lunes, 27 de octubre de 2014

La singladura de Occidente 04

LA SIMGLADURA DE OCCIDENTE

Capítulo 4



Recuperar nuestra memoria


En los tres artículos anteriores he intentado mostrar, un poco entre el Mito y ha Historia, cuál ha sido la herencia que la Antigüedad Clásica nos ha legado. Seguiremos intentando recuperar nuestra memoria. Aunque no lo perciban, recuperar nuestra memoria colectiva es de suma importancia; nos ayuda a saber donde estamos, que lugar ocupamos en el mundo y, sobre todo, conocer como hemos llegado hasta aquí y cual es nuestro bagaje, también nos ayuda a saber con que herramientas y posibilidades contamos para afrontar ese paso decisivo llamado madurez.
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A lo largo de la Singladura de Occidente, dos han sido los golpes de timón que han hecho que la nave de nuestra cultura tomase un camino tan diferente del de las demás culturas. El primero se dio en Grecia cuando nació el Mundo Clásico. El segundo ocurrió en el Renacimiento cuando nació eso que llamamos el Mundo Moderno. Fueron dos períodos de impresionante actividad. El primero ocurrió entre los siglos VI y V a.d.C., en el momento en que se produjo el paso del universo mítico al universo racional. En ese momento brotan las semillas de la democracia urbana, de la igualdad ante la ley, de la Libertad frente a la Tradición. Fue también la época en que caminaron por la Tierra personajes como Buda, Sócrates, Platón; poetas como Píndaro; políticos como Pericles y artistas como Fidias; historiadores como Herodoto y Tucídides, y creadores de Tragedias como Esquilo, Sófocles y Eurípides. Y andaba por allí Hipócrates, el padre de la Medicina; aunque también persisten la esclavitud y el patriarcado, las guerras y la tiranía.



Dos mil años después, en el S. XV d.d.C., el Renacimiento italiano inaugura el Mundo Moderno: un mundo nuevo, aunque renacido de la Antigüedad clásica (eso dicen), emerge y en él se abre el horizonte del Capitalismo, de la Ciencia y de la Técnica. Un mundo que cree redescubrir la Tierra en 1492; un mundo que, desde la profundidad del inconsciente, también proyecta la dimensión de los femeninos y matriarcales sistemas igualitarios: Tomas Moro con su “De Optimo Republicae Satatu deque Nova Insula Utopia Libellus Vere Aureus” (“La Mejor república y la nueva isla de Utopía”) de 1516, Tomasso Campanella con su “Ciudad del Sol” , o J. J. Rousseau con su “Contrato Social”.
Sólo seis años después de que el Humanista Pico de la Mirandolla hiciera el elogio de la naciente mentalidad en su "Discurso sobre la Dignidad del Hombre", los futuros navegantes y conquistadores ya están preparados; aunque también los grandes humanistas como Boticelli, Marsilio Ficción, Leonardo o el Bosco. Igualmente se abren camino Copérnico, Erasmo, Bartolomé de las Casas, Maquiavelo, Miguel Ángel, Durero, Rafael de Urbino; y aún son niños, Lutero, Ignacio de Loyola..., pero crecerán. Todo cambió con la llegada de la Modernidad: la economía, la política, la religión, la sociedad, la filosofía, la literatura, la manera de pensar. Aunque sumáramos todos estos factores, no podríamos explicar la metamorfosis que se produjo en un nivel más profundo: la aparición de una nueva conciencia. Una conciencia individualista, expansiva, inquieta e insaciable.
Esta trasformación de la conciencia no estaba pintarrajeada aún por esa confianza en el Progreso que Occidente elevó a la categoría de Dios en el S. XIX. Aunque tiene su lado oscuro. Nietzche y más tarde Foucoult hablaran de ello.
Lo que si podemos percibir es que el individuo, sujeto anhelante de absoluta libertad, es gestado en Grecia y nace en el Renacimiento, pero nace rompiendo todo sentido de comunidad y todo vínculo con la Naturaleza. Con ello, el Ser Humano que originariamente era Hijo de la Tierra, se convierte en un "individuun" (que quiere decir, "indivisible"), un átomo de voluntad que ya no puede dividirse más de tan aislado que está. Con el Renacimiento, el Ser Humano deja de sentirse parte de la Naturaleza, y el Mundo comienza a verse como "algo" que está ahí para que lo utilicemos a nuestro antojo. Y es que, cuando emerge el "sujeto", el resto del mundo se convierte en "objeto".
 Como el niño que se separa de la madre, o como el joven que se independiza y se hace adulto, la mente moderna se separa de la Naturaleza y del Cuerpo, rompiendo todo vínculo. Se escinde. Y lo que hubiera sido un sano proceso de desarrollo y maduración de la persona autónoma, desemboca en una pérdida de raíces, en un desarraigo.
Con un arrebato de Voluntad, el Arco de Apolo nos disparó hacia lo alto y hacia el futuro. Nuestro pies ya no pisan ni sienten el suelo. De esta pérdida de contacto con nuestro cuerpo y con la Tierra nació nuestra angustia. El vértigo de Libertad proyectó esa ansiedad básica que nos atenaza. Así, el hombre moderno comenzó a sentir ansiedad y temor de estar en el mundo.
Esta angustia, aún más reprimida que nuestro miedo a la muerte, se halla en mayor o menos grado en el fondo de todo ser que se siente escindido de la Naturaleza, escindido de su cuerpo y del conjunto del Universo. “Donde quiera que haya otro, hay miedo”, dicen los Upanishad.


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