LA SIMGLADURA DE OCCIDENTE
Capítulo 4
Recuperar nuestra memoria
Recuperar nuestra memoria
En los
tres artículos anteriores he intentado mostrar, un poco entre el Mito y ha
Historia, cuál ha sido la herencia que la Antigüedad Clásica
nos ha legado. Seguiremos intentando recuperar nuestra memoria. Aunque no lo perciban,
recuperar nuestra memoria colectiva es de suma importancia; nos ayuda a saber
donde estamos, que lugar ocupamos en el mundo y, sobre todo, conocer como hemos
llegado hasta aquí y cual es nuestro bagaje, también nos ayuda a saber con que
herramientas y posibilidades contamos para afrontar ese paso decisivo llamado
madurez.
(...)
A lo largo
de la Singladura
de Occidente, dos han sido los golpes de timón que han hecho que la nave de
nuestra cultura tomase un camino tan diferente del de las demás culturas. El
primero se dio en Grecia cuando nació el Mundo Clásico. El segundo ocurrió
en el Renacimiento cuando nació eso que llamamos el Mundo Moderno. Fueron
dos períodos de impresionante actividad. El primero ocurrió entre los siglos VI
y V a.d.C., en el momento en que se produjo el paso del universo mítico al
universo racional. En ese momento brotan las semillas de la democracia urbana,
de la igualdad ante la ley, de la
Libertad frente a la Tradición.
Fue también la época en que caminaron por la Tierra personajes como
Buda, Sócrates, Platón; poetas como Píndaro; políticos como Pericles y artistas
como Fidias; historiadores como Herodoto y Tucídides, y creadores de Tragedias
como Esquilo, Sófocles y Eurípides. Y andaba por allí Hipócrates, el padre de la Medicina; aunque también
persisten la esclavitud y el patriarcado, las guerras y la tiranía.
Dos mil
años después, en el S. XV d.d.C., el Renacimiento italiano inaugura el Mundo Moderno: un mundo nuevo, aunque
renacido de la Antigüedad
clásica (eso dicen), emerge y en él se abre el horizonte del Capitalismo, de la Ciencia y de la Técnica. Un mundo que
cree redescubrir la Tierra
en 1492; un mundo que, desde la profundidad del inconsciente, también proyecta
la dimensión de los femeninos y matriarcales sistemas igualitarios: Tomas Moro
con su “De Optimo Republicae Satatu deque
Nova Insula Utopia Libellus Vere Aureus” (“La Mejor república y la nueva isla de Utopía”)
de 1516, Tomasso Campanella con su “Ciudad
del Sol” , o J. J. Rousseau con su “Contrato
Social”.
Sólo seis años
después de que el Humanista Pico de la Mirandolla hiciera el elogio de la naciente
mentalidad en su "Discurso sobre la Dignidad del Hombre",
los futuros navegantes y conquistadores ya están preparados; aunque también los
grandes humanistas como Boticelli, Marsilio Ficción, Leonardo o el Bosco.
Igualmente se abren camino Copérnico, Erasmo, Bartolomé de las Casas,
Maquiavelo, Miguel Ángel, Durero, Rafael de Urbino; y aún son niños, Lutero,
Ignacio de Loyola..., pero crecerán. Todo cambió con la llegada de la Modernidad: la
economía, la política, la religión, la sociedad, la filosofía, la literatura,
la manera de pensar. Aunque sumáramos todos estos factores, no podríamos
explicar la metamorfosis que se produjo en un nivel más profundo: la aparición de una nueva conciencia.
Una conciencia individualista, expansiva, inquieta e insaciable.
Esta
trasformación de la conciencia no estaba pintarrajeada aún por esa confianza en
el Progreso que Occidente elevó a la
categoría de Dios en el S. XIX. Aunque tiene su lado oscuro. Nietzche y más
tarde Foucoult hablaran de ello.
Lo que si
podemos percibir es que el individuo,
sujeto anhelante de absoluta libertad, es gestado en Grecia y nace en el
Renacimiento, pero nace rompiendo todo sentido de comunidad y todo vínculo con la Naturaleza. Con
ello, el Ser Humano que originariamente era Hijo de la Tierra, se convierte en un
"individuun" (que quiere
decir, "indivisible"), un átomo de voluntad que ya no puede
dividirse más de tan aislado que está. Con el Renacimiento, el Ser Humano deja
de sentirse parte de la
Naturaleza, y el Mundo comienza a verse como "algo" que está ahí para que lo
utilicemos a nuestro antojo. Y es que, cuando emerge el "sujeto", el resto del mundo se
convierte en "objeto".
Como el
niño que se separa de la madre, o como el joven que se independiza y se hace
adulto, la mente moderna se separa de la Naturaleza y del Cuerpo, rompiendo todo vínculo.
Se escinde. Y lo que hubiera sido un sano proceso de desarrollo y maduración de
la persona autónoma, desemboca en una pérdida de raíces, en un desarraigo.
Con un
arrebato de Voluntad, el Arco de
Apolo nos disparó hacia lo alto y hacia el futuro. Nuestro pies ya no pisan ni
sienten el suelo. De esta pérdida de contacto con nuestro cuerpo y con la Tierra nació nuestra angustia.
El vértigo de Libertad proyectó esa ansiedad básica que nos atenaza. Así, el
hombre moderno comenzó a sentir ansiedad y temor de estar en el mundo.
Esta angustia, aún más
reprimida que nuestro miedo a la muerte, se halla en mayor o menos grado en el
fondo de todo ser que se siente escindido de la Naturaleza, escindido
de su cuerpo y del conjunto del Universo. “Donde quiera que haya otro, hay miedo”,
dicen los Upanishad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario