemos llegar a ser una sola cosa, sin dejar de ser yo? ¿Lo somos ya acaso? ¿No será esto lo que tenderemos que
aprender en esta Escuela Planetaria? ¡Qué no hay ni un yo, ni un tú, sino un nosotros! ¿Es este el motivo de nuestro
conocer? ¿Es el motivo por el que nuestra taza debe estar vacía?
Porque si la lleno, lo
que pongo dentro, es yo, es mío. Y
eso me separa de tú, de mi prójimo.
Pero si la mantengo vacía, porque no me aferro a nada de lo que pasa por ella,
nada es mío. Y todo el Universo puede pasar
por mi taza. Entonces, nos daremos cuenta de que todos somos el Mar.
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