Los espíritus sanos
3ª Parte
8.- Aprender a comprender.
Para adquirir una nueva
forma, para tener la capacidad de comunicar ideas y conocimientos, hemos de
aprender a comprender lo que somos.
¿Por qué hemos de hacerlo?
Porque la
Naturaleza nos desarrolla hasta un cierto punto en la Matriz
Paraíso, y luego nos sitúa en una Matriz social para que el hombre continúe ese desarrollo con su
propio esfuerzo.
Este nuevo desarrollo o evolución del hombre significa que
hemos de desarrollar en nosotros ciertas cualidades interiores, ciertas
características que, habitualmente, permaneces en estado embrionario al no
poder desarrollarse por si mismas.
La experiencia
demuestra que éste desarrollo no es posible a menos que se produzcan unas
condiciones especiales, que a su vez exigen esfuerzos también especiales; pero,
sobre todo, la ayuda por parte de aquellos que aprendieron antes que uno un trabajo
del mismo orden y alcanzaron cierto grado de desenvolvimiento: los que integran
el “Círculo
Humano de Conciencia”.
(...)
(...)
Sin el propio esfuerzo y sin esta ayuda, la evolución y el
desarrollo más allá de lo que nos proporciona la Matriz
Social no es posible.
Pero la Vida
nos empuja a ello. La Vida
nos empuja a convertirnos en algo diferente a lo que somos o a lo que creemos
ser. Nos empuja a cambiar de forma Y
este convertirse en algo diferente es cuestión de esfuerzo personal.
¿Qué es ser algo diferente?
Descubrirlo es el motivo de que tengamos que aprender y
por el que necesitamos una mayor comprensión. “Nacer por segunda vez”, “volverse
como niños”, “hasta que lo de dentro
no sea como lo de fuera”, son los símbolos o las metáforas del por qué
necesitamos un nuevo aprendizaje y una mayor comprensión. Y, aunque todos
pueden convertirse en algo diferente, algunos, muchos, no lo desean.
Es preciso desearlo, hay que sentir un profundo deseo de ser diferente a lo que uno es, y hay que
desearlo por mucho tiempo, porque todo depende de la intensidad de ese deseo.
Todo depende que lo que uno puede aprender para comprender cual es su situación
real en la vida; y de lo que puede dar
y sacrificar, para conseguirlo. Sin
estos requisitos no hay nueva evolución, no hay evolución espiritual. Quiero repetir una vez más que espiritual nada tiene que ver con las
religiones, sean las que fueren, sino que tiene que ver con esa parte
inmaterial que somos y con su evolución.
Para llegar a ser algo diferente a lo que somos, es necesario que primero descubramos cual es nuestra condición actual en el mundo. Este desconocimiento de lo que realmente somos es el problema que tenemos que solucionar si queremos llegar a ser algo diferente, y ser algo diferente significa ser un ser humano total, algo que aún no somos.
Para llegar a ser algo diferente a lo que somos, es necesario que primero descubramos cual es nuestra condición actual en el mundo. Este desconocimiento de lo que realmente somos es el problema que tenemos que solucionar si queremos llegar a ser algo diferente, y ser algo diferente significa ser un ser humano total, algo que aún no somos.
La primera
interrogante es, pues, ¿cuál es nuestra actual condición en el mundo? ¿Hasta
que punto nos conocemos? ¿Conocemos nuestros prejuicios sobre el hombre, sobre
la naturaleza, sobre Dios o el espíritu o como queramos llamarlo?
Este desconocimiento de nosotros mismos hace que nos
atribuyamos, que creamos tener el conocimiento de si, el tener un yo permanente, el poseer individualidad, el de constituir una unidad, el de tener conciencia completa, el de tener voluntad. Porque la realidad es que
esas cosas aún no existen como algo permanente en nosotros. Si esa facultades
del espíritu fueran una realidad permanente en nosotros, seríamos algo
diferente a lo que somos, seríamos espíritus
sanos.
¿Cuál es nuestra condición en el mundo?
Existe una parábola que lo explica. Aclaro que una
parábola, a diferencia de las palabras normales que se emiten para ser captadas
exclusivamente por la mente externa, es un mensaje que habla simultáneamente a
la mente y a los sentimientos. La “Parábola
del cochero, el carruaje y el caballo”. La conocí en la orden Martinista,
aunque la encontramos en otras tradiciones. Esta parábola nos dice cual es nuestra
posición en el mundo.
En la parábola, el hombre-persona
aparece simbolizado a través de una triple constitución. La mente es el “cochero”; nuestro cuerpo
emocional o nuestras emociones, están
simbolizadas por el “caballo”; y
nuestro cuerpo físico es representado
por el “carruaje”.
Esta parábola nos cuenta una historia. Nos dice que el cochero, nuestra mente, la mente del hombre, se encuentra en una taberna, que simboliza el Mundo. Dentro de la taberna, el cochero gasta su dinero (energía) emborrachándose con las
imágenes y las ilusiones que el Mundo le ofrece y que, en su estado de
embriaguez, él toma como reales. Tan embriagado se encuentra que el cochero no quiere ni puede salir de la taberna-mundo. A causa de ello, el caballo, su realidad emocional , uncido al carruaje,
permanece fuera de la taberna sin
que se ocupen de él y sin recibir ningún alimento, por lo que se encuentra
famélico. Y el carruaje, símbolo de
nuestro cuerpo físico, no se encuentra
en mejores condiciones, ya que no se cuida hace mucho tiempo y su estado es
lamentable (enfermedad).
Como les decía, esta parábola ilustra cual es nuestro
estado y nuestra situación en el mundo. Esta realidad es lo primero que tenemos
que conocer y comprender. El hombre, absorbido por los placeres, o las desdichas
del mundo, está ebrio, que es lo
mismo que decir que está dormido. Su mente se encuentra embriagada de lo que él llama realidad.
En ese estado, el cochero, la mente
del hombre, sueña o imagina que esa realidad que percibe a
través de sus embotados sentidos es la única realidad que existe. Las
consecuencias de este su estado de embriaguez se hacen evidentes: su realidad emocional y sus sentimientos, caballo,
se han pervertido, corrompido y embrutecido y, sin que el cochero se de cuenta
de ellos, se van muriendo poco a poco. Y su cuerpo físico, el carruaje, se ha ido enfermando y
deteriorado a causa de sus ideas nebulosas y equivocadas a la par que estas se
iban somatizando.
¿Nos hemos parado un momento a reflexionar lo que es la taberna-mundo, aquello que esta
simboliza? ¿Hemos reflexionado sobre lo que es la bebida que embriaga al cochero?
¿Qué embriaga nuestras mentes? Y, por supuesto, ¿pensamos qué simboliza la ebriedad, aquello que nos impide pensar y tener conocimiento y comprensión
de nuestro estado? ¿Habéis pensado, en el supuesto que nuestro estado de embriaguez
nos permita pensar, cómo salir de esa situación, suponiendo también que uno
decida querer salir? Decidir querer salir,
está antes que salir. Si primero no
tomamos la decisión de querer salir, ¿cómo
podremos despertar de la ilusión del
sueño producido por la ebriedad?
Supongamos que nuestra mente,
el cochero, puede despertar por si
mismo hasta un cierto nivel y que, veladamente, puede atisbar que es lo que le
sucede. Supongamos que esa chispita de lucidez y comprensión (iluminación, la llaman algunos) le
permite darse cuenta de sus ilusiones y le permite tener el deseo de querer salir de esa situación.
Supongamos también que percibe cual es el estado de deterioro de su realidad emocional,
el caballo y de su cuerpo físico, el
carruaje. Y, supongamos, lo que
sería ya mucho suponer, que también percibe que, aun en el caso de que logra pueda
salir de la taberna, tendrá que
ascender al pescante (un lugar elevado en su realidad física). El
problema es que al haber descuidado su carruaje,
el estribo para ascender al pescante
se ha roto. Aún suponiendo que logre subir, tendrá que coger las riendas, pero estás ya no existen
porque se las han robado, por lo que no podrá dirigir, desde ese lugar elevado
llamado pescante en la parábola, al caballo
para que este tire del carruaje, su cuerpo
físico.
De nada sirve decir: “mañana
comenzaré una nueva vida”, “mañana
dejaré de fumar”, “mañana dejaré de
beber”, “mañana dejaré de tomar
drogas”; “mañana dejaré de
enfurecerme por que me han quitado el trabajo”, mañana… Nuestra vida está
llena de cosas que haremos mañana cuando nos libremos de la embriaguez de vivir
a través de la satisfacción que nos proporcionan nuestros cinco sentidos
externos; ya que mañana seguiremos gastando nuestra dinero, el poco o mucho que
tengamos (nuestra energía física y psíquica) en proporcionarle más
satisfacción a nuestro mente (nuestro
cochero). Incluso cuando decimos que
estamos enfermos, sin ánimo, llenos de emociones negativas, seguimos gastando
incontables cantidades de energía en satisfacer las extrañas ideas e imágenes
que tenemos sobre nosotros mismos y sobre lo que experimentamos.
Si este símbolo, si esta parábola, describe nuestra
situación real en el mundo, tenemos un problema. El problema es que por
nosotros mismos no podemos despertar,
no podemos salir de la taberna, por
muchas ilusiones que nos hagamos, por mucho que imaginemos, que si lo hacemos.
Necesitamos un despertador.
Cuando llega la hora en que la Vida nos exige que
despertemos, las leyendas, las parábolas y las antiguas Tradiciones, dicen que
hacia los 40 años, desde el otro lado de de nuestro espacio-tiempo personal, en ese lugar interior donde se inscribe el
Círculo de la Humanidad Consciente
o Despierta, es emitido un sonido para que el hombre, cada hombre
tomado individualmente, despierte. Un sonido que suele manifestarse como algo
brusco que surge en nuestras vidas. Ese sonido
nos llena de inquietud, de insatisfacción y desasosiego. Y, ese estado nos lleva
a buscar una respuesta, un significado,
una comprensión de de lo que
significa ese sonido que no sabemos lo que es.
Volvamos a la parábola. Cuando se les pide a las gentes
que participan en una Heptada de Trabajo en la Orden Martinista
u en otra Orden Esotérica, que interpreten esta parábola una vez que les han
dados las claves de las correspondencias principales, no pueden evitar, tan es
nuestro estado de embriaguez mundana, el interpretarla literalmente. Ello se
debe a nuestra falta de comprensión sobre nuestra propia realidad personal, sobre
el hecho de permanecer aún dormidos,
o soñando que despertamos, cuando nuestra
realidad es que aún nos hemos salido de la taberna.
Primero necesitamos comprender, ante nuestro impulso de hacer algo, es un hecho que, en nuestro
estado de ebriedad, no podemos percibir. No podemos percibir que nuestra personalidad, cuyo centro es el ego (nuestro yo personal es el centro de nuestra personalidad y esta lo usa para
relacionarse con lo exterior, con lo que no es “no-yo”), no es el
verdadero Yo del Ser que somos; y tampoco comprendemos que esa persona que creemos ser nada puede hacer
para solucionar el problema, ya que para poder hacer algo a este respecto es necesario primero ser. Ser un espíritu sano.
En esta idea está el “quid”
de la cuestión. Y si no lo descubrimos, por mucho que creamos hacer (meditar, yoga, ejercicios de
respiración, alimentación macrobiótica, convertirnos en activistas políticos o
religiosos, etc., etc.), la insatisfacción, la angustia y el desánimo,
volverán, tarde o temprano, a anidar en nuestro corazón al cabo de algún
tiempo.
Lo que la llamada
del despertador exige de nosotros es que vayamos más allá de nuestra naturaleza, que accedamos a otra conciencia,
que subamos al pescante, que
accedamos a otro nivel de comprensión,
desde el que podamos recibir las ideas
que el Círculo de la Humanidad Consciente
trata de introducir en nuestras mentes, a fin de que sanemos y permitamos que
nuestro espíritu se fusiones con
nuestra personalidad.
Si supiéramos leer en el Libro de la Naturaleza,
comprenderíamos el problema. En la Naturaleza nadie hace nada. En ella todo sucede. Y sucede porque los ciclos y las
leyes que la regulan hacen que las cosas sean así y no de otra manera. El
olvido y el desconocimiento por parte del hombre de estos ciclos y leyes son la
causa de que nuestro planeta se encuentre al borde del desastre.
Nuestro yo personal,
eso que llamamos nuestra persona, es
un producto de esa Naturaleza; por ello, como tal, nada puede hacer, ya que se encuentra sometido a esas leyes. De ahí
que, en el hombre, también todo suceda. Y sucede de la misma manera que la
lluvia cae, porque la temperatura, la presión atmosférica y la humedad se han
modificado en la atmósfera. Nadie llueve.
Nadie hace nada para llover. Son
acciones expresadas por verbos impersonales
que carecen de un sujeto que las realice. Por ello, entre las extrañas
ilusiones que soñamos en nuestro estado de embriaguez está la ilusión de que podemos hacer. Podemos hacer meditación (aunque Krishna dijo que “solo el alma medita”), podemos hacer servicios (recordar el texto el Hermano Silencio), podemos hacer cursos para
alcanzar la iluminación, podemos
hacer obras de caridad, podemos hacer
el bien al prójimo, podemos hacer de personas comprensivas, bondadosas y misericordiosas, podemos manifestarnos
contra la injusticia… ¡Hacemos y queremos hacer tantas cosas!
En realidad lo único que hacemos es hacernos la puñeta los
unos a los otros.
Hasta que cambian las condiciones
atmosféricas.
Entonces, un nuevo acontecer sucede, al igual que se derrite la nieve bajo el sol. Desde este
nivel de embriaguez somos Naturaleza,
y todo lo que nos acontece se encuentra movido y condicionado por dichas Leyes.
Al no tener control sobre ellas, carecemos de poder para modificarlas.
Tal como somos, el hombre carece de poder para servir,
para sanar, para arreglan el mundo porque imagine o crea que puede hacerlo, ya
que todo ello sucede mecánicamente.
Esta es una idea muy difícil de
aceptar, porque está soportada por una de nuestras más fuertes ilusiones: la ilusión de que ya somos el Hombre.
¿Lo somos realmente? ¿Somos el Hombre?
No. Solo somos semillas,
semillas de Hombres. Las ideas que conforman eso que hemos llamado Tradición, y que proceden del Círculo de la Humanidad Consciente,
dicen que esas semillas han sido sembradas en la Tierra
para que germinen y den fruto; y, cuando desarrollen la totalidad de su
conciencia, serán el Ser que
realmente somos individualmente y colectivamente. Nadie comprende que lo que se hace de una cierta manera, simplemente ha sucedido, porque una ley de la Naturaleza
(por mucho que crea la Ciencia que las conoce, no
las conoce todas) está actuando. Los aconteceres que nos surgen al paso en la
vida, toman el único camino que pueden seguir, porque siguen esas leyes o esas
influencias externas e internas que regulan el acontecer. No, nosotros, tal
como somos, no tenemos poder sobre ellas.
¿Han logrado entender
esto? ¿Han tendido un puente que esa
idea pase hasta sus mentes y ahí la puedan pensar, reflexionar y trabajar?
Entonces podrán entender también que cuando respondemos a
la llamada del despertador que causó
nuestra insatisfacción, y que nos llevó a desear cambiar de dirección, lo
hicimos, en una primera instancia, haciendo
lo que hacemos todos los días, es decir, desde el mismo estado de conciencia dormida que nos caracteriza.
Creímos que nuestro nuevo movimiento podía seguir discurriendo entre y con las ideas y pensamientos que mueven nuestro diario y
doliente vivir, con nuestras ideas
mecánicas regidas por el acontecer. Aún no hemos entendido aquello de “Mi reino no es de este mundo”, porque lo
hemos interpretado literalmente.
Creemos movernos en alguna otra dirección cuando, simplemente,
nos trasladamos externamente de un lugar a otro lugar, horizontalmente. No
subimos al pescante, no nos
transformamos internamente, no nos transcendemos.
Volvamos a imaginar que la mente del hombre, despierta de su embriaguez, sale de la taberna
y es capaz de situarse en esa posición más
elevada llamada pescante, desde
donde el cochero puede dirigir al caballo, sus impulsos emocionales, los que movilizan su energía, para que éste tire
del carruaje, su cuerpo físico. Pero he aquí que el cochero descubre con sorpresa que las riendas con las que tiene que dirigir al
caballo no están. Ha pasado tanto
tiempo en la taberna-mundo que las riendas han desparecido, bien porque
nunca las hubo, bien porque se han deteriorado y pulverizado, bien porque las
han robado.
Si el caballo
es nuestra realidad emocional y el cochero es muestra mente, nos daremos cuenta que las riendas son algo que
permite poner en conexión el pensamiento
con las emociones. Por ejemplo: deseamos
y resolvemos mentalmente comportarnos de cierta manera, por ejemplo, cambiar
una actitud negativa, “no perder las
riendas ni los estribos”, decimos. Pero cuando surge la situación real,
vemos que nuestro pensamiento,
nuestra mente, no tiene ningún
control sobre nuestras emociones. Es decir: no
podemos controlar al caballo.
En la parábola, esta carencia de control, significa que no
hay riendas entre el caballo y en cochero.
¿Por qué fracasamos a pesar de haber decidido no
entregarnos a ciertos comportamientos? ¿Por qué seguimos llenos de prejuicios,
de intolerancia y de violencia? ¿Por qué no podemos controlar a nuestro caballo personal? ¿Por qué su comportamiento
sigue siendo independiente, a su aire, a pesar de lo que ha decidido nuestra mente?
El problema es que el cochero
y el caballo hablan distintos
idiomas, diferentes lenguajes. Por ello, el caballo, nuestra realidad emocional,
no comprende los pensamientos ni las
órdenes del cochero que,
generalmente, toman la forma de palabras-ideas.
Nuestro pensar ordinario adopta la forma del lenguaje hablado que usa conceptos
o palabras tales como “seré decidido”,
“no me importa lo que digan otros”, “no seré negativo”, “no reaccionaré violentamente”, “voy
a cambiar”… Pero cuando surge el acontecer de cada momento, el “Pan nuestro de cada día”, el caballo se desboca, o se echa la
siesta, o se planta. El cochero sabe. El caballo no-sabe. El cochero tampoco sabe como controlar el caballo pues le faltan las riendas
para transmitirle las órdenes al caballo y hacerse entender. Aunque el cochero
hable inglés, francés o pakistaní, el caballo
no conoce ninguno de estos idiomas, no conoce el pensamiento verbal, solo habla
el lenguaje del relincho. Por ello, mucha gente, identificada con su lado
emocional, el caballo, decide prescindir
de su mente. Entonces entra en el desvarío.
Les pregunto: ¿Alguno tiene idea de lo que son las riendas?
Para averiguarlo es necesario comprendernos y no olvidarnos que estamos hablando sobre el despertar del cochero, el cual ha oído
la llamada del despertador y ha
decidido salir de la taberna. Hablo
de la gente que ha decidido escapar del sueño, de la ilusión, la vanidad y las
falsas imágenes que tienen de sí mismos. La gente que ha comenzado a ver lo falso de su personalidad
presente, una personalidad que es objeto de compra-venta en el mercado de las
personalidades. Las gentes que perciben que no son en absoluto lo que
imaginaban ser.
¿Qué significa esta primera etapa del despertar?
Al cabo de algún tiempo de estar en este trabajo de despertar, es posible descubrir a gente
cuyo estado de sueño o embriaguez aún es más profundo que el
nuestro; a gentes que están embriagados de su propia importancia, que creen que
pueden hacer cualquier cosa que se imaginen, porque ellos son más listos e
inteligentes, porque ellos si están despiertos y bien despiertos. Dichas
personas no harán nada para despertar. Seguirán en la taberna, donde seguirán teniendo una maravillosa opinión de si
mismos, y donde creerán que tienen voluntad,
que pueden hacer lo que les venga en
gana, que son eficientes, que saben lo que les conviene, que tienen un yo permanente y verdadero… Y, a no ser
que despierten de estas profundas ilusiones, que sientan su impotencia y
nadidad, nunca serán capaces de subir al pescante.
Así, pues, hablemos de las gentes que han empezado a
despertar y que se esfuerzan por subirse al pescante, un lugar sobre el
suelo, un lugar elevado, más alto que su realidad cotidiana, desde donde
pretenderán controlar al caballo. Y,
aunque aún sigan en la taberna, ya
no están siempre embriagados, sino
que alternarán su estado de embriaguez
con estados de lucidez.
No les voy a explicar lo que son las riendas que comunican al cochero
con el caballo. Averiguarlo es
cuestión de un arduo y prolongado trabajo. Su significado depende de la
realidad de cada uno. Se dice que el precio que hay que pagar por un Gran Conocimiento es un prolongado trabajo. Esto es lo que
necesitamos para crear y empuñar las riendas.
Para poder llevarlo a cabo, primero tenemos que dejar de preguntarnos lo que
son las cosas, hemos de averiguarlas en nosotros mismos; segundo, tenemos que
comenzar a trabajar sobre nosotros
mismos; y, tercero, tenemos que hacerlo por mucho tiempo, hasta que lleguemos a
comprender, en nosotros mismos, lo
que son las riendas.
Las riendas no
son algo que podamos construir mecánicamente.
Necesitamos acceder a un tercer estado de conciencia. El primer estado es el de
sueño, el segundo es el de vigilia y el tercero es el de recuerdo de si.
¿Se han preguntado por qué ciertas cosas han sido
explicadas en las distintas Tradiciones
a través de parábolas? Las parábolas
son imágenes visuales. La historia de
estas imágenes puede ser comprendida por nuestra mente, pero las imágenes en si lo son por nuestras emociones. Fueron creadas por el Círculo de la Humanidad Conciente
para ayudarnos en nuestro despertar. La gente cree que el camino espiritual
comienza al mismo nivel en el que se desenvuelve nuestra vida. Pero esto es
falso. El Camino comienza en un nivel
superior, mas elevado, al de la
vida. Hay que subir al pescante, y
esto es lo que no se comprende. Ese nivel
superior no está en ningún lugar nebuloso, está dentro de nosotros, está en
nuestra psicología y en nuestra conciencia.
En la vida, el hombre vive bajo la Ley del Accidente y del Acontecer, y bajo toda clase de influencias que son movidas por estas y
otras leyes. Estas influencias (los nombres son simbólicos) pueden ser:
Influencias de la Vida: están grabadas en
nosotros por la vida misma. Son las influencias de la raza, la familia, las
costumbres, la nación, la educación, la fortuna, el clima, la sociedad, las
ideas etc.
Influencias del Cielo: son creadas
fuera de la vida. Nos llegan desde el Círculo
de la Humanidad Consciente. Han sido creadas bajo otras leyes, aunque para ser aplicadas sobre
esta Tierra. Difieren de las anteriores porque son conscientes en su
origen. Es decir, han sido creadas conscientemente por hombres conscientes y
con fines concretos. Luego han sido sembradas en la vida con una meta definida;
y, en la vida, al poco tiempo, se mezclan con las Influencias de la Vida. Al entrar en la vida, inevitablemente, se someten a la Ley del Accidente y, al poco tiempo, se
vuelven mecánicas y literales,
por lo que pueden actuar, o no, sobre tal o cual hombre. Con un poco de atención podremos distinguir unas de
otras.
Necesitamos comprender.
Todo depende de nuestro nivel de comprensión.
El Camino Espiritual (el camino hacia
nuestro espíritu) comienza precisamente en esta comprensión, en nuestra capacidad para distinguir las ideas
transportadas por las Influencias del
Cielo , de las ideas transportadas por las Influencias de la
Vida. El hombre considerado normal vive en las condiciones llamadas normales, por lo que, en principio, la dificultad es la misma para
todos. Esta dificultad consiste en separar en nosotros las dos clases de influencias.
Si un hombre no las separa al recibirlas, no ve o no siente su
diferencia, las ideas que las Influencias del Cielo transmiten,
actuarán mecánicamente.
Pero si en el momento de recibir estas influencias, un
hombre es capaz de efectuar la separación
y discriminación necesaria, y pone a
parte aquellas que no han sido creadas en la vida, entonces, además de hacerse
más fácil en él esta separación, y de no confundirlas con las influencias de la
vida, gradualmente, algo comenzará a
aparecer en él, este algo es una nueva
comprensión.
Al acumularse en uno las influencias ejercidas por estas
nuevas ideas a través de la nueva comprensión,
un centro magnético se desarrolla en
nosotros, un centro magnético que
atrae hacia nosotros a todas las ideas relacionadas entre si. Con ello, ese centro magnético crece con este nuevo alimento.
Si nuestro centro
magnético” recibe suficiente alimento,
y si los otros lados de nuestra personalidad, los que resultan de las influencias de la vida no ofrecen
demasiada resistencia, estas nuevas ideas podrán, entonces, comenzar a influir
sobre que orientación hemos de tomar, nos inducen a realizar un viraje y a
ponernos en marcha en otra dirección.
Cuando ese centro
magnético adquiere la fuerza y el desarrollo suficiente, estamos preparados
para comprender la idea de un Camino,
y comenzaremos a buscarlo. Esta búsqueda puede ocuparnos muchos años y no conducirnos
a ningún sitio. Todo depende del nivel de conciencia que hayamos alcanzado en esta
vida e, incluso en las anteriores recurrencias.
Todo depende del poder y del impulso que traigamos, que tengan y
hayan tenido nuestro estados interiores
moldeados por la sucesión recurrente de nuestras vidas. Si nuestro centro magnético trabaja correctamente,
si buscamos conscientemente, tarde o temprano encontraremos a otro hombre que
conozca el camino, aunque solo sea en
sus inicio, y que este conectado, directa o indirectamente, con el centro desde
donde se emiten las Influencias del
Cielo.
Las Influencias del
Cielo que ayudaron a crear nuestro centro magnético son conscientes en su origen, pero al
mezclarse en el torbellino de la vida y caen en la literalidad y mecanicidad,
convirtiéndose en piedra. En el
momento en que un hombre que busca el camino
(y esta expresión no deja de ser un símbolo, pues no existe ningún camino concreto)
encuentra a otro que lo conoce directa o indirectamente; ese momento, se llama,
metafóricamente hablando, El primer
umbral, o el primer peldaño. A
partir de aquí comienza una escalera.
Entre la vida y el camino se encuentra la escalera. Y solamente subiendo esta escalera
que está dentro de nosotros, incluso simbolizada anatómicamente por nuestra
columna vertebral, podemos encontrar nuestro camino, porque uno solo es el Camino.
El hombre asciende esta escalera con la ayuda de su guía interior. No puede subirla por sí solo. Si el camino personal,
el que le corresponde a cada uno, comienza en el primer peldaño de la escalera,
El Camino comienza al final de la escalera, en un nivel por encima del
nivel de la vida ordinaria y a partir de algo
que no se encuentra en la vida ordinaria.
¿Cómo podemos saberlo?
Mientras asciende la escalera, nunca estamos seguros de
nada, carecemos de seguridad sobre nuestras fuerzas, sobre la justeza de lo que
hacemos, sobre lo que nos guía, sobre el saber y el poder de éste guía… Nuestra
situación es muy inestable. Mas que ascender, parece que descendemos. Pero
cuando se ha alcanzado y franqueado el último peldaño, y puesto sus pies en el Camino, todo cambia. Las dudas
desaparecen y nuestro guía se hace mucho más sabio para nosotros.
Mientras ascendíamos por la escalera hemos ido percibiendo
que, en ella, se encuentran otros que, como nosotros, también ascienden. La escalera tiene sus reglas, y una de
ellas es que “nadie puede ascender un
nuevo peldaño, si antes no ayuda a otro a que ascienda al peldaño que el deja”. Por ello, cuanto más ascendemos,
más nos encontramos bajo la dependencia de los que nos siguen. Si ellos se
detienen, nosotros nos detenemos. En la escalera
ya no somos un yo individualizado,
sino un nosotros integrándose en un
cuerpo nuevo llamado Humanidad. En
la escalera” todos somos, a la vez, maestros
y discípulos. Habiendo asumido el papel de discípulo
tenemos que confiar en quien nos enseña algo; habiendo tomado el papel de maestro, poco importa que sepa mucho o
poco de lo que enseña, siempre que sean Ideas
Nuevas. Los resultados de su trabajo
dependerán de este hecho: Las ideas que recibe y transmite han de proceder del Círculo de la Humanidad Consciente,
ya ha tenido que comprender y aplicar así mismo esas ideas.
¿Peguntan si se puede reconocer un centro magnético falso?
No se puede. Por lo tanto es inútil preocuparse de ello.
Más bien hay que preocuparse del verdadero y, para ello hay una conclusión: en
el Camino Verdadero, el maestro
siempre se corresponde con el nivel del alumno.
Si el nivel del maestro es elevado,
el del alumno también lo será. Pero un alumno nunca puede ver cual es el nivel
del maestro. Esto es una Ley.
La Ley dice que nadie
puede ver más allá de su propio
nivel. Y como la mayoría de las gentes ignoran esta Ley, cuanto más bajo es el
nivel de la gente, tanto más exigen un maestro
superior. Comprender esto claramente, es ya comprender mucho. Por ello,
aunque el discípulo tenga un nivel
bajo, su orgullo y vanidad exige que un maestro que no sea una Buda, un Cristo,
un Avatar o algo así, no es digno de él. Pero a esta persona no se le ocurre
pensar que aunque lograran encontrar a una maestro como Jesús o Buda, no podría
seguirlo, pues como discípulos
tendrían que tener un nivel muy elevado.
Esta ley es inflexible. Cuanto más grande sea el nivel del
Maestro, tanto más dificultades tendremos en seguirlo, y si la diferencia entre
ellos excede un cierto límite, el alumno encontrará dificultades insuperables
en el camino.
La Ley
dice:
“El
alumno no puede progresar sin maestro, el maestro no puede hacerlo sin el
alumno.”
“La
vida pone juntos a maestro y discípulo.”
“Lo
que un hombre adquiere, inmediatamente debe darlo. Solo entonces se le dará
más. De otro modo le será quitado aún lo que tiene.”
También es necesario saber que el desarrollo o evolución
del hombre se realiza a través de dos líneas. La “Línea del Saber” y la “Línea
del Ser”. Para que esta evolución se realice correctamente, ambas líneas
deben avanzar juntas, paralelas la una a la otra, y sosteniéndose mutuamente.
Si la “Línea del Saber” progresa
demasiado y sobrepasa en exceso a la “Línea
del Ser”, o si la “Línea del Ser”
sobrepasa demasiado a la “Línea del
Saber”, el desarrollo del hombre no se hará correctamente y tarde o
temprano se detendrá.
Todos creemos comprender
lo que debe entenderse por Saber,
incluso podemos comprender que existan
diferentes niveles de Saber, pero
esta comprensión nunca la aplicamos al
Ser. Para la mayoría, el Ser designa simplemente la existencia que se opone a la no-existencia. No se comprende que, como el Saber” también el Ser tiene niveles de Ser. Nadie comprende
tampoco que nuestro grado de Saber
depende de nuestro grado de Ser. Si
nuestro Saber excede demasiado nuestro
nivel de Ser, se vuelve teórico, abstracto
e inaplicable a la vida. Se hace nocivo. Un Saber así no nos vale para satisfacer nuestras necesidades de
evolucionar. Sería el saber de una
cosa, pero mudo a la ignorancia de otra, el saber
de la forma, ignorante de la esencia.
Dentro de los límites de un Saber dado, la cálida de su saber
no se puede cambiar. Un cambio en la naturaleza de nuestro saber es imposible sin un cambio en la naturaleza de nuestro Ser.
El equilibrio de ambos es imprescindible. Porque cuando el Saber predomina sobre el ser, el hombre sabe, pero no tiene poder de
hace”. Es un saber inútil. Cuando
el Ser predomina sobre el Saber, el hombre podrá hacer, pero no sabrá que hacer”. Y su hacer será inútil al Plan.
¿A qué conduce un desarrollo unilateral del Saber y del Ser?
A la realización de un hombre débil, el cual sabe mucho, pero no comprende lo que sabe. El desarrollo del Ser sobre el saber
produce un santo estúpido. En ambos casos el hombre llega a un punto muerto.
Es indispensable comprender
la relación que el Saber y el Ser tienen con la comprensión. El Saber es
una cosa, la comprensión es otra. La
comprensión no se puede incrementar
por la sola acumulación de Saber. La
comprensión es el resultado de una
conjunción entre el Saber y el Ser. La comprensión crece en función del desarrollo del Ser.
Nuestro pensamiento ordinario es incapaz de distinguir
entre Saber y comprensión. La comprensión
aparece solamente cuando un hombre tiene el pensamiento, el sentimiento y la
sensación de todo aquello que está vinculado con el Saber. Por ejemplo: Un hombre no puede decir que comprende la idea de mecanicidad cuando la sabe solo en su
cabeza. Tiene que sentirla con toda su masa, exterior e interior, con su Ser entero.
Solamente entonces comprenderá. Es
algo profundo, sin atisbo de duda por ninguna parte.
Generalmente, cuando la gente se da cuenta de que no comprende una cosa, trata de encontrarle
un nombre y, cuando lo ha encontrado
y le ha puesto ese nombre, entonces dice que lo comprende. Pero esto no es así. Una de las razones de la divergencia
entre la Línea del
Saber y la Línea del Ser, en nuestra propia vida, es la
falta de comprensión sobre estas
cosas que estamos hablando y ello a causa del nivel del lenguaje que usa la
gente.
Nuestro lenguaje ordinario, el de todos los días, está
lleno de falsos conceptos, de falsas clasificaciones, de falsas aseveraciones,
de falsas presuntas verdades. Es decir, es un lenguaje muy poco consciente,
lleno de prejuicios, intolerancia y violencia. Pretende ser exacto, pero solo
es vulgar e inconsciente y, además, se encuentra contaminado con los aspectos
negativos de nuestra propia ignorancia. El lenguaje
que habla a nuestro Centro Emocional,
y que este puede comprende, simbolizado en la parábola por el caballo, se basa en el principio de
relatividad y es un lenguaje simbólico que se desarrolla alrededor de una única
idea: la idea de una evolución consciente
y voluntaria de nuestra conciencia.
Todo, desde un Sistema
Solar a un Hombre, o desde éste Hombre a un átomo, evoluciona conscientemente.
Ya se que esto es una idea que le es extraña y que les suena raro. El lenguaje
que permite la comprensión se basa en
el conocimiento de la relación que
la realidad examinada tiene con su evolución, con el reconocimiento de cual es
su lugar en la escala evolutiva.
Si aplicamos esta idea
a la palabra Hombre, veremos que hay
distintos niveles de hombres. Hasta siete niveles:
El
Hombre Nº 1: Es el hombre físico. Casi
toda su conciencia y toda su realidad se encuentra centrada en su existencia
física.
El
Hombre Nº 2: Es el hombre emocional.
Casi toda su conciencia y toda su realidad se encuentra matizada y filtrada por
sus emociones.
El
Hombre Nº 3: Es el hombre mental. Casi
toda su conciencia y toda su realidad se encuentra matizada y filtrada por su
mente y lo que esta contenga.
El
Hombre nº 4: Este hombre no nace
como tal. Se hace con el Trabajo y es el hombre que ha logrado equilibrar e
integrar los tres aspectos de su naturaleza (el carruaje, el caballo y
el cochero) haciendo que trabajen conectados.
El
Hombre Nº 5: Es aquel hombre que después
de alcanzar la integración de su triple naturaleza, consigue que, según la
parábola, el verdadero dueño del
carruaje, del caballo y del cochero, el Espíritu
que cada ser es, aparezca en la cabina
del carruaje.
El
Hombre Nº 6: es aquel que se ha
integrado al Círculo Humano de Conciencia.
El
Hombre Nº 7: sería aquel que ha
alcanzado el más elevado, amplio y profundo desarrollo al que puede acceder un Ser en la forma de Hombre.
En cada uno de estos niveles tenemos comprensión y relatividad.
Según éste concepto de relatividad,
todas las manifestaciones interiores y exteriores del hombre, todo aquello que
le es propio, todas sus creaciones, las que hace conscientemente y las que no,
se encuentra estratificadas en siete niveles. Así hay un Saber Nº 1, un Saber Nº 2,
etc.
El
Saber del Hombre Nº 1 es el que sabe
como un loro o un mono, es decir, el que se nos enseña en las instituciones
educativas y detentadoras de este saber.
El
Saber del Hombre Nº 2 es el saber de
lo que a cada hombre, según sus deseos, le gusta o le disgusta.
El
Saber del Hombre Nº 3 es el saber
basado en el pensar, subjetivamente lógico, a través de las ideas inmersas en las palabras. Nos da una comprensión literal. Su modelo es el ratón de biblioteca, el académico…
El
Saber del Hombre Nº 4 es un saber de
una especie totalmente diferente. Es un Saber
que procede de las ideas que le han
llegado del Hombre Nº 5, el cual a
su vez las ha recibido del Hombre Nº 6
y, éste, del Hombre Nº 7. Este Hombre Nº 4 asimila solo el
conocimiento de lo que corresponde a su poder de transformar un saber ordinario
y subjetivo en un saber objetivo.
El
Saber del Hombre Nº 5 es un saber
totalmente indivisible, porque el Hombre
Nº 5 posee un yo unificado e
indivisible, un Yo Uno. Y todo su Saber
pertenece a ese Yo. Un Yo que sabe que él es la
Totalidad de su Ser.
El
Saber del Hombre Nº 6 representa la Totalidad del Saber accesible al Hombre, pero
que, aún, puede perderlo.
El
Saber del Hombre Nº 7 es
completamente suyo y nada ni nadie lo puede destruir. Él Es Todo.
Con el Ser pasa lo mismo:
Tenemos
el Ser del Hombre Nº 1, que vive de
sus instintos y sensaciones.
El
Ser del Hombre Nº 2, que surge de
sus sentimientos y emociones.
El
Ser el Hombre Nº 3, que surge de su
mente racional y teórica.
Y así sucesivamente.
Esta relatividad
del concepto Hombre nos permite comprender el por qué el Saber no puede estar muy alejado del Ser. Los Hombre Nº 1, 2 y 3, no pueden poseer el Saber” de los Hombres 4 y 5, aunque
hayan hecho una carrera universitaria. Adquirirlo supone un esfuerzo, un
trabajo de comprensión.
Podemos aplicar el mismo criterio de relatividad al Arte, a la Religión, a la Ciencia, a la Filosofía, a la Política, a la Economía…, e, incluso, a
Dios.
Santa Cruz de Tenerife, Noviembre de 1989
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