<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 21/06/1994>
<TITULO>: ¿Salvar el planeta o salvarnos nosotros?
<SUBTÍTULO>: A propósito de la Cumbre de Rio.
<AUTOR>: Alfiar
<SUMARIO 1>: La idea de que la biosfera es la base de la vida planetaria entró en la conciencia del hombre con los viajes espaciales.
<SUMARIO 2>: El miedo ha lanzado al hombre a salvar la Tierra, lo que en el pasado le impulsó a conquistarla.
<ILUSTRACIÓN 1>: El hombre es parte de la naturaleza, pero de una naturaleza humanizada.
<ILUSTRACIÓN 2>: La Tierra, una nave espacial de 5 mil millones de pasajeros.
<CUERPO DEL TEXTO>:
(...)Hay un mito en Indonesia, que se repite en todas las culturas, que narra como, en el Origen, nuestros ancestros tenían los dos sexos, y por ello no conocían ni el nacimiento y la muerte. Un día se celebró una Gran Danza y uno de los participantes fue sacrificado, despedazado y sus trozos enterrados. En ese momento los dos sexos se separaron y la muerte se equilibró con la vida, a la vez que de las partes enterradas del ser sacrificado nacieron las plantas alimenticias. Este hecho dio origen al tiempo del matar y del comer a otros seres vivos para la preservación de la vida. ¡De modo que la esencia de la Vida es devorarse así misma!
Los países y organizaciones reunidos en Río de Janeiro en la "Conferencia del Medio Ambiente y Desarrollo"
han olvidado sin duda la sabiduría que se encierra en los mitos: unos, porque
se desarraigaron en su memoria colectiva (mítica) de esos orígenes, perdieron
así el sentido de unidad que relaciona todas las cosas. Con ello, transformaron
su alimentarse de la vida en voracidad.
Los otros, porque aún permaneciendo ligados a las raíces tradicionales y
míticas, también han olvidado. Han olvidado que la Naturaleza y la Vida no son
estáticas, sino un continuo movimiento en multitud de formas cambiantes que se
devoran, para transformarse, unas a las otras. Han permanecido estáticos, sujetos, aferrados a
través del rito y la costumbre del eterno retorno a ese proceso y a ese momento
en que tuvo su origen el fluir de la vida.
Ambas posturas se encuentran enfrentadas.
¿Han observado una masa de protoplasma a través de un microscopio?
Siempre está en continuo movimiento. A veces parece fluir de un modo, luego de
otro, a la vez que da forma a las cosas. ¡Increíble su potencialidad plástica
para construir formas! Contemplándolo, la visión se ilumina y el protoplasma en
forma de hierba es comido por el protoplasma en forma de vaca; el protoplasma
en forma de gaviota, se zambulle en el mar para devorar al protoplasma en forma
de sardina. Y cada forma tiene su propio impulso, su propia orientación y
posibilidades. Se descubre entonces que la forma
es la que da el significado a las
cosas, no el protoplasma. Tal vez por ello el budismo haga tanto incapié en esa
preciosa forma humana.
Devorándose así misma, la
Vida ha construido una forma preciosa llamada hombre quien, a
su vez, siguiendo la ley de la Vida, comenzó a devorarla. Pero con esa preciosa forma humana la Naturaleza se hizo
humana, empezó a tomar conciencia de sí y se conoció a sí misma. Ahora, la Gran Diosa que insufló
la vida y la energía de todas las formas, estableciendo una unidad indisoluble
sobre ellas, conoce, a través de esa
forma hija suya que es el hombre, que ella misma no crece de los fragmentos de
un cuerpo muerto, sino de acuerdo a las leyes de la semilla, del suelo y del
sol. Su proyecto es que su propio campo protoplasmático y productor de formas
se transforme en una unidad planetaria, consciente de sí. Dicho de otra manera,
GAIA pretende nacer a otro plano de
conciencia de si.
Pero esto es algo que aún no saben la mayoría de sus hijos humanos,
por eso discuten en Río de Janeiro sobre el cómo y el por qué hay que salvar a la Tierra, pero sin darse
cuenta que lo que subyace detrás de tales voces es el miedo que esa célula de
protoplasma llamada hombre tiene de perecer al considerase aislado. Al tomar
conciencia de ese aislamiento ha sentido miedo, miedo de perecer. Ese miedo le
ha lanzado a la empresa de salvar la
tierra, de la misma manera que antes le lanzó a la empresa de conquistarla,
creyendo que así se salvaría el mismo; pero ha olvidado que la Tierra sabe que es lo que quiere. Ese saber, la Gran Diosa trata de
comunicárselo a sus hijos humanos a través de su propio campo morfogenético
constituido de protoplasma, campo que se mueve en una constante transformación
no sólo cuantitativa, sino cualitativa.
¿QUÉ OCURRE EN BRASIL?
Entre los días 3 al 14 del presente mes de Junio, 160 países se
encuentran reunidos en Río de Janeiro en una Conferencia de las Naciones Unidas
sobre Medio Ambiente y Desarrollo. Una Cumbre
de la Tierra
para establecer compromisos concretos sobre su futuro, cosa que parece llena de
dificultades.
Hace tres años, en 1989, la Asamblea General de las Naciones Unidas decidió
convocar una Conferencia Mundial sobre el Desarrollo y su repercusión en los
problemas medioambientales con el fin de:
* Firmar convenios
internacionales sobre bosques, clima y ecosistemas biológicos.
* Elaborar una "Carta de la Tierra" en la que
se recogieran los derechos y las
obligaciones de todas las naciones con respecto al medio ambiente.
* La aprobación de una "Agenda XXI" que contuviera
un detallado panorama de futuras actuaciones, y fórmulas para el desarrollo y
financiación de esos programas.
De estos tres proyectos, el primero se ha quedado en el camino. Los
otros dos, han llegado a Río considerablemente mermados. El proyecto de una Carta de la Tierra quedará como una
simple declaración que servirá de preámbulo a la Agenda
XXI, que tampoco contendrá programas concretos, aunque
sea lo más importante que salga de la Conferencia.
Muchos de los presupuestos de la Agenda XXI no llegaron siquiera a la Conferencia. En lo
que se refiere a la atmósfera, EEUU no aceptó la propuesta de la CEE de reducir y estabilizar
las emisiones de CO2 para el año 2.000 a los niveles de
1990. Su propio nivel de desarrollo se lo impide. Por otro lado, los Países del
Tercer Mundo también solicitan aumentar sus propias emisiones de CO2
alegando que su nivel de desarrollo es inferior al de los países desarrollados.
Sobre el tema de la protección de bosques, Malasia se niega a la firma
ya que su economía depende de la explotación del bosque tropical, sobre todo de
la extracción de caucho, que ocupa al 30% de la población.
La FAO denuncia a los
labradores sin tierras por practicar una agricultura extensiva a costa de la
tala de árboles en las selvas que van desde el Amazonas a Indonesia.
Los países del Cono Sur piden que, a cambio del esfuerzo de preservar
la diversidad biológica en sus propios países, se les compense con
transferencia de tecnología y financiación.
Sólo el tema del ozono parece no ser motivo de conflicto; todos están
de acuerdo en proseguir con el Protocolo de Montreal que prevé la supresión
total de los CFCs hacia 1999.
No importa de que parte se esté, todos parecen pelearse por el reparto
de una tarta que por otra lado saben que no es eterna.
Paralela a esta Cumbre de Río, el presidente de la Fundación para la Defensa del Ambiente, en
Argentina, Raúl Montenegro, ha montado otra cumbre de pueblos tradicionales y
asociaciones ecologistas a las que se ha unido el ex-presidente Gorbachov. Este
Foro Global reúne a más de 500 movimientos alternativos.
Y esto es lo que ocurre en Brasil: la visión de una humanidad aún
dividida en sus sentimientos y en sus ambiciones, en sus intereses y
conocimientos, en sus deseos de sobrevivir y en aferrarse a lo que les da
sentido para seguir vivos. Y en el fondo de todo ello, el brillo de una pequeña
chispa de luz, un punto de conciencia común referente a lo que en la propia
Tierra les une a todos.
NACIENDO A UNA CONCIENCIA
PLANETARIA
Los medios de información nos ha acostumbrado a fijar nuestra atención
en lo que ellos llaman hechos puntuales,
y con ello contribuyen a mantener la dinámica de la voracidad al instarnos a
devorar información de la misma manera que se devoran los bosques o la energía,
sin darnos tiempo o ayudarnos a ver qué diseño se configura a través de dichos
hechos que surgen en el acontecer.
Aprendí, en el estudio de la Historia, que ningún hecho tiene valor en si mismo
si se aísla de la trama del tejido que lo conforma. Necesitamos situarnos en
una posición en la que la conciencia adquiera comprensión al observar el lugar
que en el diseño general ocupa ese hecho.
Si hacemos esto, en lo que a la Conferencia de Río se refiere, descubrimos que
hace poco más de un siglo nadie se preocupaba de este tema. Incluso palabras
como Biosfera solo era conocida por
los seguidores del naturalista francés Lamarck; o, Ecología, introducida en lenguaje científico hace un siglo por
Ernst Heckel para significar que los componentes de la naturaleza se encuentran
entrelazados en una trama única y que el hombre es una malla en ese tejido,
eran desconocidas para la generalidad del hombre contemporáneo.
Hasta 1968 no se inicia ningún estudio sobre cual podría ser la
actitud de los pueblos y los gobiernos respecto a la Biosfera. Ningún
país se había ocupado del medio natural como tal, de una manera organizada,
desde el punto de vista político y administrativo.
Veinte años atrás, en 1948 se funda en Fontainebleau (Francia), con la
ayuda de la UNESCO,
la Unión
Internacional para la Conservación de la Naturaleza. Y las
Conferencias de las Naciones Unidas sobre Conservación y Utilización de los
Recursos Naturales (1949) y sobre Aplicación de la Ciencia y la Tecnología al
Desarrollo (1963), reconocieron tácitamente la unidad del planeta Tierra, pero
sin examinar las repercusiones en esa compleja unidad de su relación con el
hombre.
No fue hasta la
Conferencia sobre la Biosfera de 1968 que hubo una preocupación política
internacional sobre los problemas del Medio, haciéndose patente que al
emanciparse gracias a su genio inventivo de las fuerzas naturales, el hombre ha
acabado por poner en juego su porvenir. El orgulloso poderío logrado le da una
nueva responsabilidad: la del destino de su especie sobre el planeta.
Pero si la
Conferencia de 1968 constituyó el punto de partida de la
preocupación política internacional en relación a los problemas del Medio, la Conferencia de las
Naciones Unidas sobre el medio humano celebrada en Estocolmo en 1972 confirmó
esta inquietud. Acudieron científicos, expertos y representantes de 110 países
y se aprobó un plan de acción de 109 recomendaciones a los gobiernos y a las
organizaciones internacionales para que se proyectaran medidas concretas de carácter
científico y político. Incluso se creo un Fondo Mundial para la Defensa del Medio.
Aunque parezca extraño, la generalización de la idea de que la Biosfera constituye la
base insustituible de la vida planetaria no se generalizó por las Conferencias
y Foros Internacionales, sino por los viajes espaciales de norteamericanos y
soviéticos. De ellos se derivó la noción de la Tierra como una Nave Espacial. La imagen del solitario
planeta azul tal como la vieron los astronautas produjo una profunda impresión
psicológica en las conciencias. No es la primera vez que aquello que se combate
es lo que nos salva. De la misma manera, la expresión sistema vital es de uso común desde aquel día de Abril de 1961 en
que Gagarin dio la vuelta a la
Tierra en su VOSTOR-I. La generalidad humana comenzó a
comprender, en una forma práctica, el hecho de que el hombre necesita de una
atmósfera para respirar, de agua y de alimentos, así como de dispositivos para
la evacuación de residuos, ya esté en una nave espacial, en un submarino o en
la propia Nave Tierra.
Ningún otro acontecimiento histórico ha contribuido más que éste, a la
comprensión de la unidad y fragilidad de la Biosfera. La noción
de una sola Tierra y la visión de la Tierra desde la Luna, ha trascendido a todos
los idiomas y su mensaje puede ser descifrado incluso por los analfabetos. Ni
siquiera las sesudas mentes del Club de Roma que fueron unos de los primeros en
dar la voz de alarma sobre el fin de los recursos naturales, han podido
conseguir lo que esa imagen de la
Tierra vista desde la Luna. Fue ella la que encendió esa chispa de
conciencia que ilumina pálidamente nuestra comprensión y nuestro miedo ante la
visión de que esa minúscula y bella mota azul, nuestro hogar, pueda
desaparecer.
UNA NUEVA TIERRA
¿Una nueva Tierra, o simplemente la Tierra, la de siempre, la que estaba aquí antes
de nosotros estuviéramos y que puede seguir aquí cuando ya no estemos? ¿Una
nueva Tierra, o esa Tierra que es el Ser del que San Pablo decía que es donde
nacemos, crecemos y tenemos nuestro propio ser, y que tiene su evolución dentro
de un cuerpo mayor constituido por el Sistema Solar, lo mismo que nosotros
tenemos la nuestra dentro de su naturaleza, y todos conformando una indisoluble
unidad?
Mi visión no es pesimista, es esperanzadora. Allí donde parece haber
un fin, hay siempre un comienzo. No puedo dejar de contemplar esta época
como uno de esos momentos en los que
nuevos caminos se abren a la decisión y la esperanza humana. Tampoco puedo
dejar de interrogarme si el debate actual sobre el medio ambiente, con la
pasión y las proporciones que reviste, no será semejante a cualquier otro
cuestionamiento profundo del orden establecido de los que irrumpieron en la Historia de la Humanidad en esas épocas
de crisis y de cambios radicales. ¿Qué fermento se movió hace dos mil años
cuando se puso fin a la división feudal de China y se estableció la gran
dinastía centralizada de los Han? ¿O cuando después de la desolación que
despobló Europa por varios siglos a la caída del Imperio Romano, asomó la
pequeña llama de la
Civilización Medieval? Pertenecemos a una generación que ha
utilizado radiotelescopios para descubrir 100.000 millones de galaxias cada una
de las cuales contiene cien mil millones de soles. Y en la medida que esto
ocurría y tomábamos conciencia de nuestra pequeñez, con los ojos de los
astronautas, hemos visto alzarse nuestro pequeño planeta en el horizonte árido
de la Luna. Y
al ver la fragilidad de nuestra nave espacial planetaria, de pronto, tenemos
miedo de naufragar en tan tremendo vacío. Pero mi visión me dice que en su
momento, aunque sea en el último instante, el hombre encontrará la manera de
resolver el problema.
Si esto no fuera así, no habría esta discusión e investigación
profunda, apasionada y comprometida, y nuestra generación sería una especie de
monstruosidad psicológica.
Por lo pronto el hombre de esta generación enfrentada a su destino
tiene claro tres cosas:
La primera es que está en sus manos el hacer que este planeta se
vuelva inhabitable. Aun cuando nadie pensó jamás que pudiera estar en peligro.
La segunda es que durante más de un siglo y con entusiasmo creciente en los últimos cincuenta
años hemos creído que el crecimiento económico, medido en término de
satisfacción de las necesidades materiales tanto primarias como creadas, era
uno de los objetivos capitales de la política y una solución eficaz a los
conflictos sociales.
La tercera es que los organismos que juzgan, deciden y actúan en la práctica
son los gobiernos nacionales cada uno por su lado.
Y esto plantea un problema de injusticia que no puede ser resuelto si
los países actúan aisladamente. Así que es bueno que se reúnan y discutan.
Pero lo más importante, lo que los increíbles descubrimientos de la
ciencia nos han enseñado desde el siglo pasado, es que la energía básica del
Universo puede por igual mantener o destruir la vida, y que los sistemas y
equilibrios gracias a los cuales se sustenta son más frágiles y preciosos de lo
que podemos imaginar.
Así que, actuar sin voracidad, emplear los conocimiento con sensatez,
respetar la independencia, comportarse sin insolencia y rapacidad, no son
simples imperativos morales. Son acertadas normas científicas para sobrevivir.
En el proceso que hoy se le incoa al hombre por crimen de lesa naturaleza:
destrucción de especie animales, de paisajes y florestas, de perturbación del
sagrado equilibrio de la naturaleza, explotando sin escrúpulos su riqueza, el
acusado que se sienta en el banquillo está ya bastante culpabilizado. Por ello
yo pediría a los acusadores que tuvieran para con el Hombre, ellos mismos
también, la piedad, el amor y la compasión que tuvieron los Budas, los Cristos
y los grandes Maestros que han venido a enseñarnos que no sólo de pan vive el
hombre, y que dentro de lo que concebimos como medio ambiente viven otras
realidades a tener en cuenta y, entre ellas, la de contar con nuestro propio y
constante empeño de transformar ese medio natural en un medio humano. Eso es lo
que, sin saberlo aún, estamos aprendiendo.
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