Capítulo Séptimo
"Como tú": La piedra y el centro
Para el que siembra la palabra, la cosecha no
puede ser otra que el sentido, la consecución de un significado. El "Zohar" sostiene que "las palabras no caen en el vacío, sino
que tienen un destino secreto, un vuelo preciso y magnífico cuando el piloto es
diestro y el paisaje celeste propicio." Ya lo hemos dicho antes: todos
los caminos llevan, lo importante es como vuela sobre ellos el que los recorre.
Por ello, enfrentarse con un texto, un poema, y descifrar su sentido oculto y
profundo es una forma de diálogo interior, es una forma de meditación. También
constituye un acto de empatía. Esto no es darle un significado a la obra y
considerarse por ello su autor crítico como pretende los críticos seguidores de
Derrida.
(...)
En ese
diálogo interior, las respuestas pueden aparecer de diversas maneras y por
canales diferentes: mientras se escribe y trabaja, en un sueño; en cualquier
momento en que la conciencia se desprende del fluir del tiempo absorbido por el
asombro que produce una metáfora; a través de la pura y simple intuición; por
medio de la resonancia y la empatía. Y todo esto se da, en alguna manera, a la
par que el estudio y la meditación de un texto del que se busca su significado
profundo, un significado que solamente me afecta a mí, pues cualquier otra
persona puede llegar a significados diferentes y no por ello menos válidos. Es
el reduccionismo el que sigue agazapado en las teorías postmodernas al
pretender que solamente puede existir una e inamovible única verdad, un único e
inamovible significado.
En todo análisis,
ya sea de un texto o de otro elemento cualquiera, se producen siempre una serie
de extrañas asociaciones, en las que comienza a funcionar un principio nuevo al
que Jung y Pauli llamaron "Sincronicidad".
Según este principio, el mensaje no está sólo en el texto, sino también en
nuestro interior, en la memoria de ese cuerpo-tiempo.
Y leerlo, entenderlo, supone darse cuenta de ciertas señales internas que se
corresponden con las externas a través de un proceso no lógico y causal, sino
analógico y sincrónico. Y cuando llegamos a ser capaces de leerlo, es como si
hubiéramos escalado una montaña. El ascenso ha producido una sensación de
placer y liberación, y al llegar a la cima, de pronto, toda una realidad se
hace visible a nuestro alrededor. Esa sensación, visión, iluminación, es un
estado elevado de la mente, otro estado de conciencia y comprensión.
Os invito a
entrar en el interior de este poema de León Felipe que, como colofón, cierra
este proceso, este itinerario que nos ha llevado de la Soledad
a la Libertad. Tiene que
ver con la piedra y con lo que de ellas con anterioridad se dijo sobre la
profunda interrelación que existe entre la piedra y el hombre. Vamos a intentar
pasar a través del trazo negro de la escritura al blanco que la envuelve de un
extraordinario poema de León Felipe; Vamos a tomar los con los dos polos de esa
realidad en nuestras manos, vamos a proyectar sobre él todas las facultades de
nuestra mente, incluida la intuición, así como también las sensaciones de
nuestro corazón, esos polos que son piedras molineras, para poder desentrañar
su secreto.
Como Tú
Así
es mi vida,
piedra,
como
tú. Como tú,
piedra
pequeña;
como
tú,
piedra
ligera;
como
tú,
canto
que ruedas
por
las calzadas
y
por las veredas;
como
tú,
guijarro
humilde de las carreteras;
como
tú,
que
en días de tormenta
te
hundes
en
el cieno de la tierra
y
luego
centelleas
bajo
los cascos
y
bajo las ruedas;
como
tú, que no has servido
para
ser ni piedra
de
una lonja,
ni
piedra de una audiencia,
ni
piedra de un palacio,
ni
piedra de una iglesia...
como
tú, piedra aventurera...
como
tú,
que
tal vez estás hecha
sólo
para una honda...
piedra
pequeña
y
ligera...
León Felipe
Al iniciar
nuestro análisis descubrimos, en primer lugar, una serie de cosas. Todo el
poema está construido con sólo dos oraciones. La primera es una comparación. La
segunda es aquella en que la comparación se hace metáfora. Esto quiere decir
que el poema sólo transmite una idea. Todo el poema no dice sino una sola y
única cosa.
‑ ¿Qué es
esa cosa?
Por otra
parte, el poema es, en su totalidad, un apóstrofe, una figura literaria que
consiste en dirigir la palabra con vehemencia en segunda persona a una o
varias, presentes o ausentes, vivas o muertas, a seres abstractos o a cosas
inanimadas, o en dirigírsela a uno mismo en iguales términos: el poeta se
dirige y habla a una piedra, que es como decir que habla consigo mismo. Y el
poeta le dice a la piedra que su
vida, la del poeta, es como ella, la piedra.
Así
es mi vida,
piedra,
como
tú.
La
comparación como tú se convierte en
metáfora al identificarse. Algo ha sido llevado más allá, y por ello su orden lógico ha sido alterado. "Mi vida, piedra, es así, como
tú." Este sería el orden lógico. Se ha producido un hipérbaton.
El poema
comienza entonces con un hipérbaton, con una alteración de ese orden lógico,
que permite al poeta llevar más allá, en la metáfora, la identificación de dos
realidades que, en apariencia, y a pesar de la comparación, no tienen nada que
ver; pero que en lo profundo, en lo esotérico, ya lo vimos en aquel mensaje, la
piedra y el hombre, pertenecen al mismo haz. Tal vez por ello, el poema también
comienza con una adverbio de modo, "Así",
indicando que es la circunstancia, el modo, la manera, la que hace posible la
metáfora. Por todo ello, la comparación como
tú se convierte en metáfora, identificando dos realidades: la piedra y la vida del poeta. Viniendo así a decir: "Mi vida, piedra, eres tú"
En la
cábala de dice que las piedras hablan, que los seres se transforman, que las
secuencias se alteran, que las letras y los números adquieren el irisado color
de los diamantes yuxtaponiendo sus facetas en un juego multicolor. Y es a
través de este juego como se nos hacen transparentes. Nos ha bastado un mero
análisis gramatical de los tres primeros versos para darnos cuanta de cual es
la idea que encierra el poema.
El poema
habla de una "piedra"
llamada León Felipe, porque la metáfora dice que León Felipe es una piedra. Esa es la idea y esa es la
realidad trascendida. Y para hablarnos de esa piedra que el él, dedica el poeta el resto del poema. Porque, ¿de
qué piedra se trata? ¿Acaso no son iguales todas las piedras?
El poeta
nos habla de una piedra que es pequeña, ligera, que es un canto, "canto rodado", un guijarro.
En apariencia es una piedra que no sirve para nada. No es una piedra grande,
fuerte, importante. Tampoco es una piedra noble como esa con la que se
construyen los Palacios, las Iglesias, las Lonjas o las Audiencias. No. La piedra de que habla el poeta y que él
es, no es ninguna de ellas. Ella es solamente un "canto que rueda", un "guijarro
humilde de las carreteras", una piedra pequeña y ligera que va de aquí
para allá. Una piedra que "se hunde
en el cieno de la tierra", en el Pantano de la Tristeza como en la
"Historia Interminable", o
en Pantano del Hedor Eterno como en la película "El Laberinto", cuando los eventos del acontecer de la vida la
empujan a ello. Una piedra que tiene vida porque, cuando los "cascos" y las "ruedas" la golpean, saltan
chispas de luz, "centellean",
lo que indica que en ellas vive el Espíritu.
Ella es una
piedra aventurera que va de acá para
allá, llevada por el fluir de los eventos del destino y por los golpes de la
vida. Es una piedra vagabunda,
peregrina. Es una piedra que desde los valores del mundo que valora a las
piedras en preciosas, nobles y vulgares, no sirve para nada.
El poeta se
ha identificado con ella en la metáfora, y repite esa identificación en forma
persistente: "como tú",
"como tú...” No quiere que nos olvidemos de esto: él, León Felipe, es esa "piedra aventurera", ese "guijarro humilde de las carreteras", mostrando con ello
cual es la actitud con la que el peregrino ha de recorrer esta tierra extraña.
Y como lo que le dice a la piedra al identificarse, se lo dice así mismo, el
poeta establece, a través de la metáfora, un diálogo consigo mismo, un diálogo
interior. Y en ese diálogo interior, como en un mantra largamente repetido, el
poeta se dice así mismo lo que es y lo que no es.
¡Pobre
piedra! Sentimos en nuestra propia identificación. Pisoteada, arrastrada por el
viento, chocando contra todo y con todos, perdiendo pedazos de sí misma a lo
largo de los caminos, con cada pisotón, con cada choque, centelleando de dolor,
desbastando su forma a chispazo vivo, limando sus aristas gastadas por la
lluvia, el viento... ¿Por cuánto tiempo habrá rodado? Indudablemente por mucho,
porque es pequeña, "hacerse pequeño
para entrar en el Reino de los Cielos". Aunque no se puede uno hacer
pequeño, si antes no ha crecido interiormente y si antes no ha sido grande. Esta
piedra que el poeta es, hace tiempo que se desprendió de la roca madre. ¿Cuánto tiempo ha necesitado
para llegar a ser piedra pequeña, piedra ligera, para que sus aristas
hayan sido limadas por esa vida
aventurera y reducida a un pequeño canto
redondo y liso?
¡Pobre piedra
que ya casi no es nada y que pronto terminará por pulverizarse! Aunque, tal vez
por eso, ahora, al final de su viaje, de su aventura, de su peregrinación,
sirva para algo. Tal vez ahora que ha perdido su forma como diría D. Juan, y
que se ha quedado sólo en su esencia, convertida en un pequeño núcleo, sirva
para ser lanzada por una honda.
Una piedra
grande no puede ser lanzada por una honda, lejos, a lo alto. Es necesario que
sea pequeña, que sea ligera. Además, una piedra grande se tira, se arroja, o es
puesta en otro lugar. En cambio, una piedra pequeña, un canto, puede ser lanzado,
cantado. Este matiz es importante.
Una piedra lanzada lleva una dirección, es dirigida hacia algún blanco, tiene
un destino. ¿Cuál es el destino de esta piedra que es el poeta y que desea ser
lanzado por una honda, a lo mejor la misma honda y la misma piedra que mató al
gigante Goliat, después de un largo movimiento circular? Otra idea que
encerraría el significado de la raíz Cig-.
Qué duda
cabe que el deseo del poeta es ese: ¡ser lanzado por una honda a su destino
final! Las piedras grandes, nobles, importantes no pueden ser lanzadas. Están
quietas, fijas, atrapadas, prisioneras por aquello que son, por lo que
constituye su grandeza, su nobleza, su importancia, su valor en la forma. En
cambio, el canto rodado, una piedra
que a la vez es música, el guijarro
humilde, no teniendo forma fija, cambiando constantemente esta forma por
los golpes de la vida, centelleando, cantando mientras es arrastrado por la
corriente del Río de la Vida, va limando sus
aristas y se va redondeando.
Si. El
poeta es la piedra. Y no cabe duda de que piedra se trata. De una piedra que ha
venido a ser núcleo, un nódulo que ya
está dispuesto y preparado para ser lanzado hacia su destino final.
¿Cuál es ese
destino al que quiere ser lanzado el poeta?
El poema no
nos lo dice. Aquí comienza el misterio. Aquí el trazo de la escritura se
disuelve en el blanco de la hoja, pues, entre uno y otro, el hombre se abisma
para entrar en el Espíritu. Tendríamos que pasar a una segunda fase de la
lectura, la meditación, para deslizarnos por esa fisura atemporal en la que el
alma se abisma.
Meditemos,
pues.
El poeta,
la piedra, al perder su forma, aspiraba a llegar a lo que es ahora la piedra:
la piedra de una honda. Pero, ¿quién maneja la honda? ¿Quién lanza la
piedra? ¿Hacia dónde se lanza?
La piedra-nódulo ha quedado reducida a
centro de si misma, se ha convertido en un onphalos.
Ella es también un Bethel. Es decir,
una piedra que en si misma es el Centro de la Creación y que, por lo
mismo, es el lugar de paso entre los niveles dimensionales de esa Creación.
Ella es el canal que una la Tierra y el Cielo. Como Bethel, es una piedra sagrada: como lo es Pedro si lo consideramos
como símbolo; como La Cabba,
la piedra negra que se venera en la
Meca; como la del Dios Solar de Emesa, capital de los
nabateos; como las piedras sagradas de todos los pueblos; como la piedra sobre
la que durmió Jacob y sobre la que soñó que ascendía al cielo después de vencer
al ángel que le cerraba el paso y por la que subían y bajaban seres. Y es por
ello que necesita del impulso de la honda y por lo que tiene que ser lanzada:
para vencer al ángel que le cierra el paso. No se puede pasar por ese ángel que
es el que expulsó a Adán y Eva del Paraíso, cerrándoles el acceso al Árbol de la Vida, sin ese impulso gestado en el
movimiento circular de la Rueda de la Vida donde se adquiere, por ese mismo movimiento
circular, una mayor vibración.
La
meditación nos lleva a un pueblo viejo hecho de la mezcla de otros muchos
pueblos y culturas, con mucha experiencia y paciencia sobre las espaldas, con
mucha sabiduría oculta, transfigurada. Se llama Al´Andalus. El lugar donde yo
nací. Aquí, en las Tabernas, palabra
que tiene la misma raíz que tabernáculo,
en esos lugares donde se rinde culto al dios Baco, en decir, a Noé, es donde se
destila la esencia de las cosas ingiriendo el fruto de la vid, que, desde el
punto de vista sagrado, no es la uva, sino ese líquido sangrante que es el vino.
El vino es una bebida sagrada porque abre, al transformarse en sangre, las
puertas del alma. ¿Se ha preguntado alguien el por qué los grandes viñedos
europeos están junto a afamados monasterios medievales y fueron creados por
ellos? En alguna parte he leído u oído que, en un pasado lejano de la Humanidad, cuando ésta
hubo entrado en la fase de máxima inmersión en el reino material, en el Kali
Yuga, hablando espiritualmente, y perdido por ello todo recuerdo de los niveles
dimensionales internos del alma, los Maestro Espirituales del hombre recurrieron
al vino y a otro tipo de drogas, para recordarle a éste la existencia de esos
niveles olvidados por la conciencia del hombre material.
Aquí, en
las Tabernas de Al´Andalus, donde se hace pura metafísica de la vida y donde la
realidad se convierte en llanto, queja y lamento...; donde también se bebe otro
vino, no un vino hecho de sangre, sino de sol. Un vino dorado, luminoso,
transparente y solar... Aquí, en las Tabernas, digo, los cantaores cantan coplas, coplas como esta que escuché en una
taberna del Albaicín de Granada, cuando estudiaba allí la carrera en su
Universidad. En aquel entonces, un grupo de compañeros de carrera nos habíamos
aficionada al Cante Hondo,
vulgarmente llamado flamenco. Acudíamos
casi todo los días, cuando, al anochecer, terminábamos las clases, a escuchar a
viejos cantaores que pasaban su tiempo desgranando en lamentos las vicisitudes
de sus vidas.
Fui la piedra y el
centro
y me arrojaron al mar,
y al cabo de mucho
tiempo
mi centro vine a
encontrar.
¿Quién puso
en el corazón del cantaor la idea que impele a la copla a extenderse por una
garganta, a hacerse canto, para surgir desde quién sabe que inconmensurable
distancia? Me refiero a distancia interior. En su canto, el cantaor no nos lo
dice, pues no hace falta, quién fue la piedra y de qué fue centro, ni por qué
le arrojaron al mar. Un compañero de estudio y de taberna intentó averiguar
cual era el sentido de la copla. ¡Qué cuál es el sentido de la copla! Aquí, en la Taberna, nadie pregunta
por el sentido, por lo que la copla quiere decir. No es necesario. Para el
cantaor y para los que le escuchan, la copla es su propio sentido, se lo da la
voz que la soporta, esa voz con la que el cantaor canta en el cante y con la
que se hace canto, con la que se lanza hacia la interioridad, hacia lo más
íntimo de si. Una voz que, precipitada y retraía a la vez, surge desde las más
profunda y estrechas cárcavas de su alma. Tal vez por ello puede parecernos
carente de sentido. A esa voz, los cantaores la llaman voz natural.
La Voz, como la piedra cuando es
arrojada y que, por un instante, como en un suspiro, permanece suspendida, allí
donde se encuentra su propio límite a partir del cual ya no puede continuar más
ascendiendo, asciende descendiendo. Esta es la posición desde la que canta el
cantaor, y lo hace hacia dentro. Y ahí, en ese lugar interior, suspendido y
demarcado por la vibración de un "Círculo‑no‑se‑pasa",
porque es el límite infranqueable de toda creación, queda la copla, el sentido,
aquello que hasta llegar a la garganta y transformarse en voz, ha rodado tiempo
y tiempo, como la piedra, "... como
la piedra cuando se va más llegando a su centro..." (Canción XI del “Cántico Espiritual” . San Juan de la Cruz)
Si. La Piedra,
la piedra y el centro. Y el camino y el tiempo… "al cabo de largo tiempo", que para ese alcanzar media. Y
así, la Voz Natural, como una
oscura señal del fondo abismal desde el que se proyecta la Vida y la conciencia, de ese
sentido no visible, nos muestra, desgarradoramente, el tema de la copla. Cuando
el cantaor canta por lo bajo, con Voz
Natural, se canta así mismo, lo hace en un lugar que para él es sagrado, en
la Taberna que, a la vez, es el Tabernáculo de su propia interioridad para que el canto se haga
fondo: Cante Hondo.
San Juan de
la Cruz, cuando
comenta la canción primera de la "Llama
de amor viva", señala lo que esa hondura encierra: "cuando llegare y no tuviese de suyo
más virtud e inclinación para más movimiento, diremos que está en el más
profundo centro suyo."
¿Centro de
qué?
Centro de
si. Centro de Todo. Centro de lo Uno. Porque la piedra y el centro son
en verdad lo mismo, aunque la separación haya sido padecida como desgarramiento
de lo Uno.
Fui la piedra y el
centro
y me arrojaron al mar.
Me
arrojaron al Océano de la existencia, a mí, a la piedra que es a la vez centro.
El exilio de la piedra, una piedra llamada León Felipe, o tú, o yo, el Adán
expulsado del Paraíso… Ese arrojar constituye, en rigor, la pérdida del centro. Así pues, la piedra y el hombre , se encuentran en el exilio.
Lo que la
copla señala también es que el Centro
mismo se exilió con la piedra, hasta que llegara ese momento en que la propia piedra pudiera encontrar ese profundo
centro suyo, que había perdido y del que había sido arrojada.
Y
me arrojaron al mar
El Mar, el
símbolo del Océano Primordial, y del que surgió un punto central. Un punto
pétreo, sólido, que dio origen a la Creación. Es por ello que la piedra se exilió, y
es por ello que la piedra canta como lo hace el Salmo 118, sobre el tema de la piedra rechazada por los constructores,
pero que ha de venir al fin a ser situada en su lugar, en su centro, porque es piedra angular y clave de bóveda, el fundamento y la coronación de la obra del Templo‑Hombre, sin la cual la Gran Obra, la Piedra Filosofal,
no puede ser obrada.
La piedra
ha hecho un largo recorrido. Y el canto canta en la voz, la reconducción del
tiempo hacia el centro de la
Unidad del Espíritu, volviendo a ser lo que fue en el origen:
"yo fui la piedra y el centro".
¿Necesitamos
ya preguntarnos quien es el maneja la honda y hacia dónde será lanzada la
piedra?
Interrumpamos
aquí nuestra meditación. Miremos la cumbre que se yergue en el paisaje que se
ofrece a nuestra mirada, un paisaje de esa realidad de ese más allá a donde nos ha llevado la metáfora y arrojémonos en el
corazón de la Libertad,
porque, repitámoslo una vez más:
Nadie
fue ayer,
ni
va hoy,
ni
irá mañana
hacia
Dios
por
este mismo camino
que
yo voy.
Para
cada hombre guarda
un
rayo nuevo de luz el sol...
y
un camino virgen
Dios.
León Felipe
En Santa Cruz
de Tenerife, 17 de Agosto de 1991.
BIBLIOGRAFIA
USADA
Mario Satz, "Poética de
la kabala". Editorial Altalena.
Wilhelm Reich, "El
asesinato de Cristo". Editorial Bruguera.
Los poemas de León Felipe proceden
de las siguientes obras:
- "Obra poética escogida", Austral, Espasa‑Calpe
- "Nueva antología rota", Editorial Visor de Poesía.
- "Ganarás la Luz", Editorial Cátedra.
- "¡Oh, ese viejo y roto violín!", Editorial Visor de Poesía.
Steven Weinberg. Los tres
primeros minutos del universo. Alianza
Universidad.
Richard Bach. "Uno". Editorial Urano.
San Juan de la Cruz. “Vida y obra completas”.
Biblioteca de Autores Cristianos.
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