jueves, 30 de mayo de 2013

Experiencia. El Camino de la tentación.





EL CAMINO DE LA TENTACION




Las gotas de lluvia caen plácidas y cansinas, con monótona cadencia. Me encuentro en esa correspondencia que se produce entre mis estados internos y el tiempo externo. Comienzo a sentirme pasivo observador del acontecer, traspasado por esa languidez apacible en la que el tiempo fluye sin sentir.

Es, en ese estado, a pesar del murmullo de los alumnos en la clase –remembranza de aquel otro en que Machado expresara en su poema–, que me veo pensando en lo acontecido en mi experiencia con la luz. Reflexiono sobre el hecho de que la elección sea el centro, el motor, sobre el que gira nuestra evolución espiritual. Pienso también en la profunda relación que existe entre la elección y la intención. Generalmente no nos damos cuenta que aquello que elegimos en cada acción y en cada pensamiento, es el resultado de una intención, es decir, una forma de conocimiento que imponemos a nuestras acciones.

(...)


Sin salir de esta reflexión, miro a mis alumnos en ese estado de mirar sin ver. Percibo en mi interior esa parte caritativa de mí mismo que está siempre dispuesta a concederles una nueva oportunidad de aprobar; pero también se hace manifiesta otra parte de mí mismo dispuesta a ejercer la más fría e implacable justicia académica.

A veces, en épocas pasadas, cuando era inconsciente de mi personalidad fragmentada en numerosos aspectos, cada uno con sus propios valores y objetivos, la intención más fuerte y dominante era la que se imponía sobre las demás; y esa intención era la que mi personalidad utilizaba para crear su realidad. Pero entonces no me daba cuenta de que la acción, fruto de una elección entre actitudes diversas y generalmente contrapuestas, era siempre una elección entre elementos opuestos de mi propia personalidad. También me doy cuenta que esta elección de una intención era el camino por el que fluye eso a lo que llaman karma sin comprender lo que es realmente.

Mientras no se es consciente de las diferentes partes de uno mismo, mientras no se es capaz de experimentar conscientemente las diferentes fuerzas que se mueven dentro de uno, fuerzas que se disputan el poder ser expresadas, que reivindican esa intención de la personalidad para tomar vida en el exterior, el karma actúa en una dimensión inconsciente. Pero cuando se es capaz de crear por uno mismo, cuando se adquiere la capacidad de elegir conscientemente entre las diferentes fuerzas que se agitan en nuestro interior, y de decidir donde y como se focalizará la energía de la intención, el karma fluye hacia el equilibrio.

El secreto está en elegir aquellas corrientes de más alta frecuencia que fluyen por nosotros, y que no son otra cosa que la compasión, el perdón a nosotros mismos y el amor.

Si nuestras respuestas a estos hechos, entre los aspectos conflictivos de uno mismo, son las que determinan el camino de nuestra evolución espiritual, son las que hacen que nuestra evolución se haga consciente o siga siendo inconsciente, podremos pensar que son ellas también las que hacen que nuestra experiencia genere un karma positivo o un karma negativo según se exprese en ellos el miedo y la duda, o la sabiduría.

Si esto es así, un hecho se hace claro a la reflexión: por sí mismas, las luchas internas que padecemos y sufrimos, no crean karma; tampoco determinan nuestra evolución espiritual. Son las respuestas que damos a esos conflictos las encargadas de crear nuestro karma y determinar nuestro camino. Y como colofón, las que construyen nuestra experiencia.

Por ello, cuando la lucha que mantenemos con nuestras partes en conflicto es una lucha consciente, nuestras respuestas pueden ser conscientes también. Esto nos permite insertar nuestra voluntad en el ciclo creativo y evolutivo de nuestra alma. Somos entonces autores responsables de nuestra evolución.

El murmullo de la clase se ha hecho lejano. El parloteo se convierte en energía degradada, y mi estado interno se hace uno con mi pensamiento. Mi conciencia, como tantas otras veces en momentos semejantes, se ha unificado en ese punto de mi mente en que se desarrolla la reflexión y donde ésta parece discurrir por si misma, siendo yo un mero espectador de lo que se desarrolla. Me encuentro en ese estado tan cercano a ese punto en el que el tiempo enlentece su ritmo y produce en sí mismo una turbulencia cuyo vórtice pone en comunicación mi conciencia y la del Maestro de los Alquimistas. Y en este momento en que mi conciencia se desliza por la fisura abierta en el fluir del tiempo, me encuentro absorto en un dilema que planteaba mi pensamiento; dilema que, con anterioridad, ya ha sido objeto de discusión con otras personas: cuando la personalidad está fragmentada, pero la lucha por constituirse en una unidad es consciente en algún grado, y cuando la decisión surge de la visión y la comprensión del conflicto en la propia interioridad, ¿es necesario que esta lucha se escenifique en la realidad externa, o se puede resolver el conflicto sin que la acción se haga física y con ella surja la posibilidad, al implicar a otros sobre los que realizo la proyección de mi sombra, de crear karma negativo? ¿Podría resolverse esta lucha en una dinámica puramente interna?

Cuando mi conciencia cruza la brecha y está en ese lugar donde la lluvia es una y todas las gotas de Eternidad en un mismo acontecer, un cálido aliento me delata la presencia del Maestro de los Alquimistas, a la vez que sus palabras sin sonido, nítidas, serenas y reposadas –puntos de luz que se expanden y toman forma en su resplandor–, surgen como salidas de la nada en el centro de mi mente.

Esa posibilidad en la que piensas –dicen sus palabras–, es la dinámica de la tentación.

Sin que tenga que recordar nada, todo lo que mi memoria física almacena sobre lo que he leído, pensado o creído experimentar sobre este hecho, aparece ante mí. Pero no encuentro allí nada que pueda unirse a una explicación, en relación con mi reflexión y con la respuesta del Maestro de los Alquimistas. Le miro interrogante.

La tentación –dice–, es ese camino lleno de compasión y conmiseración que utiliza el Padre para que puedas recorrerlo sin que tengas que manifestarlo físicamente, sin que tengas que vivir en el plano físico una experiencia nociva, unida a la posibilidad de crear un karma negativo. Desde el Corazón del Padre fluye directamente una energía a través de la cual se le concede a tu alma la posibilidad y la oportunidad de enfrentarse ante una lección de la vida. Esa posibilidad te sitúa en una posición desde la que puedes observar, con claridad y sin ningún conocimiento previo, lo que acontece. De esta manera tendrás que ser capaz de purificar y equilibrar las energías que van a verse implicadas en la experiencia. Y todo ello sucederá dentro de los límites de tu mundo privado de energías, sin que ninguna de esas energías se derrame en otro campo energético más extenso, como el que resultaría si otras almas tuvieran que estar implicadas en la experiencia.

Pero –replico confundido–, yo creía que la acción era necesaria en relación con la experiencia.

Generalmente así es. –Sus palabras suenan firmes en el centro de mi cabeza.– La tentación es sólo un ensayo, que muy pocos logran resolver, y por el que se ofrece la oportunidad de neutralizar una experiencia kármica negativa, permitiendo observar los puntos débiles antes de que afecten las vidas de otros. A través de su movimiento se realiza una extracción de la negatividad en forma compasiva –si es que se es capaz de verla y comprenderla–, sin necesidad de que intervenga el karma. Entiende que la tentación te sitúa en una posición por la que puedes llegar a ser conocedor de la experiencia sin tener que vivirla, sin que te veas obligado a realizar interacción alguna con otras almas.

Comienzo a darme cuenta que la tentación puede ser otra cosa distinta a la idea común: que es una trampa que pone en nuestro camino el Señor de las Mentiras.

Comprende lo que te digo. –El tono de sus palabras inaudibles vuelve a estar lleno de sabia paciencia.– Las tentaciones no son trampas. Son oportunidades que se le dan al alma cuando ella entiende que puede afrontar la experiencia sin salirse de su propio campo energético, y quedando abandonada a sus propios recursos. En esa posición, y por medio de una elección consciente, puede aprender a evolucionar al margen del mecanismo del karma. Es un desafío: una parte de ti, a través de la cual se expresa el alma, se enfrenta a otra parte de ti, a través de la cual se expresa el tentador, es decir, tus energías desequilibradas y materializadas.

Dos escenas surgen a mi memoria: ante mí se encuentra Job, al que Satán tienta con la autorización de Yahwé, y Jesús, al que Satán tienta en el desierto por la ilusoria grandeza del poder material.

¡Comprendes ahora! –Me dice el Maestro, señalando las dos escenas surgidas en mi memoria.– Satán, el tentador, personifica esa energía que está en relación con ese nivel de lo humano que es mortal, con esa parte de ti mismo que, por encontrarse implicado en los aspectos materiales del mundo y de la vida, le pertenecen. Esa energía personificada es el Tentador; o, dicho de otra manera, tu propia energía que necesita equilibrarse y purificarse. Ella opone la luz física de tu realidad material, a la luz eterna de tu alma. Y si la parte de ti que lucha por tu alma es seducida por el Tentador, éste te arrebata todo tu poder, toda la energía que te pertenece. Con ello tu alma se empobrece. Pero si vence la parte que lucha por tu divinidad, recupera la totalidad de su energía, permitiendo que esta se unifique y se transforme en Cristo. En la medida que el alma recupera esa energía venciendo a la tentación, gana poder y se convierte en una entidad unificada consigo misma y con el Universo. Así, elección tras elección.

‑ ¿Y el que no logra vencer a la tentación?

Eres tú el que decides que no puedes. Pero lo que en realidad estás haciendo, es concederte permiso para ser irresponsable, para dejar de ser impecable. Y aquellos impulsos y deseos que sientes no poder resistir, o que te provocan duda, se convierten en tus dependencias, movidas por esas energías que tendrás entonces que purificar, esta vez, con la intervención del Karma y con la escenificación material.

A mi comprensión acuden de pronto todas esas pequeñas cosas, sin importancia aparente, con las que condescendemos y que representan nuestras dependencias. Las veo surgir en los pequeños acontecimientos de nuestra vida diaria, sin que seamos capaces de percibir que, a través de ellas, se expresa el mecanismo de la tentación.

Escucha, hijo mío –su voz suena grave–, el viaje a la Totalidad de ti mismo es un viaje a través de una serie de laberintos construidos por tu propio miedo e indecisión y que constituyen tus defensas. El viaje a tu Totalidad te tiene que llevar, atravesándolas, más allá de esas defensas, hasta ese punto en el centro de tu propio ser en el que puedas experimentar, conscientemente, la verdadera naturaleza de tu personalidad; hasta ese punto en que puedas encarar, libre y sabiamente, todo aquello que tus personalidades han producido en tus vidas, y seas capaz de tomar decisiones para cambiar esa situación. Hasta otro momento, hijo mío. Piensa en esto que hemos hablado. Date cuenta de que no necesitas nada que no seas tú mismo, y la decisión de hacerlo. No necesitas de técnicas, ni de doctrinas, ni de métodos. Sólo te necesitas a ti mismo y la comprensión de lo que acontece. Entiéndelo.

Su voz se va apagando. La fisura en el tejido del tiempo ha comenzado a cerrarse, y la Eternidad deja de estar presente en la concentración de la conciencia. La lluvia ha cesado y solo quedan las huellas húmedas, impregnando la tierra, de lo acontecido. La clase vuelve a estar presente, llena de rumor del hombre futuro que se agitaba en su matriz.



Alfiar. Sta. Cruz de Tenerife, 23 ‑ XI - 1991



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