miércoles, 26 de junio de 2013

La esencia 2 Crisálida 015



 

La Esencia
2ª Parte
Según las Leyes de Creación, en cada manifestación intervienen Tres Fuerzas. Nada se hace, nada se crea, mediante una o dos Fuerzas solamente, sino mediante Tres Fuerzas. Esta trinidad de fuerzas esta compuesta de las Fuerzas Activa, Pasiva y Neutralizante. La creación de algo tan infinitesimal como un átomo, intervienen Tres Fuerzas. La Fuerza Activa es la que inicia el proceso, la Fuerza Pasiva es la fuerza de resistencia, y la Fuerza Neutralizante es la fuerza que conecta o relaciona las dos fuerzas anteriores. Si no existiera una Fuerza Neutralizante que conectara las fuerzas Activa y Pasiva, esta seguirían en oposición la una contra la otra y nada nuevo podría suceder. Ahora bien, si la Fuerza Neutralizante se modifica, las otras dos Fuerzas se modifican también.

(...)


 Debemos pensar en la Fuerza Neutralizante como en algo que es capaz de romper la oposición, más o menos en equilibrio, entre las Fuerzas Activa y Pasiva de tal modo que la Activa pueda convertirse en Pasiva, y la Pasiva convertirse en Activa. En otras palabras, se puede producir una inversión de signo modificando la Tercera Fuerza. El Trabajo enseña que cuando llega a la edad adulta, una persona está formada por dos partes distintas y opuestas, una interior y otra exterior, llamadas Esencia y personalidad, donde la personalidad es Activa y la Esencia es Pasiva. Sin embargo, hemos nacido solo como Esencia y, como tal, ésta solamente crece, por si misma, hasta un cierto nivel.
 Durante los primeros años de nuestra vida, sin que tengamos consciencia de ello (aún no se ha formado la personalidad), nuestra madre forma parte de una oscura Triada que se encuentra en relación con nuestra Esencia. En esta Triada, la Esencia es la Fuerza Activa y la madre es la Fuerza Neutralizante; la personalidad es la Fuerza Pasiva, puesto que aún no se ha desarrollado o comienza a hacerlo.
¿Por qué vemos a los bebés y a los niños pequeñitos como algo asombroso?
Porque aún son esencia y porque la personalidad en los primeros años apenas ha comenzado a formarse. Incluso, aunque nosotros no creamos en ello, les relatamos cuentos de hadas, relatos imaginarios y fantásticos, en muchos de los cuales se encierra alguna Enseñanza Esotérica. Por desgracia, ya no se le cuentan a los niños “cuentos de hadas”, ahora solo existen relatos vacíos y carentes de significado. Pero, aunque no lo crean, aquellos cuentos de hadas y relatos fantásticos, formaban en nuestra Esencia los cimientos de lo que mas tarde, al tener que enfrentar la vida, se conviertieron en nuestro Centro Magnético.


Lo que intentaba decir en el párrafo anterior, es que el asombro natural de la Esencia y la memoria del significado esotérico de los “cuentos de hadas” , se conectan mas tarde para formar una nueva Triada llamada Triada-Trabajo, a través de la cual la Esencia se vuelve Activa otra vez y empieza a crecer. Este nuevo desarrollo de la Esencia quiere decir una cosa: la Triada-Madre y la Triada-Trabajo se encuentran vinculadas.
En el centro de nuestra vida, entre la Triada-Madre y la Triada-Vida, se desarrolla nuestra personalidad. Son los años de nuestro desarrollo “hacia fuera”. Todas nuestras emergían están dedicadas a formarnos como personalidad, a conocer el mundo exterior, y a posicionarnos en él, intentando situarnos en un lugar aventajado. Y lo hacemos con los medios que la Vida nos ha proporcionado, nuestro cuerpo -ese precioso cuerpo humano que decía el Buda-, y las fabulosas herramientas que este posee.
La Triada-Vida va a posicionarse entre las otras dos triadas y va a intervenir en nuestro desarrollo externo durante muchos años. Para la mayoría, durante el resto de su vida. No debemos olvidar que la Esencia es el espacio capaz de crecimiento interior que conduce a la aparición de un verdadero Ser Humano, Un Hombre y una Mujer planamente desarrollados y equilibrados en todos los pares de opuestas de sus dobles naturalezas.
Aquí hemos de tener en cuenta algunas cosas. Si la Triada-Madre se mantiene y permanece durante demasiado tiempo, termina por volverse perjudicial y peligrosa. Es el caso de los niños apegados a la madre, los niños que desarrollan lo que Freud llamó el Complejo de Edipo; los niños que nunca se enfrentan a la vida, y que nunca alcanzan su madurez porque rehúyen la vida. En estos casos, la Triada-Vida se demora y sus etapas no se desarrollaran de una forma adecuada. La triada-Vida, que viene después de la triada-Madre, irá formando, gradualmente, la Personalidad a través del “roce” y la fricción con la Vida.
Dado que la personalidad está formada por una “sustancia” distinta (de otro nivel) de la que forma la Esencia, y aparece después que esta, la rodea como si quisiera protegerla como hace la cáscara de una semilla. Conforme la personalidad se desarrolla, la Esencia deja de crecer y se vuelve pasiva. En su lugar crece la personalidad. Aquí, debemos entender que la personalidad no es la verdadera persona que se encuentra más vinculada con la esencia, pero que, necesariamente, ha de formarse. Cuando la personalidad comienza a desarrollarse y a tomar una forma definida en los últimos años de la niñez, entonces, la Fuerza Neutralizante deja de ser la madre. A partir de ese momento, será la Vida la que tome ese lugar y haga de Fuerza Neutralizante. Entonces, es cuando la personalidad se vuelve Activa, mientras la Esencia se hace Pasiva, y la Vida actúa como Tercera Fuerza. Esta es la Triada-Vida. Es muy importante que la personalidad se encuentre bien formada y desarrollada, que sea una personalidad fuerte, antes de que comience a funcionar la Triada-Trabajo, si es que alguna vez lo hace. Si lo hace, la personalidad actuará como alimento para el nuevo crecimiento de la Esencia.
Recuerdo todo esto porque generalmente nos olvidamos de reflexionar sobre los significados de estas importantes realidades iniciales del Trabajo. La formación de la personalidad es lenta y prolongada y debería ser lo mas rica posible en experiencias y conocimientos. La podemos llamar nuestra primera educación. Si esta Triada no se ha formado adecuadamente y no ha alcanzado un desarrollo óptimo, bien por insuficiencias en nuestra vida material o de nuestras capacidades mentales y de inteligencia, su posterior y último desarrollo que equivale a una segunda educación, se verá dificultado y será difícil ya que deberemos educarnos a nosotros mismos en muchos aspectos y direcciones. Deberemos conocer y experimentar la Vida antes de intentar formar la Triada-Trabajo, que es resultado de esta segunda educación; no es un resultado de la Vida ni está formada por ella. Por otro lado, la Vida, no necesita de esta tercera Triada, puesto que discurre en una dirección contraria a la propia vida.
Las Enseñanzas Esotérica y el Trabajo que estas postulan, son algo que pertenece a esta segunda educación, cuyo objetivo y finalidad es el de invertir las polaridades de la Triada-Vida, a fin de que la personalidad llegue a ser Pasiva y la Esencia, al llegar a ser Activa, pueda volver a crecer nutriéndose de algunas de las energías que habían dado forma a la personalidad. Este es un proceso lento y gradual.
Cuando comenzamos a trabajar sobre nosotros mismos e intentamos separarnos, por ejemplo, de nuestras emociones negativas, comenzamos a extraer energía de aquellas partes de nuestra personalidad que han sido equilibradas y ya no nos roban energía para seguir adquiriendo importancia. Si llegamos a amar este Trabajo, si confiamos con sinceridad en el, esa energía ya no nos será robada por los “yoes” que mantienen nuestra falsa personalidad, y esta energía se moverá en dirección a la Esencia. De no ser así, la energía regresará para seguir alimentando a la falsa personalidad. Solo lo que es legítimo puede nutrir a la Esencia. El seudo trabajo, el trabajo fingido, solo seguirá acrecentando poder de la falsa personalidad.
La gente suele creer, o así se lo imagina, que en nuestra vida llega un momento emocionante y teatral en el que la Esencia, de súbito y repentinamente, se vuelve Activa y nos “Ilumina” y la personalidad se hace pasiva o desaparece. Esto nunca ocurre así. El proceso de despertar del sueño es algo gradual. Va ocurriendo a medida que se incrementa nuestro reconocimiento y nuestra comprensión de las ideas y acciones de esta Enseñanza y este Trabajo. Y hay que desear fuertemente el querer salir y despertar del sueño en el que la Vida nos tiene presos.
Hasta que el proceso se afianza, uno deambula de acá para allá, de un lado para el otro. Llega un momento en que nos damos cuenta que hemos experimentado un cambio en nuestra manera de pensar. Este nuevo pensar era llamado por los griegos “metanoia”, que literalmente significa “cambio de mente”. Esta palabra aparecer repetidamente usada en los Evangelios, pero ha sido mal traducida como “arrepentimiento”. Este vuelco en nuestra manera de pensar ocurre al comienzo de esta segunda educación, y constituye una señal que nos advierte que la Triada-Vida, donde ésta es la Fuerza Neutralizante, que hasta ahora nos mantenía enganchados en sus anzuelos, comienza a ser parcialmente reemplazada por otra Fuerza Neutralizante: el Trabajo.
Cuando una persona esta en la situación en que su mente comienza a cambiar, podría decirse que una parte de ella ha comenzado a trabajar en su falsa personalidad. Si no hay un cambio en su manera de pensar, si continúa pensando solo según las ideas de la vida, no está trabajando internamente. Hay un dicho: "Ningún esfuerzo, ningún trabajo; ningún trabajo, ningún despertar; ningún despertar, es estar muerto”. Una multitud se muertos vivientes (zombis) entre los que caminan algunos vivos porque ya comenzaron a despertar.
Existe una idea equivocada surgida de una errónea interpretación de las Enseñanzas Orientales y difundida por las corrientes New Age que pretenden terminar con el “yo”, es decir, con la personalidad. De lo que llevamos visto en esta parte y en la anterior, ha debido quedar claro que si elimino a la personalidad, en el caso que pudiese hacerlo -los psiquiátricos están llenos de aquellos cuya personalidad se ha desestructurado-, no podría producirse esa “segunda educación” cuya finalidad es el desarrollo de la Esencia, a fin de alcanzar un “nivel de ser” más alto, donde la personalidad sea trascendida y, al hacerse pasiva, se ponga al servicio de la Esencia.
Lo que habría de comprender es que todo aquello que hay en nuestra personalidad de inútil e ilegítimo, debería desecharse, sobre todo esa parte de nuestra personalidad llamada falsa personalidad que se fundamenta en el amor de si y se vincula con un "yo imaginario” , e impide que alcancemos nuestro Yo Real. Evidentemente existe mucho conocimiento errado, muchas ideas equivocadas, que enfangan nuestra vida y que deben desaparecer.
En narcisismo es una enfermedad terrible que contamina la parte más exterior de nuestro Centro Emocional, la parte volcada hacia la Vida a través de nuestros sentidos. Lo que en los Evangelios, por ejemplo, se llama Amor a Dios y Amor al Prójimo, nunca podrán existir allí donde reina el narcisismo o el amor de sí.  El amor de sí es, literalmente, incapaz de amar lo que se encuentre más allá de si mismo. El amor de si solo ama su yo y lo que éste siente como suyo: sus hijos, su casa, sus propiedades, su dinero, su posición social y todo lo demás. Mientras nuestro narcisismo siga siendo dominante en nosotros, la Triada-Vida en la que la Vida es la Tercera Fuerza o Fuerza Neutralizante, no se podrá invertir. El objetivo que encierran las parábolas e historias de los Evangelios es el de invertir esta Triada-Vida para poder llevar a cabo el desarrollo de nuestra Esencia. Los Evangelios dicen que hemos de llegar a ser como niños. Hemos de convertirnos de nuevo en Esencia.
Jesús pregunta a sus discípulos:
"¿Qué discutíais en el camino? Ellos se callaron; porque en el camino habían discutido entre si sobre quien sería el mayor. Sentándose, llamó a los doce y así les dijo: Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos."
                                       (Marcos, IX, 33-35).
Querer “ser el primero” es un deseo narcisista. Se podrá ser el primero en la Vida, pero de seguro seremos el último en alcanzar la Esencia. En la Vida, cuando la opinión que tenemos de nosotros mismos está inflamada de amor de sí, no transigimos hasta salirnos con la nuestra, o no hemos conseguido lo que queremos; no admitimos estar bajo la decisión de otra persona, ni siquiera en las necesidades de la vida cotidiana. Si tenemos que estar mucho tiempo junto a alguien, nos volvemos envidiosos y generamos rencor y odio. Esto es lo “normal” que pasa en la Vida, aún así nos extrañamos. Tratar de ser el primero, tratar de ser el mas grande, tratar de situarse en el lugar mas elevado, se considera una ambición aceptable. Incluso es objeto de loores y alabanzas. Pero si se nos dice que somos narcisistas por ello, nos ofendemos gravemente. No aceptamos que estamos llenos de amor de sí. Este es el amor que florece en la Vida y predomina en nuestras relaciones con otros seres humanos, el amor de sí.
La Vida como Fuerza Neutralizante en la Triada-Vida parece estar compuesta, sobre todo y psicológicamente, de amor de si. Por ello, esta Triada-Vida concierne a la personalidad como Activa, a la Esencia como Pasiva y al Amor de Si como Fuerza Neutralizante. De ello se deduce que la Fuerza Neutralizante del Trabajo no puede ser nunca el amor de si.
Haré una ligera referencia al lo que es llamado en los Evangelios “Sermón de la Montaña”. A las gentes allí reunidas se les habla de Bienaventuranzas. Por ejemplo:
  • "Bienaventurados los pobres en espíritu" (aquellos que no se identifican).
  • "Bienaventurados los mansos" (aquellos que no conocen el resentimiento).
  • "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia" (aquellos que demandan justicia de si o para si).
Aquí se hace referencia a algo que el Trabajo llama la “formación de la Triada-Trabajo” por cuyo medio la personalidad se vuelve Pasiva. Al adquirir comprensión de lo que allí se dice, podemos percibir su significado psicológico y no lo que se dice literalmente. Las Bienaventuranzas no son un fin en sí mismas para que nos lleven a ser “buenos". Son instrucciones para lograr que nuestra personalidad se vuelva Pasiva de modo que nuestra Esencia pueda crecer y el Yo Real o Amo pueda entrar en el carruaje o en la casa de tres pisos que es nuestro cuerpo físico. Porque el Amo no puede entrar en la falsa personalidad. Pero una vez que el Yo Real ha logrado introducirse en nosotros, la finalidad del Trabajo se ha cumplido. Ya no necesitaremos seguir usando las herramientas, ni las ideas-trabajo, que nos han permitido alcanzarlo.
Mucha gente dice estar trabajando internamente en éste u en otro sistema, pero si uno no es conciente del por qué lo hace, el Trabajo no se pone en relación con uno mismo, y entonces no podrá tener ninguna influencia en nuestra vida y esta no experimentará ningún cambio. Si nuestro nivel de ser sigue siendo el mismo, seguirá atrayendo a nosotros los mismos eventos de vida en forma recurrente. Pero si cambia, no solo no atraeremos hacia nosotros los mismos eventos, sino que nuestra vida en la próxima recurrencia ya no será la misma.
La gente no comprende que el crecimiento de la Esencia significa un cambio permanente, y no un cambio temporal. Todo cambio en la Esencia se produce fuera del tiempo. Aunque un cambio en la Esencia haya podido tener lugar en un cierto momento de nuestra vida, ese cambio se ha producido, no en la línea horizontal del tiempo, sino en la línea que es vertical a la línea del tiempo, situándose por encima de éste. Nuestro cuerpo está en el tiempo, pero no la Esencia. La Esencia, cuando desencarne, podrá formar un nuevo cuerpo y una nueva personalidad en el tiempo, entre las dimensiones que implican un comienzo y un fin, un nacimiento y una muerte. Pero si nuestra Esencia se ha modificado, ha crecido, se ha desarrollado, el nuevo cuerpo y la nueva personalidad serán diferentes. Tampoco atraerá la misma vida que atrajo antes que cambiara. Entonará una nueva canción.
Cuando uno comienza a conocer sobre lo que debe trabajar, conviene guardar silencio. No se trata de ocultamiento, ni de secretismos. Sino de seguridad. Lo que va naciendo se contamina fácilmente. "Mas cuando tu des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha" (Mateo, VI, 3.). La izquierda es “abajo” o “fuera”; la derecha es “arriba” o “dentro” en el lenguaje de las parábolas. Lo que hace el Trabajo en nosotros es mover nuestra conciencia cada vez más interna y profundamente intentando alcanzar los Centros Superiores. Si lo que se desea es llegar a ser más conciente en uno mismos, no podemos permitir que los pequeños “yoes” que viven en las partes más externas de nuestros Centros tomen la palabra sobre aquello que estamos trabajando.
Si recordamos la Ley del Péndulo, comprenderemos que “la verdad” está “entre los Opuestos. Como no es ni esto ni aquello, nos es imposible expresarla con el lenguaje de la Vida que es el que usa el centro formatorio. El lenguaje usa, ya sea un opuesto, ya sea el otro y, para ello, echa mano del lenguaje aprendido en la vida y cuya finalidad es hacernos comprensible el mundo externo. Pero el lenguaje que necesitamos para expresar lo que percibimos entre los opuestos, un lenguaje que usan nuestros Centros Superiores, el un lenguaje distinto. No usa palabras literales. Usa símbolos, parábolas, alegorías, cuentos, mitos…, es decir: imágenes. Un lenguaje que es necesario aprender porque también tiene su gramática y su sintaxis. Un lenguaje que la personalidad externa mira con desconfianza alegando que es impreciso.
Un crecimiento de la Esencia quiere decir un desarrollo por encima del tiempo. La Esencia es nuestra parte eterna. Si no crece, volverá una y otra vez, en la recurrencia, al mismo punto donde se encuentra. Decimos buscar la salvación y pretendemos ser buenas personas. En la Vida no existen las “buenas personas”, solo personas que imaginan ser buenas. La Vida es lo que es y su propósito no es alcanzar ninguna personalidad llena de presunta bondad y compasión. En todo caso, esta sería el resultado de un desarrollo de la Esencia. Así que pretender una imaginaria bondad no elevará un ápice nuestra Esencia.
"Acercósele uno y le dijo: Maestro, ¿qué de bueno haré yo para alcanzar la vida eterna? El le dijo: ¿Por qué me preguntas sobre lo bueno? Uno solo es bueno, le constó. Si quieres entrar en la vida guarda los Mandamientos. (…) Si quieres ser perfecto, ve, vende lo que tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme".
                                         (Mateo, XIX, 16, 21)
Jesús intenta hacerle ver que no es lo mismo ser bueno que ser perfecto. La perfección exige un pago, un desprendimiento de lo que tenemos, mejor dicho de lo que la falsa personalidad creer tener como suyo. Esa es la venta que hemos de hacer. Esta no es una venta literal de cosas físicas, es una venta psicológica. Es una limpieza del Alma.
Este Trabajo se mueve hacia “dentro”. Primero cae en nuestra realidad psicológica más superficial. Luego, si es bien recibido y apreciado, su propia acción lo impulsa a penetrar hacia nuestra psique más profunda, a nuestra psique inconsciente, e intentará transformarla. El Trabajo desciende por etapas o niveles, atravesando capa tras capa de nuestra psique. Como si fuera un psicoanálisis cada vez más profundo. Es necesario no asustarse de lo que uno puede encontrar dentro de sí. Es aquí donde la gente se queda atascada o se vuelve más negativa aún. Es necesaria una gran compasión y honestidad para enfrentarse con nuestras emociones más profundas. Es el momento en que surge la tentación. Después de todo fuimos educados en el principio de ser recompensados si lo hacíamos bien. “Si te portas bien, te daré un caramelo”, “si haces los deberes te dejare la play”. Inconscientemente, también aquí esperamos una recompensa.
Cuando siempre esperamos ser recompensados por los esfuerzos que realizamos, si esta recompensa no llega, nos sentimos descontentos e insatisfechos. Es el momento de recordar las Tres Líneas del Trabajo: el trabajo sobre si, el trabajo en conjunción con el grupo, y el trabajo por el Trabajo mismo. Cada línea, y las tres son inseparables unas de otras, requieren de nosotros tres actitudes diferentes. Es cierto que en cada caso se logra algo para uno mismo, pero nuestro propósito no debe estar basado en alcanzar un logro en cada una de las líneas. No se trabaja para el grupo y que éste luego me lo agradezca, sino con el grupo. Es la única manera de sentirnos integrados en una unidad mayor, más inclusiva, y de la que nunca hemos dejado de formar parte. No se trabaja sobre sí para alcanzar alguna presunta iluminación como recompensa, sino para convertirnos en los auténticos Seres Humanos que somos. No se trabaja por el Trabajo mismo, porque éste nos atrae, es algo fascinante y porque es algo diferente a todo lo que hasta ahora habíamos conocido y con ello nos sentimos satisfechos o recompensados, sino porque hemos comprendido que es una herramienta viva en sí misma, que nos transforma internamente.
La salida de la tentación solo se alcanza con el incremento de nuestra conciencia. Ello nos permite “ver” que dos “gigantes” siempre han caminado delante nuestro, Son nuestro “orgullo” y nuestra “vanidad”. Nuestros grandes tentadores. Permanecen ahí, fijos como dos torres que defienden un baluarte fortificado y estúpido. Si persistimos en el Trabajo, este nos mostrará cuan difícil es derribarlas, cuan difícil es cambiar una sola tilde de nuestra concepciones e ideas, en las que siempre hay una gratificación imaginada.
Personalidad y Esencia se encuentra sujetas a Leyes diferentes. A la personalidad la rige la Ley del Accidente, a la Esencia la Ley del Destino. No todos los hombres tienen “Destino”. Esta frase quiere decir que la mayoría de los seres humanos se encuentra separados de su Destino y vive sujetos exclusivamente a la Ley del Accidente. El Destino es el resultado de “influencias planetarias”, se encuentra regulado por los ciclos del Cosmos. Cada ser humano tiene un Destino que viene marcado por algunas de esas influencias que son específicas para ese hombre. En teoría, a cada tipo de hombre le corresponde un Destino, aunque en la práctica este Destino solamente se relacione con su Esencia.
Cuando nos encontramos bajo la Ley del Accidente, somos títeres manejados por los significados que derivan de la vida exterior: rivalidades, ambiciones, envidias, deseos…, tener un mejor empleo, ganar más dinero, vivir mejor, comprarme un coche, ser el padre o la madre de mis hijos, alcanzar más méritos… Ni siquiera se nos ocurre pensar que pudiera haber otros significados, significados internos. Nos hemos hecho acaso esta pregunta: ¿de qué deriva el significado de nuestra propia existencia? ¿Deriva acaso de nuestra profesión, de nuestros amigos, de la familia, de nuestra riqueza o de nuestra miseria…? Todos estos significados se encuentran relacionados con nuestro sentimiento de “yo” (imaginario), el sentimiento que tenemos de nosotros mismos. Este sentimiento deriva su fuerza de los significados externos que les damos a las cosas, y por ello, estos significados nos moverán como marionetas y nos mantendrán presos bajo la Ley del Accidente.
Necesitamos significados que hallamos alcanzado por nosotros mismos y no los significados que nos proporciona la Vida. El Trabajo nos da las herramientas para alcanzar estos significados por nosotros mismos. Ellos harán que, poco a poco, dejemos de estar bajo la Ley del Accidente y pasemos a estar bajo la Ley del Destino. Tengamos presente el Rayo de Creación. En él, cualquier nivel, menos el Absoluto, dependerá de los niveles que estén por encima de él, y tendrá bajo su dependencia a los niveles que están por debajo de él. El nivel en que nos encontramos, nuestra personalidad se encuentra bajo 48 órdenes de leyes; mientras que nuestra Esencia, solo está bajo 24 órdenes de leyes; en cambio, la falsa personalidad se encuentra sometida a 96 órdenes de leyes que son las que afectan a ese algo en que termina el Rayo de Creación y que viene simbolizado por la Luna. Por lo tanto, la esencia es más “libre” respecto a la Ley del Accidente y respecto a la Luna.
Veamos un ejemplo entendible: Me encuentro en un barco que sale del Puerto de Ámsterdam y se dirige a Nueva York (antes Nueva Ámsterdam). Imaginemos que el barco es mi cuerpo físico y que “Yo”, la Esencia, me encuentro dentro de él. El barco tiene un punto de “origen” que podemos considerar que es su “nacimiento” y un punto de “destino” que simbolizaría su final o “muerte”. La Esencia tiene ya una ruta marcada que ha sido configurada por los armadores (las influencias planetarias o Leyes cósmicas). Sus decisiones son las “influencias” que marcan la ruta y el destino del barco. A no ser que otras influencias de más allá del Cosmos Solar intervengan y modifiquen el destino del barco, éste, cuando el tiempo de su destino se cumpla, llegara al final de su ruta. El barco debería ser gobernado por el capitán que es el conoce la ruta y las leyes de navegación, pero una panda de piratas, los “yoes” de la falsa personalidad, se han apoderado del barco y tienen encerrado a su Capitán, la Esencia, impidiéndole gobernar el barco. Estos “yoes-piratas”, creyéndose libres, hacen lo que quieren y desean dentro del barco: pueden ir de proa a popa, de babor a estribor, de la punta del mástil del palo Mayor hasta en fondo de la sextina; pero hay una cosa que no saben hacer, cambiar de rumbo, pues el barco tiene una secreto mecanismo que lo mantiene fijo en su rumbo. Lo único que los piratas pueden hacer es deteriorar el barco, hundirlo, incendiarlo, o acabar con el de la forma que se les ocurra, antes de que el barco, en el tiempo que tiene prefijado, llegue a su destino, Nueva Ámsterdam, allá en el “otro lado” del mar. Como los “yoes-piratas creen saber que pueden “hacer” lo que quieran, cada uno por su lado, suelen enfrentarse entre sí, muchos o algunos imaginan que son el Capitán, pero no suelen pensar que son unos ignorantes, aunque crean que saben muchas cosas de la piratería. Por ello se encuentra bajo el poder de 48 o 96 órdenes de leyes, pues han caído bajo la Ley del Accidente. Qué seas colgado de una jarcia por no obedecer a un  yo-pirata que se cree que es el que manda es un accidente; qué una tempestad azote el barco y una ola se lleve otro yo arrojándolo por la borda, es un accidente; que la comida se eche a perder porque ningún yo-pirata se ha ocupado de su conservación, es un accidente, etc., etc. La Ley del Accidente se encuentra muy relacionada con la Ley de Causa-Efecto.
Podríamos buscar otro ejemplo.
Imaginemos que nuestro planeta Tierra es nuestro cuerpo físico. En algún momento del pasado, nació de la nebulosa solar que dio origen a este sistema. Desde el momento del nacimiento se puso en movimiento y sigue un recorrido cíclico que siempre es el mismo, girar alrededor del Sol. Obedece leyes electromagnéticas, gravitacionales, etc. Ese es su destino. Pero ese destino se encuentra ligado al de los otros planetas que, junto con el Sol, siguiendo igualmente ciclos más amplios y recorrido en espiral, se dirige hacia alguna parte. Ese es su Destino. Si algo de un nivel más alto no interviene, el Destino se cumple. Pero siempre hay que dejar abierta la posibilidad de que una realidad que desconozco pueda intervenir: un meteorito puede chocar con la Tierra, eso es un accidente; una radiación solar fuera de lo común puede abrasar el planeta y terminar con la vida que crece sobre él, eso es un accidente.
Son solo dos ejemplos que nos permiten aproximarnos al significado de lo que se encuentra tras estas leyes.
Cuando hemos comenzado a trabajar internamente y nos damos cuenta que somos negativos y, al mismo tiempo, comprendemos que esa negatividad el algo que nos viene de fuera y que la hemos incorporado a nosotros mecánicamente, estamos adquiriendo un nuevo significado y, éste, nos situará bajo la Ley del Destino. ¿Qué es el Destino? ¿A los que imaginan ser libres no les gusta esta palabra?
Investiguemos un poco. La RAE dice que:
  • destino.
  1. m. hado (fuerza desconocida que se cree obra sobre los hombres y los sucesos).
  2. m. Encadenamiento de los sucesos considerado como necesario y fatal.
  3. m. Circunstancia de serle favorable o adversa esta supuesta manera de ocurrir los sucesos a alguien o a algo.
En su primera acepción no nos dice lo que es el Destino, sino que lo equipara al Hado. En su segunda nos dice que es “un encadenamiento de sucesos considerados necesarios y fatales”. En su tercera acepción estos sucesos ineludibles pueden sernos favorables o adversos, lo que suena más a Ley del Accidente que a la Ley del Destino. Del Hado nos dice solamente que es una “fuerza desconocida que se cree obra sobre los hombres y los sucesos. Señala que procede el latín “fatum”. Es decir, la pescadilla que se muerde la cola, como el Ouroboros. Ese intentar explicar un concepto con otro del que tampoco se sabe nada es uno de problemas del lenguaje que usamos. Como estos conceptos carecen de significado desde el lado de acá, de lo que consideramos realidad, seguimos sin saber lo que significan esos conceptos, sobre los que solamente se “cree” lo que significan. La creencia no es el conocimiento.
Así que el destino, el fatum, el hado o el sino, que también se le llama así (recuérdese aquella obra de Calderón de la Barca, “Don Álvaro o la fuerza del Sino”) es la creencia en un poder “sobre-natural”, palabreja que solo significa “más allá o por encima de lo natural”. Y como para nosotros solo tiene significado lo “natural”, ¿para que perder el tiempo en averiguar que puede haber más allá de la Naturaleza? Esta creencia señala también que este Destino guía nuestra vida oponiéndose a otra “creencia”, la del Libre Albedrío.
Tanto en las culturas orientales como occidentales, así como en sus religiones, se establece que ese “Destino” se encuentra relacionado con imágenes simbólicas de una profunda significación: el Tao, el Karma, la Providencia o Gracia, o la férrea predestinación calvinista. Aunque hay quien, apoyándose en las Sagradas Escrituras, niegan que exista una predestinación absoluta, dada la existencia de un libre albedrío al ser el hombre imagen y semejanza de su Creador. El “ananké” (destino) de los griegos afectaba por igual a hombres y dioses. Era personificado por la diosas Moira, llamada “Fatum” por los romanos.
Para la Filosofía, incluso para la Ciencia, el “Destino” es un “constructo” [en psicología, cualquier entidad hipotética de difícil definición dentro de una teoría científica. Son constructos la inteligencia, la personalidad y la creatividad, por ejemplo] que se encuentra sometido a interpretaciones. La Filosofía piensa que el “Destino” se encontraría vinculado a la teoría de la causalidad, ya que piensa que nada existe por azar, e igual que cree que nada puede ser creado de la nada. Todo ha de tener una causa y, como tal, tendrá una consecuencia, aunque es imposible conocer las causas de todo.
Los únicos que creyeron que Destino y Hado eran diferentes fueron los sumerios. Existe una piedra de basalto en la que aparece el héroe sumerio Gilgamés, rey de Uruk luchando con dos leones. Dicha losa se descubrió en un lugar llamado “Eim Samsum”, “el manantial de Sansón” que también, según la tradición judeo-cristiana, lucho y mató un león simplemente con sus manos, aunque Sansón debió vivir unos dos mil años después de Gilgamés. ¿Simple casualidad?
Cuenta la “Epopeya de Gilgamés” que en su búsqueda de la flor de la inmortalidad, tuvo que atravesar el Bosque de los Cedros, custodiado por una extraño monstruo llamado Huwawa, poderoso, cuyos dientes eran como los de un dragón y su aspecto el de un león, que proyectaba de su frente un “rayo irradiante” que devoraba los árboles y de cuya terrible fuerza nadie podía escapar. Gilgamés y su amigo Enkidú se vieron de pronto enfrentados por ese monstruo. Del texto fragmentario de las tablillas IV y V se deduce que lograron vencerle. Aunque parece que tuvieron la ayuda del dios Utu/Shamash, que bajo del cielo para darle instrucciones de cómo hacerlo. Los artistas de la antigüedad representaron la escena en un sello cilíndrico.
Aparecen representados Gilgamésh, Enkidú, el dios Utu/Shamash y el monstruo Huwawa que tiene más pinta de robot que de monstruo.
El combate contra Huwawa fue observado por la diosa Inanna (conocida más tarde como Ishtar), hermana gemela de Utu/Shamash quien tenía un amplio historial de seducción de varones humanos. Cautivada por la fortaleza de Gilgamés le dijo: “Ven Gilgamés se mi amante”, pero el rey de Uruk, que sabía de sus andanzas sexuales, se negó. Furiosa, invocó al Toro del Cielo, Gud-Anna en sumerio, para que destruyera a Gilgamés y a su amigo Enkidú. Pero, Enkidú le mató.
¿Qué era el Toro del Cielo?
Hamlet´s Mill” (El Molino de Hamlet) es un trabajo sobre mitos y astronomía. Sus autores, Giorgio de Santillana (profesor de Historia de la Ciencia en el MIT), y Hertha von Dechend (científico de la Johann Wolfgang Goethe-Universität) declaran que tanto la mitología como la literatura antigua han sido maltratadas, malinterpretadas y despreciadas al no haber querido considerarlas como un método válido para transmitir el conocimiento, sobre todo conocimientos astronómicos, conocimiento que ya eran conocidos desde la Prehistoria, aunque los científicos lo nieguen. En ese estudio se señala que los acontecimientos que narra la Epopeya de Gilgamés, que aparentemente tienen lugar en la Tierra, solamente son un reflejo especular de lo que realmente sucedía en el Cielo: Utu/Shamash es el Sol, Inanna/Isthar es Venus, Huwawa es la Constelación de Leo, siendo el Toro del Cielo la Constelación de Tauro. Siendo Leo la constelación que marcaba el solsticio de verano, y Tauro la constelación del equinoccio de primavera.
Es decir, que fueron los sumerios los primeros en atribuir connotaciones astronómicas a las historia de los antiguos reyes sumerios, ya desde el IV Milenio a.d.C. Los nombres y los símbolos que los sumerios dieron a estas constelaciones sobreviven hasta hoy día. La lista zodiacal sumeria comienza con “Gud-Anna” (Tauro), que era la constelación desde la que se veía salir el sol el día del equinoccio de primavera hace la friolera de más de 6.000 años. La muerte del Toro del Cielo representó algo, un augurio para los acontecimientos de aquella época. Hacia el 3.100 a.d.C. comienza el despertar de la civilización egipcia cuyas representaciones zodiacales asocian sus comienzos con el “seccionamiento” de la parte delantera de la constelación de Tauro, como muestra esta figura.
Horus abatiendo al "Toro del Cielo"
 ¿Fue el Destino o el Hado, lo que llegó a Gilgamés a salir victorioso de estas aventuras y luego a perder la flor de la inmortalidad que tanto le había contado conseguir, porque se quedó dormido?
En la lengua sumeria, lo que quiere decir que también en el pensamiento y religión sumerias, se distinguían claramente los conceptos “Nam” (Destino) como curso predeterminado e inalterable de acontecimientos, y “Nam-Tar” (Hado) como curso predeterminado de acontecimientos que si se podía alterar. “Tar”, literalmente, significa “cortar”, “romper”, “cambiar”.
La distinción entre ambos no es, pues, como se ha pretendido después, una cuestión semántica, sino que era algo que afectaba por igual a dioses y hombres. Podríamos preguntarnos si el que Marduk, el hijo del dios Ea-Enki, se pasara la vida luchando contra dioses y hombres, lleno de resentimiento, por conseguir un puesto en la dirección de la Tierra, algo que no consiguió hasta unos milenios más tarde, cuando en Babilonia fue declarado dios del Cielo, equivalente al Sol, fue también una decisión del Hado o del Destino.
Para los sumerios, el Destino tenía su origen en los Cielos, en los ordenados y cíclicos caminos seguidos por las órbitas de los planetas. Desde que, tal como cuenta el “Enuma Elish” (el libro de la Creación Babilónico), el sistema solar quedo configurado en su forma actual y los planetas se convirtieron en destinos imperecederos, estos ciclos pudieron aplicarse al curso de los acontecimientos que sucedían en la Tierra, ya que los planetas tenían sus homólogos en los dioses que controlaban el destino de los hombres.
A diferencia de los Destinos, los Hados se podían alterar a través de la “rectitud” y la “justicia” emanadas del corazón humano. En el caso de Gilgamés, hijo del Sumo Sacerdote de la ciudad de Uruk y de la diosa Ninsun, cuando éste comenzó a pensar sobre la vida y la muerte, como también hizo el príncipe Sidarta Gautama, le planteó la pregunta de por qué los hombre morían y los dioses no a su padrino el dios Utu/Shamash:
“En mi ciudad muere el hombre; oprimido está mi corazón.
El hombre perece, pesaroso está mi corazón…
Ni el hombre más alto puede alcanzar el cielo;
ni el hombre más ancho puede cubrir la Tierra.
¿También miraré yo por encima del muro?
¿También seré marcado yo por el hado de este modo?”
Gilgamés era ¾ partes dios y solo un ¼ humano, más que un semidiós, pero se enredó con su Hado. Suya fue la Era del Toro (Tauro), y él y su amigo Enkidú, lo mataron porque su Hado, hecho en el Cielo, pasó de ser una oportunidad para hacerse inmortal a la muerte de su ¼ parte humana.
La respuesta que le dio Utu/Shamash a su pregunta no fue muy alentadora: “Cuando los dioses crearon a la Humanidad, conservaron la Vida para su propia custodia. Este es vuestro Destino; así mientras estés vivo, y lo que hagas mientras tanto, es un Hado que se puede cambiar, disfrútalo  y aprovéchate al máximo”. Entonces Gilgamés tomó una drástica resolución, intentaría cambiar, no solo su Hado, sino también su Destino, o de lo contrario morirían como cualquier mortal.
Podríamos preguntarnos ¿que habría ocurrido si Gilgamés no se hubiera quedado dormido y la serpiente no le hubiera robado la flor de la inmortalidad que ya tenía en su mano? Un texto sumerio llamado “La Muerte de Gilgamés” nos explica que su muerte ya estaba predeterminada, pues aunque el héroe hubiera tomado en sus propias manos su Hado, no había forma de cambiar su Destino. Un sueño-augurio le predice su suerte:
“Oh, Gilgamés,
éste es el significado del sueño:
el gran dios Enlil, padre de los dioses
había decretado tu destino.
Él determinó el hado de tu realeza;
pero no te ha destinado para la vida eterna.”
El Hado de Gilgamés ha sido desautorizado por el Destino. El Hado le había llevado a ser rey de Uruk, pero el Destino le había arrebatado la inmortalidad. Y, así, el texto cuenta que “Él, que fuera firme de músculo, yace incapaz de levantarse… Él, que había ascendido montañas, yace, no se levanta. (…) En el lecho de Nantar yace, no se levanta”.
Lo que la Epopeya de Gilgamés nos muestra es que el Hado no puede cambiar el Destino. El Hado se encuentra conectado a las 12 Constelaciones Zodiacales que constituyen el “Tiempo Celestial”, vínculo entre el tiempo de los dioses (inmortales para los humanos) y el tiempo terrestre (medido en años y días, que resultan de la órbita de la Tierra alrededor del Sol (en la época de Gilgamés, Utu/Shamash era el Sol), de su inclinación respecto al recorrido del Sol (la eclíptica) y de la inclinación de su eje que marcaba el recorrido de las Eras (la precesión). Marduk invoca las señales celestes para proclamar que su tiempo de reinar en el Cielo ha llegado. Esas señales era la entrada en la Era Zodiacal del Carnero (Aries), señales en el reino del Hado.
El término Destino fue utilizado para describir los caminos que siguen los planetas en sus órbitas, por lo que el Destino de un dios era el destino de un planeta, y por ello eran eternos.
Habría que leer las “Lamentaciones sobre la destrucción de Sumer y Ur” para ver como también aquí Hado y Destino se entretejen. Cuanta el relato que un “Viento Maligno” se acercaba a Sumer (llevaba la muerte y la desolación a los seres vivos, no de las construcciones). No es por nada, pero las descripciones que hace el relato de los efectos que causaba este Viento Maligno en los hombres y demás seres vivos, se parece mucho, pero que mucho, a los efectos de la radiación que emite la explosión de una bomba atómica y el “viento” que dicha explosión genera). Entonces, Nannar/Sin acudió a su padre, el dios Enlil, para que salvara la ciudad de Ur: “Pronuncia un hado favorable”, le dijo. “que no sea destruida mi ciudad. ¡Qué no perezca el pueblo!.” Pero la respuesta que le dio Enlil fue tajante: “A Ur se le concedió la Realeza; no se le concedió un reinado eterno.” Lo que significa que un Hado fortuito y decretable, decretado no importa por quién, no puede suplantar al inalterable Destino.
Así, pues, según el pensamiento sumerio, el Destino, afectaría a nuestro Libre Albedrío que, para los que creen en él, les da el poder de elegir y tomar sus propias decisiones. Spinoza, Schopenhauer, Nietsche o Marx, entre otros, no estaban de acuerdo con esta creencia.  Es evidente que este principio tiene profundas implicaciones religiosas, éticas, psicológicas, jurídicas y científicas. ¿Somos o no responsables de nuestras acciones? Por su parte, la Ciencia carece de evidencias sobre que el Libre Albedrío tenga una existencia objetiva. Solo la Física Cuántica y el Principio de Indeterminación de Heisemberg podría habernos llevado a creer, como han lecho algunos, sobre todo seguidores del New Age, que el determinismo ha sido contrarrestado por la nueva física, permitiendo a los individuos tener un cierto control sobre las cosas. Pero esto es una errónea interpretación, porque lo que la Física Cuántica señala es que a escala subatómica, los procesos no se encuentran determinados por la clásica causalidad física. Esto ha llevado a algunos a imaginar que es una manifestación del Libre Albedrío.
¿Qué hemos de pensar entonces, estamos sometidos a un ciego e implacable determinismo, o somos los dueños de una absoluta libertad de decisión?
Aquí, como en tantas cosas en este Trabajo interior, basado en “niveles de realidad”, todas las cosas son siempre relativas. Intentaré explicar que significa esto con un juego, el juego del ajedrez y su simbolismo.
El ajedrez es un juego que tiene su origen en la India, y llegó a la Europa medieval a través de los persas y los árabes. La expresión “jaque mate” deriva del persa “shâb” (Rey) y el árabe “mât” (ha muerto). Durante el Renacimiento se produjeron algunos cambios: la pieza que representaba al Consejero del Rey fue cambiada por una Reina y los elefantes por Alfiles, a los que se les dio más movilidad. El juego se hizo más abstracto, alejándose algo de su modelos original, la estrategia, que se percibe el los dos ejércitos enfrentado y colocados en orden de batalla tal como se enfrentaban los ejércitos en la India Antigua. Las tropas ligeras, los peones, cubrían la primera línea; el grueso del ejército estaba formado por tropas pesadas: carros de guerra (torres), caballeros (caballos), elefantes de combate (Alfiles), el Rey con su Consejero (Reina) permanecen en el centro de las tropas.
Pero tan importante como los dos ejércitos, o más, es el Tablero. Un “Vâstumandala”, que tiene el mismo trazado de un templo o una ciudad. Para el pensamiento Hindú, el tablero es el “campo de acción” de las “fuerzas divinas” donde se enfrentas los “devas” y los “asûras”, los dioses contra los titanes, o los ángeles contra los demonios, según el contexto mítico al que hagamos referencia. Todos los demás significados del juego se derivan de este combate.
El historiador árabe Al-Mas´ûdî (vivió en Bagdad en el S. IX) es quién en su obra “Las Praderas de Oro” no ofrece la descripción más antigua conocida de este juego. Atribuye su invención y codificación al rey hindú Balhit, descendiente de Brahmán. En la India antigua, además de la casta de los brahmanes, existió una dinastía con este nombre; pero que el tablero esté constituido por un cuadrado de 8 x 8 casillas cuadradas, denota su origen brahmánico. Por otra parte su simbolismo guerrero se refiere a la otra casta, la de los Kshatriyas, la de los príncipes y nobles. El juego es también una alegoría de los Signos del Zodiaco, consagrando cada pieza a un astro. Los hindúes consideraban ocho planetas: el sol, la luna, los cinco planetas visible a simple vista y “Râbu”, el “astro oscuro” de los eclipses. Cada uno de estos planetas sigue una de las ocho direcciones del espacio.
Según la descripción de Al-Mas´ûdî las casillas tienen un misterio: a partir de la primera se produce una progresión geométrica, explicada por la conocida historia de poner un grano de trigo en la primera casilla, dos en la siguiente, cuatro en la tercera, y así sucesivamente hasta llegar a la 64 casilla, donde habría que poner la friolera de 18.446.744.073.709.551.616 (dieciocho trillones y pico) granos. El simbolismo más clásico del Tablero expresa el despliegue del espacio según el cuaternario y el octonario de las direcciones principales, sintetizando los dos ciclos complementarios del Sol y de la Luna: el duodenario del Zodiaco y las 28 Mansiones Lunares.
El Vâstu-mandala representado a continuación es una variable con 9 casillas de lado, pero es la misma estructura que el de 8 x 8 casillas. El campo central del mandala representa el “Brahmâsthbana”, la “estación o la casa de Brahmâ” ; en el diagrama de 64 cuadrados ocupa los cuatro cuadrados centrales. Los cuadrados situados alrededor de este “campo de Brahma” son asignados a las 12 divinidades solares; el borde de 28 casillas corresponde a las 28 mansiones lunares. Por otra parte, el número de casillas del Tablero es un submúltiplo de un ciclo fundamental, 25.920, los años de la Precesión Equinoccial, el Gran Año de Platón.


Así que cada fase de un ciclo “fijada” en el Tablero se encuentra regida por un astro y, al mismo tiempo, simboliza un aspecto divino simbolizado por un Deva. También los budistas describen el universo como una tabla de 8 x 8. Es decir, que el tablero no solo simboliza el “Mundo Visible”, sino también el “Mundo Invisible” del Espíritu, la Divinidad en sus múltiples aspectos. Los hindúes explican “por cálculos [basados en el tablero], la marcha del tiempo y los ciclos, las influencias superiores que ejercen sobre este mundo, y los lazos que las vinculan al alma humana”. (Al-Mas`ûdî). Este simbolismo fue conocido por Alfonso X el Sabio de Castilla tal como lo expresó en sus “Libros de Acedrex” (1283).
 
 Así pues, el mundo sensible, en su expansión completa, nos presenta la multiplicación de las cualidades inherentes al espacio a través del tiempo. El Tablero deriva de la división del tiempo por el espacio ya que su génesis parte del ciclo celeste, dividido por los ejes cardinales y después “cristalizado” en una forma regular.
“… en el lugar elegido para la construcción del templo, se erige “un pilar” y se traza un círculo alrededor a guisa de gnomon: la sombra del pilar proyectada en el círculo indicará, por sus posiciones extremas de la mañana a la tarde, los puntos unidos por el eje este-oeste (fig. A y B). Alrededor de estos mismos puntos se trazan a continuación, con un compás hecho con una cuerda, círculos gemelos que se entrecortan en forma de “pez”, que marcará el eje norte-sur (fig. B).
Otros círculos, centrados en cuatro puntos de los ejes obtenidos, permiten fijar, por sus intersecciones, las cuatro esquinas de un cuadrado; éste se presenta, así como la “cuadratura” del ciclo solar, cuya imagen directa es el círculo del gnomon (fig. C)
 
Este rito de la orientación es de un alcance universal. Sabemos que fue practicado en las más diversas civilizaciones: antiguos libros chinos la mencionan, y Vitruvio nos enseña que de esta manera establecían los romanos el cardo y el decúmanus de sus ciudades… Se habrá observado que las tres fases del rito corresponden a tres figuras geométricas fundamentales: el círculo imagen del ciclo solar, la cruz de los ejes cardinales, y el cuadrado que de ellos resulta. Son los símbolos de la gran tríada extremo-oriental Cielo-Hombre-Tierra, siendo el Hombre, en esta jerarquía, el intermediario entre el Cielo y la Tierra, principio activo y principio pasivo, exactamente igual que la cruz de los ejes cardinales es el intermediario entre el ciclo ilimitado del Cielo y el cuadrado terrestre.”
Titus Burckhardt, “El Templo, cuerpo del hombre divino”. En “Etudes Traditionnelles”, 1951.
El Tablero es, pues, el reflejo invertido del espacio-tiempo sintetizado en él. Ello le confiere un alcance ontológico.
Desde otro punto de vista, el Tablero-Mundo se encuentra entretejido por tres cualidades fundamentales o “gunas”, y las piezas representa el tejido de estas cualidades representadas por estos gunas, puesto de manifiesto en la alternancia de los colores de las piezas originales: verde, rojo, negro y blanco, que se corresponden a los cuatro elementos: aire, fuego, tierra y agua y los cuatro humores orgánicos. Los cuatro cuadrados, dispuestos alrededor de un centro no manifestado, son el símbolo de las fases cardinales de todo ciclo. Mientras que la alternancia de casillas blancas y negras, revelan su significado cíclico de la polaridad, como el Yin y el Yang, que interactúa en nuestro universo. Por lo mismo, también simboliza al “Purusha”, el Espíritu Universal, a la vez inmutable y trascendente del Cosmos. Igualmente es un símbolo de la existencia del “Vâstu-mandala” (el Mundo), considerado como soporte de las manifestaciones del Espíritu. La geometría del símbolo representa al Espíritu y su extensión cuantitativa en la existencia o materia, la materia oscura y tenebrosa, raíz del dualismo existencial y representada por Kali.
Este sentido dual que caracteriza al Tablero y que de forma más o menos explícita es posible encontrar en cualquier símbolo, como el del combate entre Devas y Asuras, que el Ajedrez representa, tiene como fin último el dominio y control del Mundo. Aquí es donde la alternancia de los colores blanco y negro de las casillas del Tablero adquiere  todo su valor. El blanco simboliza la Luz; el negro a las Tinieblas, profunda e inseparablemente entretejidas en el Tablero. La guerra que se escenifica en él es una “guerra santa”, una guerra entre nuestra parte externa (las figuras negras) y nuestra parte interna (las figuras blancas). Dándole un significado a las figuras blancas, el Rey será el corazón o Espíritu y las demás figuras que le rodean y protegen serán las facultades del alma. Sus movimientos se corresponden a las diferentes maneras de llevar a cabo las posibilidades cósmicas que se hallan representadas en el Tablero: el movimiento axial de las Torres, el movimiento diagonal de los Alfiles, que siguen un solo color; el movimiento complejo de los caballos representa a la intuición. Mientras la marcha axial que corta los colores es lógica y viril, la marcha que se corresponde a una continuidad existencial, es femenina. La otra cara de estos significados correspondería a las figuras negras.


Lo que más fascinación ha causado a las castas de señores y guerreros, no importa el lugar y el tiempo, es esa extraña relación que existe entre la Voluntad y el Destino. Y, precisamente, esta relación es lo que el Juego del Ajedrez ilustra. En cada fase del juego, el jugador, el hombre cualquiera, es libre para elegir entre varias posibilidades; pero, ¡cuidado!, cada movimiento atraerá una serie de consecuencias ineluctables, de modo que la “necesidad” pone límites a la libertad de elección, límites que se irán estrechando conforma avanza el juego, conduciendo a un resultado ineludible, que no depende del azar, sino de las leyes rigurosas que rigen el Tablero.
Y con esto llegamos al meollo de esta cuestión. No ya la relación que existe entre Voluntad y Destino, sino la que existe entre Libertad y Conocimiento. Cada jugador salvaguardará su libertad de acción solamente en la medida en que sus decisiones coincidan con la “naturaleza del juego” y con las posibilidades que el propio juego implica. La Vida es un Juego Infinito (James P. Carse. “Juegos finitos  y juegos infinitos” Filósofo y escritor neoyorquino). Es decir, con la adquisición del “Conocimiento” de todo lo que el Tablero, sus piezas y el juego implican: el valor de las figuras, sus movimientos, las leyes que los rigen, etc. Por decirlo de otra manera: la libertad de acción es aquí hermana del conocimiento de las posibilidades, de la previsión; e, inversamente, la ignorancia, el impulso ciego, por muy libre y espontáneo que parezca en un primer momento, se traduce en una no-libertad que me lleva a perder el combate.
El Ajedrez es un arte, una arte esotérico para gobernar nuestro mundo externo e interno; contiene todas nuestras posibilidades, que requieren de nuestra sabiduría. La Enseñanza y el Juego del Ajedrez coinciden en señalar que la verdadera Sabiduría consiste en una identificación, mayor o menor, con el Espíritu que encierra y se mueve por el Tablero. Por el conocimiento (de nuestro mundo externo e interno) se accede a la Vedad, y por ella el hombre se hace libre; fuera de ella, somos esclavos de nuestro Hado. El jugador (“kshatriya”) que se “entrega” a su Espíritu, no encuentra en el juego solo un pasatiempo, o un medio para sublimar su carácter, sino también, en la medida de su capacidad intelectual, un camino, una vía que conduce de la acción a la visión.
Una pegunta aún. ¿Podemos escapar del Destino?
La verdad es que no lo sé. La información del pasado, sea mítica o esotérica así lo postulan. Pero mi comprensión de un estudio profundo del Rayo de Creación y mi propia intuición me dicen otra cosa. Ya sabemos que el Sol, o loa Seres que están detrás de ese símbolo nos crearon, junto con la película orgánica que cubre la Tierra con una finalidad, pero también sabemos que los “Seres Solares” le dieron al hombre la posibilidad de, por sí mismos, elevarse hasta el nivel del propio Sol. Una vez alcanzado ese nivel nos igualaríamos al nivel de conciencia del Sol : “El padre (el Sol) y yo (el Hijo del Hombre que se ha convertido en un Hijo de Dios) somos Uno”. Ese es nuestro Destino inmediato. Y mientras no lo consigamos ese Destino será ineludible para nosotros. Pero dentro del Rayo de Creación, el Sol (los Seres Solares), sujetos a 12 órdenes de Leyes, tiene otro Destino, el hacerse Uno con el Ser Galáctico, sujetos a 6 órdenes de Leyes tan solo, y así hasta alcanzar el nivel del Absoluto. Así que el Destino cambia cada vez que se asciende en la escala representada por el Rayo de Creación. Lo que el Rayo de Creación también muestra es que todos los Destinos, se encuentran bajo el Destino Único del Absoluto, sea lo que fuere el Ser que se esconde tras ese símbolo del que las tradiciones señalan que nada puede decirse.
Volvamos, por un momento, y para terminar, a la Esencia. Un niño pequeño no tiene aún personalidad. Es, en realidad, Esencia; Esencia recubierta por un pequeño cuerpo de carne que aún ha de desarrollarse. Lo que podríamos calificar como sus deseos, gustos, simpatías o antipatías, solo expresan su Ser tal cual es su Esencia en ese momento y el nivel que ésta haya adquirido a través de sus recurrencias. Pero desde el momento en que comienza a ser “educado”, la personalidad comienza a formarse. Su personalidad se irá formando, en parte, por las influencias proyectadas por las gentes que le rodean y le irán rodeando con el paso del tiempo; y, en parte, por la imitación (un acto que no es voluntario) del propio niño. En la creación de su personalidad, también desempaña un papel importante las resistencias que ponen las gentes que le rodean a explicarle sobre las sensaciones y percepciones internas que el niño recibe, seguramente porque los que le rodean son ignorantes de lo que ocurre en su mundo interno y, también, el intento deliberado de ocultarle al niño todo lo que se refiere con este mundo interno.
Lo auténtico, lo real en el hombre es su Esencia; lo que él llama su persona es algo externo y circunstancial.  A medida que su personalidad crece, la Esencia mengua y se debilita. A menudo, la Esencia detiene su crecimiento en edad muy temprana y ya no crece más. Es bastante común que la Esencia de un hombre adulto, incluso de una persona muy inteligente, con sus títulos y masters universitarios, se haya detenido a una edad muy temprana. En otros casos, la Esencia de un hombre puede crecer paralelamente a su personalidad. Tales casos son excepcionales y raros. La regla general es que no solo la Esencia, sino también la personalidad, se encuentre escasamente desarrollada. Ni siquiera nos damos cuenta que toda nuestra vida, eso que llamamos civilización, así como lo que llamamos ciencia, filosofía, arte, política, todo ello, son creaciones de nuestra personalidad, y por lo tanto sigue siendo algo externo, no nos es propio internamente.
Por regla general, incluso la Esencia del hombre es primitiva, salvaje e infantil, o simplemente entupida. Solo el Trabajo sobre uno mismos desarrolla y hace crecer la Esencia. Pero el hombre carece de Voluntad, por ello no puede “hacer”, ni hacerse así mismo. Carece de Voluntad para controlar lo que cree sus acciones libres, aunque si tiene algo de voluntad para someterse y obedecer la voluntad de otros. Al carecer de Voluntad para acometer un Trabajo Interior, se encuentra siempre bajo la Ley del Accidente.
Hay un momento muy importante en este trabajo. Aquel en que por primera vez distinguimos la diferencia que existe entra nuestra personalidad y nuestra Esencia y se establece un primer contacto conciente con nuestro Yo Real.
 


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