martes, 9 de julio de 2013

Experiencia. El Atasco





EL ATASCO


Estoy sentado al volante del automóvil, en medio de un atasco, como cada lunes a la misma hora y en el mismo lugar, ante los mismos semáforos, en la misma calle y, con seguridad, casi con las mismas gentes. Los cuatro carriles de circulación se hallan repletos de coches que avanzaban lentamente, a pequeños impulsos. A través de los cristales se percibe a sus ocupantes cubiertos de resignación, impaciencia y enfado. Estos son los estados de ánimo más frecuentes. Yo mismo tengo prisa y comienzo a notar como ese sentimiento que es la impaciencia comienza a activar un tipo de energía particular de carácter desagradable y desarmónico. La veo surgir en este mismo instante en que mi pensamiento engancha la idea de impaciencia y comienzo a pensarla. El pensamiento pone mi persona y sus necesidades como prioritarias ante las que deberán tener, en la misma medida, cada una de las personas que ocupan los demás automóviles y que, como yo, se encuentran implicados en el atasco. Incluso esa energía de carácter emotivo, con una implicación egoísta, que comienzo a percibir que fluye en mí, es ya una realidad descontrolada en alguno de los conductores que, enfadados, gesticulan y gritan haciendo sonar el claxon en señal de impaciencia.

(...)


Inmediatamente que percibo lo que pasa en mi interior, modifico mi pensamiento: mi necesidad de estar en un lugar a una hora determinada, no es más importante ni más prioritario, por el hecho de ser mío, que la necesidad de cualquiera de los allí presentes. La comprensión de las necesidades de los demás, cambia la calidad de mi energía y mi impaciencia desaparece. Surge un estado en el que puedo observar lo que pasa sin implicarme en ello.
La situación, tan cotidiana por otra parte, que el atasco ha originado, me lleva a pensar en las energías del alma que necesitan alcanzar purificación y equilibrio. Me pregunto: ¿qué es lo que se encuentra comprometido en la purificación de un alma?
Yo se que cada acción, pensamiento o sentimiento, ha sido motivado por una intención. Y que esa intención es una causa que existe al mismo tiempo que un efecto. Esto es evidente incluso en lo que aquí acontece en ese momento. El atasco es el efecto de una causa. Una causa que, aparte de motivaciones personales diferentes a cada uno, tiene un punto en común: todos hemos elegido el automóvil para resolver nuestra causa: llegar a algún lugar a una hora determinada. Luego, si participamos de la causa, ¿cómo pretendemos no participar del efecto? Si hemos elegido el automóvil para desplazarnos a nuestros destinos, ¿cómo pretendemos librarnos del atasco, el efecto de nuestra decisión?
Se me hace evidente, de pronto, hasta que punto somos responsables de nuestras acciones, de nuestros pensamientos y sentimientos. O, lo que es lo mismo, de nuestras intenciones. E, igualmente, se hace evidente como éstas intenciones informan y dan realidad a nuestra experiencia. Realidad que me encuentro experimentando en este momento. Pero me doy cuenta también, que si mi intención hubiera sido distinta, por ejemplo, ir andando, el efecto hubiera sido distinto y con ello la experiencia. De la misma manera, ante un hecho cualquiera, podía haber un numero indeterminado de caminos posibles y, cada uno de ellos, habría llevado a una consecuencia distinta y a una experiencia distinta. Me pregunto, entonces, hasta que punto somos conscientes de la responsabilidad que tenemos de nuestras intenciones, de acuerdo con los efectos que deseamos provocar. Si esto era así, está claro que esta forma de aprender –el que las intenciones producen efectos específicos y el experimentar tales efectos–, significa una manera muy lenta de evolución espiritual, pues requiere de la acción y la reacción como experiencia en la materia física. Porque, ¿cuántas situaciones semejantes tendrá que experimentar el conductor que detrás mío gesticula en forma colérica, para comprender que su cólera provoca interacciones de distanciamiento y hostilidad? ¿Deberemos experimentar diez, treinta, cincuenta o más veces las consecuencias que nos llevan al distanciamiento de los otros seres humanos, por efecto de la cólera o la impaciencia, o a las interacciones hostiles, antes de llegar a comprender que ha sido precisamente la orientación hacia la cólera por nuestra parte, que ha sido nuestra intención de hostilidad y distanciamiento de los otros, lo que ha provocado los efectos deseados, y no estas o aquellas acciones determinadas?
Parece claro que esta es la manera habitual que utiliza el ser humano como método de aprendizaje, qué es a través de esta forma como la dinámica del karma se manifiesta. Pero, ¿existe otra manera?.
El semáforo se pone verde, y los primeros coches inician un impulso de movimiento, pero se detienen de nuevo pues los automóviles que han accedido a nuestra vía por una calle lateral, han llenado el espacio existente hasta el semáforo siguiente que permanece aún cerrado. Y esta secuencia, se repite a lo largo de los varios semáforos de la calle.
Miro al cielo por el parabrisas. Está oscureciendo rápidamente y las luces de las farolas han comenzado a encenderse. Me doy cuenta que esa hora mágica, detenida en ese instante en que el Sol se alinea con la Tierra en su ocaso, para un punto cualquiera de su superficie –ese momento en que el tiempo parece detenerse porque la luz y la sombra han quedado en equilibrio– ha pasado por mi lado sin que yo me aperciba de ello, absorto como estoy en mis pensamientos. Ahora, la sombra ha vencido a la luz y, lentamente, inicia el avance de su dominio; aunque el tiempo parece no transcurrir.
¿Será esta situación, en la que los distintos elementos implicados se han unificado en su dinámica para provocar una consecuencia común, el reflejo de otra situación mayor en algún otro plano de la realidad? Cada cosa en el mundo físico, incluido en él cada uno de nosotros, ¿formaremos parte de movimientos más amplios y cuyos principios no captan nuestros sentidos? ¿El amor, el odio, la compasión, la cólera que experimentamos, serán únicamente una realidad personal o, podrían formar parte de un sistema de energía más amplio y que permanece oculto a nuestra visión?.
El semáforo cambia otra vez. Nuevo salto y chasquido de cristales rotos. Un coche ha alcanzado al de delante. Ha acelerado demasiado en la salida y ha chocado con el que estaba parado al final de la cola del tramo siguiente, unos quinientos metros más adelante. ¿Estará la Tercera Ley del Movimiento –"Cada acción lleva aparejada una reacción opuesta de igual magnitud"–, implícita en lo que acaba de suceder? ¿No queda reflejada en ella la Ley del Karma? Si esta Ley que es la dinámica de la evolución espiritual de nuestra alma, y que pertenece a un ámbito más amplio y al otro lado de nuestra realidad sensible, está ligada, de alguna manera, a lo que aquí acababa de suceder y, que otra ley correspondiente en el plano físico ha llevado a efecto, ¿no será un ejemplo de como un principio espiritual toma una dimensión física personificado en una máquina que obedecía a una ley del movimiento físico, y que está operando a través de una persona motivada por una intención?
En la calzada todo se ha detenido. Los conductores implicados en el choque han bajado de sus vehículos y vociferan coléricos haciéndose culpables mutuamente de lo ocurrido. Otros conductores, también comienzan a intervenir. El semáforo salta del rojo al verde sin regular ya ningún tráfico. La sirena de un coche de la policía suena a lo lejos.
Pienso en la impersonalidad de la Ley del Karma; pero lo que allí ocurre parece haber tomado personificación concreta. Observo lo que allí pasa, sin ninguna implicación, con la mente totalmente vacía de pensamiento, motivación o intención. Me dejé ir, y el tiempo deja de transcurrir... Al otro lado, el Maestro de los Alquimistas me mira sonriente y divertido.
Habrás podido comprobar -me dice- como la persona que muestra su cólera hacia otra, experimenta como reacción opuesta y de igual magnitud, la intención de ser el objeto de la cólera de otro. Si ambos fueran conscientes de este Principio, se darían cuenta de que tienen en sus manos una Regla de Oro de la conducta básica, basada en la dinámica del karma. Esta Regla de Oro se podría formular así: "Recibes del mundo, aquello que entregas al mundo".
Desde el tiempo detenido, el Maestro de los Alquimistas me hace ver lo que acontece en el incidente. La policía toma nota buscando las causas; establece la presunta culpabilidad o inocencia de los implicados... También puedo observar el sentimiento expresado en conceptos de bien y mal que hay en los presentes... La exigencia de justicia, de reparación de la falta... ¿Cómo afectará el karma a ese sentimiento, o viceversa?
El karma -dice el Maestro de los Alquimistas- nada tiene que ver con la moral. La moralidad es una creación humana. El Universo no es moral. El Universo no juzga. La Ley del Karma solo gobierna el equilibrio de las energías, entre el sistema de energías de una persona y el sistema de otra. Sirve a la humanidad en forma impersonal y universal, con responsabilidad. Lo que a veces os cuesta comprender, es que el equilibrio de la energía no siempre sucede en el periodo de una vida; o, que el karma de un alma se crea y se equilibra con las interacciones de numerosas experiencias. A menudo, la personalidad experimenta efectos que fueron creados por otras personalidades del alma. Y, recíprocamente, una personalidad, crea desequilibrios de energía que no es capaz de equilibrar en la propia vida. Sin este conocimiento, que es el conjunto de conocimientos del alma, no siempre es posible a una personalidad comprender el significado o el sentido de los acontecimientos de su vida; o el alcance que pueden tener los efectos de sus respuestas a dichos acontecimientos.
En anteriores contactos, el Maestro de los Alquimistas me ha hablado de los desequilibrios energéticos del alma; esas partes incompletas, no equilibradas, no unificadas, que conforman una personalidad. Me había hecho ver como las personalidades que interactúan no son otra cosa que almas en busca de purificación. Y cómo, a fin de llegar a ser una totalidad, el alma debía equilibrar su energía por medio de experimentar los efectos por ella misma provocados. Y el que la interacción entre almas signifique purificación o no, depende de que la personalidad implicada pueda ver más allá de ella misma, y más allá de las personalidades con las que interactúa, hasta alcanzar el equilibrio. El Maestro de los Alquimistas había insistido en qué esta percepción conducía directamente a la compasión. Pues cada experiencia y cada interacción, proporciona una oportunidad para contemplarlo todo desde el punto de vista de la totalidad del alma, o desde el punto de vista de la personalidad.
Por ello -suena en mi mente la voz del Maestro de los Alquimistas cortando mi recuerdo- no puede haber evolución más rápida hasta que la personalidad se vuelva consciente y comienza a trabajar en servicio de la totalidad del alma.
¿Qué significaba esto en la práctica? ¿Cómo puede una personalidad comenzar a mirar más allá de sí misma y observar su alma en interacción con el alma de los demás?
La voz del Maestro de los Alquimistas se mueve en ondas cálidas, intentando llegar a mi mente con la máxima claridad y precisión posible.
Desde el momento -dice- en que no podemos saber que es lo que se está purificando en esta interacción, por ejemplo en lo que está ocurriendo en este accidente de tráfico, qué deudas kármicas están siendo saldadas o, no, no podemos juzgar lo que vemos.
De mi memoria surge un comentario que un amigo hizo en una reunión esotérica referente a éste tema. Se había encontrado a una persona tirada en la calle, durmiendo, o embriagada o, tal vez, enferma. Aquello había surgido ante él, en su camino. El no había ido a buscarlo. ¿Qué hacer? Otro interlocutor había planteado que no podemos saber que es lo que está sucediendo con aquella alma, que no podemos saber si ha realizado hechos de crueldad, por ejemplo, en otra vida; o, si ha podido elegir experimentar en esta la misma dinámica, pero desde un punto de vista diferente, como podría ser el de convertirse en objeto de acciones caritativas.
Así es -apostilla el Maestro de los Alquimistas que sigue el curso de lo que acontecía en mi memoria-. Por ello es apropiado responder con compasión y conmiseración en esa circunstancia. Pero no sería aceptable que percibamos ese hecho como injusto, porque no es así. Incluso ante hechos de crueldad por parte de una personalidad, no podemos saber el por qué es así. La motivación de su acto se esconde a la percepción humana. Sin embargo, eso no quiere decir que no se reconozca la negatividad cuando aparece, o que no se socorra la necesidad inmediata que surge al paso. Lo único que nos está vedado es elevar un juicio sobre ello. Esa no es la tarea del alma.
Me quedo pensativo mientras el tráfico sigue detenido.
Observa -dice el Maestro de los Alquimistas señalando al otro lado de la fisura del tiempo-. Esas personas se encuentran implicadas en un acto de violencia, pero no perciben como están siendo profundamente golpeadas, cada una, por su propia violencia. Un alma equilibrada es incapaz de hacer daño. En ella, la no-violencia forma parte de su propia naturaleza; no es el efecto de ninguna ley, moral o religiosa, humana o divina. Nada digno o indigno, nada correcto o incorrecto hay en lo que está sucediendo. Por ello el juicio, en una u otra dirección, crea karma.
‑ ¿Quiere esto decir que debemos abstenernos de actuar?
Quiere decir que debemos actuar apropiadamente, de acuerdo a cada circunstancia que la vida nos ponga en nuestro camino. Fíjate -eñala, por la fisura del tiempo, a uno de los conductores, el que ha chocado-, aún conserva vapores de haber bebido en exceso unas cuantas horas antes. Ello ha mermado sus reflejos, ha intensificado sus desequilibrios. Es correcto que sea declarado responsable, que no culpable, de la reparación del otro vehículo. Incluso es correcto que se le retire el carnét mientras dure su estado de embriaguez. Pero lo que no es correcto juzgar es su acción, su embriaguez, sus impulsos violentos, su cólera. Por ser el juicio una función de la personalidad, es por lo que nos implica en el karma. A través del juicio se permite que nuestras acciones sean motivada por sentimientos de indignación o, de victimización. Tales sentimientos son el resultado de juicios que se emiten sobre nosotros mismos y sobre los demás. El juicio es una forma de evaluar las actuaciones en las que nos hallamos implicados, viéndonos a nosotros mismos como superiores o inferiores a las otras personas. Y cuando se actúa con tales sentimientos, no solo se incrementan las obligaciones de karma del alma, sino que tampoco se es capaz de penetrar en dichos sentimientos y aprender de ellos.
‑ ¿Es entonces el sentimiento -le pregunto- el medio a través del cual podemos discernir los diferentes movimientos que el alma utiliza para purificarse? ¿Es a través de ellos como podemos observar cual es la acción del alma sobre la materia física?
El camino que conduce hasta el alma pasa por el corazón. Pero esto no siempre es correctamente comprendido. Este corazón no es un estado emocional en el sentido que vosotros lo entendéis. –La voz suena esta vez con una fuerte vibración.– Cuando alguien se encuentra comprometido con el punto de vista de su alma, debe dejar de juzgar. El juicio es una respuesta emocional. Incluso aquellos acontecimientos que permanecen impenetrables para la conciencia personal, tales como los crímenes de la Inquisición o el Holocausto nazi. Al no saber que es lo que se está purificando con tales sufrimientos, al desconocer los detalles de las circunstancias de cual es la dinámica energética que está alcanzando el equilibrio, lo único que nos está permitido sentir es la compasión, el amor y la conmiseración que tales circunstancias ponen de manifiesto en la reacción de nuestros sentimientos a ellas.
‑ Maestro -le digo entonces- si no juzgamos, ¿cómo puede haber justicia? ¿Y a qué se refiere esa expresión de "Justicia Divina"?.
Recuerda a ese Maestro que estuvo entre vosotros. El no juzgó. Ni siquiera a quiénes le crucificaron. Todo lo que se permitió, Él que lo podía todo, fue el pedir el perdón al Padre y no venganza compensatoria para aquellos que lo hicieron. El sabía de una Justicia que no juzga.
‑ ¿Una Justicia que no juzga? -Inquiero ante la evidente contradicción.
Una Justicia así es un estado de conciencia, un estado de percepción que nos permite ver cualquier aspecto de la vida, pero sin comprometernos con las emociones y sentimientos que en relación a dichos aspectos se desprenden de nosotros. La Justicia que no juzga nos descarga así del trabajo de erigirnos en juez y jurado. Esa Justicia es la posición de la Luz, y nada escapa a la Luz. Ella nos conduce a la comprensión. Es la Libertad de ver lo que uno ve y de experimentar lo que uno experimenta, pero sin responder negativamente. En esa posición podemos experimentar, directamente, la imparable corriente de inteligencia, de amor y de esplendor del Universo del que formamos parte en nuestra realidad física. Es una Justicia que fluye de manera natural.
Percibo como la voz del Maestro de los Alquimistas se aleja. Un coche que sale de un aparcamiento frente a mi casa, me saca de la dimensión mágica. Pero..., ¿Y el accidente? ¿Y el atasco? ¿Y los semáforos? ¿Cómo he llegado hasta aquí?
Algunas preguntas no tendrán nunca respuesta desde esta dimensión en la que nos movemos, pues están unidas a Principios que están más allá, en otra dimensión, en otro plano que yo llamo mágico y que Jesús llamaba Reino de los Cielos.

Alfiar.
 Santa Cruz de Tenerife, 5 ‑ 12 ‑ 1990


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