(Continuación)
Capítulo Cuarto
¿Quién soy yo?
¿Quién soy yo?
"He aquí una buena pregunta para hacérsela al
hombre por la tarde, cuando ya está cansado y se sienta a esperar en el umbral
de la noche.
Si se abriera de
improviso la puerta, y alguien se adelantara a preguntarme quién soy yo, no
sabría decirle como me llamo. En la mañana nos bautizan, al medio día el sol ha
borrado nuestros nombres, y a la tarde querríamos bautizarnos nosotros.
Salimos de aventura de
madrugada por el mundo, con un nombre que nos ponen en la solapa, como una
concha en la esclavina, y creemos que por este nombre van a llamarnos los pájaros.
¡No nos llama nadie!
Y cuando ya estamos
rendidos de caminar y el día va a quebrarse, gritamos enloquecidos y
angustiados, para no quedarnos en la sombra.
¿Quién soy yo?
¡Y nadie nos responde!
Entonces, miramos hacia
atrás para ver lo que dicen nuestro pasos. Creemos que algo deben haber dejado
escrito en la arena nuestros pies vagabundos. Y comenzamos a descifrar y a organizar
nuestras huellas que aún no ha borrado el viento.
Es la hora en que el
caminante quiere escribir "sus memorias". Cuando dice:
Le contaré mi vida a
los hombres para que ellos me digan quien soy yo.
El poeta le cuenta su
vida primero a los hombres; después, cuando los hombres se duermen, a los
pájaros; más tarde, cuando los pájaros se van, se la cuenta a los árboles...
Luego pasa el Viento y
hay un murmullo de frondas.
Y esto me ha dicho el
Viento: que el pavo real levanta la cola y extiende su abanico, el poeta debe
mover sólo las plumas de sus alas.
Todo lo cual puede
traducirse también de esta manera:
lo que cuento a los
hombres está lleno de orgullo;
lo que cuento a los
pájaros, de música:
lo que cuento a los
árboles, de llanto.
Y todo es una canción
compuesta para el Viento, de la cual, después, este desmemoriado y único
espectador apenas podrá recordar una palabras.
Pero estas palabras que
recuerde son las que no olvidan nunca las piedras.
Lo que cuenta el poeta a las piedras está lleno de
eternidad.
Y ésta es la canción
del Destino, que tampoco olvidan las estrellas."
León Felipe
"Unas pocas palabras". Es todo lo que queda de una
vida. Unas pocas palabras para nuestra eternidad. Unas pocas palabras que no
olvidarán las piedras, los hombres, ni las estrellas, los seres que somos y que
buscamos. Unas pocas palabras que se llevará el Viento, la
Energías consciente que configura la Vida, para cantar la canción
de nuestro destino, la canción de la que somos la letra, La Palabra.
Me ha
llamado profundamente la atención ese verso de León Felipe en el que expresa
que esas pocas palabras que constituyen el resumen de una vida, sea algo que no
olvidaran nunca las piedras. Y me ha llamado la atención, porque la Cábala establece una
relación entre el hombre y la piedra, identificando a ambos. Y los Maestro Internos dieron la siguiente
información referente a lo que se esconde en la realidad de la piedra:
"La piedra es el símbolo
de la voluntad del hombre. Está dicho que el hombre y la piedra pertenecen al
mismo haz de luz, pero yo te digo ahora más.
La luz que se encierra
solidificada en la piedra, es la manifestación de la energía primera en su
máxima densidad. Esta energía está ahí almacenada como una fuente potencial
para poder ser usada por el hombre a nivel consciente.
La densidad atómica que
se encierra en la piedra, es poseedora de una fuerza matriz donde todo lo que
la mente humana puede emplear en desarrollar ideas y conceptos, esa fuerza
latente impregnada en la roca, se pone al servicio de aquellos seres que
alcanzan a ser receptores de esa energía y que luego van a poder desarrollar en
un trabajo de creatividad esa función potencial. Cuando una mente se despierta
y empieza a ejercer su función pensante, se pone en marcha un mecanismo
automático de la Ley
por el que la radiación inconsciente encerrada en la roca empieza a emanar
hacia esa mente receptora. Ambas sintonizan y se acoplan en un intercambio de
energías que les permite evolucionar conjuntamente. La piedra evoluciona porque
al dejar fluir la potencia de la que es poseedora, escala una nueva nota un
poco más aguda, y el hombre evoluciona porque transforma con su pensamiento una
radiación sólida que recibe y que la emite de nuevo por su cerebro, convertida
en una onda de nueva cualidad.
La roca es la matriz
del pensamiento. Su fuerza hace germinar en el hombre el proceso pensante, y
cuando éste comienza, su influjo determina la energía que dispondrá aquella
mente al empezar a captar sus impulsos.
La voluntad del hombre
desarrollada a través del pensamiento consciente, sigue un proceso evolutivo
semejante al de la piedra. De una forma naciente y ruda, y a veces tercamente
tosca, la voluntad humana se va desarrollando en múltiples facetas transitorias
por las que va aprendiendo a través de acciones y palabras. Poco a poco va
perdiendo su rudeza inicial y va limando sus aristas hasta conseguir una
expresión de forma, libremente fluida y armoniosa, que empieza a manifestarse
como una mente iluminada.
El proceso de la piedra
es lo mismo. Toda la energía que se encierra en ella y que aparentemente no
puede mover, al enviar sus influjos a las mentes humanas, éstas, movilizan esa
fuerza desde los planos mentales hasta los físicos, afectando a la piedra con
desplazamientos, necesidades de uso, construcciones y trabajos de tallado, y
adaptaciones múltiples que van modificando su estructura física, a la vez que
liberan la estructura atómica.
La forma de la piedra
trabajada, es su iluminación. La luz en la forma humana, es a su vez piedra
eterizada que ha logrado expandir su estructura molecular. El pensamiento que
se trasciende en una voluntad equilibrada y sabiamente dirigida, es la manifestación
viva de toda la energía con que la piedra ha contribuido al avance humano.
El fuego interno de la
piedra es el impulso sagrado de la esencia del espíritu divino. Lo comparte con
el hombre, ambos a cada extremo de la densidad de luz de este plano. Roca y
mente, los dos encierran la misma fuente de energía. Piedra y voluntad, proceso
compartido en un desarrollo evolutivo. Piedra, base, estabilidad material,
matriz interna. Hombre, hijo, piedra móvil tallada por la voluntad. En ambos se
encierra en misterio de lo eterno, del lazo que une los extremos del círculo."
Extraña
correlación y simbiosis la existente entre la piedra y el hombre. Pero
fascinante la idea que trasluce. El poeta toca este asunto en otro
impresionante poema, pero dejaremos su comentario para el final de este
trabajo.
Hacer de
cada momento de la vida un verso, convertir cada verso en una experiencia de
aprendizaje, levantar verso a verso una vida de trabajo consciente con la
finalidad de adquirir la maestría, de ser un virtuoso de la palabra creadora y
no un virtuoso de la palabra juzgadora, es el trabajo metafórico del hombre y
del poeta. Es cierto que no hay aprendizaje sin experiencia, pero referente a
esto hay algo que se suele olvidar fácilmente: todo el mundo, sobre todo hoy en
día, habla de las experiencias, todo el mundo se lanza a consumir experiencias;
experimentar lo sea es el lei motiv
de la mayoría de las gentes que hoy en día se llaman espirituales o no espirituales.
Y nadie se da cuenta, nadie piensa, o muy pocos lo hacen, que para que la experiencia
sea tal, es decir, para que tenga un sentido y se convierta en un conocimiento
de uno mismo que luego pueda ser transmutado en sabiduría, para que la
experiencia pueda entrar en nuestra conciencia, no tiene que ser considerada en
sí misma, sino que tiene que ser percibida, relacionada y ordenada en términos
de un sistema conceptual; sistema que es el resultado de una evolución.
Dice el
Diccionario que Experiencia "es la enseñanza que se adquiere con la
práctica", y Experimentar "es probar las condiciones de las cosas
por la práctica". De lo que se deduce que la experiencia es una
práctica a través de la cuál se adquiere un conocimiento, necesario, por otra
parte, para alcanzar la
Sabiduría. Pero es evidente que sin ese sistema conceptual,
sin ese marco referencial, la
práctica, en sí misma, no se resuelve en un significado. Tal vez por ello, para
muchos, la experiencia de amar, la experiencia de pensar, la experiencia de
sentir, la experiencia de saber, la experiencia de ser, constituye un tremendo
esfuerzo.
Y es un
esfuerzo porque, para que cada uno de estos actos tenga sentido, el hombre
tiene que haber resuelto el problema de su mistificación interna, de tal forma
que cada uno de estos actos corresponda a una experiencia original. Es un
esfuerzo porque supone la renuncia a un marco de orientación dado y la elección
de uno nuevo. Ese marco al que los griegos llamaban Ethos. Y sobre todo es un esfuerzo porque es la elección de la
soledad como experiencia para llegar a ser. "Ni
Dios ni nadie cambia el corazón del hombre ‑ decía Maimónides ‑. Solamente él mismo es libre para elegir su
camino, pero debe aceptar las consecuencias de su elección."
¿A qué me
refiero al decir que hay que renunciar a nuestro marco de referencia, para
elegir otro que sea original? Me refiero a lo siguiente: el Ethos es el hábitat entendido como
costumbre, aquello a lo que el hombre acostumbra; también es la habitación, el
lugar donde vive, la residencia, la morada, la guarida, la querencia y, sobre
todo, la habitación en la que se tiene por hábito estar. Ese lugar sustituto
del claustro materno en el que nos sentimos seguros y protegidos, al abrigo de
las inclemencias de fuera y rodeados de lo que nos es querido. El "Ethos ‑ dice Heidegger , designa la región abierta donde el hombre
habita. El recinto del hombre, su ethos, contiene y guarda el advenimiento de
aquello que al hombre le pertenece en su esencia." Es nuestro ethos
el que nos hace exclamar yo soy así,
como la expresión más esencial de nuestra forma de ser propia.
El ethos no es algo dado. Lo adquirimos en
la vida. Constituye una segunda naturaleza física, biológica, psíquica y
espiritual. No es algo natural. Se
conquista más allá de lo dado, y a veces con esfuerzo y sufrimiento. Y lo
curioso es que el ethos, aunque
segunda naturaleza, no natural, sigue siendo naturaleza. Y es por ello que es
una manera de ser. Por ello también es el lugar seguro donde habita el hombre,
su refugio, su morada existencial.
El hombre,
Adán, ha sido expulsado de su morada natural, paradisíaca y condicionado a
vivir en un orden moral, no natural,
pero sin dejar de pertenecer al mismo tiempo a esa naturaleza y estar sujeto a
sus leyes. Y es en esta contradicción original donde surgen las dos
posibilidades de la existencia: la de asumir la propia condición humana, sobre‑natural, o la de evadir esta condición
con el deseo imposible de regresar al estado paradisíaco de inocencia,
amoralidad, inconsciencia, irresponsabilidad e indecisión respecto al Todo. El ethos como segunda naturaleza sólo es
tal, si logra constituirse en experiencia radical e integral, en un Saber gestado y parido desde el interior
más auténtico y profundo, verdaderamente asumido, de cada hombre.
Pero
nuestro ethos, porque tiene cordones
umbilicales enraizados en la matriz
colectiva, contiene subterráneos tenebrosos, mazmorras llenas de sombras, donde
habitan seres fantasmales y donde pululan los espíritus del llanto. Toda Luz
proyecta sombras a su alrededor. Toda Luz deja tras de sí un fondo de sombras
en las que se enraíza nuestra realidad. Y esas sombras deben ser
desenmascaradas, deben ser conocidas, deben ser asumidas y deben ser
transmutadas, para adquirir la
Maestría como fruto final de la experiencia. Lo dice el
psicólogo y el novelista mítico, lo dice el mito y el cuento de hadas, lo dice
el místico y el santo, lo dice el hechicero: "Heredará mi reino aquel que haya cruzado en vida el país de las
tinieblas y llegue hasta las costas más lejanas del día" (Ursula K. Le
Guin: "La costa más lejana",
tercer volumen de Los libros de Terramar). Porque, sigue diciendo el hechicero,
"negar el pasado es negar el futuro.
El hombre no construye su destino: lo acepta o lo niega. Si las raíces del
árbol no son profundas, el árbol no tendrá corona." Y lo dice el
poeta:
La
poesía está en la Sombra
Y digo que la poesía
está en la sombra,
en la sombra del mundo
donde el hombre ciego se revuelve y grita...
que es un grito en la
sombra,
que es un coro de
gritos que quieren burlar la sombra,
escapar a la sombra,
alcanzar la sombra,
asesinar la sombra...
La poesía está
escondida en la sombra.
León Felipe
No podemos
adquirir la maestría, no podemos ser nosotros mismos, sin integrar en nosotros
mismos nuestra propia sombra, sin conocerla, sin asumirla, sin saber que
nosotros también somos la sombra. Y el poeta lo recalca:
Pero
diré quien soy más claramente, para que no me ladre el fariseo,
y
para que registren bien mi ficha
el
psicoanalista,
el
erudito
y
el detective.
Soy
la sombra,
el
habitante de la sombra
y
el soldado que lucha contra la sombra.
León Felipe
La Sombra, esa metáfora de nuestra realidad oscura, es la matriz del llanto. Y
el llanto tiene que regar la sombra para que florezca la semilla.
Dejad que llore el
hombre
y se esconda en la
muerte.
No maldigáis las
lluvias y la noche...
¡Regad las sombras!
León Felipe
En la vieja
tradición cabalística, esa Sombra
que oculta y que guarda dentro de sí la
Luz, se llama Jehová.
He aquí un diálogo entre Jehová y el Hombre:
"Jehová: Cíñete pues los lomos
como hombre valeroso. Yo te preguntaré y tu me harás saber.
Hombre: Pregunta.
Jehová: ¿Has pisado tú las
honduras recónditas del abismo?
Hombre: No, pero he entrado
en el imperio corrosivo y sin límites de la injusticia.
Jehová: ¿Sabes tu cuando
paren las cabras monteses?
Hombre: No, pero se cuando el
arzobispo bendice el puñal y la pólvora.
Jehová: Y en cuanto a las
tinieblas... ¿dónde está el lugar de las tinieblas?
Hombre: En la mirada y en el
pensamiento de los hombres... Tuya es la Luz.
Jehová: ¿Y has penetrado tú
hasta los manantiales del mar?
Hombre: No, pero he llegado
hasta el venero profundo de las lágrimas.
¡Mío
es el llanto!
Y
ahora pregunta el hombre,
y
ahora pregunto yo...
y
tu me harás saber:
‑
¿Para qué sirve el llanto
sino
es para comprarte la Luz...?
‑
¿Para qué sirve el llanto?
‑
¿Para que hemos aprendido a llorar?
..............
‑
¿Lloramos solo porque tú has pactado con Satán?
..............
Ya
se, ya se: somos sólo una jugada tirada sobre la mesa verde de tu gloria.
Ya
se, ya se que apuestas ahí arriba con el diablo, a la luz y a la sombra, como
al rojo y al negro de un garito...
Y
que ahora ha salido el negro,
que
ha triunfado la sombra,
que
Satán te ha vencido.
¿Y
yo, no soy más que una ficha,
una
moneda...
el
objeto que se apuesta...?
¡Oh,
no!
Yo
puedo gritar,
yo
puedo llorar,
yo
puedo ofrecer mi llanto. todo mi llanto
por
la luz...
¡Por
una gota de luz!
(...)
Y
aunque sueltes sobre mi boca
todos
los ladridos del trueno, me oirás.
Y
aunque arrojes sobre mis ojos
las
lluvias y los mares,
la
amargura de mis lágrimas llegará
hasta
la lengua.
¡Tuya
es la Luz!...
¡Pero el llanto es mío!
León Felipe.
Como Job,
en la escuela del llanto se adquiere la Maestría, se conoce a Jehová, y se transmuta la Sombra en Luz. Entonces se
conoce a Dios (o lo que se esconda tras esta palabra). El poeta, el hombre, nos
lo cuenta en un largo y bello poema que él llama "Escuela". El poeta empieza contándonos:
Oí
tocar a los grandes violinistas del mundo,
a
los grandes virtuosos
y
me quedé maravillado.
¡Si
yo tocase así!... ¿Cómo un virtuoso!
Pero
no tenía escuela,
ni
disciplina,
ni
método,
Y
sin estas tres virtudes
no
se puede ser virtuoso.
Me
entristecí
y
me fui por el mundo a llorar mi desdicha.
...
pues..., sólo el virtuoso puede ver la cara de Dios.
León Felipe
Y el poema,
a lo largo de más de cien versos, nos cuenta la andadura del poeta por la
escuela del mundo: sus soledades, sus prisiones, sus intentos de suicidio ante
la impotencia, la desesperación y la fatiga; sus batallas por la justicia, por
la conquista de la Luz...
Será una larga vida llena de ejercicios, de experiencias, de "siglos de obstáculos", como
diría otro poeta, Blas de Otero. Y al final:
...
he llegado a la vejez
con
un saco inmenso
lleno
de recuerdos,
(...)
Y
ahora..., de pronto,
a
los ochenta años
me
doy cuenta de que sé tocar el violín,
que
soy un virtuoso,
que
puede tocar en los grandes conciertos del mundo.
(El
hombre y el poeta
son
el mismo y único instrumento)
Me
gusta haber llegado a la vejez
siendo
un gran violinista...
un
virtuoso.
Pero
con esta definición:
"sólo el virtuoso puede ver un día la cara de
Dios".
León Felipe
He aquí un
hecho claro que aprender: la Vida
es una Escuela. Pero, ¿cómo estudiar en ella? ¿Cómo vivirla para que nos haga
virtuosos? ¿Trágicamente, como la vivió León Felipe, y como la viven aquellos
que asumen sus propios compromisos? ¿O, apaciblemente, felizmente, como
pretenden otro tipo de virtuosos? ¿Cómo vivirla? ¿Cómo hacer de ella una vida
metafórica?
Hay quien
dice que este es el enigma de la
Esfinge. Yo tengo una respuesta: hay que vivirla conscientemente.
Y esa conciencia, que ha nacido de las lágrimas, es la que nos hace ver que
cada uno tiene que recorrer su propio camino, porque:
Nadie fue ayer,
ni va hoy,
ni irá mañana
hacia Dios
por éste mismo camino
que yo voy.
Para cada hombre guarda
un rayo nuevo de luz el
sol...
y un camino virgen
Dios.
León Felipe
Y ese Camino,
que es exclusivamente nuestro y de nadie más, en algún momento de nuestra vida,
se hace para nosotros un camino de soledad. Y es un camino de soledad porque no
es un camino trazado, porque no está aún hecho, porque lo tiene que hacer cada
cual. Es el camino que hace aquel que va:
Ahora de pueblo en
pueblo
errando por la vida,
luego de mundo en mundo
errando por el cielo,
lo mismo que esa
estrella fugitiva.
¿Después?... Después...
Ya lo dirá esa estrella
misma,
esa estrella romera
que es la mía,
esa estrella que corre
por el cielo sin albergue
como yo por la vida.
León Felipe
Entonces, ¿cómo vivirla? ¿Cómo ser en la vida?
(Continua)
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