“De nobis ipsis loquemus”
(Hablemos de nosotros mismos)
2ª
Parte
Después del paréntesis
de esta semana, regresemos a nuestro tema: “De nobis ipse locuemus”. Hablemos
de nosotros mismos.
Creo que no es necesario,
ni inteligente, que el que quiera seguir un camino
espiritual esté todo el tiempo con la cabeza en las nubes. Creo que el
proceso no es ese. Creo que de lo que se trata es de ir a las nubes para llenarse de la Sabiduría del Universo,
y luego regresar para intentar comprender esa sabiduría y aplicarla a nuestra
existencia cotidiana, en provecho de uno mismo y de los demás seres humanos.
Estoy de acuerdo que el hombre a he ascender de vez cuando hasta la calma de las cumbres para liberarse de
las esclavitudes del mundo (aunque esto no se consigue solo con desearlo) y
luego bajar de nuevo al valle a enfrentar sus problemas y los problemas del
mundo.
(...)
(...)
William Somerset Maugham, en su novela “El Filo de la navaja”, nos cuenta algo de esto. El protagonista, Larry
Darle, después de haber sobrevivido a los horrores de la
Gran Guerra (1ª Guerra Mundial), se siente
muerto interiormente, su vida carece de sentido. Incluso rompe su compromiso de
boda y renuncia a su exitoso futuro en el mundo de las finanzas. Buscando como resucitar, inicia su recorrido explorando varios caminos: busca en París, la India y el Tíbet una nueva sabiduría que le
despierte su alma. Mientras el se encuentra sumergido en su búsqueda, su novia,
Isabel, ha renunciado a esperarle. De pronto, el Crack del 29 azota el mundo. Y
allí, en las altas cumbres de las montañas del Tíbet descubre su verdad, su iluminación, la paz y
la serenidad, después de un largo año
de soledad y silencio en una pequeña choza entre los hielos. Los monjes del
monasterio cercano, que le han ayudado, acuden a recibirle cuando se cumple el
tiempo de su retiro y le piden que se
quede con ellos. El se niega diciendo que allí, en las cumbres, todo parece ser
más fácil, pero que tiene que volver al valle, allí donde discurre la vida del
mundo.
Desde luego es bueno
saber que podemos vivir de forma más equilibrada si logramos abrir en nosotros
un canal hacia la trascendencia a
través de nuestra interioridad, si sacamos un pasaje hacia las estrellas. En
realidad, cualquier hombre solo es un ser mediocre hasta que no ha aprendido a
confiar en su conciencia interna y no
la ha convertido en un agente vivo en su vida. Mis propias vivencias me han llevado
a percibir que solo hay dos clases de hombres: aquellos que están
centrados en si mismos y en el mundo; y los que se centran, además de en su
persona y el mundo, en algo que está
más allá de ellos.
Es cierto, como dicen
los que me señalan pensando que mi saber
solo se basa en libros, que he leído muchos libros; en realidad los he devorado;
pero también he aprendido muchas cosas en otras partes, me he comido muchas
manzanas para saber como saben y, sobre todo, observando en mi trabajo como
profesor. Luego están mis propias experiencias no explicables. Después de todo eso, creo en las cosas sensibles y considero que lo
único importante es haber vivido una experiencia fundamental del Ser. No para
hablar de ella, ni para usarla como reclamo de otros intereses, sino para
buscar una respuesta que me sitúe más allá de las emociones que nos acorazan y
de las ideas fijas que arrastramos desde sabe cuanto tiempo.
¿Qué podemos hacer
entonces?
Creo que solo hay una cosa que posamos hacer: hacernos un alma. Yo creo que el alma se forma por la integración
del cuerpo-persona y el espíritu y que es algo que no se produce
en todas las personas. No me malinterpreten. Todos tenemos esa energía que nos
separa del espíritu y que los egipcios representaban como una ave y llamaban Ba, pero está aún sin configurar, sin
estructurar, carece de forma y espera que nosotros se la demos. Es cierto que
el Espíritu, en el Universo, se basta
a sí mismo pero, leí en algún sitio alguna vez, que necesita cuerpos para hacer almas.
Yo creo que el alma se
forma a partir del momento en que tomamos distancia respecto a nosotros mismos,
y también creo que cada uno llevamos en nosotros todo lo necesario para
hacernos un alma. Pero como decía el Filósofo Desconocido Louis-Claude de Saint-Martin, creador de la Orden Martinista, necesitas de
un Gran Deseo. Necesitamos también de una libertad total para permitirnos que
deje de importarnos las opiniones ajenas, incluso las propias. Así, poco a
poco, en nuestra profundidad más íntima, se irá formando algo que ganará
nuestro respeto, que sobrevivirá a nuestras degradaciones, que existirá durante
nuestras ausencias, como las estrellas durante el día, y que nos permitirá
alcanzar una cumbre de soledad desde donde podamos descubrir nuestro amor y
respeto por todos los seres de este planeta porque, al llegar a comprender quienes
somos, también les comprendemos a ellos. Así, pues, como Louis Pauwels, se que tengo un alma.
Yo no puedo
demostrarles la existencia del alma, creo que nadie puede desde el nivel de la
racionalidad, ni desde el nivel de conciencia que tenemos. Mi única prueba es mi
propia alma. Y esta no se la puedo mostrar para que la vean sus ojos físicos.
Aunque si puedo dar testimonio de ella.
Louis Pauwels, en su
“Lo que yo Creo” nos cuenta una
historia. Dice así:
Todas las noches un santo varón arrojaba migas de pan sobre la hierba del campo y decía a los que le observaban: Es para Dios. Los que le observaban le respondían: No, es para los pájaros. Y el santo varón les replicaba: Bueno, pero Dios las comparte con ellos.
Tampoco podemos
demostrar la existencia de Dios, o de eso, sea lo que fuere, que los cristianos
llaman Dios, los musulmanes Alá, los hindúes Brama, los Siux Manitú y así por
todos los pueblos. Son las mil y una máscaras de Dios como señalaba Joseph
Cambell. Pero esa palabras si tienen un significado que desconocemos, por ello
son un símbolo de algo a lo que podemos acercarnos a través de la
admiración de lo que podemos percibir de su Creación. Y creo que la admiración
es un estado natural del alma.
Tal vez nuestra
función en el Universo solo sea la de admirarnos de él. Junto a la admiración
habría que situar la satisfacción. No se trata de estar satisfechos con nosotros
mismos, lo cual parecería una burla, sino el experimentar una satisfacción de
una naturaleza tal que ya no haya necesidad de buscarle un sentido a la Vida. Donde mora el alma
siempre se esta satisfecho. Por ello, de lo que se trata, no es buscarle un objetivo
a la Vida, sino de
vivirla sin más, tal cual es, la
vida es la Vida
y nada más. La vida pequeña, a lo que solemos llamar Vida, es solo la mitad de
una ecuación, a la otra mitad la llamamos Muerte, pero de ella no queremos
hablar. En realidad, solo es una puerta que permite el paso desde una forma de
vida a otra forma de vida, como el nacer, cuando dejamos otra vida para entrar
en esta. ¿La razón de ello? Aún no la se, espero llegarla a saber algún día
antes de volver a cruzar esa puerta. Nacer y morir son solo eso, puertas.
Platón y otros,
hablaban del “Alma del Mundo”, creían que nuestra alma formaba parte de
esta Gran Alma y que ésta sabe que forma parte del Alma de la Galaxia, y ésta, a su ves,
del Alma del Universo. El sentimiento y percepción de nuestra propia alma nos
liberaría de esa necesidad de pertenecer sumisamente a algo
o a alguien, nos liberaríamos de
todas esas vinculaciones emocionales con las que hemos construido nuestra
prisión. Ellas son la Red. Hemos
de trascender nuestra búsqueda y necesidad de seguridad que nos atrapa y nos
anula en una recurrencia un millón de veces repetida. La soledad dejará de
aprisionarnos cuando hayamos conseguido una imagen lo suficiente profunda de nuestra
realidad interior. Para alcanzarla necesitamos de valentía moral.
Los hombres se esfuerzan para conseguir algo que llaman bienestar, aunque no podrá existir tal
cosa mientras no superemos nuestro propio narcisismo, mientras no estemos en
equilibrio con nuestra auténtica naturaleza, algo que será imposible si continuamente
estamos pervirtiendo nuestra propia imagen, la imagen de un ser humano. El bienestar
es armonía, es estar lúcido, por ello la neurosis es un fracaso moral. Una
persona que se encierra en si misma aislándose de la vida que fluye a su
alrededor sin experimentarla, es una persona narcisista que intenta que la Vida gire a su alrededor. Las
personas y las cosas, se convierten en objetos
de los que quiere apoderarse con la intención de que se muevan a su capricho,
organizándolo todo a través de un sistema conceptual de categorías. Por eso,
para muchos, supone un esfuerzo amar, pensar, sentir, saber, ser…, abrirse a la
experiencia. Y es un esfuerzo porque para que cada uno de estos actos tenga sentido,
cada uno ha de haber resuelto su propia mistificación interna, a fin de que cada
uno de esos actos se convierta en una experiencia original donde el objeto del amor, del saber, del pensar…,
deje de ser una cosa. Esto supone una
renuncia a un marco de orientación dado a fin de elegir, libremente, otro marco
de orientación que nos permita crecer internamente. Un tocayo mío que vivió en la Córdoba de los Omeyas (lo
de tocayo es porque yo también nací cordobés) decía:
“Ni Dios ni nadie, cambia el corazón del hombre… Solamente él mismo es libre para elegir su camino, pero debe aceptar las consecuencias de su elección."
Maimónides.
Aquí reside el centro de nuestra libertad.
“La música más bella no tiene sentido para un oído que no sea musical, no constituye un objeto de este, porque mi objeto solo puede ser la confirmación de una de mis propias facultades.”Carlos Marx
Y es que, como hombres, solo podemos conocernos en la medida en que
conocemos la Vida
y el Universo: conozco el Universo dentro de mí y tengo conciencia de mí dentro
del Universo. Por ello, cada nuevo objeto
que lleguemos a conocer, no con el conocer empírico de la Ciencia, sino con el
conocer de nuestra más genuina intimidad, abre para nuestro Yo, un nuevo órgano llamado Tú. Aunque:
“Todos los sentidos físicos e intelectuales han sido reemplazados por la simple alienación de estos sentidos: el sentido de tener.”
Carlos Marx
En cambio:
“Ser un hombre, es lo que tengo en común con todos los hombres; el ver, el comer, el beber, lo tengo en común con los animales. Pero ser lo que soy es exclusivamente mío y es mío y no de nadie más…, excepto cuando soy uno mismo con todos los hombres.”Maestro Eckhart de Hochheim
En esto estriba aquello
que el humanista Pico de la
Mirandolla llamaba “Dignidad”.
No se puede amar sin
dignidad. Para Erich Fromm, el verdadero amor, no el amor divino, sino el simple
amor humano, requiere cuidado, respeto, la necesidad de ver al otro, no como
quisiéramos verlo, sino tal como es en su individualidad; requiere conocimiento
de la realidad del otro, lo que entraña comunión, fusión, comunidad…; y requiere
que no importe la opinión ajena, ni la propia. Y este amor, no excluye a la razón,
siempre que por tal se entienda la razón no autoritaria, sino la razón vivida.
El Amor y el Ser necesitan de un “Ethos”.
El Diccionario define tal palabreja de origen griego, como hábito (costumbre), habitación (lugar donde se vive, residencia, morada), guarida, querencia, siendo también la morada del hombre, la habitación en la que éste tiene el hábito
de estar.
“El Ethos designa a la región abierta donde el hombre habita. El recinto del hombre, su “ethos” contiene y guarda el advenimiento de aquello que al hombre le pertenece en su esencia.”
Heidegger
El Ethos como hábito es la
forma de ser propia, nuestro carácter, aquello que los naguales (como el Don
Juan de Castaneda y otros) expresaron con el concepto “Rostro y Corazón”. El Ethos es nuestro rostro-corazón de hombres. No nacemos con él, ni nos es dado. No es
algo natural. Se adquiere. Constituye una segunda naturaleza y a veces se
conquista con un gran esfuerzo y sufrimiento. Pero, aunque segunda naturaleza,
sigue siendo naturaleza; y lo es porque constituye nuestra manera de ser, ya que
se configura respecto a cada uno como ese lugar seguro en el que tenemos por
costumbre estar, nuestro refugio, nuestra morada existencial. Nuestro Ethos sería para nosotros como el Daimon de Heráclito.
El hombre, Adán (tomado como símbolo), ha sido expulsado de la
naturaleza y condenado a vivir y morir dentro de un orden moral, no natural, sin,
por otra parte, dejar de pertenecer, al mismo tiempo, a la Naturaleza y estar
sujeto a sus leyes. Vemos en los llamados “niños
ferales”, sin la idealización del “Libro
de la selva”, que a no ser que nos desarrollemos en un entorno humano,
aunque nuestra forma y potencialidad sea humana, la Naturaleza les absorbe
de nuevo. Es en esta contradicción originaria y radical de donde surgen las dos
posibilidades fundamentales de nuestra existencia:
- Asumir nuestra genuina condición humana (sobre-natural).
- evadir esa condición con el afán imposible de regresar a la pura naturaleza, al estado paradisíaco de inocencia, amoralidad, inconsciencia, irresponsabilidad e indistinción con respecto al Todo.
“Si no soy yo para mí mismo, ¿quién para mí? Si yo no soy para mí, ¿quién soy yo?”
En algún lugar lo leí. [Algún día tendré que explicar que pasa con las
ideas que entran en mí, no importa por qué vehículos, y que por el hecho de
haber pensado en ellas, haberlas meditado y, a veces, haberlas trabajado
internamente, se han incorporado a lo que me constituye como ser humano. ¿A
quién pertenecen?].
Éste corchete viene a cuento porque el Ethos, como segunda naturaleza, solo se convierte en tal si logra
constituirse en experiencia radical e integral; en un saber, gestado y parido desde nuestra realidad más auténtica y
profunda, verdaderamente asumido y vivido por cada hombre. Entonces, me es
imposible que no sea así, forma parte de esta mi segunda naturaleza, de lo que aprendí, de
lo que leí, de los lugares que visite, de las personas que conozco y conocí,
incluso de la películas que veo en el cine o de la música que escucho en la cassette.
Amor, Esperanza, Alegría de Vivir, Fé en el destino humano, Devoción
genuina ante la existencia, son literales vivencias de las que solo tiene
sentido hablar en la medida en que no son únicamente objeto de teoría, sino que
son, verdaderamente, experimentadas y realizadas en la vida corriente y
cotidiana.
¿Entonces?
Entonces, ¿quién eres tú?
“In lak´ech” = Yo soy otro tú, dicen los mayas.
“Yo soy tú”, dice una
parábola sufi.
“Pues entonces pasa, porque no
hay lugar para dos yo”.
A partir de aquí, tal vez habría que hablar de una tercera naturaleza. El problema es que
estamos ocupados en otras cosas para ocuparnos de esas naturalezas transpersonales sobre
las que Descartes impuso silencio.
Recuerdo una noche de cansancio y gintonic. Alguien me preguntó:
- ¿Qué propondrías para arreglar el mundo?
Me pregunté que extraña manía tiene todo hijo de vecino de arreglar el
mundo. Es como si fuera el segundo oficio de cada uno de nosotros: arreglar el
mundo, arreglar el país, arreglar el equipo de fútbol, arreglar la casa del
vecino... Yo no propongo nada porque creo que no hay nada que arreglar.
Le di una respuesta de L. Pauwels:
- “El imbécil arregla el mundo
incansablemente”.
Yo he observado lo siguiente y me gustaría que meditaran en ello: en
todas las épocas (mi trabajo es enseñar Historia) que conozco he observado el
mismo fenómeno: la tendencia (salvo escasas ocasiones) de los hombres aquejados
de aberración mental de exigir el poder para arreglar el mundo. Por otro lado,
la tendencia de los “salvadores”, del tipo que sean, a echarle la culpa de la
maldad del hombre al progreso técnico.
Yo pienso que el desarrollo de una tecnología que nos facilite la vida
tiene grandes posibilidades de implantar la justicia, de hacer más tranquila
nuestra existencia, a condición de que deje de estar en manos de depredadores
que solamente intentan obtener beneficios de ella o aplicarla a sus oscuros y
tenebrosos intereses. También pienso, desde los griegos, que la política,
igualmente denostada, tiene que ser el Arte de disponer las cosas comunes a fin
de que todos poseamos un nivel de vida adecuado para desarrollar nuestras
potencialidades, individuales y colectivas. Me gustaría pensar que ya henos
salido de la edad de las cavernas, pero aún permanecemos en la edad de los
Señores Feudales.
Por supuesto, después de que todo esto se venga abajo, después del
“Diluvio” como señalan los mitos. ¿Por qué preocuparnos entonces? ¿Acaso el
tiempo no es una rueda que sigue la
Ley del Eterno Retorno de las Cosas? Esto que sucede ya ha
sucedido antes, solo que de otra manera, y volverá a suceder. Lo dicen los
mitos de las antiguas culturas y lo dice la Historia, aunque no les guste a los historiadores
reconocerlo. Se quedaron felices cuando los judíos cortaron el ciclo y lo
extendieron. A un lado pusieron el pasado (de donde venimos) y al otro el
futuro (a donde vamos); venimos de la barbarie y vamos a la civilización y la
conquista del Universo, dijeron. Pero podemos comprobar en la Historia que Alfa y Omega
se unen en el punto Alef. Siempre estamos volviendo a la edad de las cavernas,
eso si, como dicen los mayas, “de otra manera”. Después de todo, el mito parece más veraz que la Ciencia Histórica.
Cuando comencemos a buscar en nosotros mimos la mejor manera de hacer uso de nuestras facultades humanas -conocimiento,
inteligencia, razonamiento, sabiduría (que surge de las anteriores), amor,
comprensión, entendimiento…- tal vez no nos resultaran tan extrañas las ideas
que desde la Antigüedad
nos ha transmitido la Tradición Espiritual.
E, insisto por cienmillonésima vez: “espiritual” nada tiene que ver con Religión.
Hay pocas religiones que sea verdaderamente espirituales.
Desde los años 60, y en los países desarrollados (los que ganaron la
guerra, a los que se sumó la Alemania
Occidental), con el dinero de “papá”, con el tiempo libre que
les proporcionaba este y la tecnología -las harley, los aviones supersónicos,
los corvette y los studebaker, algunos de lo aquí presentes puede que se
acuerden-, pusieron rumbo a la búsqueda de “gurús” y de extraños paraísos
psicodélicos o maraihuaneros, sobre todo a la India. En aquella época considerados espirituales. No
era la primera vez que esta búsqueda ha pasado en la Historia; tampoco será la
última. Nuestro problema es que somos analfabetos históricos, no nos interesa
para nada la Historia
y menos a los que nos gobiernan, y menos aún a los que las inician estos procesos como si hubieran descubierto el Nirvana.
Evidentemente aquella búsqueda solo era un remedo y parecía una
caricatura. Los que como yo pertenecíamos a aquella generación creíamos que
anunciaban el porvenir. Luego en el 68 llegó la Revolución del mayo
francés, y las que le siguieron por todo el mundo (menos en España que reinaba
Franco y nos había traído la paz perpetua), hasta que todo terminó con la
matanza de Tlatelolco, meses después, días antes del comienzo de los Juegos
Olímpicos de México.
Hubiera
sido más instructivo dedicarse al ajedrez (viejo juego esotérico. Algún día les
explicaré su significado, ahora no tenemos tiempo), o a estudiar Geometría (el
camino para llegar a Dios según Pitágoras. En serio, nuestra ignorancia es
inconmensurable). O la jardinería (para árabes y japoneses un vehículo para
acceder a la tranquilidad del espíritu). La Arquitectura también,
hasta Gaudí y Le Corbusier era un trabajo que requería un conocimiento
esotérico. El templo de Luxor, la
Ciudad Sagrada de Pekín, los templos de Bangkok, el Higashi
en Japón, la Huaca
del Sol y de la Luna
en los Andes, ciudades como Tiahuanaco o Teotihuacan…, se levantaron con los conocimientos de esa Geometría Sagrada, basada en el "número y la medida" con los que el Gran Arquitecto del Universo había construido el mundo. La lista es
interminable.
¿De donde ha surgido entonces la manía de despotricar contra ese Conocimiento? Lo intentaré explicar. Ha salido de una idea equivocada. Cuando el ciclo del tiempo se
rompió y fue extendido, cuando el pasado se concibió como barbarie y atraso y el futuro como civilización,
simultáneamente, el presente pasó a constituír el logro de las conquistas del hombre y por ello,
sobre todo desde el mundo clásico, caminamos hacia el perfeccionamiento de la “civilización”, sea lo
que esto quiera decir; y, su culmen, esta delante de nosotros, en el futuro. Pero
lo que la Historia
nos demuestra hasta la saciedad es que esto no es cierto. Que Alfa y Omega
están permanentemente repitiéndose. ¿Nos han engañado al inculcarnos desde la escuela
esta nefasta idea?
Lo más
consciente de las viejas culturas, se habían preocupado por reducir nuestras pasiones
colectivas, llenas de instintos y “naturaleza”, para poder desarrollar las
pasiones individuales que, una vez sublimadas,
quedaran impregnadas por la creatividad del alma. ¿No les parece un buen
programa político? Intuyo que los ideólogos, políticos y religiosos, no estarán
de acuerdo. Pueden aducir que me falta moralidad. Pero, como decía Nietzche: “más allá del Bien y del Mal”. Es decir:
por otro camino. Sin embargo a mi me gustaría que alguien me explicara, para
variar, donde y cuando una ideología (lo curioso es que, ésta, parte de una idea y me
pregunto como se habrá comprendido esa idea), de la clase que sea, ha hecho
prosperar la moralidad. La prosperidad ha sido siempre un logro de la
tecnología, desde la primera bifazc
de silex del Neandertal. Más recientemente, fue el gas de alumbrado y luego la
electricidad los que arrojaron a nuestra sombras internas de las ciudades; fue
la máquina de escribir la que libero de una trabajo servil en el campo a muchas
mujeres; Fue la fotografía y la televisión las que obligaron a los tiranos a
contenerse. Es la tecnología, antigua o moderna, la que ha permitido que la
vida sea más humana. Otra cosa es el quién, el por qué y para qué y desde donde
se usa.
Nuestra
conducta, en todo su abanico, debe ser algo íntimo y, por ello, cada uno ha de
responsabilizarse de sus acciones. Se gesta en privado. Por ello no existe más
que una posibilidad de progreso moral: incrementar nuestro nivel de conciencia
e incluir en ella a todos los seres -se que esto suena a budismo, pero ¿por que
no iba a tener Buda razón?-, lo que supone una mayor capacidad de vida
personal. Es una sandez decir que hemos ido a la Luna, pero que los hombres
aún siguen en la edad media. No veo por qué hemos de pedirle a la electrónica y
a los viajes espaciales lo que no han logrado ni los “salvadores” ni los “mesías”
de turno.
Las
izquierdas decían que cuando los hombres fueran liberados del trabajo y los
mitos religiosos, calificado de “opio del
pueblo”, las cosas se solucionarían. Era mentira, hay una Ley del Universo, que se aprendían en las antiguas Escuelas de Sabiduría que decía que
todo vuelve, tarde o temprano, a su contrario. No es nada misterioso, es algo que
se enseña en los colegios respecto a la energía que lo llama entropía. Eso ha
dado lugar, por ejemplo, que el doble mandamiento del Maestro Judío -“amaos los unos a los otros y al prójimo, como a vosotros mismos”-,
haya terminado en la
Inquisición; o que los valores socialistas se hayan convertido en
bienes capitalistas. Es solo un ejemplo. Lo único que tengo claro es que si las
necesidad primarias y secundarias del hombre fueran atendidas con justicia y
con justeza, muchos hombres estarían en condiciones de descubrir sus
necesidades terciarias: una moral personal y un espiritualidad interna. ¿Qué
pasaría entonces con los dirigentes, ideológico y religiosos, de las masas? ¿No
serán ellos y los que los mantienen, los que no quieren que cambiemos? ¿Por qué?
¿Quien dice que el Espíritu no puede encarnar en un robot, o que lo divino no
pueda navegar en hermosas naves espaciales? ¿Y que más les da, si no creen en el
Espíritu?
Seguiré
hablando de mí mismo. Hablaré de lo que se considera mi “especialidad”. La
Historia, como un agregado a las Ciencias Humana. Aquí habría
que introducir la Biología. Deberían
leer un pequeño libro llamado “La
biología del espíritu”, de Edmund W. Sinnoott (Breviarios F.C.E.
1978).
¡Cuánto
esfuerzo desperdiciado para demostrar que el alma no existe! Tantos especialistas
comprometidos en la tarea –yo también aún soy especialista y, en la parte que
me toca como profesor, he contribuido a ello. Ahora se que los especialistas están
equivocados y afirmo que sí, que tengo un alma, aunque los especialistas no la
puedan ver, ni medir, ni pesar, ni sentir dentro de ellos. ¡Y qué me importa!
Solamente es mi alma y, aunque puedo
hablar de ella, no científicamente, ¡claro!, sino subjetivamente, ¡faltaría
más!, no pretendo convencer a nadie de
lo contrario. El problema es que hay mucha mala Ciencia y mucho científico
mezquino que se esconde detrás de la palabra sagrada, ¡La Ciencia!, para ocultar su
mediocridad, su ineptitud y su ambición.
El
lego, y el no tiene la culpa de serlo, no se da cuenta de cómo las Ciencias
Humanas, que siempre están hablando de la naturaleza humana, en su ambición por querer ser
científicas, nunca hablan del hombre en si, sino del hombre en relación a la
antropología, a la biología, al lenguaje, a la arqueología, etc., porque éste es un
“sujeto trascendente” al que hay que
dejar fuera y al qué hay que silenciar. Entonces, si no hablan del Hombre ¿de
quién c… (eso) están hablando? ¿Quién es el humano del que supuestamente hablan?
Aclaro
algo: la Antropología
(del griego ἄνθρωπος, anthropos,
hombre (humano), y λόγος, logos, conocimiento), en general, dice ocuparte
de las diversas facetas de ser humano y cada uno de esas facetas se involucró
en el desarrollo de nuevas disciplinas, o en la transformación de las que ya
existían. En la actualidad todas son consideradas Ciencias. Ciencias Humanas.
Por supuesto, ciencias independientes unas de otras. ¡Hábrase vito mayor
despropósito! Eso sí, dicen mantener fraternales relaciones entre ellas. Ser
cínico no cuesta nada, al fin y al cabo no es más que una palabra. De entre
ellas destacan la Antropología Física,
la Antropología
Social, la Lingüística
y la Arqueología. Lo
frecuente es que el término Antropología solo se aplique a la Antropología Social,
que a su vez se ha diversificado en un montón de disciplinas, como la Historia, la Psicología,
la Sociología…
Esas y un sinfín más, tantas como aspectos van descubriendo de
lo que llaman Hombre, una ciencia independiente para cada uno de los aspectos del
ser humano. ¿Quién será el encargado de reunir los pedazos del puzzle? Por
cierto, ¿sabían que Wilhelm Dilthey (1833-1911) las llamaba Ciencias del Espíritu?
Pero entre 1920 y 1930 llegaron los filósofos, antropólogos y sociólogos
alemanes y crearon la Antropología
Filosófica. ¡A la porra el Espíritu! Incluso me puedo referir
a casi prácticamente ayer: Gutiérrez Sáenz, Raúl
(1984). “Introducción a la Antropología Filosófica”.
Señala que el objeto material
(recalco, material) de la Psicología y la Historia coinciden, pero
no el objeto formal.
Lo explicaré un poco para que
lo entiendan. El objeto material es
aquello que una ciencia estudia: el hombre, la célula, los volcanes, la ética,
etc.; mientras que el objeto formal
es algún atributo de ese objeto material estudiado: en el caso de la ética, por
ejemplo, la dirección que toman los actos humanos. Y todo ello, sin sujeto trascendente. Solamente objetos. Parecen sentirse bien
manipulando objetos. Por cierto, ¿saben
lo que es un objeto? Hay sietes
acepciones en el Diccionario de la Real Academia Española.
objeto. (Del lat. obiectus).
1. m. Todo lo que puede ser materia de conocimiento o sensibilidad de parte del sujeto, incluso este mismo.
El Diccionario básico
Anaya, que es el que generalmente usas los escolares, dice en su primera
acepción: cosa material e inanimada,
generalmente de tamaño pequeño y mediano.
Haber si nos aclaramos. La RAE dice que “es
todo lo que puede ser materia de conocimiento o sensibilidad de parte del
sujeto”. Habla de “materia de
conocimiento”, pero esta expresión no aparece en el diccionario. Habla de "sensibilidad", pero se rechaza todo conocmiento sensible. ¿Quién
decide entonces cual debe ser la materia
de conocimiento o sensibilidad? ¿Podría ser el Alma “materia
de conocimiento”? ¿Acaso no expresa nuestra sensibilidad puesto que para la
RAE, interpretando su primera acepción, el Alma es “Principio que da forma y
organiza el dinamismo vegetativo, sensitivo e intelectual de la vida”?
Y, si según Anaya, este “objeto” ha
de ser, generalmente, de tamaño pequeño”
(Qué pasa: ¿Un planeta no es un objeto? ¿O una Galaxia? ¿Solo puede serlo un Electrón?), no me
extraña que los chavales no quieran mirar el diccionario. Y así, hasta la Universidad. Y
a esto le llaman “formarse
científicamente” en una Ciencia cuyos significados son contradictorios y falaces. Es decir, un sujeto,
que tiene que quitarse de en medio, ha de estudiarse así mismo como un objeto no demasiado grande. ¿A que
visto así es de risa? De verdad, no pretendo burlarme, pero las cosas son así.
Como profesor, no importa ahora la especialidad, todo lo
que sea salirse de los límites fijados por la Ciencia es entrar en un
terreno peligroso, sobre todo si se cae bajo sospecha de inclinaciones metafísicas (lo que está más allá de la Física). Estos límites han
dado lugar a dos tipos de profesores: unos, son pillos disfrazados de profesores,
que siempre se están escandalizando en cuanto le tocan su ego; otros, son aquellos
que para alcanzar poder y popularidad juegan a pillos. Lo que ambos tienen en común
es que todos se consideran a sí mismo como científicos. Científicos que compiten entre
sí para ver cual es más pillo. Y si surge algún “profe” que no quiere alistarse en ninguno de los bandos, ambos se
alían contra él. Es todo un espectáculo verlos estrechar filas como si los
amenazara el exterminio, aunque sean de suyo de buen natural.
Como historiador que nunca quise ser… -Yo quería ser
Filósofo.-, terminé empapándome de la presunta Ciencia Histórica bastante a
fondo. Por eso se que, hasta este momento, el análisis histórico solo ha tenido
dos puntos de atención: el hombre objeto
y el poder. A lo largo de la Historia de Occidente, estos
dos objetivos han oscilado según un ritmo pendular: preocupación por el hombre
(Clasicismo, Humanismo, Ilustración…), preocupación por la religión..., (las Viejas
Civilizaciones, la Edad Media, el Barroco, el Romanticismo…); también ha oscilado en la
política: aquí la monarquía, oligarquía, dictadura; allá democracia, república,
el “okhlos” (forma de gobierno en la cual el cuerpo tiene todos los poderes y
puede imponer sus deseos), la anarquía; aquí el capitán, allí la tripulación;
aquí el gran caudillo, allí el cuerpo
social. Los expertos saben muy bien como estas contraposiciones terminan
diluyéndose en la nada en el reloj de la Historia. Saben
también que muy pocas veces ha brillado un gran mediodía en que los opuestos,
como en el Yin y el Yang, no basculen el uno sobre el otro.
En el pasado hubo sociedades patriarcales, de ellas surge lo
que Gastón Bouthoul llama “El complejo de
Abraham”. El padre mata al hijo en las guerras y los holocaustos por el
clan, la patria, la nación..., y así desvía una agresividad que, necesariamente, se
volvería contra él. Pero algunos consiguen su objetivo y matan al “padre”, comenzando así el reinado del
"hijo", el de la fratría, la fraternidad; ahora ya no es el padre el que sacrifica a
los hijos, sino que son los hermanos los que se degüellan entre si. Las guerras
tribales y luego nacionales, las guerras patrias, cedieron su paso a las
guerras civiles. Y la gran nivelación, al principio todavía encubierto bajo
pretextos nacionalistas, termina por desembocar en la guerra civil planetaria.
Extraña fraternidad cuya igualdad descansa sobre el hecho de que todo hombre es
libre para matar a otro hombre, siempre que ello me reporte algún beneficio.
¡Basta ya de tanta hipocresía! Es decir, de tan bajo nivel de conciencia.
Bajo las buenas intenciones de una escolaridad obligatoria
de los ilustrados del Siglo de las Luces, se camuflaron las no tan buenas
intenciones de los liberales (libertinos) y progresistas de la Revolución Industrial,
que vieron en ella un medio modificar la psicología humana en aras del Dios
Trabajo. Permanecer diez horas en una fábrica requería de una adecuación. La
enseñanza obligatoria, desde la infancia, contribuyó a ello al obligar a los
niños a permanecer encerrados en la escuela seis u ocho horas diarias sometidos
a una disciplina de obediencia, y al aprendizaje básico que requería los nuevos
sistemas de producción. Un medio de castración de la fuerza natural que impulsa
a todo ser vivo a aprender por si mismo. Otro tanto cabe decir del servicio
militar obligatorio desarrollado en este contexto.
Uno de los presupuestos de la altivez moral
cristiana-calvinista-luterana-capitalista es la “buena conciencia” que, con la ayuda del darwinismo, no solo
sobrevive el más apto, sino también el más rico. La riqueza es la prueba de
que Dios está conmigo. El problema es que ambas cosas no coinciden en el
tiempo, lo que nos lleva de nuevo al Génesis cuando al Árbol de la Vida
le salió un vástago llamado el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal.
El Uno, a través del primer Árbol, puede
formar hombres, pero no puede experimentar lo humano sino a través de estos. A través del segundo Árbol, separa nuestros actos en buenos y malos, pero sin explicarnos que estos permeneces eternamente oscilando en el péndulo, por lo que no existirá nunca algo que sea bueno o malo -¡Vaya putada!- para los que somos semejanza y reflejo del Uno.
- “Porque domina en nosotros un Dios” (Hölderlin)
- “Uno es el principio de Todo” (Filolao)
- “Hay un Dios que es mayor que todos los dioses y los hombres, incomparablemente superior en forma y en pensamiento a todo lo mortal” (Jenófanes)
- “Un torbellino de múltiples formas te separa del Todo” (Demócrito)
Y, siempre, una vez más, Heráclito, que a pesar de no
despreciar el uso de los sentidos (como Platón), considerándolos indispensables
para comprender la realidad material, sostenía que con ellos no es suficiente y
que también se necesita el uso de la inteligencia, como nos da a entender en
este fragmento:
“Se engañan los hombres […] acerca del conocimiento de las cosas manifiestas, de la misma manera que Homero, que fue [considerado] el más sabio de todos los griegos. A él, en efecto, unos niños que mataban piojos le engañaron diciéndole: `cuantos vimos y atrapamos, tantos dejamos; cuantos ni vimos no atrapamos, tantos llevamos´”
No hay por qué hacer tanto ruido con lo Numinoso. Sale al
encuentro de todos. Todos tenemos nuestro Sinaí y nuestro Gólgota. No se si la
vida es un laberinto o nosotros la hemos convertido en tal. Lo cierto es que
nos perdemos en él intentando encontrar un camino y, como siempre, buscamos certezas, y nos dejamos atrapar por el
primer mercachifle que nos vende su verdad, llámese esta Ciencia, Religión o
Ideología. Yo no conozco más que una salida del laberinto: permanecer en mi centro, sin vestiduras externas, intentando fluir y dándome cuenta que es el agua la que pasa por mi piel y no yo por
ella. Puede que allá en las cumbres, como en el protagonista de “El filo de la navaja”, las cosas sean
más fáciles; pero aquí, en el valle, solo soy un ser humano que ha venido para
ser. Es la alquimia de la soledad y el silencio que despierta en mi un grano de
Vida verdadera. Será seguramente solo un instante, una breve y fugaz experiencia,
en la que todas las contradicciones han desaparecido porque soy Unidad.
No estoy diciendo nada misterioso. Creo que es algo que de
una forma u otra, todo el mundo sabe: el fraile en oración, el pescador junto
al río, el que se arrodilla, o el viejo que sentado en un banco del parque que
contempla el sol del atardecer y se ocupa de vivir sintiendo como se acaba su
vida. Ese instante, aunque solo haya sido una vez y distraídamente, es vivido
con el sentimiento de una presencia de Vida Suprema en nosotros. Basta solo
sentarse a contemplar:
Dejar de caminar por la vida
y sentarme a contemplar:
el espacio en la distancia,
las huellas en el lodazal,
los silencios de la noche,
la tarde, el sol, el mar,
y ese pequeño sueño
que se duerme en el mirar
de espacios no profanados.
Contemplar, sólo contemplar,
gastar la mirada,
llenarla de viento,
de rumor de follaje,
de sabor a hierba,
de ola y de sal.
Un contemplar que fuera
solamente un llenar.
(Continuará)
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