lunes, 24 de junio de 2013

Soledad y Libertad 04


(Continuación)


Capítulo Tercero

La maestría


Repitamos de nuevo una pregunta anterior: ¿poseemos eso, sea lo que fuere eso, que somos nosotros mismos? Porque si lo poseemos, ¿qué necesidad hay de este sufrimiento y de esta soledad?
Si entendimos bien las palabras de Filoxenos, nos habremos dado cuenta de que el Camino es ese lugar en que las facultades generadas por la matriz se desarrollan. Y para conseguir ese desarrollo, que también se llama Libertad, y que esta en nosotros como semilla, nos vemos abocados a "nacer", a desprendernos de la matriz colectiva que se resiste a dejarnos ir, que se resiste a dejar de imponernos su ley y su orden, que se resiste a que nazcamos. En estas condiciones, el parto es doloroso. Doloroso para la matriz que tiene que parirnos, y doloroso para el que se pare así mismo, para el que tiene que abandonar un medio, que a pesar de todo es acogedor y protector, para pasar a otro medio que siempre es nuevo y desconocido.

 (...)

En una obra de teatro que escribió J. P. Sartre llamada "Las moscas", encontramos este problema planteado en toda su crudeza. Allí encontramos un diálogo entre Júpiter, el padre de los dioses, y Egisto, rey de Argos. Egisto asesina a Agamenón después de que este vuelve de la Guerra de Troya, y se casa con Clitemnestra, esposa de Agamenón, para consolidar la usurpación al trono. Egisto, es acusado por Orestes y Electra, los hijos de Agamenón, del asesinato de su padre. Y esa acusación pervierte el orden de la ciudad.
En el diálogo, Júpiter le confiesa a Egisto que los dioses y los reyes, los reales y no los usurpadores, tienen un secreto doloroso: el secreto de que los hombres son libres, pero que ellos no lo saben, y que tanto dioses como reyes representan una comedia para ocultarles al hombre su poder.
En ese momento del diálogo, Júpiter dice:
<<Júpiter: Egisto, criatura mía y hermano mortal, en nombre del orden al que servimos los dos, te lo mando: apodérate de Electra y de su hermano.
Egisto: ¿Son tan peligrosos? ... entonces no basta con cargarlo de cadenas. Un hombre libre en una ciudad es como una oveja sarnosa en un rebaño. Contaminará todo mi reino y arruinará mi obra. Dios todopoderoso, ¿qué aguardas para fulminarlo?
Júpiter: Egisto, los dioses tienen otro secreto... Una vez que ha estallado la libertad en el alma de un hombre, los dioses ya no pueden nada contra ese hombre.>>
J. P. Sartre nos plantea muy claramente cual es el origen y la raíz del dominio que la matriz colectiva, generadora de orden, ejerce sobre el individuo; así como la lucha por el control de ese orden. Por ello, cuando Orestes, el hombre, dice: "No soy ni el amo ni el esclavo, Júpiter. ¡Yo soy mi libertad!", el camino de la soledad se inicia y le aplasta.
<<Orestes: de pronto la soledad cayó sobre mí y me traspasó; la naturaleza saltó hacia atrás, y ya no tuve edad, y me sentí completamente sólo... Y ya no hubo nada en el cielo, ni el Bien ni el Mal, que me dieran ordenes.>>
¡Qué impresionante es esto que dice Orestes!: "la naturaleza saltó hacia atrás y ya no tuve edad." Nació. Entonces se sintió sólo. ¿Por qué? Porque anuló el efecto de la Caída, porque unificó en sí el fruto del Árbol de la Ciencia, porque ya ni el Bien ni el Mal tenían influencia sobre él; porque esa dualidad que está en nuestra propia naturaleza, en esa naturaleza que aún somos, esa misma naturaleza, saltó hacia atrás, y acabó con el tiempo, y le dejó sin edad, recién nacido.
Hace algún tiempo escribía yo unas reflexiones sobre mi propia experiencia en este tema, y les decía a mis Maestros Internos:
<<... y aunque a veces me falta el valor para poder pensar un pensamiento libre, para tener un sentimiento original y genuino, para ejecutar una acción nueva, nunca antes realizada, es por lo que creo entender, a veces, las contradicciones, propias y ajenas, en que incurrimos en esta realidad... Sé que la contradicción se manifiesta en la mente en la que anida algún tipo de temor, alguna forma de miedo... Sé que este miedo, no importa la forma que tome, es siempre miedo a lo desconocido. El sentimiento, la vivencia de esta realidad, es la conciencia de estar partido: una parte de ti, la más grande, o al menos la de mayor peso aparente, te mantiene anclado, sujeto, seguro en alguna parte de ti mismo. La otra, una llamada que surge en alguna parte desconocida de tu propia profundidad, te dice: ¡VEN!. Y en medio, un profundo abismo lleno de miedo y desde el que algo de ti mismo mira perplejo el enigma. Un enigma que es siempre una paradoja. Una paradoja llamada Libertad. (...) Yo entiendo que ejecutar una acción libre, es estar parado en medio de ese abismo, ante el miedo, entre la tensión de estas dos mitades, a solas contigo mismo. Escuchar esa voz que dice: ¡Ven!, y que no procede del pasado, sino de un futuro no realizado, porque eres tú quien lo tiene que realizar por primera vez al dar este salto en el vacío.>>
Y esos Hermanos Cósmicos, que aquí llamamos extraterrestres, respondieron a mi reflexión con estas palabras:
<<La libertad es dada al ser como un patrimonio de la Creación Divina, que el Padre ha implantado dentro de las conciencias humanas para que sirva en el desarrollo de su avance espiritual. Las grandes fuerzas de la Creación respaldan este objetivo a alcanzar, pues todo en el Universo resguarda y protege la iniciativa humana de perfección, a la que sólo se accede por el uso libre de esa libertad. (...) Pocos alcanzan el derecho a la responsabilidad de aceptar sus acciones libres; la libertad pesa a pesar de ser ligera, y ata a pesar de no tener ataduras. Su peso y sus ataduras son aquellas condiciones con que vosotros la revestís en una acción involuntaria de la conciencia, y es en eso mismo sobre lo que tenéis que actuar más que en ese espejismo llamado libertad al que miráis como un hito utópico a alcanzar. Son sus hiladuras, trabadas internamente en las que hay que trabajar, pues ahí está el verdadero espíritu de la libertad. Entonces, rotas estas ataduras, la verdadera libertad llega por si misma al hombre, como una lluvia silenciosa caída del cielo y que ningún ojo humano ha contemplado.>>
De estas palabras se desprende que Soledad y Libertad se hacen sinónimas en el parto y en las primeras etapas del Camino. La Soledad aparece a partir del momento en que nos ponemos más allá del Bien y del Mal; desde el momento en que asumimos nuestra verdadera capacidad de decisión y de elección; desde el momento en que hacemos de nuestra vida una metáfora. Pero la matriz no permite que nadie se desprenda de ella, que rompa el orden, e intenta absorberlo, intenta reintegrarlo como puede. Y si el solitario no puede ser absorbido, entonces, es perseguido y condenado. ¿El motivo? Lo expresa Orestes cuando dice:
<<Orestes: Los hombres de Argos son mis hermanos, tengo que abrirles los ojos.>>
Es para defenderse de este intento de conciencia colectiva, por lo que la matriz, que ya no puede ocultar la verdad, recurre a presentar una cara negativa de ella.
<<Júpiter: ¡Pobres gentes! Vas a hacerles el regalo de la soledad... Vas a arrancarles las telas con las que yo los había cubierto, y les mostrarás de improviso su existencia.
Orestes: Son libres, y la vida humana comienza al otro lado de la desesperación.>>
El camino que lleva a uno mismo cruza por ese desierto de nuestra interioridad y del que nos habla Filoxenos. Y Orestes lo sabe.
<<Orestes: (A Electra) Me darás la mano e iremos...
Electra: ¿A dónde?
Orestes: Hacia nosotros mismos. Del otro lado de los ríos y de las montañas hay un Orestes y una Electra que nos aguardan. Habrá que buscarlos pacientemente.>>
Creemos saber quiénes somos, pero la soledad nos plantea un problema de identidad. El ser que somos debe ser buscado con paciencia. ¿Seguimos siendo humanos? Nos miramos en el espejo y vemos que sí, pero los otros han cambiado. Este problema nos lo plantea Ionesco en el "Rinoceronte". Es el problema de Berenguer, el protagonista de la obra, nuestro reflejo especular, el reflejo del ser humano inmerso en lo que parece ser una sociedad de monstruos. De repente, Berenger se encuentra con que es el único ser humano en una sociedad que se ha ido convirtiendo en un rebaño de rinocerontes, de seres acorazados, que le persiguen para convertirle en uno de ellos.
Ionesco nos muestra, con trágica ironía, cómo el problema de la soledad es también un problema de identidad. Y nos aclara que "al hombre mismo le toca salir de ese vacío con sus propias fuerzas y no con las fuerzas de los otros." En esto, Ionesco se acerca a Orestes, y también al Zen. "En todas las ciudades del mundo ‑dice Ionesco‑, el hombre moderno es el hombre precipitado, el rinoceronte, un hombre que no tiene tiempo, que es prisionero de la mecanicidad. ‑ Y añade. ‑ La rinoceritis es la enfermedad de los que han perdido el sentido y el gusto por la soledad."
Tenemos que darnos cuenta que en nuestra sociedad de seres protegidos por su coraza caracteriológica, nuestra sociedad de rinocerontes, el amor a la soledad se le condena, porque se le considera como odio al prójimo. Entendiéndose por amor al prójimo el acatar las normas del orden emanado de la matriz. Y hay que darse cuenta también que la dialéctica del poder y la necesidad, la dialéctica de la sumisión y la satisfacción, acaba siendo una dialéctica del odio.
El vientre social no sólo necesita absorber todo lo que pueda, sino implícitamente, destruir todo aquello que no puede ser absorbido. Esto hace que el solitario no pueda sobrevivir mientras no sea capaz de amar a todos, sin importarle el hecho de que probablemente le consideren un traidor. Solamente el ser humano que ha alcanzado su propia identidad, puede vivir sin la necesidad de que le digan como tiene que vivir. "Siempre habrá un sitio ‑ decía Ionesco ‑, para las conciencias aisladas que se hayan levantado en favor de la conciencia universal." Ese lugar es la Soledad.
La Soledad es ese tiempo que necesitamos para recomponernos. Y a veces, necesitamos mucho tiempo para darnos cuenta de que el motivo de un vida, mejor dicho, el motivo de un acto vivo, sólo adquiere realidad en el acto mismo. La vida es una escala de actos espirituales, una Escala de Jacob, en la que cada peldaño es semejante al verso de un poema.
Un
verso...
y
otro verso...
muchos versos
cada vez más perfectos...
una escala de versos
que se alce
desde la tierra al cielo.
Y se prenda en la luz de los luceros;
y luego,
yo subiendo...
subiendo
por esta escala de versos
con todos los poetas
con todos los hambrientos
de verdad,
y con todos aquellos
que aún buscan el amor.
Subiendo...
Subiendo
desde la tierra
al cielo,
de lucero
en
lucero,
hasta llegar a la Suprema Claridad del Verbo;
hasta llegar
a la Belleza Única del Verbo.
hasta llegar
al Corazón del Verbo.
León Felipe
La poesía, y lo decía Paul Valery, no es un querer decir, es un querer hacer. Y este querer hacer depende de un acto libremente asumido y, por ello mismo, dicho acto es siempre un acto solitario.
Llegados a este punto, podemos preguntarnos quién realiza ese acto. ¿Quién somos, o quiénes no somos? El poeta se hace esas preguntas, porque ya está en la tarde su vida, porque ya está cansado de andar por los caminos, porque quiere sentarse a esperar en el umbral de la noche a recapitular su existencia y sacar de ella la Sabiduría que le lleve a la Eternidad. Y es esta, ¿quién soy yo?, una pregunta a la que nadie nos puede responder, nadie, sino las piedras que, como el hombre libre de su coraza, están llenas de Eternidad. Pero es una pregunta y una recapitulación que pocos osan hacer, porque es esto un querer hacer, y no un querer decir, porque es un acto de la voluntad y, por ello mismo, un acto conciente.
(Continua)
 

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