viernes, 10 de mayo de 2013

Los Espíritus Sanos. 3ª Parte.




Los espíritus sanos
  3ª Parte

8.- Aprender a comprender.

Para adquirir una nueva forma, para tener la capacidad de comunicar ideas y conocimientos, hemos de aprender a comprender lo que somos.
¿Por qué hemos de hacerlo?
Porque la Naturaleza nos desarrolla hasta un cierto punto en la Matriz Paraíso, y luego nos sitúa en una Matriz social para que el hombre continúe ese desarrollo con su propio esfuerzo.
Este nuevo desarrollo o evolución del hombre significa que hemos de desarrollar en nosotros ciertas cualidades interiores, ciertas características que, habitualmente, permaneces en estado embrionario al no poder desarrollarse por si mismas.
La experiencia demuestra que éste desarrollo no es posible a menos que se produzcan unas condiciones especiales, que a su vez exigen esfuerzos también especiales; pero, sobre todo, la ayuda por parte de aquellos que aprendieron antes que uno un trabajo del mismo orden y alcanzaron cierto grado de desenvolvimiento: los que integran el “Círculo Humano de Conciencia

(...)

Sin el propio esfuerzo y sin esta ayuda, la evolución y el desarrollo más allá de lo que nos proporciona la Matriz Social no es posible.
Pero la Vida nos empuja a ello. La Vida nos empuja a convertirnos en algo diferente a lo que somos o a lo que creemos ser. Nos empuja a cambiar de forma Y este convertirse en algo diferente es cuestión de esfuerzo personal.
¿Qué es ser algo diferente?
Descubrirlo es el motivo de que tengamos que aprender y por el que necesitamos una mayor comprensión. “Nacer por segunda vez”, “volverse como niños”, “hasta que lo de dentro no sea como lo de fuera”, son los símbolos o las metáforas del por qué necesitamos un nuevo aprendizaje y una mayor comprensión. Y, aunque todos pueden convertirse en algo diferente, algunos, muchos, no lo desean.
Es preciso desearlo, hay que sentir un profundo deseo de ser diferente a lo que uno es, y hay que desearlo por mucho tiempo, porque todo depende de la intensidad de ese deseo. Todo depende que lo que uno puede aprender para comprender cual es su situación real en la vida; y de lo que puede dar y sacrificar, para conseguirlo. Sin estos requisitos no hay nueva evolución, no hay evolución espiritual. Quiero repetir una vez más que espiritual nada tiene que ver con las religiones, sean las que fueren, sino que tiene que ver con esa parte inmaterial que somos y con su evolución.
Para llegar a ser algo diferente a lo que somos, es necesario que primero descubramos cual es nuestra condición actual en el mundo. Este desconocimiento de lo que realmente somos es el problema que tenemos que solucionar si queremos llegar a ser algo diferente, y ser algo diferente significa ser un ser humano total, algo que aún no somos.
 La primera interrogante es, pues, ¿cuál es nuestra actual condición en el mundo? ¿Hasta que punto nos conocemos? ¿Conocemos nuestros prejuicios sobre el hombre, sobre la naturaleza, sobre Dios o el espíritu o como queramos llamarlo?
Este desconocimiento de nosotros mismos hace que nos atribuyamos, que creamos tener el conocimiento de si, el tener un yo permanente, el poseer individualidad, el de constituir una unidad, el de tener conciencia completa, el de tener voluntad. Porque la realidad es que esas cosas aún no existen como algo permanente en nosotros. Si esa facultades del espíritu fueran una realidad permanente en nosotros, seríamos algo diferente a lo que somos, seríamos espíritus sanos.
¿Cuál es nuestra condición en el mundo?
Existe una parábola que lo explica. Aclaro que una parábola, a diferencia de las palabras normales que se emiten para ser captadas exclusivamente por la mente externa, es un mensaje que habla simultáneamente a la mente y a los sentimientos. La “Parábola del cochero, el carruaje y el caballo”. La conocí en la orden Martinista, aunque la encontramos en otras tradiciones.  Esta parábola nos dice cual es nuestra posición en el mundo.
En la parábola, el hombre-persona aparece simbolizado a través de una triple constitución. La mente es el “cochero”; nuestro cuerpo emocional o nuestras emociones, están simbolizadas por el “caballo”; y nuestro cuerpo físico es representado por el “carruaje”.
Esta parábola nos cuenta una historia. Nos dice que el cochero, nuestra mente, la mente del hombre, se encuentra en una taberna, que simboliza el Mundo. Dentro de la taberna, el cochero gasta su dinero (energía) emborrachándose con las imágenes y las ilusiones que el Mundo le ofrece y que, en su estado de embriaguez, él toma como reales. Tan embriagado se encuentra que el cochero no quiere ni puede salir de la taberna-mundo. A causa de ello, el caballo, su realidad emocional , uncido al carruaje, permanece fuera de la taberna sin que se ocupen de él y sin recibir ningún alimento, por lo que se encuentra famélico. Y el carruaje, símbolo de nuestro cuerpo físico, no se encuentra en mejores condiciones, ya que no se cuida hace mucho tiempo y su estado es lamentable (enfermedad).
Como les decía, esta parábola ilustra cual es nuestro estado y nuestra situación en el mundo. Esta realidad es lo primero que tenemos que conocer y comprender. El hombre, absorbido por los placeres, o las desdichas del mundo, está ebrio, que es lo mismo que decir que está dormido. Su mente se encuentra embriagada de lo que él llama realidad. En ese estado, el cochero, la mente del hombre, sueña o imagina que esa realidad que percibe a través de sus embotados sentidos es la única realidad que existe. Las consecuencias de este su estado de embriaguez se hacen evidentes: su realidad emocional y sus sentimientos, caballo, se han pervertido, corrompido y embrutecido y, sin que el cochero se de cuenta de ellos, se van muriendo poco a poco. Y su cuerpo físico, el carruaje, se ha ido enfermando y deteriorado a causa de sus ideas nebulosas y equivocadas a la par que estas se iban somatizando.
¿Nos hemos parado un momento a reflexionar lo que es la taberna-mundo, aquello que esta simboliza? ¿Hemos reflexionado sobre lo que es la bebida que embriaga al cochero? ¿Qué embriaga nuestras mentes? Y, por supuesto, ¿pensamos qué simboliza la ebriedad, aquello que nos impide pensar y tener conocimiento y comprensión de nuestro estado? ¿Habéis pensado, en el supuesto que nuestro estado de embriaguez nos permita pensar, cómo salir de esa situación, suponiendo también que uno decida querer salir? Decidir querer salir, está antes que salir. Si primero no tomamos la decisión de querer salir, ¿cómo podremos despertar de la ilusión del sueño producido por la ebriedad?
Supongamos que nuestra mente, el cochero, puede despertar por si mismo hasta un cierto nivel y que, veladamente, puede atisbar que es lo que le sucede. Supongamos que esa chispita de lucidez y comprensión (iluminación, la llaman algunos) le permite darse cuenta de sus ilusiones y le permite tener el deseo de querer salir de esa situación. Supongamos también que percibe cual es el estado de deterioro de su realidad emocional, el caballo y de su cuerpo físico, el carruaje. Y, supongamos, lo que sería ya mucho suponer, que también percibe que, aun en el caso de que logra pueda salir de la taberna, tendrá que ascender al pescante (un lugar elevado en su realidad física). El problema es que al haber descuidado su carruaje, el estribo para ascender al pescante se ha roto. Aún suponiendo que logre subir, tendrá que coger las riendas, pero estás ya no existen porque se las han robado, por lo que no podrá dirigir, desde ese lugar elevado llamado pescante en la parábola, al caballo para que este tire del carruaje, su cuerpo físico.
De nada sirve decir: “mañana comenzaré una nueva vida”, “mañana dejaré de fumar”, “mañana dejaré de beber”, “mañana dejaré de tomar drogas”;mañana dejaré de enfurecerme por que me han quitado el trabajo”, mañana… Nuestra vida está llena de cosas que haremos mañana cuando nos libremos de la embriaguez de vivir a través de la satisfacción que nos proporcionan nuestros cinco sentidos externos; ya que mañana seguiremos gastando nuestra dinero, el poco o mucho que tengamos (nuestra energía física y psíquica) en proporcionarle más satisfacción a nuestro mente (nuestro cochero). Incluso cuando decimos que estamos enfermos, sin ánimo, llenos de emociones negativas, seguimos gastando incontables cantidades de energía en satisfacer las extrañas ideas e imágenes que tenemos sobre nosotros mismos y sobre lo que experimentamos.
Si este símbolo, si esta parábola, describe nuestra situación real en el mundo, tenemos un problema. El problema es que por nosotros mismos no podemos despertar, no podemos salir de la taberna, por muchas ilusiones que nos hagamos, por mucho que imaginemos, que si lo hacemos.
Necesitamos un despertador.
Cuando llega la hora en que la Vida nos exige que despertemos, las leyendas, las parábolas y las antiguas Tradiciones, dicen que hacia los 40 años, desde el otro lado de de nuestro espacio-tiempo personal, en ese lugar interior donde se inscribe el Círculo de la Humanidad Consciente o Despierta, es emitido un sonido para que el hombre, cada hombre tomado individualmente, despierte. Un sonido que suele manifestarse como algo brusco que surge en nuestras vidas. Ese sonido nos llena de inquietud, de insatisfacción y desasosiego. Y, ese estado nos lleva a buscar una respuesta, un significado, una comprensión de de lo que significa ese sonido  que no sabemos lo que es.
Volvamos a la parábola. Cuando se les pide a las gentes que participan en una Heptada de Trabajo en la Orden Martinista u en otra Orden Esotérica, que interpreten esta parábola una vez que les han dados las claves de las correspondencias principales, no pueden evitar, tan es nuestro estado de embriaguez mundana, el interpretarla literalmente. Ello se debe a nuestra falta de comprensión  sobre nuestra propia realidad personal, sobre el hecho de permanecer aún dormidos, o soñando que despertamos, cuando nuestra realidad es que aún nos hemos salido de la taberna.
Primero necesitamos comprender, ante nuestro impulso de hacer algo, es un hecho que, en nuestro estado de ebriedad, no podemos percibir. No podemos percibir que nuestra personalidad, cuyo centro es el ego (nuestro yo personal es el centro de nuestra personalidad y esta lo usa para relacionarse con lo exterior, con lo que no es “no-yo”), no es el verdadero Yo del Ser que somos; y tampoco comprendemos que esa persona que creemos ser nada puede hacer para solucionar el problema, ya que para poder hacer algo a este respecto es necesario primero ser. Ser un espíritu sano.
En esta idea está el “quid” de la cuestión. Y si no lo descubrimos, por mucho que creamos hacer (meditar, yoga, ejercicios de respiración, alimentación macrobiótica, convertirnos en activistas políticos o religiosos, etc., etc.), la insatisfacción, la angustia y el desánimo, volverán, tarde o temprano, a anidar en nuestro corazón al cabo de algún tiempo.
Lo que la llamada del despertador exige de nosotros es que vayamos más allá de nuestra naturaleza, que accedamos a otra conciencia, que subamos al pescante, que accedamos a otro nivel de comprensión, desde el que podamos recibir las ideas que el Círculo de la Humanidad Consciente trata de introducir en nuestras mentes, a fin de que sanemos y permitamos que nuestro espíritu se fusiones con nuestra personalidad.
Si supiéramos leer en el Libro de la Naturaleza, comprenderíamos el problema. En la Naturaleza nadie hace nada. En ella todo sucede. Y sucede porque los ciclos y las leyes que la regulan hacen que las cosas sean así y no de otra manera. El olvido y el desconocimiento por parte del hombre de estos ciclos y leyes son la causa de que nuestro planeta se encuentre al borde del desastre.
Nuestro yo personal, eso que llamamos nuestra persona, es un producto de esa Naturaleza; por ello, como tal, nada puede hacer, ya que se encuentra sometido a esas leyes. De ahí que, en el hombre, también todo suceda. Y sucede de la misma manera que la lluvia cae, porque la temperatura, la presión atmosférica y la humedad se han modificado en la atmósfera. Nadie llueve. Nadie hace nada para llover. Son acciones expresadas por verbos impersonales que carecen de un sujeto que las realice. Por ello, entre las extrañas ilusiones que soñamos en nuestro estado de embriaguez está la ilusión de que podemos hacer. Podemos hacer meditación (aunque Krishna dijo que “solo el alma medita”), podemos hacer servicios (recordar el texto el Hermano Silencio), podemos hacer cursos para alcanzar la iluminación, podemos hacer obras de caridad, podemos hacer el bien al prójimo, podemos hacer de personas comprensivas, bondadosas y misericordiosas, podemos manifestarnos contra la injusticia… ¡Hacemos y queremos hacer tantas cosas!
En realidad lo único que hacemos es hacernos la puñeta los unos a los otros.
Hasta que cambian las condiciones atmosféricas.
Entonces, un nuevo acontecer sucede, al igual que se derrite la nieve bajo el sol. Desde este nivel de embriaguez somos Naturaleza, y todo lo que nos acontece se encuentra movido y condicionado por dichas Leyes. Al no tener control sobre ellas, carecemos de poder para modificarlas.
Tal como somos, el hombre carece de poder para servir, para sanar, para arreglan el mundo porque imagine o crea que puede hacerlo, ya que todo ello sucede mecánicamente. Esta es una idea muy difícil de aceptar, porque está soportada por una de nuestras más fuertes ilusiones: la ilusión de que ya somos el Hombre.
¿Lo somos realmente? ¿Somos el Hombre?
No. Solo somos semillas, semillas de Hombres. Las ideas que conforman eso que hemos llamado Tradición, y que proceden del Círculo de la Humanidad Consciente, dicen que esas semillas  han sido sembradas en la Tierra para que germinen y den fruto; y, cuando desarrollen la totalidad de su conciencia, serán el Ser que realmente somos individualmente y colectivamente. Nadie comprende que lo que se hace de una cierta manera, simplemente ha sucedido, porque una ley de la Naturaleza (por mucho que crea la Ciencia que las conoce, no las conoce todas) está actuando. Los aconteceres que nos surgen al paso en la vida, toman el único camino que pueden seguir, porque siguen esas leyes o esas influencias externas e internas que regulan el acontecer. No, nosotros, tal como somos, no tenemos poder sobre ellas.
¿Han logrado entender esto? ¿Han tendido un puente que esa idea pase hasta sus mentes y ahí la puedan pensar, reflexionar y trabajar?
Entonces podrán entender también que cuando respondemos a la llamada del despertador que causó nuestra insatisfacción, y que nos llevó a desear cambiar de dirección, lo hicimos, en una primera instancia, haciendo lo que hacemos todos los días, es decir, desde el mismo estado de conciencia dormida que nos caracteriza. Creímos que nuestro nuevo movimiento podía seguir discurriendo entre y con las ideas y pensamientos que mueven nuestro diario y doliente vivir, con nuestras ideas mecánicas regidas por el acontecer. Aún no hemos entendido aquello de “Mi reino no es de este mundo”, porque lo hemos interpretado literalmente.

Creemos movernos en alguna otra dirección cuando, simplemente, nos trasladamos externamente de un lugar a otro lugar, horizontalmente. No subimos al pescante, no nos transformamos internamente, no nos transcendemos.

Volvamos a imaginar que la mente del hombre, despierta de su embriaguez, sale de la taberna y es capaz de situarse en esa posición más elevada llamada pescante, desde donde el cochero puede dirigir al caballo, sus impulsos emocionales, los que movilizan su energía, para que éste tire del carruaje, su cuerpo físico. Pero he aquí que el cochero descubre con sorpresa que las riendas con las que tiene que dirigir al caballo no están. Ha pasado tanto tiempo en la taberna-mundo que las riendas han desparecido, bien porque nunca las hubo, bien porque se han deteriorado y pulverizado, bien porque las han robado.
Si el caballo es nuestra realidad emocional y el cochero es muestra mente, nos daremos cuenta que las riendas son algo que permite poner en conexión el pensamiento con las emociones. Por ejemplo: deseamos y resolvemos mentalmente comportarnos de cierta manera, por ejemplo, cambiar una actitud negativa, “no perder las riendas ni los estribos”, decimos. Pero cuando surge la situación real, vemos que nuestro pensamiento, nuestra mente, no tiene ningún control sobre nuestras emociones.  Es decir: no podemos controlar al caballo.
En la parábola, esta carencia de control, significa que no hay riendas entre el caballo y en cochero.
¿Por qué fracasamos a pesar de haber decidido no entregarnos a ciertos comportamientos? ¿Por qué seguimos llenos de prejuicios, de intolerancia y de violencia? ¿Por qué no podemos controlar a nuestro caballo personal? ¿Por qué su comportamiento sigue siendo independiente, a su aire, a pesar de lo que ha decidido nuestra mente?
El problema es que el cochero y el caballo hablan distintos idiomas, diferentes lenguajes. Por ello, el caballo, nuestra realidad emocional, no comprende los pensamientos ni las órdenes del cochero que, generalmente, toman la forma de palabras-ideas. Nuestro pensar ordinario adopta la forma del lenguaje hablado que usa conceptos o palabras tales como “seré decidido”, “no me importa lo que digan otros”, “no seré negativo”, “no reaccionaré violentamente”, “voy a cambiar”… Pero cuando surge el acontecer de cada momento, el “Pan nuestro de cada día”, el caballo se desboca, o se echa la siesta, o se planta. El cochero sabe. El caballo no-sabe. El cochero tampoco sabe como controlar el caballo pues le faltan las riendas para transmitirle las órdenes al caballo y hacerse entender. Aunque el cochero hable inglés, francés o pakistaní, el caballo no conoce ninguno de estos idiomas, no conoce el pensamiento verbal, solo habla el lenguaje del relincho. Por ello, mucha gente, identificada con su lado emocional, el caballo, decide prescindir de su mente. Entonces entra en el desvarío.
Les pregunto: ¿Alguno tiene idea de lo que son las riendas?
Para averiguarlo es necesario comprendernos y no olvidarnos que estamos hablando sobre el despertar del cochero, el cual ha oído la llamada del despertador y ha decidido salir de la taberna. Hablo de la gente que ha decidido escapar del sueño, de la ilusión, la vanidad y las falsas imágenes que tienen de sí mismos. La gente que ha comenzado a ver lo falso de su personalidad presente, una personalidad que es objeto de compra-venta en el mercado de las personalidades. Las gentes que perciben que no son en absoluto lo que imaginaban ser.
¿Qué significa esta primera etapa del despertar?
Al cabo de algún tiempo de estar en este trabajo de despertar, es posible descubrir a gente cuyo estado de sueño o embriaguez aún es más profundo que el nuestro; a gentes que están embriagados  de su propia importancia, que creen que pueden hacer cualquier cosa que se imaginen, porque ellos son más listos e inteligentes, porque ellos si están despiertos y bien despiertos. Dichas personas no harán nada para despertar. Seguirán en la taberna, donde seguirán teniendo una maravillosa opinión de si mismos, y donde creerán que tienen voluntad, que pueden hacer lo que les venga en gana, que son eficientes, que saben lo que les conviene, que tienen un yo permanente y verdadero… Y, a no ser que despierten de estas profundas ilusiones, que sientan su impotencia y nadidad, nunca serán capaces de subir al pescante.
Así, pues, hablemos de las gentes que han empezado a despertar y que se esfuerzan por subirse al pescante, un lugar sobre el suelo, un lugar elevado, más alto que su realidad cotidiana, desde donde pretenderán controlar al caballo. Y, aunque aún sigan en la taberna, ya no están siempre embriagados, sino que alternarán su estado de embriaguez con estados de lucidez.
No les voy a explicar lo que son las riendas que comunican al cochero con el caballo. Averiguarlo es cuestión de un arduo y prolongado trabajo. Su significado depende de la realidad de cada uno. Se dice que el precio que hay que pagar por un Gran Conocimiento es un prolongado trabajo. Esto es lo que necesitamos para crear y empuñar las riendas. Para poder llevarlo a cabo, primero tenemos que dejar de preguntarnos lo que son las cosas, hemos de averiguarlas en nosotros mismos; segundo, tenemos que comenzar a trabajar sobre nosotros mismos; y, tercero, tenemos que hacerlo por mucho tiempo, hasta que lleguemos a comprender, en nosotros mismos, lo que son las riendas.
Las riendas no son algo que podamos construir mecánicamente. Necesitamos acceder a un tercer estado de conciencia. El primer estado es el de sueño, el segundo es el de vigilia y el tercero es el de recuerdo de si.
¿Se han preguntado por qué ciertas cosas han sido explicadas en las distintas Tradiciones a través de parábolas? Las parábolas son imágenes visuales. La historia de estas imágenes puede ser comprendida por nuestra mente, pero las imágenes en si lo son por nuestras emociones. Fueron creadas por el Círculo de la Humanidad Conciente para ayudarnos en nuestro despertar. La gente cree que el camino espiritual comienza al mismo nivel en el que se desenvuelve nuestra vida. Pero esto es falso. El Camino comienza en un nivel superior, mas elevado, al de la vida. Hay que subir al pescante, y esto es lo que no se comprende. Ese nivel superior no está en ningún lugar nebuloso, está dentro de nosotros, está en nuestra psicología y en nuestra conciencia.
En la vida, el hombre vive bajo la Ley del Accidente y del Acontecer, y bajo toda clase de influencias que son movidas por estas y otras leyes. Estas influencias (los nombres son simbólicos) pueden ser:
Influencias de la Vida: están grabadas en nosotros por la vida misma. Son las influencias de la raza, la familia, las costumbres, la nación, la educación, la fortuna, el clima, la sociedad, las ideas etc.
Influencias del Cielo: son creadas fuera de la vida. Nos llegan desde el Círculo de la Humanidad Consciente. Han sido creadas bajo otras leyes, aunque para ser aplicadas sobre esta Tierra. Difieren de las anteriores porque son conscientes en su origen. Es decir, han sido creadas conscientemente por hombres conscientes y con fines concretos. Luego han sido sembradas en la vida con una meta definida; y, en la vida, al poco tiempo, se mezclan con las Influencias de la Vida. Al entrar en la vida, inevitablemente, se someten a la Ley del Accidente y, al poco tiempo, se vuelven mecánicas y literales, por lo que pueden actuar, o no, sobre tal o cual hombre. Con un poco de atención podremos distinguir unas de otras.
Necesitamos comprender. Todo depende de nuestro nivel de comprensión. El Camino Espiritual (el camino hacia nuestro espíritu) comienza precisamente en esta comprensión, en nuestra capacidad para distinguir las ideas transportadas por las Influencias del Cielo , de las ideas transportadas por las Influencias de la Vida. El hombre considerado normal vive en las condiciones llamadas normales, por lo que, en principio, la dificultad es la misma para todos. Esta dificultad consiste en separar en nosotros las dos clases de influencias. Si un hombre no las separa al recibirlas, no ve o no siente su diferencia, las ideas que las Influencias del Cielo transmiten, actuarán mecánicamente.

Pero si en el momento de recibir estas influencias, un hombre es capaz de efectuar la separación y discriminación necesaria, y pone a parte aquellas que no han sido creadas en la vida, entonces, además de hacerse más fácil en él esta separación, y de no confundirlas con las influencias de la vida, gradualmente, algo comenzará a aparecer en él, este algo es una nueva comprensión.
Al acumularse en uno las influencias ejercidas por estas nuevas ideas a través de la nueva comprensión, un centro magnético se desarrolla en nosotros, un centro magnético que atrae hacia nosotros a todas las ideas relacionadas entre si. Con ello, ese centro magnético crece con este nuevo alimento.

Si nuestro centro magnético” recibe suficiente alimento, y si los otros lados de nuestra personalidad, los que resultan de las influencias de la vida no ofrecen demasiada resistencia, estas nuevas ideas podrán, entonces, comenzar a influir sobre que orientación hemos de tomar, nos inducen a realizar un viraje y a ponernos en marcha en otra dirección.
Cuando ese centro magnético adquiere la fuerza y el desarrollo suficiente, estamos preparados para comprender la idea de un Camino, y comenzaremos a buscarlo. Esta búsqueda puede ocuparnos muchos años y no conducirnos a ningún sitio. Todo depende del nivel de conciencia que hayamos alcanzado en esta vida e, incluso en las anteriores recurrencias. Todo depende del poder y del impulso que traigamos, que tengan y hayan tenido nuestro estados interiores moldeados por la sucesión recurrente de nuestras vidas. Si nuestro centro magnético trabaja correctamente, si buscamos conscientemente, tarde o temprano encontraremos a otro hombre que conozca el camino, aunque solo sea en sus inicio, y que este conectado, directa o indirectamente, con el centro desde donde se emiten las Influencias del Cielo.
Las Influencias del Cielo que ayudaron a crear nuestro centro magnético son conscientes en su origen, pero al mezclarse en el torbellino de la vida y caen en la literalidad y mecanicidad, convirtiéndose en piedra. En el momento en que un hombre que busca el camino (y esta expresión no deja de ser un símbolo, pues no existe ningún camino concreto) encuentra a otro que lo conoce directa o indirectamente; ese momento, se llama, metafóricamente hablando, El primer umbral, o el primer peldaño. A partir de aquí comienza una escalera. Entre la vida y el camino se encuentra la escalera. Y solamente subiendo esta escalera que está dentro de nosotros, incluso simbolizada anatómicamente por nuestra columna vertebral, podemos encontrar nuestro camino, porque uno solo es el Camino. El hombre asciende esta escalera con la ayuda de su guía interior. No puede subirla por sí solo. Si el camino personal, el que le corresponde a cada uno, comienza en el primer peldaño de la escalera, El Camino comienza al final de la escalera, en un nivel por encima del nivel de la vida ordinaria y a partir de algo que no se encuentra en la vida ordinaria.
¿Cómo podemos saberlo?
Mientras asciende la escalera, nunca estamos seguros de nada, carecemos de seguridad sobre nuestras fuerzas, sobre la justeza de lo que hacemos, sobre lo que nos guía, sobre el saber y el poder de éste guía… Nuestra situación es muy inestable. Mas que ascender, parece que descendemos. Pero cuando se ha alcanzado y franqueado el último peldaño, y puesto sus pies en el Camino, todo cambia. Las dudas desaparecen y nuestro guía se hace mucho más sabio para nosotros.
Mientras ascendíamos por la escalera hemos ido percibiendo que, en ella, se encuentran otros que, como nosotros, también ascienden. La escalera tiene sus reglas, y una de ellas es que “nadie puede ascender un nuevo peldaño, si antes no ayuda a otro a que ascienda al peldaño que el deja. Por ello, cuanto más ascendemos, más nos encontramos bajo la dependencia de los que nos siguen. Si ellos se detienen, nosotros nos detenemos. En la escalera ya no somos un yo individualizado, sino un nosotros integrándose en un cuerpo nuevo llamado Humanidad. En la escalera” todos somos, a la vez, maestros y discípulos. Habiendo asumido el papel de discípulo tenemos que confiar en quien nos enseña algo; habiendo tomado el papel de maestro, poco importa que sepa mucho o poco de lo que enseña, siempre que sean Ideas Nuevas. Los resultados de su trabajo dependerán de este hecho: Las ideas que recibe y transmite han de proceder del Círculo de la Humanidad Consciente, ya ha tenido que comprender y aplicar así mismo esas ideas.
¿Peguntan si se puede reconocer un centro magnético falso?
No se puede. Por lo tanto es inútil preocuparse de ello. Más bien hay que preocuparse del verdadero y, para ello hay una conclusión: en el Camino Verdadero, el maestro siempre se corresponde con el nivel del alumno. Si el nivel del maestro es elevado, el del alumno también lo será. Pero un alumno nunca puede ver cual es el nivel del maestro. Esto es una Ley.
La Ley dice que nadie puede ver más allá de su propio nivel. Y como la mayoría de las gentes ignoran esta Ley, cuanto más bajo es el nivel de la gente, tanto más exigen un maestro superior. Comprender esto claramente, es ya comprender mucho. Por ello, aunque el discípulo tenga un nivel bajo, su orgullo y vanidad exige que un maestro que no sea una Buda, un Cristo, un Avatar o algo así, no es digno de él. Pero a esta persona no se le ocurre pensar que aunque lograran encontrar a una maestro como Jesús o Buda, no podría seguirlo, pues como discípulos tendrían que tener un nivel muy elevado.

Esta ley es inflexible. Cuanto más grande sea el nivel del Maestro, tanto más dificultades tendremos en seguirlo, y si la diferencia entre ellos excede un cierto límite, el alumno encontrará dificultades insuperables en el camino.
La Ley dice:
 El alumno no puede progresar sin maestro, el maestro no puede hacerlo sin el alumno.
 La vida pone juntos a maestro y discípulo.”
Lo que un hombre adquiere, inmediatamente debe darlo. Solo entonces se le dará más. De otro modo le será quitado aún lo que tiene.”
También es necesario saber que el desarrollo o evolución del hombre se realiza a través de dos líneas. La “Línea del Saber” y la “Línea del Ser”. Para que esta evolución se realice correctamente, ambas líneas deben avanzar juntas, paralelas la una a la otra, y sosteniéndose mutuamente. Si la “Línea del Saber” progresa demasiado y sobrepasa en exceso a la “Línea del Ser”, o si la “Línea del Ser” sobrepasa demasiado a la “Línea del Saber”, el desarrollo del hombre no se hará correctamente y tarde o temprano se detendrá.

Todos creemos comprender lo que debe entenderse por Saber, incluso podemos comprender que existan diferentes niveles de Saber, pero esta comprensión nunca la aplicamos al Ser. Para la mayoría, el Ser designa simplemente la existencia que se opone a la no-existencia. No se comprende que, como el Saber” también el Ser tiene niveles de Ser. Nadie comprende tampoco que nuestro grado de Saber depende de nuestro grado de Ser. Si nuestro Saber excede demasiado nuestro nivel de Ser, se vuelve teórico, abstracto e inaplicable a la vida. Se hace nocivo. Un Saber así no nos vale para satisfacer nuestras necesidades de evolucionar. Sería el saber de una cosa, pero mudo a la ignorancia de otra, el saber de la forma, ignorante de la esencia.
Dentro de los límites de un Saber dado, la cálida de su saber no se puede cambiar. Un cambio en la naturaleza de nuestro saber es imposible sin un cambio en la naturaleza de nuestro Ser. El equilibrio de ambos es imprescindible. Porque cuando el Saber predomina sobre el ser, el hombre sabe, pero no tiene poder de hace”. Es un saber inútil. Cuando el Ser predomina sobre el Saber, el hombre podrá hacer, pero no sabrá que hacer”. Y su hacer será inútil al Plan.
¿A qué conduce un desarrollo unilateral del Saber y del Ser?
A la realización de un hombre débil, el cual sabe mucho, pero no comprende lo que sabe. El desarrollo del Ser sobre el saber produce un santo estúpido. En ambos casos el hombre llega a un punto muerto.
Es indispensable comprender la relación que el Saber y el Ser tienen con la comprensión. El Saber es una cosa, la comprensión es otra. La comprensión no se puede incrementar por la sola acumulación de Saber. La comprensión es el resultado de una conjunción entre el Saber y el Ser. La comprensión crece en función del desarrollo del Ser.
Nuestro pensamiento ordinario es incapaz de distinguir entre Saber y comprensión. La comprensión aparece solamente cuando un hombre tiene el pensamiento, el sentimiento y la sensación de todo aquello que está vinculado con el Saber. Por ejemplo: Un hombre no puede decir que comprende la idea de mecanicidad cuando la sabe solo en su cabeza. Tiene que sentirla con toda su masa, exterior e interior, con su Ser entero. Solamente entonces comprenderá. Es algo profundo, sin atisbo de duda por ninguna parte.
Generalmente, cuando la gente se da cuenta de que no comprende una cosa, trata de encontrarle un nombre y, cuando lo ha encontrado y le ha puesto ese nombre, entonces dice que lo comprende. Pero esto no es así. Una de las razones de la divergencia entre la Línea del Saber y la Línea del Ser, en nuestra propia vida, es la falta de comprensión sobre estas cosas que estamos hablando y ello a causa del nivel del lenguaje que usa la gente.

Nuestro lenguaje ordinario, el de todos los días, está lleno de falsos conceptos, de falsas clasificaciones, de falsas aseveraciones, de falsas presuntas verdades. Es decir, es un lenguaje muy poco consciente, lleno de prejuicios, intolerancia y violencia. Pretende ser exacto, pero solo es vulgar e inconsciente y, además, se encuentra contaminado con los aspectos negativos de nuestra propia ignorancia. El lenguaje que habla a nuestro Centro Emocional, y que este puede comprende, simbolizado en la parábola por el caballo, se basa en el principio de relatividad y es un lenguaje simbólico que se desarrolla alrededor de una única idea: la idea de una evolución consciente y voluntaria de nuestra conciencia.
Todo, desde un Sistema Solar a un Hombre, o desde éste Hombre a un átomo, evoluciona conscientemente. Ya se que esto es una idea que le es extraña y que les suena raro. El lenguaje que permite la comprensión se basa en el conocimiento de la relación que la realidad examinada tiene con su evolución, con el reconocimiento de cual es su lugar en la escala evolutiva.
Si aplicamos esta idea a la palabra Hombre, veremos que hay distintos niveles de hombres. Hasta siete niveles:
 El Hombre Nº 1: Es el hombre físico. Casi toda su conciencia y toda su realidad se encuentra centrada en su existencia física.
 El Hombre Nº 2: Es el hombre emocional. Casi toda su conciencia y toda su realidad se encuentra matizada y filtrada por sus emociones.
 El Hombre Nº 3: Es el hombre mental. Casi toda su conciencia y toda su realidad se encuentra matizada y filtrada por su mente y lo que esta contenga.
 El Hombre nº 4: Este hombre no nace como tal. Se hace con el Trabajo y es el hombre que ha logrado equilibrar e integrar los tres aspectos de su naturaleza (el carruaje, el caballo y el cochero) haciendo que trabajen conectados.
 El Hombre Nº 5: Es aquel hombre que después de alcanzar la integración de su triple naturaleza, consigue que, según la parábola, el verdadero dueño del carruaje, del caballo y del cochero, el Espíritu que cada ser es, aparezca en la cabina del carruaje.
 El Hombre Nº 6: es aquel que se ha integrado al Círculo Humano de Conciencia.
 El Hombre Nº 7: sería aquel que ha alcanzado el más elevado, amplio y profundo desarrollo al que puede acceder un Ser en la forma de Hombre.
En cada uno de estos niveles tenemos comprensión y relatividad.
Según éste concepto de relatividad, todas las manifestaciones interiores y exteriores del hombre, todo aquello que le es propio, todas sus creaciones, las que hace conscientemente y las que no, se encuentra estratificadas en siete niveles. Así hay un Saber Nº 1, un Saber Nº 2, etc.
  El Saber del Hombre Nº 1 es el que sabe como un loro o un mono, es decir, el que se nos enseña en las instituciones educativas y detentadoras de este saber.
 El Saber del Hombre Nº 2 es el saber de lo que a cada hombre, según sus deseos, le gusta o le disgusta.
 El Saber del Hombre Nº 3 es el saber basado en el pensar, subjetivamente lógico, a través de las ideas  inmersas en las palabras. Nos da una comprensión literal. Su modelo es el ratón de biblioteca, el académico…
 El Saber del Hombre Nº 4 es un saber de una especie totalmente diferente. Es un Saber que procede de las ideas que le han llegado del Hombre Nº 5, el cual a su vez las ha recibido del Hombre Nº 6 y, éste, del Hombre Nº 7. Este Hombre Nº 4 asimila solo el conocimiento de lo que corresponde a su poder de transformar un saber ordinario y subjetivo en un saber objetivo.
 El Saber del Hombre Nº 5 es un saber totalmente indivisible, porque el Hombre Nº 5 posee un yo unificado e indivisible, un Yo Uno. Y todo su Saber pertenece a ese Yo. Un Yo que sabe que él es la Totalidad de su Ser.
 El Saber del Hombre Nº 6 representa la Totalidad del Saber accesible al Hombre, pero que, aún, puede perderlo.
 El Saber del Hombre Nº 7 es completamente suyo y nada ni nadie lo puede destruir. Él Es Todo.
 Con el Ser pasa lo mismo:
Tenemos el Ser del Hombre Nº 1, que vive de sus instintos y sensaciones.
El Ser del Hombre Nº 2, que surge de sus sentimientos y emociones.
El Ser el Hombre Nº 3, que surge de su mente racional y teórica.
Y así sucesivamente.
Esta relatividad del concepto Hombre nos permite comprender el por qué el Saber no puede estar muy alejado del Ser. Los Hombre Nº 1, 2 y 3, no pueden poseer el Saber” de los Hombres 4 y 5, aunque hayan hecho una carrera universitaria. Adquirirlo supone un esfuerzo, un trabajo de comprensión.
Podemos aplicar el mismo criterio de relatividad al Arte, a la Religión, a la Ciencia, a la Filosofía, a la Política, a la Economía…, e, incluso, a Dios.
Santa Cruz de Tenerife, Noviembre de 1989



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